Estación de paso
La nacionalización de lo local
Adrián Acosta Silva
Oaxaca y Tabasco son como se sabe los platillos fuertes de la temporada política del otoño mexicano, aunque los decapitados de Michoacán formen parte de la historia de los sótanos siniestros de la sociedad mexicana de estos años. Uno se ha resuelto parcialmente con el triunfo del PRI sobre el PRD, lo que confirma contundentemente la relativa independencia de la lógica que gobierna los comicios locales respecto de las elecciones federales, en especial la presidencial. El otro muestra los condimentos crudos de la des-estructuración política regional y nacional, la crisis de la política y de sus representaciones, de sus ideas, actores y organizaciones. Michoacán representa algo más profundo y complejo: la pérdida absoluta del temor al Estado, donde la criminalidad ha impuesto sus códigos de sangre y fuego. Los casos político-estatales muestran los contornos de la vida política nacional, sus abismos y desfiladeros, sus potencialidades y sus haberes, que, a pesar de todo, los hay. El horror michoacano muestra la desaparición del Estado mismo.
En todos los casos, los asuntos locales han alcanzado una dimensión nacional, es decir, no solamente son parte de las preocupaciones de inversionistas, políticos, medios y ciertos ciudadanos, sino que competen a las autoridades nacionales. Minimizar el conflicto de Oaxaca y otros problemas locales como lo hace reiteradamente el presidente Fox, no es solamente un acto de irresponsabilidad política, sino también un reflejo de negación de la realidad, impropio de una figura que representa algo más que a un partido o a una camarilla.
La lección tabasqueña, la que constituye una carga de fondo en el debate político, tiene que ver con la estructuración del tiempo político de una sociedad compleja, que muestra cómo los cambios en el ánimo de la ciudadanía pueden alterar tendencias en la distribución de la representación política de manera dramática. Para los promotores de la reducción y unificación de los procesos electorales, que piensan casi únicamente en razonamientos de costo-beneficio, ese dato –la volatilidad del electorado, sus transformaciones de ánimo y expectativas- resulta incomodo, pues implica conservar calendarios electorales diferenciados en el tiempo. Oaxaca es, por su lado, el mejor ejemplo de la crisis de la política y de sus representaciones. Con partidos políticos nacionales y locales marginados en el conflicto, y con liderazgos de organizaciones curtidas en el regateo de sus lealtades y comportamientos políticos, la crisis oaxaqueña muestra también las dificultades de la autoridad y de las instituciones para el tratamiento de ese tipo especial de conflictividad. El contexto, por supuesto, importa: un activismo un tanto misionero, un tanto radical, con cierto aire de familia con el perfil de las fuerzas vivas que alimentaron durante décadas al priismo, que ampara sus acciones en datos e imágenes duras: pobreza, marginación, injusticia. La rebeldía de la APPO y la sección 22 es pragmática y elemental: que renuncie Ulises Ruiz para que comience a cambiar todo lo demás, aunque nadie sepa en realidad si eso ocurrirá, ni cual será el futuro de un movimiento que más bien recuerda tiempos idos de la política mexicana. Los diez muertos que acumula el conflicto son símbolo y saldo del proceso.
Los decapitados de Michoacán son parte un asunto que desde hace tiempo rebasó la nota roja o la sensación de que es un asunto entre pandillas de narcotraficantes. Si se mira bien, es un desafío directo al rostro del Estado nacional y de sus autoridades y representantes. Aquí, la localización de lo nacional, o la nacionalización de lo local, estalla y se comprime. Y revela, de manera sombría, la derrota del Estado.
Monday, October 23, 2006
Friday, October 06, 2006
Dylan: instrucciones de uso. Público-Milenio, 7-10-06
Estación de paso
Dylan: instrucciones de uso
Adrián Acosta Silva
Bob Dylan, el hereje, escribió en Desolation Row (1965): “Ezra Pound y T.S. Elliot pelean en la torre del capitán/Mientras unos cantantes de calypso se ríen de ellos/ Y los pescadores les lanzan flores.” La interpretación de esas palabras provocó cierta angustia entre quienes popularizan a Dylan y entre quienes lo santifican. Cuando le preguntaron que quiso decir, Dylan se encogió de hombros y declaró, un tanto cansado: “soy una estrella pop y un músico folck y un profeta político y un poeta surrealista. Y si no les gusta lo que me hace todas esas cosas, ese es su problema”.
Fiel a su ambigüedad, el santo patrono de los roqueros del mundo ha lanzado al ruedo su más reciente encíclica, Modern Times (Columbia, 2006). A tono con su larga trayectoria, el disco es una huella –la número 44 para ser exactos-, en el polvoriento camino de una auténtica piedra rodante de la música contemporánea, que lanza sus dardos envenenados sobre la espalda de los nuevos tiempos modernos. La paradoja dylanesca reaparece desde el título mismo del disco: un vago homenaje a Chaplin, habitado por canciones de ritmo clásico que narran cosas viejas con palabras nuevas. Y lo que se encuentra a lo largo de más reciente decálogo de Dylan es la confirmación del espíritu complejo del oriundo de Minessota, su pericia rítmica, letrística y narrativa, el carácter francamente inclasificable de un músico que forma parte de los tiempos modernos de varias generaciones.
Armado con el poder legendariamente antiestético de su voz, Zimmerman abre el fuego con un atronador blues, cuyos ejes son la guitarra y el bajo, que acompañan la narración sobre el panorama ensombrecido y confuso luego del 11-S. Thunder on the Mountain es un inventario de impresiones y reflexiones sobre blancos escurridizos: la sangre, el miedo, la incertidumbre, el olvido. Spirit in the Water es una canción que refleja, en tono nostálgico, los fantasmas que evoca el enamoramiento y la pasión, y sus enemigos implacables: la cotidianidad y la vida misma. Un piano, una batería, una armónica, un poco de jazz y de blues, acompañan el relato donde un hombre desea ver los ojos del pasado desde lo alto de una colina.
Rollin´ and Tumblin‘ es el ejercicio de reinvención de una canción originalmente creada por Muddy Waters en los años cincuenta, un viejo blues al que Dylan, en un acto de bandolero, le rescribe varias frases, logrando la originalidad de la copia. Beyond the Horizon es una típica canción de amor, un poco optimista, un poco desolada, algo ingenua. Ain´t Talkin´ es una canción sobre la soledad y sus misterios, que reafirma el interés de Dylan sobre individuos silenciosos que caminan solitarios al filo de la noche, un poco como hizo en Time Out of Mind (1997).
Dylan, el sabio, ha logrado una obra espléndida, que alimenta las paradojas de un autor que se niega a explicar su propia obra, y que se divierte o se aburre cuando sus críticos intentan descifrarlo. “Sólo escribo lo que puedo, que a veces no es mucho”, declara Dylan en No Direction Home (el documental de Scorsese). La música de las palabras es la brújula de toda su obra, y la fabricación de un sonido apropiado su obsesión. Modern Times es una pieza más del gigantesco rompecabezas dylaniano, un arte que, como afirmara Georges Perec, no es un juego solitario sino compartido, guiado por la intuición, el tanteo o las esperanzas.
Dylan: instrucciones de uso
Adrián Acosta Silva
Bob Dylan, el hereje, escribió en Desolation Row (1965): “Ezra Pound y T.S. Elliot pelean en la torre del capitán/Mientras unos cantantes de calypso se ríen de ellos/ Y los pescadores les lanzan flores.” La interpretación de esas palabras provocó cierta angustia entre quienes popularizan a Dylan y entre quienes lo santifican. Cuando le preguntaron que quiso decir, Dylan se encogió de hombros y declaró, un tanto cansado: “soy una estrella pop y un músico folck y un profeta político y un poeta surrealista. Y si no les gusta lo que me hace todas esas cosas, ese es su problema”.
Fiel a su ambigüedad, el santo patrono de los roqueros del mundo ha lanzado al ruedo su más reciente encíclica, Modern Times (Columbia, 2006). A tono con su larga trayectoria, el disco es una huella –la número 44 para ser exactos-, en el polvoriento camino de una auténtica piedra rodante de la música contemporánea, que lanza sus dardos envenenados sobre la espalda de los nuevos tiempos modernos. La paradoja dylanesca reaparece desde el título mismo del disco: un vago homenaje a Chaplin, habitado por canciones de ritmo clásico que narran cosas viejas con palabras nuevas. Y lo que se encuentra a lo largo de más reciente decálogo de Dylan es la confirmación del espíritu complejo del oriundo de Minessota, su pericia rítmica, letrística y narrativa, el carácter francamente inclasificable de un músico que forma parte de los tiempos modernos de varias generaciones.
Armado con el poder legendariamente antiestético de su voz, Zimmerman abre el fuego con un atronador blues, cuyos ejes son la guitarra y el bajo, que acompañan la narración sobre el panorama ensombrecido y confuso luego del 11-S. Thunder on the Mountain es un inventario de impresiones y reflexiones sobre blancos escurridizos: la sangre, el miedo, la incertidumbre, el olvido. Spirit in the Water es una canción que refleja, en tono nostálgico, los fantasmas que evoca el enamoramiento y la pasión, y sus enemigos implacables: la cotidianidad y la vida misma. Un piano, una batería, una armónica, un poco de jazz y de blues, acompañan el relato donde un hombre desea ver los ojos del pasado desde lo alto de una colina.
Rollin´ and Tumblin‘ es el ejercicio de reinvención de una canción originalmente creada por Muddy Waters en los años cincuenta, un viejo blues al que Dylan, en un acto de bandolero, le rescribe varias frases, logrando la originalidad de la copia. Beyond the Horizon es una típica canción de amor, un poco optimista, un poco desolada, algo ingenua. Ain´t Talkin´ es una canción sobre la soledad y sus misterios, que reafirma el interés de Dylan sobre individuos silenciosos que caminan solitarios al filo de la noche, un poco como hizo en Time Out of Mind (1997).
Dylan, el sabio, ha logrado una obra espléndida, que alimenta las paradojas de un autor que se niega a explicar su propia obra, y que se divierte o se aburre cuando sus críticos intentan descifrarlo. “Sólo escribo lo que puedo, que a veces no es mucho”, declara Dylan en No Direction Home (el documental de Scorsese). La música de las palabras es la brújula de toda su obra, y la fabricación de un sonido apropiado su obsesión. Modern Times es una pieza más del gigantesco rompecabezas dylaniano, un arte que, como afirmara Georges Perec, no es un juego solitario sino compartido, guiado por la intuición, el tanteo o las esperanzas.
Tuesday, October 03, 2006
Un hippie en Bagdad
Un hippie en Bagdad
Adrián Acosta Silva
Neil Young
Living with War (Reprise, 2006)
People my age/ They don´t do the things I do
Neil Young, I’m the Ocean (1995)
Cargando con el peso histórico de sesenta años sobre sus espaldas, Neil Young lanzó en esta primavera su disco número 35 como solista, con un título apropiado para el contexto y los tiempos que corren: Living with War. El ex integrante de la mítica banda sesentera Crosby, Stills, Nash & Young, el cantante solitario que a fines de los ochenta desafiaba a las grandes empresas con un rabioso Rockin´ in a Free World, el músico bautizado en los noventa con cierto fervor religioso como el abuelo espiritual del grunge (adorado por bandas como Nirvana o Pearl Jam), el compositor frecuente de los soundtracks de las películas de Jim Jarmusch, que interpretó Imagine unos días después de la catástrofe del 11-S, reaparece en el escenario público con un reluciente disco nuevo bajo el brazo.
Como parte de los fundadores de un género que tiende inexorablemente a diluirse y transformarse en sonidos y estilos múltiples, Young ha alimentado con persistencia y tenacidad asombrosa la vitalidad del rock más clásico que puede escucharse en los inicios del siglo 21, interpretado por uno de sus músicos seminales. En un medio donde el rock tradicional se ha vuelto un género alternativo (quien lo iba a creer), la música y el estilo de Neil Young se ha desplazado fuera del mainstream sonoro, colocándose en los márgenes de una industria que ha terminado por devorar a muchos de sus socios fundacionales. Living with War es el testimonio de un sobreviviente, un manifiesto pacifista, antibélico y antiBush, propio de aquellos que han criticado acremente el comportamiento de quien ha sido considerado el “peor presidente en la historia de los Estados Unidos”, según la ahora milenaria y cuarentona revista Rolling Stone.
El tono de malestar y de crítica contra el gobierno no es infrecuente en la sociedad norteamericana, y menos entre quienes han sido testigos y actores de guerras “calientes” como las de Corea, Vietnam, o la larga guerra fría que caracterizó a la segunda mitad del siglo pasado en el mundo. Pero cuando los Estados Unidos con Bush al frente decidieron soltar los perros de guerra en Irak y Afganistán, quizá nunca calcularon suficientemente al alto costo que tendrían que pagar, tanto en términos estrictamente militares como sociales y políticos, sobre todo en varias zonas de sus patios interiores, cuyas señales de alerta se activaron con el horror de la guerra. Neil Young, como Bruce Springsteen, o como otras figuras de las artes y espectáculos, decidieron pintar su raya y abuchear las acciones bélicas de su presidente y de su gobierno. Y en Living with War nos encontramos un registro impresionista, visceral y racional a la vez, del sentimiento de indignación y malestar contra la guerra que Young recoge y de algún modo representa.
Bien visto, no podría ser de otro modo. El hippie que irremediablemente sigue siendo el autor de Heart of Gold (1972), mantiene agitada la bandera del amor y la paz, pensando en un mundo sin religiones ni fronteras, adorando la vida bucólica y la solidaridad comunitaria, abogando por la no violencia ni la discriminación. Como parte de la generación de brujos y alquimistas que fusionaron exitosamente el country con el blues (Harvest, Tonights the Night,), el rock con el folck (Zuma, Ragged Glory), y luego añadieron modalidades del R&B y de soul (This Notes for You, Sleeps with Angels), Young inició el siglo con un retorno a los orígenes y con una reinvención de sus propio sonido. Luego del magnífico Greendale (2003), y del retorno al folck con Prairie Wind (2005), Young sorprende nuevamente con un sonido de rock a la vez clásico y renovado, gobernado por la batería, bajo, guitarras y trompetas, con un coro de 100 personas que intervienen en varias de la decena de rolas que habitan el disco. El contenido es un repertorio de observaciones, lamentos y críticas sobre la (nueva) guerra patriótica norteamericana lanzada por la administración Bush luego de 11-S, codificada ahora bajo el nombre de cruzada contra el mal.
Los cohetes de resplandores rojizos/ las bombas que arden en el aire/ Probando en la profundidad de la noche/ que nuestra bandera aún sigue ahí(Living with War)
Pero el disco incluye también el tono ferozmente anticonsumista de Young, la mirada irónica sobre la paradoja maestra que obedece a los tiempos que corren en el país más rico y poderoso del planeta, en que la dictadura del consumo en la sociedad norteamericana se adueña de las prácticas cotidianas, mientras sus ciudadanos y gobernantes observan en televisión e internet cómo caen bombas sobre Bagdad.
No es necesario un escuadrón de terror/no quiero una extraña Jihad/resoplando sobre mi cofre/ Pero no queremos hablar de ellos/Y no aprendemos de ellos/El odio no se negocia con Dios/ No lo necesita (The Restless Consumer)
“Destituyamos al Presidente” es un llamamiento franco contra Bush, una propuesta para quitar como presidente a un “mentiroso” que “ha abusado del poder que le dimos/ embarcando todo nuestro dinero fuera de nuestras puertas”. Young lamenta la división de su país, y reclama por la búsqueda de un líder que “reunifique el rojo, blanco y azul”, que “camine cerca y que escuche”, y que bien podría ser una mujer o un negro, “después de todo” (Lookin for a Leader). La contradicción entre la intervención en una guerra prolongada y sangrienta y la incapacidad para atender desastres domésticos de miles ciudadanos como el de Nueva Orleáns, está en el centro de las canciones que habitan el disco del músico canadiense.
Un poco panfletario, un poco ingenuo, muy honesto, y con una potencia y vitalidad sonora impecable, Living with War es uno de esos discos imprescindibles para entender el espíritu de una época, de sus coyunturas y sus expresiones en el terreno de la música. Pero es también el testimonio de un roquero que no niega la cruz de su hippismo, coherente consigo mismo y comprometido desde la cuna hasta la tumba con un estilo y un sonido inconfundible, una virtud ciertamente extraña en tiempo de guerra…y de paz. Queda quizá la sensación de que el hippismo se ha convertido en parte del nuevo conservadurismo americano, o la impresión de que las invasiones a Irak y Afganistán han producido el ruido de fondo que fluye de una fractura profunda en algunas zonas de la sociedad norteamericana. Pero eso debería discutirse con la seriedad debida, escuchando Shock and Awe, Families, o Flags of Freedom, recordando los tiempos en que Crosby, Stills, Nash, & Young interpretaban Ohio, en un contexto ahora lejano, con otras voces, intereses y actores.
Adrián Acosta Silva
Neil Young
Living with War (Reprise, 2006)
People my age/ They don´t do the things I do
Neil Young, I’m the Ocean (1995)
Cargando con el peso histórico de sesenta años sobre sus espaldas, Neil Young lanzó en esta primavera su disco número 35 como solista, con un título apropiado para el contexto y los tiempos que corren: Living with War. El ex integrante de la mítica banda sesentera Crosby, Stills, Nash & Young, el cantante solitario que a fines de los ochenta desafiaba a las grandes empresas con un rabioso Rockin´ in a Free World, el músico bautizado en los noventa con cierto fervor religioso como el abuelo espiritual del grunge (adorado por bandas como Nirvana o Pearl Jam), el compositor frecuente de los soundtracks de las películas de Jim Jarmusch, que interpretó Imagine unos días después de la catástrofe del 11-S, reaparece en el escenario público con un reluciente disco nuevo bajo el brazo.
Como parte de los fundadores de un género que tiende inexorablemente a diluirse y transformarse en sonidos y estilos múltiples, Young ha alimentado con persistencia y tenacidad asombrosa la vitalidad del rock más clásico que puede escucharse en los inicios del siglo 21, interpretado por uno de sus músicos seminales. En un medio donde el rock tradicional se ha vuelto un género alternativo (quien lo iba a creer), la música y el estilo de Neil Young se ha desplazado fuera del mainstream sonoro, colocándose en los márgenes de una industria que ha terminado por devorar a muchos de sus socios fundacionales. Living with War es el testimonio de un sobreviviente, un manifiesto pacifista, antibélico y antiBush, propio de aquellos que han criticado acremente el comportamiento de quien ha sido considerado el “peor presidente en la historia de los Estados Unidos”, según la ahora milenaria y cuarentona revista Rolling Stone.
El tono de malestar y de crítica contra el gobierno no es infrecuente en la sociedad norteamericana, y menos entre quienes han sido testigos y actores de guerras “calientes” como las de Corea, Vietnam, o la larga guerra fría que caracterizó a la segunda mitad del siglo pasado en el mundo. Pero cuando los Estados Unidos con Bush al frente decidieron soltar los perros de guerra en Irak y Afganistán, quizá nunca calcularon suficientemente al alto costo que tendrían que pagar, tanto en términos estrictamente militares como sociales y políticos, sobre todo en varias zonas de sus patios interiores, cuyas señales de alerta se activaron con el horror de la guerra. Neil Young, como Bruce Springsteen, o como otras figuras de las artes y espectáculos, decidieron pintar su raya y abuchear las acciones bélicas de su presidente y de su gobierno. Y en Living with War nos encontramos un registro impresionista, visceral y racional a la vez, del sentimiento de indignación y malestar contra la guerra que Young recoge y de algún modo representa.
Bien visto, no podría ser de otro modo. El hippie que irremediablemente sigue siendo el autor de Heart of Gold (1972), mantiene agitada la bandera del amor y la paz, pensando en un mundo sin religiones ni fronteras, adorando la vida bucólica y la solidaridad comunitaria, abogando por la no violencia ni la discriminación. Como parte de la generación de brujos y alquimistas que fusionaron exitosamente el country con el blues (Harvest, Tonights the Night,), el rock con el folck (Zuma, Ragged Glory), y luego añadieron modalidades del R&B y de soul (This Notes for You, Sleeps with Angels), Young inició el siglo con un retorno a los orígenes y con una reinvención de sus propio sonido. Luego del magnífico Greendale (2003), y del retorno al folck con Prairie Wind (2005), Young sorprende nuevamente con un sonido de rock a la vez clásico y renovado, gobernado por la batería, bajo, guitarras y trompetas, con un coro de 100 personas que intervienen en varias de la decena de rolas que habitan el disco. El contenido es un repertorio de observaciones, lamentos y críticas sobre la (nueva) guerra patriótica norteamericana lanzada por la administración Bush luego de 11-S, codificada ahora bajo el nombre de cruzada contra el mal.
Los cohetes de resplandores rojizos/ las bombas que arden en el aire/ Probando en la profundidad de la noche/ que nuestra bandera aún sigue ahí(Living with War)
Pero el disco incluye también el tono ferozmente anticonsumista de Young, la mirada irónica sobre la paradoja maestra que obedece a los tiempos que corren en el país más rico y poderoso del planeta, en que la dictadura del consumo en la sociedad norteamericana se adueña de las prácticas cotidianas, mientras sus ciudadanos y gobernantes observan en televisión e internet cómo caen bombas sobre Bagdad.
No es necesario un escuadrón de terror/no quiero una extraña Jihad/resoplando sobre mi cofre/ Pero no queremos hablar de ellos/Y no aprendemos de ellos/El odio no se negocia con Dios/ No lo necesita (The Restless Consumer)
“Destituyamos al Presidente” es un llamamiento franco contra Bush, una propuesta para quitar como presidente a un “mentiroso” que “ha abusado del poder que le dimos/ embarcando todo nuestro dinero fuera de nuestras puertas”. Young lamenta la división de su país, y reclama por la búsqueda de un líder que “reunifique el rojo, blanco y azul”, que “camine cerca y que escuche”, y que bien podría ser una mujer o un negro, “después de todo” (Lookin for a Leader). La contradicción entre la intervención en una guerra prolongada y sangrienta y la incapacidad para atender desastres domésticos de miles ciudadanos como el de Nueva Orleáns, está en el centro de las canciones que habitan el disco del músico canadiense.
Un poco panfletario, un poco ingenuo, muy honesto, y con una potencia y vitalidad sonora impecable, Living with War es uno de esos discos imprescindibles para entender el espíritu de una época, de sus coyunturas y sus expresiones en el terreno de la música. Pero es también el testimonio de un roquero que no niega la cruz de su hippismo, coherente consigo mismo y comprometido desde la cuna hasta la tumba con un estilo y un sonido inconfundible, una virtud ciertamente extraña en tiempo de guerra…y de paz. Queda quizá la sensación de que el hippismo se ha convertido en parte del nuevo conservadurismo americano, o la impresión de que las invasiones a Irak y Afganistán han producido el ruido de fondo que fluye de una fractura profunda en algunas zonas de la sociedad norteamericana. Pero eso debería discutirse con la seriedad debida, escuchando Shock and Awe, Families, o Flags of Freedom, recordando los tiempos en que Crosby, Stills, Nash, & Young interpretaban Ohio, en un contexto ahora lejano, con otras voces, intereses y actores.
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