Thursday, April 26, 2012

Un mundo plano



Estación de paso
Un mundo plano
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 26 de abril de 2012.

Como nos lo recuerdan glamorosa o tristemente el tiempo, la publicidad o los rituales de ocasión, este año se conmemoran en distintos tonos y con diferentes propósitos un número importante de celebraciones oficiales, públicas, privadas con pretensiones públicas, efemérides trágicas, festejos librescos. En el calendario de abril, por ejemplo, se incluyeron los 55 años del fallecimiento de Pedro Infante, los 100 años del hundimiento del Titanic, los 20 años de las explosiones de Guadalajara, el día mundial del libro. Se trata de rituales gobernados por diferentes intencionalidades, que adquieren distintos significados, y que tienen también diversos actores, representaciones y espectadores, según sea el contexto y las circunstancias. Por supuesto, aquellos acontecimientos no tienen mucho o nada que ver entre sí. Pero se acumulan en el conjunto de memoriales que pueden ser interpretados de manera muy heterogénea, y que revelan, cada uno a su modo, el confuso espíritu de los tiempos.
Las celebraciones forman parte de las costumbres y prácticas a las que todos nos habituamos. Hay efemérides cívicas de rigor (independencia, revolución, día de la bandera, aniversarios de la constitución), otras tienen que ver más con festividades religiosas, algunas más con homenajes a personajes que representan, o representaron, valores, actitudes y comportamientos que forman parte de esa siempre vaga noción de la “identidad nacional”. Hay otros que, bajo el manto oscuro de la tragedia, adquieren un significado político o social de reclamo y de denuncia por lo ocurrido en el pasado reciente o remoto (que van del 2 de octubre del 68 hasta los damnificados por el terremoto del 85, o las explosiones del sector Reforma en Guadalajara en 1992). Algunos más son actos de fe institucional para promover prácticas culturales. Estas celebraciones tienden a expresarse en cultos de adoración, anécdotas insulsas, o actos de denuncia de sectores específicos, y en el cual se involucran fans, activistas o políticos por muy diversas causas.
Celebrar hoy 55 años de la muerte de Infante, por ejemplo, suena cada vez más a un ritual marginal, insulso e incomprensible para las nuevas generaciones (los, digamos, nacidos de 1990 para acá). Es un ritual kitsch en el cual las películas y discos del ídolo de Guamúchil se vuelven a lanzar en tiendas y en la programación televisiva, con el propósito de rendir homenaje a un personaje que corresponde a otra época y a otro contexto. Con los merecimientos debidos, el actor de Pepe el Toro, los Tres Huastecos, o el mujeriego, borracho y jugador que Infante interpretó en casi todas sus películas, es el símbolo lejano de una época irrepetible, que tiende a atesorarse en la nostalgia y la melancolía de un pasado mítico.
Junto a ello, se celebra en todos los medios y más allá de las fronteras nacionales el siglo del hundimiento del Titanic, para demostrar quién sabe qué cosa. La parafernalia del barco, los objetos rescatados, las declaraciones de los sobrevivientes, las interminables indagaciones de historiadores, sirven para alimentar cierto morbo por la tragedia, para confirmar la precariedad de las creaciones humanas y los monstruos de la razón, tal vez hasta para extraer lecciones morales sobre la desmesura de la especie.
Un acontecimiento local –las explosiones del 22 de abril en Guadalajara- forma parte de la colección de celebraciones que se han instalado en la mesa pública. Hay aquí también algo de imposturas mediáticas, oportunismo comercial, y preocupaciones sociales, éticas y políticas genuinas. Las televisoras comerciales lanzan nuevamente las imágenes de la época con interpretaciones cursis y superficiales del acontecimiento. Hay también los testimonios de víctimas, fotografías inéditas del momento trágico, nuevos testimonios de sobrevivientes, lamentaciones de agrupaciones civiles. Hay, por supuesto, libros y análisis periodísticos y académicos sobre la tragedia, que elaboran cronologías, visiones antropológicas, sociológicas y políticas sobre el asunto.
Los rituales y ceremonias son importantes porque suelen enfatizar una jerarquía a los acontecimientos, un sentido de importancia que los distinga y reconozca públicamente. Sin embargo, desde hace años casi cualquier cosa es objeto de celebraciones, que coloca en el mismo nivel los quién sabe cuántos años de Chespirito que los 100 del hundimiento de un barco, los 55 de la muerte de Pedro Infante, los 20 de las explosiones en la capital de Jalisco, la fiesta mundial del libro. Demasiadas celebraciones, demasiados actores, demasiadas llamadas de atención: el triunfo de la banalización, los rituales como celebración perpetua, el nuevo mundo plano de la cultura del espectáculo.