Estación de paso
Murciélagos en el crepúsculo
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 29 de octubre de 2009.
Afirma el gran escritor brasileño Rubem Fonseca en uno de los capítulos de su novela La Biblia de Maguncia, que las sospechas son como murciélagos volando en el crepúsculo, las cuales, aconseja, “deben ser reprimidas o por lo menos vigiladas; llevan a los reyes a la tiranía, a los maridos a los celos y a los hombres sabios a la indecisión y a la melancolía…” . El párrafo parece adaptarse bien al espíritu de nuestra época, tan lleno de sospechas y balbuceos sobre tantas cosas, y tan escaso de certezas y saberes sobre casi todo. Uno de esos ámbitos de ignorancias que están poblados de sospechas mal disimuladas, es el referido al mundillo de las ideas y representaciones sobre el presente y el futuro de nuestra vida en común.
Me parece que desde hace tiempo se han instalado firmemente entre nosotros los murciélagos de la sospecha. Si se observa con algún detenimiento el tono dominante de nuestra vida pública, ese sin duda es el tono del pesimismo y de la desconfianza, que son, como se sabe, emociones emparentadas con las sospechas. Uno puede leer a los columnistas-estrella de los periódicos, o escuchar las voces y mirar los rostros de los “líderes de opinión” de medios electrónicos, y se encontrará sin muchos problemas con la sensación de que los demonios de la incertidumbre sobre el presente mexicano dominan el clima de los tiempos. Además, si uno es un cliente habitual del correo electrónico, del facebook, o recibe los blogs de medio mundo, encontrará un mar embravecido de información y especulaciones sobre los más diversos acontecimientos, personajes o temas, marcados con el tono de denuncia y de desconfianza que recorre desde hace tiempo el espacio público y los espacios privados. Como diría el rockero brasileño Lenine con fondo de guitarra y violines, el presente es una casa a oscuras, sin gracia, habitada por el miedo.
Ese es quizá el gran mal de la época, por lo menos para el caso mexicano y las vidas locales que lo habitan. Y sospecho que ese malestar con el presente le debe mucho a dos sombras mayores: la sombra del pasado y la sombra del futuro. De un lado, porque desde hace tiempo estamos enfrascados en un debate sobre el “nuevo pasado mexicano” (como le denomina el historiador Enrique Florescano), que nos ha llevado a cuestionar la mitología, los métodos de enseñanza y transmisión de la historia, los contenidos mismos de la nuestro pasado, el perfil de los grandes mitos fundacionales y los símbolos y héroes nacionales. Por otro lado, estamos también azorados frente a una sensación de presente interminable, que opaca o cancela expectativas y optimismos razonables sobre el futuro del país. La celebración del centenario y del bicentenario nos encuentra aturdidos entre un presente incómodo y en muchos sentidos indeseable para muchos, un pasado problemático y un futuro que se antoja imposible.
Esta discusión, sin embargo, es una discusión, una confusión y un debate entre elites intelectuales, de poder, o dirigentes, y siempre ha sido así. Uno podría pensar que el contexto intelectual que dio vigor a lo que se ha dado en llamar la transición mexicana, se agotó rápidamente en medio de múltiples expresiones de desilusión y desencanto de las propias élites respecto de los cambios experimentados desde hace varios años. El presente mexicano es el gran muro de las lamentaciones intelectuales, el tiempo y el lugar en el cual la decepción y la ansiedad han dado paso al escepticismo y la desconfianza abierta o soterrada. Desvanecidos desde hace tiempo los viejos mapas de izquierda y derecha, los horizontes intelectuales desde los cuales podrían ser comprendidos y eventualmente resueltos los grandes problemas nacionales, la alternativa que emerge entre las ruinas del presente es la del balbuceo, la confusión y el desamparo.
Esa es por supuesto una alternativa incómoda, es parte del estado natural de las cosas que nos han traído los polvos de viejos lodos. Frente a ellos, la prudencia quizá esa sea la gran clave para descifrar estos tiempos difíciles. Tal vez sea necesario seguir el vuelo de los murciélagos en el crepúsculo para aguardar tiempos mejores, aunque ello signifique para muchos el riesgo de la indecisión y la melancolía, como sugiere Fonseca.
Friday, October 23, 2009
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