Estación de paso
La urna y la vida
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 25 de junio 2009.)
Me arriesgo a comentar en esta nota un tema que, sospecho, no es popular ni goza de demasiada estima entre los radioescuchas: el de las elecciones. La buena noticia es que la próxima semana terminarán por fin los procesos electorales y se sabrá cómo se resolverán los equilibrios políticos para los próximos tres años. Pero no voy a hablar aquí de los problemas de representación política, de la calidad de lo que hemos visto ni de especular en torno a los significados de las elecciones, de los electores y de los posibles elegidos. Me voy a concentrar en conversar con ustedes en torno a algunas cosas de lo que probablemente ocurrirá el día 5 de julio, entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde, es decir, lo que puede ocurrir en la jornada electoral, en la que casi un millón de ciudadanos en todo el país participarán como funcionarios de casilla o representantes de los partidos políticos en cada mesa electoral . Y para ello voy a apoyarme en lo que escribió hace casi medio siglo el célebre escritor Italo Calvino en La jornada de un escrutador (1963), un relato basado en las observaciones de un participante en el transcurso de unas elecciones locales en su país, Italia. Es un relato crudo que, en palabras del propio Calvino, le significó diez años de trabajo, muchas noches de insomnio, y varios meses de incapacidad para escribir otra cosa.
En ese libro, el personaje central (Amerigo Ormea) un militante comunista, participa como representante de partido en una mesa electoral en Turín. A partir de ahí, registra y reflexiona en torno al comportamiento de los funcionarios y de los ciudadanos que llegan a depositar su voto. Amerigo había aprendido que “los cambios en política se producen por caminos largos, y que no era cosa de esperárselos de un día para otro, por un giro de la fortuna”. Por otra parte, estaba seguro de que en política (como todo en la vida) cuentan solamente dos cosas: “no hacerse demasiadas ilusiones, y no dejar de creer que cualquier cosa que hagas puede servir”. Con estos principios sólidos, el personaje de Calvino participa en el día de la elección.
El relato registra la llegada de ciudadanos a la mesa de votación, describiendo una colección de personajes que encarnan el sentido de construcción y los absurdos cotidianos: el aburrimiento y el entusiasmo van de la mano al instalar la casilla electoral, las cajas, las sillas, la mesa. Desfilan a lo largo del día personajes que evocan reflexiones al narrador: el paralítico que llega a votar, el idiota, la enana, la monja, el hombre de los muñones, el cretino. La rutina soñolienta que impone la norma sólo se ve alterada por pequeñas discusiones entre los miembros de la mesa –los funcionarios electorales- en torno a sus interpretaciones de lo que es válido o no, de la corrección del voto, del comportamiento de los electores.
Sin moralina ni pretensiones intelectuales, Calvino logró hacer de un ritual generalmente aburrido y solemne, un relato estupendo en torno a la vida cívica y la vida a secas, que quizá sea pertinente para ver las elecciones mexicanas de otro modo. Ahora que el ruido de las campañas, los pleitos y el aburrimiento han hecho presencia arraigada en la democracia mexicana, tal vez habría que recordar que la política y las elecciones son también parte de la vida cotidiana de individuos y ciudadanos, en la que el sinsentido y las pasiones, la infelicidad natural y las pérdidas, la razón y las emociones, habitan el sencillo acto de ir (o no ir) a votar.
Wednesday, June 24, 2009
Friday, June 12, 2009
Voluntarismo anulacionista
El voluntarismo anulacionista
Adrián Acosta Silva
El desencanto democrático mexicano ha disipado rápidamente los optimismos y certezas que alimentaron de combustible el fuego de la transición política iniciado hace casi dos décadas, para ceder el paso rápidamente al pesimismo, el enfado y la molestia por el pobre desempeño de la política y la democracia que tenemos. Habrá que reconstruir con paciencia y precisión de relojero que sucedió en el camino, cómo en menos de una década las expectativas y los ánimos esperanzadores fueron demolidos por los hechos, o de cómo las percepciones y representaciones del cambio fueron cambiando el imaginario y las prácticas políticas del sistema, o de nuestra élites políticas e intelectuales, si es que ello ocurrió así. Mientras tanto, nuevas voces se han alzado recientemente para clamar al cielo abierto de los medios la propuesta por sustituir el voto útil o el voto a secas, por el voto nulo, como una forma de protesta contra el sistema de partidos.
El razonamiento de esta perspectiva es más o menos así: a) Los partidos no representan a nadie más que a sí mismos, alimentando el círculo vicioso de la partidocracia, por lo que existe un hartazgo de los ciudadanos que es preciso expresar de alguna forma; b) el abstencionismo no beneficia más que a los propios partidos, por lo que es necesaria una participación electoral activa de los ciudadanos rechazando por igual a todos los emblemas; c) sólo una acción políticamente fuerte, es decir un porcentaje alto de votos nulos, puede servir para que los partidos y el régimen político cambien; d) ello servirá para que surjan mejores políticos y representantes de la sociedad civil.
No comparto ni el diagnóstico ni la receta ni el pronóstico. Esta son mis razones y, si no les gustan - como diría Groucho, el sabio- …tengo otras.
1. El hartazgo ciudadano. No me parece un argumento sólido el invocar al hartazgo como la causa del movimiento anulacionista. Los activistas de este o cualquier movimiento, o partido político, suponen que sus diagnósticos son compartidos por otros ciudadanos, y esos es un tema frecuente de extravíos y alucinaciones del pasado y del presente. Sin negar que en algunas franjas de los ciudadanos exista el hartazgo –obvio en el caso de los impulsores del movimiento referido-, me parece que existen otras formas de percibir la vida política que no aparecen en el razonamiento. ¿Por qué se descuida sistemáticamente valorar el peso que tiene el escepticismo o la indiferencia de muchos ciudadanos frente a la política y los partidos? A esas franjas no les interesa participar en la política pero tampoco en organizar movimientos anulacionistas o abstencionistas de ninguna índole. Es la “mayoría silenciosa” de infieles, que compone zonas extensas de la ciudadanía, y que sistemáticamente elude cualquier forma de participación política, incluido por supuesto el voto mismo. En otras palabras, el hartazgo es sólo una manifestación parcial –y cuantitativamente imprecisa- del descontento ciudadano, e invocarlo como causa general del anulacionismo sólo significa alimentar el reducido activismo de una franja ambigua del electorado mexicano que se ha asumido como intérprete oficiosa de causas ambiguas.
2. La receta. Anular el voto expresa muchas cosas, no solamente el hartazgo. Pueden ser comportamientos lúdicos, berrinches de ocasión, malhumor, malestar, preocupación. No se puede saber con precisión los motivos de anular el voto y los votos nulos son tan viejos como la historia electoral mexicana. En las elecciones del 2006 (en el caso de las presidenciales), por ejemplo, alcanzaron cerca del 2.1% de la votación total, que significó en todo caso casi un millón de votos (contra 41 millones de votos válidos). El efecto sobre los partidos y el sistema político es, sin embargo, igualmente nulo. Se cuentan pero no afectan el resultado de la votación y menos aún el desempeño posterior de los partidos y de los políticos. Anular el voto en las actuales circunstancias puede ser interpretado de varios modos y humores, pero resultará imposible determinar el peso y orientación que tienen para el proceso electoral y para el sistema de partidos. Al anochecer del 5 de julio se podrá saber si el 2% se elevó de manera significativa o no, pero no se podrá saber qué motivó específicamente a los ciudadanos para nulificar su voto.
3. El pronóstico. El cálculo de que un porcentaje alto o significativo de votos nulos (lo que eso signifique) servirá para cambiar al sistema de partidos es una hipótesis heroica. A lo más, servirá como llamada de atención a un sistema de partidos que está diseñado –aquí, en Francia o en Italia- para que los partidos busquen votos y alcancen posiciones, y luego desempeñarse de acuerdos a sus propios intereses, ideologías y cálculos egoístas. De eso se trata la democracia, y el secreto es buscar un equilibrio de la representación plural de los intereses de la ciudadanía, bajo el supuesto de que ese equilibrio implicará restricciones a los comportamientos canallescos de los partidos. La anulación de votos no es útil ni para cambiar el sistema ni para expresar una forma organizada de descontento.
El malestar, sin embargo, existe. Como sugería el gran economista alemán Albert Hirschmann hace 40 años -en su clásico Salida, voz y lealtad- , al tratar de explicar por qué las instituciones y los sistemas fallan, el voto nulo puede ser leído como la expresión dentro de un sistema que lo permite, es una voz dentro del sistema, no una voz que lo disuelva, ni que implique una ruptura de las lealtades hacia normas, métodos o procedimientos. En este sentido, el anulacionismo es una voz legítima pero vieja, que muy probablemente tendrá los mismos viejos (d)efectos: reproducir el eco de ciudadanos inconformes, que se disipará en el ruido de fondo de la política de partidos.
Adrián Acosta Silva
El desencanto democrático mexicano ha disipado rápidamente los optimismos y certezas que alimentaron de combustible el fuego de la transición política iniciado hace casi dos décadas, para ceder el paso rápidamente al pesimismo, el enfado y la molestia por el pobre desempeño de la política y la democracia que tenemos. Habrá que reconstruir con paciencia y precisión de relojero que sucedió en el camino, cómo en menos de una década las expectativas y los ánimos esperanzadores fueron demolidos por los hechos, o de cómo las percepciones y representaciones del cambio fueron cambiando el imaginario y las prácticas políticas del sistema, o de nuestra élites políticas e intelectuales, si es que ello ocurrió así. Mientras tanto, nuevas voces se han alzado recientemente para clamar al cielo abierto de los medios la propuesta por sustituir el voto útil o el voto a secas, por el voto nulo, como una forma de protesta contra el sistema de partidos.
El razonamiento de esta perspectiva es más o menos así: a) Los partidos no representan a nadie más que a sí mismos, alimentando el círculo vicioso de la partidocracia, por lo que existe un hartazgo de los ciudadanos que es preciso expresar de alguna forma; b) el abstencionismo no beneficia más que a los propios partidos, por lo que es necesaria una participación electoral activa de los ciudadanos rechazando por igual a todos los emblemas; c) sólo una acción políticamente fuerte, es decir un porcentaje alto de votos nulos, puede servir para que los partidos y el régimen político cambien; d) ello servirá para que surjan mejores políticos y representantes de la sociedad civil.
No comparto ni el diagnóstico ni la receta ni el pronóstico. Esta son mis razones y, si no les gustan - como diría Groucho, el sabio- …tengo otras.
1. El hartazgo ciudadano. No me parece un argumento sólido el invocar al hartazgo como la causa del movimiento anulacionista. Los activistas de este o cualquier movimiento, o partido político, suponen que sus diagnósticos son compartidos por otros ciudadanos, y esos es un tema frecuente de extravíos y alucinaciones del pasado y del presente. Sin negar que en algunas franjas de los ciudadanos exista el hartazgo –obvio en el caso de los impulsores del movimiento referido-, me parece que existen otras formas de percibir la vida política que no aparecen en el razonamiento. ¿Por qué se descuida sistemáticamente valorar el peso que tiene el escepticismo o la indiferencia de muchos ciudadanos frente a la política y los partidos? A esas franjas no les interesa participar en la política pero tampoco en organizar movimientos anulacionistas o abstencionistas de ninguna índole. Es la “mayoría silenciosa” de infieles, que compone zonas extensas de la ciudadanía, y que sistemáticamente elude cualquier forma de participación política, incluido por supuesto el voto mismo. En otras palabras, el hartazgo es sólo una manifestación parcial –y cuantitativamente imprecisa- del descontento ciudadano, e invocarlo como causa general del anulacionismo sólo significa alimentar el reducido activismo de una franja ambigua del electorado mexicano que se ha asumido como intérprete oficiosa de causas ambiguas.
2. La receta. Anular el voto expresa muchas cosas, no solamente el hartazgo. Pueden ser comportamientos lúdicos, berrinches de ocasión, malhumor, malestar, preocupación. No se puede saber con precisión los motivos de anular el voto y los votos nulos son tan viejos como la historia electoral mexicana. En las elecciones del 2006 (en el caso de las presidenciales), por ejemplo, alcanzaron cerca del 2.1% de la votación total, que significó en todo caso casi un millón de votos (contra 41 millones de votos válidos). El efecto sobre los partidos y el sistema político es, sin embargo, igualmente nulo. Se cuentan pero no afectan el resultado de la votación y menos aún el desempeño posterior de los partidos y de los políticos. Anular el voto en las actuales circunstancias puede ser interpretado de varios modos y humores, pero resultará imposible determinar el peso y orientación que tienen para el proceso electoral y para el sistema de partidos. Al anochecer del 5 de julio se podrá saber si el 2% se elevó de manera significativa o no, pero no se podrá saber qué motivó específicamente a los ciudadanos para nulificar su voto.
3. El pronóstico. El cálculo de que un porcentaje alto o significativo de votos nulos (lo que eso signifique) servirá para cambiar al sistema de partidos es una hipótesis heroica. A lo más, servirá como llamada de atención a un sistema de partidos que está diseñado –aquí, en Francia o en Italia- para que los partidos busquen votos y alcancen posiciones, y luego desempeñarse de acuerdos a sus propios intereses, ideologías y cálculos egoístas. De eso se trata la democracia, y el secreto es buscar un equilibrio de la representación plural de los intereses de la ciudadanía, bajo el supuesto de que ese equilibrio implicará restricciones a los comportamientos canallescos de los partidos. La anulación de votos no es útil ni para cambiar el sistema ni para expresar una forma organizada de descontento.
El malestar, sin embargo, existe. Como sugería el gran economista alemán Albert Hirschmann hace 40 años -en su clásico Salida, voz y lealtad- , al tratar de explicar por qué las instituciones y los sistemas fallan, el voto nulo puede ser leído como la expresión dentro de un sistema que lo permite, es una voz dentro del sistema, no una voz que lo disuelva, ni que implique una ruptura de las lealtades hacia normas, métodos o procedimientos. En este sentido, el anulacionismo es una voz legítima pero vieja, que muy probablemente tendrá los mismos viejos (d)efectos: reproducir el eco de ciudadanos inconformes, que se disipará en el ruido de fondo de la política de partidos.
Wednesday, June 10, 2009
Cultura y política en tiempos electorales
Cultura y política en tiempos electorales
Adrián Acosta Silva
(Texto leído para el programa Señales de Humo, de Radio Universidad de Guadalajara.)
11 de Junio, 2009.
La relación entre cultura y política es una relación problemática, construida a partir de supuestos heroicos, creencias bienintencionadas y muchas monedas falsas, que habitan eso que suele denominarse como “cultura política”. Más aún: es una relación conflictiva y llena de agujeros teóricos y conceptuales, que luego llevan a (o explican las) confusiones prácticas y las ambigüedades retóricas. En el contexto de las campañas electorales que presenciamos, esa relación emerge con fuerza inusual, pues los partidos, sus candidatos, opinadores y periodistas, funcionarios electorales, activistas cívicos, colocan en el espacio público slogans, denuncias, spots, propuestas, berrinches, y variados arranques de sociología o politología instantánea.
Veamos, por ejemplo, los discursos e imágenes de ocasión de los candidatos. Lugares comunes y desmesuras se amontonan en las palabras que publicitan los aspirantes a recibir votos de los ciudadanos. “Trabajar y dejar trabajar”, “Experiencia con resultados”, “Creo en GDL”, “Acción responsable”, “Primero México” , “Así sí, gana la gente”, “Salvemos a México”….Hay desde luego el trabajo de mercadólogos de la política junto con las ocurrencias de los candidatos, pero en términos generales existe un empobrecimiento irrefrenable de la retórica y la imagen de la política, que coloca sus ofertas de temporada en el mismo nivel de la promoción de un detergente o de una marca de automóviles. Ese empobrecimiento tiene un par de supuestos implícitos: primero, que los ciudadanos no requieren de explicaciones ni fundamentaciones discursivas, sino de propuestas y de soluciones concretas; segundo, que la imagen de los candidatos, sus caras sonrientes y optimistas, coloridas, maquilladas, valen más que mil palabras. Es el viejo espectáculo de la política electoral, en el que, como decía Nietzsche hace más de 100 años “el protagonista sale del escenario y es sustituido por el actor”.
El efecto de todo ello es lo que otro clásico y célebre marxista, Groucho, describía como la imagen del político que carga un maletín de soluciones en busca de problemas. “La política” –decía con humor envenenado- “ es el arte de buscar problemas, encontrarlos en cualquier parte, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar el remedio equivocado”. Otros, más sofisticados, lo denominan como el efecto de adecuación del discurso electoral a la necesidad de promesas que desean escuchar los votantes potenciales. El resultado es un juego de espejos: el de un conjunto de políticos imaginarios que se dirigen a un conjunto de ciudadanos imaginados. El tiempo electoral ofrece postales oportunas que muestran cómo el malestar político de muchos ciudadanos coincide con el optimismo de los políticos. No hay remedio, es lo que hay.
Quizá lo que está en el fondo del asunto es que presenciamos el valor de uso de una moneda que circula libremente para explicar el fenómeno: no tenemos una democracia de calidad porque no contamos con una cultura política democrática. Es una moneda vieja, de uso frecuente para explicar los desencantos y frustraciones de la política y de la democracia. Luego entonces, debemos empezar por construir lo segundo (la cultura) para tener lo primero (instituciones y actores). Y aquí entramos a terreno minado. ¿Los valores, las prácticas y los hábitos democráticos preceden a las instituciones, las estructuras, o las reglas democráticas? ¿O es exactamente al revés: las instituciones primero, los comportamientos cívicos después? ¿Las dos cosas al mismo tiempo? La política comparada proporciona evidencia empírica de estas trayectorias, con resultados contrastantes. Pero lo que no ofrece es un manual de democracia para dummies, satisfactoria y eficaz, aunque consultores, funcionarios y políticos insistan en que eso es posible. En estas circunstancias, la alternativa es otro juego de espejos: sólo una sociedad de ciudadanos virtuosos y participativos es capaz de construir una política virtuosa. El reino político de los cielos construido por ángeles cívicos.
La cultura política de la transición y el cambio político mexicano se ha macerado al fuego lento del desencanto y los arrebatos partidofóbicos y partidofílicos que observamos desde hace tiempo. Es una cultura que esconde prácticas autoritarias, anarquistas, democráticas, corporativas, clientelares, parroquiales, de vasallaje, o de participación, de activismo bienintencionado, de activismo ingenuo o de acciones que tienen efectos imprecisos. No hay una cultura cívica sino varias, que coexisten entre el conflicto y el pragmatismo, el escepticismo y la indiferencia. Al mismo tiempo tenemos instituciones y reglas que hace no tanto tiempo eran impensables, y que implican un diseño institucional razonablemente adecuado para garantizar un sistema de partidos, la competencia electoral y la libertad de elección de los ciudadanos. Hoy que asistimos al ritual electoral, quizá podamos observar más arriba y más al fondo el tamaño de nuestros haberes y de nuestros déficits democráticos.
Adrián Acosta Silva
(Texto leído para el programa Señales de Humo, de Radio Universidad de Guadalajara.)
11 de Junio, 2009.
La relación entre cultura y política es una relación problemática, construida a partir de supuestos heroicos, creencias bienintencionadas y muchas monedas falsas, que habitan eso que suele denominarse como “cultura política”. Más aún: es una relación conflictiva y llena de agujeros teóricos y conceptuales, que luego llevan a (o explican las) confusiones prácticas y las ambigüedades retóricas. En el contexto de las campañas electorales que presenciamos, esa relación emerge con fuerza inusual, pues los partidos, sus candidatos, opinadores y periodistas, funcionarios electorales, activistas cívicos, colocan en el espacio público slogans, denuncias, spots, propuestas, berrinches, y variados arranques de sociología o politología instantánea.
Veamos, por ejemplo, los discursos e imágenes de ocasión de los candidatos. Lugares comunes y desmesuras se amontonan en las palabras que publicitan los aspirantes a recibir votos de los ciudadanos. “Trabajar y dejar trabajar”, “Experiencia con resultados”, “Creo en GDL”, “Acción responsable”, “Primero México” , “Así sí, gana la gente”, “Salvemos a México”….Hay desde luego el trabajo de mercadólogos de la política junto con las ocurrencias de los candidatos, pero en términos generales existe un empobrecimiento irrefrenable de la retórica y la imagen de la política, que coloca sus ofertas de temporada en el mismo nivel de la promoción de un detergente o de una marca de automóviles. Ese empobrecimiento tiene un par de supuestos implícitos: primero, que los ciudadanos no requieren de explicaciones ni fundamentaciones discursivas, sino de propuestas y de soluciones concretas; segundo, que la imagen de los candidatos, sus caras sonrientes y optimistas, coloridas, maquilladas, valen más que mil palabras. Es el viejo espectáculo de la política electoral, en el que, como decía Nietzsche hace más de 100 años “el protagonista sale del escenario y es sustituido por el actor”.
El efecto de todo ello es lo que otro clásico y célebre marxista, Groucho, describía como la imagen del político que carga un maletín de soluciones en busca de problemas. “La política” –decía con humor envenenado- “ es el arte de buscar problemas, encontrarlos en cualquier parte, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar el remedio equivocado”. Otros, más sofisticados, lo denominan como el efecto de adecuación del discurso electoral a la necesidad de promesas que desean escuchar los votantes potenciales. El resultado es un juego de espejos: el de un conjunto de políticos imaginarios que se dirigen a un conjunto de ciudadanos imaginados. El tiempo electoral ofrece postales oportunas que muestran cómo el malestar político de muchos ciudadanos coincide con el optimismo de los políticos. No hay remedio, es lo que hay.
Quizá lo que está en el fondo del asunto es que presenciamos el valor de uso de una moneda que circula libremente para explicar el fenómeno: no tenemos una democracia de calidad porque no contamos con una cultura política democrática. Es una moneda vieja, de uso frecuente para explicar los desencantos y frustraciones de la política y de la democracia. Luego entonces, debemos empezar por construir lo segundo (la cultura) para tener lo primero (instituciones y actores). Y aquí entramos a terreno minado. ¿Los valores, las prácticas y los hábitos democráticos preceden a las instituciones, las estructuras, o las reglas democráticas? ¿O es exactamente al revés: las instituciones primero, los comportamientos cívicos después? ¿Las dos cosas al mismo tiempo? La política comparada proporciona evidencia empírica de estas trayectorias, con resultados contrastantes. Pero lo que no ofrece es un manual de democracia para dummies, satisfactoria y eficaz, aunque consultores, funcionarios y políticos insistan en que eso es posible. En estas circunstancias, la alternativa es otro juego de espejos: sólo una sociedad de ciudadanos virtuosos y participativos es capaz de construir una política virtuosa. El reino político de los cielos construido por ángeles cívicos.
La cultura política de la transición y el cambio político mexicano se ha macerado al fuego lento del desencanto y los arrebatos partidofóbicos y partidofílicos que observamos desde hace tiempo. Es una cultura que esconde prácticas autoritarias, anarquistas, democráticas, corporativas, clientelares, parroquiales, de vasallaje, o de participación, de activismo bienintencionado, de activismo ingenuo o de acciones que tienen efectos imprecisos. No hay una cultura cívica sino varias, que coexisten entre el conflicto y el pragmatismo, el escepticismo y la indiferencia. Al mismo tiempo tenemos instituciones y reglas que hace no tanto tiempo eran impensables, y que implican un diseño institucional razonablemente adecuado para garantizar un sistema de partidos, la competencia electoral y la libertad de elección de los ciudadanos. Hoy que asistimos al ritual electoral, quizá podamos observar más arriba y más al fondo el tamaño de nuestros haberes y de nuestros déficits democráticos.
Tuesday, June 02, 2009
Por la libertad de Miguel Ángel Beltrán
A la opinión pública
Por la libertad de Miguel Ángel Beltrán Villegas
El pasado 22 de mayo, en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración de México, fue detenido, expulsado y entregado a la policía colombiana el profesor Miguel Angel Beltrán Villegas. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, Maestro en Ciencias Sociales por la Flacso-México, y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, el Dr. Beltrán estaba por finalizar una estancia posdoctoral de un año en la UNAM, invitado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de nuestra máxima casa de estudios. Sus trabajos de investigación sobre la violencia política en Colombia, sus estudios sobre la historia de la izquierda latinoamericana, y sus preocupaciones sobre el creciente clima de intolerancia política en su país, le habían conducido a constituirse como una voz serena pero firme, crítica e informada sobre los excesos del autoritarismo del oficialismo político colombiano, pero también sobre las deformaciones y desviaciones de grupos como el de las FARC. Sus trabajos publicados en diversas revistas y libros documentan sus ideas y convicciones, así como su trabajo como profesor en varias universidades colombianas.
La detención y ahora el encarcelamiento del Dr. Beltrán, acusado por el propio Presidente Álvaro Uribe como uno de los “máximos dirigentes de las FARC en el exterior”, revelan una injusticia y una ilegalidad descomunales, propia de las mentalidades autoritarias, en este caso de derecha. Acusado por el Estado colombiano de ser “narco-terrorista”, el ciudadano Beltrán se enfrenta a acusaciones que no han sido probadas y las enfrenta, además, en un virtual estado de indefensión física y jurídica. La preocupante pasividad del gobierno mexicano frente a los hechos, nos revela una complicidad indignante más que una cooperación fundada en acuerdos internacionales, y confirma la pérdida del vigor diplomático y político que caracterizó a la política exterior mexicana durante un largo tiempo.
Los que suscribimos este documento, conocedores de la trayectoria académica, profesional y personal del Dr. Beltrán, hacemos un llamado a las instancias internacionales y nacionales para defender la integridad física y jurídica del acusado, y exigimos al gobierno colombiano otorgar su libertad inmediata para enfrentar en condiciones dignas las acusaciones de que ha sido objeto. El ataque a las acciones ilegales de grupos y organizaciones, no puede ser respondido con la acción ilegal del Estado colombiano frente a ningún ciudadano, y menos aún con aquellos que han ejercido con responsabilidad, rigor y convicción el libre pensamiento y la crítica a las injusticias e incapacidades políticas del gobierno colombiano. El tamaño de las acusaciones que enfrenta el Dr. Beltrán Villegas, y el oscuro procedimiento empleado para su detención y procesamiento judicial, nos llevan a pensar que estamos frente a un atropello injustificable de los derechos de un ciudadano colombiano de pensamiento libre, un profesor universitario comprometido con el desarrollo intelectual y académico universitario, y un amigo y colega que no ha hecho más que ejercer el derecho al libre pensamiento y expresión de las ideas, uno de los valores sustantivos de las democracias contemporáneas.
Adrián Acosta Silva (U. de G, México), Armando Alcántara Santuario (UNAM, México), Julián Bertranou (Escuela de Política y Gobierno, U. San Martín, Argentina), Antonio Camou (U.N. de La Plata, Argentina), Hugo Casanova Cardiel (UNAM), Martha Vicente Castro (Investigadora de la ACS, Calandria, Lima), María Cruz Mora Arjona (México), Ragueb Chain Revueltas (UV, México), Mario César Constantino Toto (UV, México), Rafael Cordera Campos (UNAM), Osmar Gonsales (Universidad Nacional de San Marcos, Lima), Jorge Hernández L (U. del Valle, Cali, Colombia), Eduardo Ibarra Colado (UAM-C, México), Alicia Lissidini (U. N. de San Martin, Arg.), Sara Makowski (UAM-X, México), Alma Maldonado-Maldonado (U. de Arizona), Norma Alejandra Maluf (Flacso-Ecuador), Dinorah Miller Flores (UAM-A, México), Mario F. Navarro (U. de Córdoba, Argentina), Imanol Ordorika (UNAM, México), Héctor Padilla Delgado (UACJ, México), Lorenia Parada A. (UNAM, México), Ricardo Pérez-Luco (U. de La Frontera, Chile) Marcela Ríos (PNUD-Chile), Fredy Rivera (Flacso-Ecuador), Manuel Rivera (U. de San Carlos, Guatemala) Roberto Rodríguez Gómez (UNAM, México), Laura Salazar (Universidad Mayor de San Andrés,Bolivia), Adolfo Sánchez Rebolledo (México), Martín Tanaka (IEP-Perú), Aníbal Viguera (U.N La Plata, Argentina), Guillermo Villaseñor García (UAM, México), Marissa Von Bülow (U. de Brasilia, Brasil), ,
Por la libertad de Miguel Ángel Beltrán Villegas
El pasado 22 de mayo, en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración de México, fue detenido, expulsado y entregado a la policía colombiana el profesor Miguel Angel Beltrán Villegas. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, Maestro en Ciencias Sociales por la Flacso-México, y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, el Dr. Beltrán estaba por finalizar una estancia posdoctoral de un año en la UNAM, invitado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de nuestra máxima casa de estudios. Sus trabajos de investigación sobre la violencia política en Colombia, sus estudios sobre la historia de la izquierda latinoamericana, y sus preocupaciones sobre el creciente clima de intolerancia política en su país, le habían conducido a constituirse como una voz serena pero firme, crítica e informada sobre los excesos del autoritarismo del oficialismo político colombiano, pero también sobre las deformaciones y desviaciones de grupos como el de las FARC. Sus trabajos publicados en diversas revistas y libros documentan sus ideas y convicciones, así como su trabajo como profesor en varias universidades colombianas.
La detención y ahora el encarcelamiento del Dr. Beltrán, acusado por el propio Presidente Álvaro Uribe como uno de los “máximos dirigentes de las FARC en el exterior”, revelan una injusticia y una ilegalidad descomunales, propia de las mentalidades autoritarias, en este caso de derecha. Acusado por el Estado colombiano de ser “narco-terrorista”, el ciudadano Beltrán se enfrenta a acusaciones que no han sido probadas y las enfrenta, además, en un virtual estado de indefensión física y jurídica. La preocupante pasividad del gobierno mexicano frente a los hechos, nos revela una complicidad indignante más que una cooperación fundada en acuerdos internacionales, y confirma la pérdida del vigor diplomático y político que caracterizó a la política exterior mexicana durante un largo tiempo.
Los que suscribimos este documento, conocedores de la trayectoria académica, profesional y personal del Dr. Beltrán, hacemos un llamado a las instancias internacionales y nacionales para defender la integridad física y jurídica del acusado, y exigimos al gobierno colombiano otorgar su libertad inmediata para enfrentar en condiciones dignas las acusaciones de que ha sido objeto. El ataque a las acciones ilegales de grupos y organizaciones, no puede ser respondido con la acción ilegal del Estado colombiano frente a ningún ciudadano, y menos aún con aquellos que han ejercido con responsabilidad, rigor y convicción el libre pensamiento y la crítica a las injusticias e incapacidades políticas del gobierno colombiano. El tamaño de las acusaciones que enfrenta el Dr. Beltrán Villegas, y el oscuro procedimiento empleado para su detención y procesamiento judicial, nos llevan a pensar que estamos frente a un atropello injustificable de los derechos de un ciudadano colombiano de pensamiento libre, un profesor universitario comprometido con el desarrollo intelectual y académico universitario, y un amigo y colega que no ha hecho más que ejercer el derecho al libre pensamiento y expresión de las ideas, uno de los valores sustantivos de las democracias contemporáneas.
Adrián Acosta Silva (U. de G, México), Armando Alcántara Santuario (UNAM, México), Julián Bertranou (Escuela de Política y Gobierno, U. San Martín, Argentina), Antonio Camou (U.N. de La Plata, Argentina), Hugo Casanova Cardiel (UNAM), Martha Vicente Castro (Investigadora de la ACS, Calandria, Lima), María Cruz Mora Arjona (México), Ragueb Chain Revueltas (UV, México), Mario César Constantino Toto (UV, México), Rafael Cordera Campos (UNAM), Osmar Gonsales (Universidad Nacional de San Marcos, Lima), Jorge Hernández L (U. del Valle, Cali, Colombia), Eduardo Ibarra Colado (UAM-C, México), Alicia Lissidini (U. N. de San Martin, Arg.), Sara Makowski (UAM-X, México), Alma Maldonado-Maldonado (U. de Arizona), Norma Alejandra Maluf (Flacso-Ecuador), Dinorah Miller Flores (UAM-A, México), Mario F. Navarro (U. de Córdoba, Argentina), Imanol Ordorika (UNAM, México), Héctor Padilla Delgado (UACJ, México), Lorenia Parada A. (UNAM, México), Ricardo Pérez-Luco (U. de La Frontera, Chile) Marcela Ríos (PNUD-Chile), Fredy Rivera (Flacso-Ecuador), Manuel Rivera (U. de San Carlos, Guatemala) Roberto Rodríguez Gómez (UNAM, México), Laura Salazar (Universidad Mayor de San Andrés,Bolivia), Adolfo Sánchez Rebolledo (México), Martín Tanaka (IEP-Perú), Aníbal Viguera (U.N La Plata, Argentina), Guillermo Villaseñor García (UAM, México), Marissa Von Bülow (U. de Brasilia, Brasil), ,
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