Thursday, June 06, 2013

Verano sin nubes




Estación de paso
Aquel verano sin nubes, ese orgiástico futuro
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 6 de junio, 2013.

Uno de los rasgos característicos de los tiempos que corren es la expansión de la “imaginación nostálgica”, esa forma de idealización del pasado como un gigantesco jardín devastado por la acción de la economía, la política o la decadencia moral del presente. Como lo escribió en algún momento George Steiner (En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, Gedisa, Barcelona,2001) esa peculiar manera de la imaginación es distinta de la imaginación utópica, básicamente normativa, que coloca el acento no en otro tiempo sino en otro lugar, un lugar mejor, esperanzador, deseado por todos, o casi todos. Hay también las utopías negras, pero de esas se puede hablar aparte. Lo que importa destacar aquí es el hecho de que el imperio de la imaginación nostálgica es un producto típicamente occidental, alimentado por la creencia de que las cosas de antes fueron mejores, de que es necesario volver al pasado, reconstruir lo perdido, rehacer lo que hemos destruido por acción, por mala fe o por omisión.
El pensamiento conservador se nutre obsesivamente de esta sed de lo perdido. En su vertiente religiosa o moralista, este tipo de pensamiento “sabe” que existió una época de valores aceptados, universales, coherentes. Por ello se lamenta continuamente de la sensación de pérdida que significa el presente, y el temor o el miedo franco hacia el futuro, que se presenta como una amenaza permanente, ligada con la destrucción, la barbarie, la muerte. Este peculiar tipo de la imaginación nostálgica está presente bajo distintas formas en el cine, en la literatura, en la televisión, en las redes sociales. Historias de muertos vivientes, tramas bélicas que terminan con el fin del mundo, amenazas extraterrestres, sodomas y gomorras urbanas o rurales, drogas, violencia, caos. Una colección variada de estampas que remiten a la noción de que el futuro está hecho indefectiblemente de pérdidas, de incertidumbres, de trampas y encrucijadas.
Pero el pensamiento progresista también suele mirar hacia atrás para trazar las rutas del futuro. La historia de la idea del progreso, o la “historia del tiempo futuro”, como le denomina Steiner, es el fruto mayor de este ejercicio, alimentado abundantemente por la certeza de que el futuro es un lugar por construir, no para esperar. El río de fondo de este optimismo futurológico tiene que ver con el enciclopedismo y el racionalismo del siglo XIX, donde la fe científica sustituyó a la fe religiosa entre muchas elites intelectuales. La idea de que la sociedad armónica, igualitaria y democrática era posible, nutrió vigorosamente la certeza de que era la acción política sobre el presente la que, aprendiendo de las lecciones del pasado, podría construir el camino hacia la sociedad buena. Como escribió Steiner: “El eterno ´mañana´ de las visiones políticas utópicas se convirtió, por así decirlo, en la mañana del lunes próximo”(p.30). El Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, fue quizá el fruto mayor de esa potente visión optimista, utópica, que entusiasmó tanto a tanta gente durante tanto tiempo.
Las ideas del pasado como un verano sin nubes, y del futuro como el lugar de la tierra prometida (ese “orgiástico futuro que cada año se nos aleja más”, según escribió Fitzgerald), forman parte de la era de los extremos del imaginario político que caracteriza el clima intelectual de la época. Pero luego de la caída del muro de Berlín en 1989, ese imaginario habita de manera particularmente visible entre las mentalidades de ciertos círculos políticos, religiosos o empresariales. En contraste, en muchas zonas de la vida social parece dominar una suerte de era del vacío, gobernada por la indiferencia, la desesperanza o el hastío. Es una zona grisácea y en ocasiones francamente oscura, donde sociedades secretas, prácticas místicas, charlatanerías de ocasión y teorías conspiracionistas de todo tipo encuentran un cómodo espacio de reproducción y afianzamiento en no pocos sectores de la imaginación popular, clasemediera y elitista.
En cualquier caso, la imaginación nostálgica y la imaginación utópica son dos creaturas intelectuales que florecen en los tiempos donde el tedio domina el ánimo público. Ese tedio, “fruto de la lúgubre apatía” del que hablaba con vehemencia Baudelaire en Las flores del mal, y que suele poblar los sentimientos de frustración que desde hace tiempo alimentan las nubes del presente. Con ese escenario y telón de fondo, no es de extrañar que surjan por aquí y por allá voces que llaman a la “revolución desde abajo”, cruzadas de purificación moral, reclamos desesperados para “ciudadanizar la política”, encendidos discursos sobre las culpas y las responsabilidades de todos por el estado de las cosas. Son expresiones del ánimo nervioso que habita la imaginación del presente, y que revelan, una vez más, que ni el pasado ni el futuro son ya como solían ser.


No comments: