Thursday, March 03, 2022
Putin: la formación de un autócrata
Estación de paso
Putin: la formación de un autócrata
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 03/03/2022)
Ahora que el Presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin decidió soltar los perros de la guerra en Ucrania y caen bombas sobre Kiev, el mundo mira con asombro el inicio de un conflicto que ya se sabe como inicia pero no como terminará. El costo humano, económico y político de la guerra será alto, y los monstruos de la razón serán otra vez la fuente de las más sombrías de nuestras pesadillas. Luego de la pandemia y la crisis económica, el escenario de guerra era lo único que faltaba para hacer de estos años un tiempo gobernado por fuerzas destructivas que anticipan futuros negros.
Los señores de la guerra son los personajes centrales del nuevo drama que sacude a Europa oriental, pero cuyos riesgos y efectos serán otra vez globales. Y de entre las elites militares y políticas involucradas destaca sin duda la figura de Vladimir Putin. Su formación como funcionario, como político y como agente policiaco se explica no sólo por sus virtudes y capacidades individuales, sino también por el contexto en el cual desarrolló sus creencias, astucia e inteligencia política. Ese mismo contexto explica la transformación de un burócrata eficiente y un espía obsesivo en un político calculador, sin escrúpulos para combinar nacionalismo, popularidad y represión en dosis adecuadas para incrementar su poder en una sociedad ilusionada por las promesas de prosperidad y grandeza que el partido político de Putin (“Rusia Unida”) ha garantizado a los ciudadanos de la ex Unión Soviética.
Con 69 años de edad, la trayectoria de Putin es parte de la historia contemporánea de Rusia. Se formó como abogado en la Universidad Estatal de Leningrado entre 1970 y 1975, años en que ser litigante significaba ejercer como un burocráta más del Estado. Para mejorar su posibilidades de ascenso en los puestos estatales, ingresó a la Academia de Espionaje de la KGB, donde estudió entre 1975-1985, obteniendo el grado de “Mayor de Justicia”. Durante ese período trabajó como agente del estado investigando, persiguiendo y encarcelando enemigos del régimen. Eran los años sombríos del “miedo al Estado”, como los denominó el escritor Martin Amis en su libro Koba, el temible, un espléndido retrato del estalinismo y el postestalinismo en la URSS.
Luego de la caída del muro de Berlín, trabajó brevemente (1990) como ayudante del rector de su Universidad (Leningrado), y comenzó una veloz carrera política a la sombra de Boris Yeltsin, el primer presidente de Rusia luego de la disolución de la URSS. Cultivando alianzas y y relaciones con diversos grupos, Putin fue nombrado como presidente interino en 1998, y un año después electo como presidente de la Federación Rusa, cargo que ejerció entre 1999 y 2008. Luego de ejercer como primer ministro entre 2009 y 2011, en 2012 vuelve a ser nombrado presidente, cargo en que se mantiene hasta ahora, gracias a una reforma constitucional impulsada vigorosamente en 2010 por él mismo y su partido, que amplió el período de gobierno de 4 a 6 años. Esa reforma permite la reelección indefinida en el cargo.
La popularidad de Putin dentro y fuera de Rusia se refuerza con una retórica nacionalista, el impulso a la formación de una oligarquía de nuevos ricos rusos, y el control político sobre sus opositores. Es un modelo de liderazgo político que hipnotiza a empresarios y políticos, como lo vimos en el caso de Donald Trump. El político nacido en 1952 en el seno de una familia humilde en San Petesburgo, explota la nostalgia y las esperanzas de millones de ciudadanos, a los que vende una imagen de fuerza, determinación y orgullo nacionalista. En ese sentido, el abogado y el burócrata, el profesional del espionaje y el político astuto, la disciplina militar y el poder de las armas, forman parte de la formación de las convicciones, las creencias y los cálculos de un personaje central en el drama de la guerra que se desarrolla hoy en Kiev, Odessa, Chernobyl y las costas del Mar Negro.
Putin como individuo es un personaje siniestro y fascinante como protagonista central del drama ruso/ucraniano. Pero es también importante por lo que representa: el ejercicio despótico de un poder sin contrapesos que es capaz de llevar al mundo a una guerra de dimensiones incalculables. Encarna la legitimación de una forma de empleo del poder cuyos límites son la ambición política y las aguas heladas del cálculo egoísta, actuando en nombre de una nación y de un pueblo, en este caso el eslavo. Es una imagen y una retórica que hemos visto demasiadas veces a lo largo de la historia.
La figura de jefe supremo de las fuerzas armadas rusas asemeja el perfil de otros líderes crecidos en la lógica autocrática del poder. Concentrar decisiones, subordinar bajo su control a fuerzas políticas y militares, utilizando un lenguaje impositivo y monofónico. Es la acción de un liderazgo ejecutivo que domina las palabras, los hechos y la música de la guerra. Coresponde a la descripción que el escritor Philip Roth hizo de las creencias política y morales de un presidente ficticio, confesadas ante un tribunal imaginario: “Estoy convencido de que es esencial que el Demonio no sólo marque el compás, sino también que dirija el baile. El Demonio ha de estar a la altura de sus palabras” (Nuestra pandilla, 2008). La diferencia con la novela de Roth sobre Richard Nixon es que Putin no es la encarnación del diablo o la maldad humana, sino la personificación de una época gobernada por la confusión, el pragmatismo y el relativismo político.
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