Estación de paso
El cortoplacismo y las universidades
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 06/10/2016)
A la memoria de Luis González de Alba,
referente moral e intelectual de una generación
“Un fantasma recorre nuestra época: el fantasma del corto plazo”. Así comienza el libro Manifiesto por la historia de Jo Guldi y David Armitage, publicado originalmente en inglés en 2014 y traducido recientemente al español (Alianza Editorial, Madrid, 2016). Por supuesto, en la frase resuenan los ecos dramáticos y clásicos del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, pero se trata de un alegato actual, pertinente y provocador respecto de lo que los autores denominan como la “enfermedad del cortoplacismo”. Para decirlo en breve, esa enfermedad es producto de una crisis prolongada que recorre el pensamiento de la política y la economía, dominado ferozmente por calendarios y relojes centrados obsesivamente en la búsqueda de resultados e impactos de corto plazo más que en la reflexión sobre las consecuencias profundas a largo plazo de las acciones humanas.
Bajo este argumento general, los autores (historiadores universitarios) elaboran un reclamo iluminador a favor del largo plazo como una perspectiva que permita repensar las trayectorias y los efectos de los fenómenos sociales en distintos campos de la acción humana. Como lo han hecho recientemente en la economía autores como Thomas Piketty (“El capital en el siglo 21”), o hace algunos años en la sociología histórica Michael Mann (“Las fuentes del poder social”), en la ciencia política con Adam Pzeworski (“Democracy and Development”), o, de manera clásica, de los trabajos del propio Fernand Braudel en el campo de la historia (“La Historia y las ciencias sociales”), Guldi y Armitage ofrecen un deslumbrante recorrido general por la historia intelectual del tiempo en las ciencias sociales, desarrollando una discusión sobre la tensión constante que recorre los círculos académicos entre la imposición del corto plazo en el análisis social que predomina en el pensamiento occidental, y la necesidad del largo plazo que requiere una reflexión mayor y más profunda de lo que ocurre en el mundo. Temas como el cambio climático, la desigualdad social, las crisis de las democracias representativas, los ciclos de estancamiento económico con inequidad y polarización, la gobernanza y los cambiantes roles del papel del Estado en la vida social, forman parte de los temas que una agenda de largo plazo mantiene abiertos y pendientes de desarrollar.
Las implicaciones del cortoplacismo se hacen sentir con especial fuerza en el seno de las universidades. Resulta paradójico que una de las instituciones más antiguas de la humanidad se encuentre atrapada por la jaula de hierro del corto plazo, como una derivación de las restricciones presupuestales públicas y de las crecientes exigencias gubernamentales de producción de “indicadores de impacto” sobre sus resultados académicos. La propia naturaleza y organización de las universidades sólo se pueden entender en el largo plazo, una historia que recorre ya más de nueve siglos, si contamos su aparición desde la invención de la Universidad de Bolonia en 1088, o más si se contabilizan las primeras escuelas de nivel superior como la Universidad de Nalanda, en la India (con más de mil quinientos años de antigüedad). Esa paradoja entre una institución de largo plazo que se encuentra atrapada por la lógica del corto plazo, es quizá la que mejor representa los perfiles del debate actual sobre el tema del tiempo en las ciencias sociales.
La discusión mantiene su carácter abierto y polémico. Para los autores, las universidades son los únicos espacios institucionales donde el reconocimiento del largo plazo puede ser desarrollado como un ejercicio intelectual y académico que articule una visión general sobre el pasado y el futuro de las sociedades contemporáneas. La existencia de nuevas herramientas de información digitalizadas y, cada vez más, de acceso abierto (los “big data”) permiten desarrollar un trabajo interdisciplinario entre sociólogos, historiadores, economistas y politólogos para construir análisis e interpretaciones sobre los procesos de larga duración de los fenómenos sociales. Para Guldi y Armitage, las universidades públicas son uno de los pocos espacios institucionales potencialmente capaces de albergar procesos de investigación académica y de discusión pública sobre el futuro de largo plazo de las sociedades.
Tal vez habría que agregar al inventario de las enfermedades del cortoplacismo que se enumeran en el “Manifiesto por la historia”, el “presentismo”, esa extraña obsesión intelectual por explicar lo que ocurre en el presente, el aquí y ahora de la vida social. Sus manifestaciones ocurren todos los días en la vida universitaria: la evaluación de la productividad de los académicos, el declive de las tesis universitarias como ejercicios de formación y disciplina académica entre los estudiantes de pregrado y posgrado, la reducción curricular del papel de la historia y de las humanidades en los programas de estudio, el imperio de la razón utilitarista, forman parte de las causas que acaso explican que los fantasmas del corto plazo y del “presentismo” dominen la atmósfera académica de los campus universitarios en todo el mundo. En esas circunstancias, “el futuro público del pasado” (como le denominan Guldi y Armitage), es un reclamo intelectual que aboga por el re-descubrimiento del horizonte del largo plazo en las ciencias sociales. Es explorar el papel de la historia como ejercicio intelectual en la comprensión de las relaciones entre el pasado, el presente y los futuros posibles, deseables o indeseables. Es devolver la legitimidad perdida al largo plazo en el que todos estaremos muertos (Keynes dixit), pero sin el cual carecemos de brújulas y mapas de orientación en la búsqueda de algún sentido de futuro social.
Thursday, October 06, 2016
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