Thursday, April 13, 2023
RPL: el fin de una época
Diario de incertidumbres
Raúl Padilla: el final de una época
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 13/04/2023)
La noticia del suicidio de Raúl Padilla López (1954-2023) se expandió como incendio entre sus amigos, conocidos y medios de Guadalajara. Fue inesperada, sorpresiva, impactante. Representa el triste y dramático fin de una época universitaria y jalisciense. Como exlider estudiantil, exfuncionario y exrector universitario, como promotor de diversos proyectos de expansión y diversificación de la influencia intelectual, política y cultural de la U de G, Raúl jugó un papel destacado y, en más de un sentido, irremplazable.
Más allá de las razones y circunstancias que le llevaron a tomar su mortal decisión áquel domingo 2 de abril a muy temprana hora en su casa del centro de Guadalajara, la larga trayectoria de RPL ilumina las zonas oscuras, grises y brillantes no sólo de una institución universitaria, sino también del contexto social y político jalisciense de la época que le tocó vivir. La capacidad de identificar e impulsar ambiciosos proyectos académicos y culturales, como la reforma que dió origen a la red universitaria de la U de G, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, o la construcción del Centro Cultural Universitario, significaron la conjunción de ideas y poder, de política y gestión, la combinación de imaginación, voluntad e interés. Esos conjuntos de polinomios intelectuales y políticos ayudan a explicar la enorme influencia de RPL en la U de G y en la vida política estatal y, de alguna manera, en la atmósfera intelectual y política nacional.
Entre 1989 y 2023 Raúl construyó pacientemente una densa e intrincada red de alianzas con personalidades y grupos internos y externos a la universidad. Aunque luego de ser rector universitario logró alcanzar una diputación local en el congreso de Jalisco por el PRD (1998-2001), sus pasiones y aspiraciones políticas, personales e institucionales se concentraron en el impulso o consolidación de los grandes proyectos culturales que apoyó antes, durante y después de su paso por la rectoría uiversitaria. Esto le permitió colocarse como el centro simbólico y fáctico de equilibrios entre grupos de poder, personalidades y facciones pertenecientes a muy distintos campos de la acción institucional y política de Guadalajara y de Jalisco.
Las tensiones, pleitos y conflictos que se acumularon, se disiparon o se recrudecieron a lo largo de su trayectoria son legendarios. El rompimiento con el grupo liderado por Álvaro Ramírez Ladewig en 1990 a raíz de sus decisiones como rector de la U de G, sus enfrentamientos y tensiones con los tres gobernadores del largo ciclo del panismo en Jalisco (1994-2013), las relaciones de cooperación que estableció con el gobernador Aristóteles Sandoval, del PRI, durante el ciclo 2013-2018, y la conflictividad latente con el actual gobernador Enrique Alfaro Ramírez desde 2021, marcaron las huellas de la política y el conflicto de la influencia de RPL en Jalisco.
Muchas voces universitarias apoyaron con entusiasmo o con reservas la gestión y el papel de Raúl en la vida política institucional. Para alguien que tenía la claridad política de que los grandes proyectos son inviables sin poder, puras ilusiones sin posibilidades de realización práctica, la acumulación y legitimación de los códigos del poder político institucional se convirtió en la moneda estratégica para persuadir, argumentar y convencer a muchos de apoyar causas y proyectos diversos. Su capacidad de trabajo bordeaba siempre con la obsesión, que partía de una ética laboral que combinaba el cálculo y el riesgo, la virtud y la fortuna, la incertidumbre y la convicción. Por supuesto, también tuvo, tiene y tendrá a sus detractores y críticos, que en tono de denuncia lo identificaron como la causa y origen de todos los males y padecimientos de la vida académica universitaria y la vida política de Jalisco. El suicidio de otro exrector en 2009 (Carlos Briseño), luego de un ácido conflicto institucional universitario durante el gobierno del panista Emilio González Márquez, significó un duro golpe moral y político a RPL. Ese episodio forma parte de los claroscuros de su imagen, prácticas e influencia real o ficticia sobre las decisiones universitarias, que acompañaron durante casi cuatro décadas su trayectoria personal, política y cultural.
La muerte de Padilla López cierra un largo ciclo de la vida contemporánea universitaria y de Jalisco. El balance de sus herencias e influencia ha comenzado. Habrá que esperar más información sobre las circunstancias y razones de la decisión suicida. Sin embargo, más allá de eso, la figura de RPL es y será el registro de los contrastes inevitables de un personaje y una institución, de las maneras, modos y tiempos en que se combinan las biografías individuales, institucionales y políticas, la áspera articulación entre las razones, pasiones e intereses que habitan esas redes organizadas de poder que configuran las sociedades modernas. Es parte de una historia vital, una historia política y una historia social, que ayuda a comprender las complicadas y extrañas relaciones que se construyen en una época y un contexto determinado, encarnadas en la experiencia, las prácticas, los pleitos y las fiestas que personificó un tapatío distinguido, polémico, pero reconocido y respetado.
Ya habrá tiempo y condiciones para el memorial que se merece Raúl. Del balance personal, intelectual y político de su papel como actor político y cultural en la U de G, en Jalisco y a nivel nacional e internacional. Pero se trata de una pérdida significativa entre quienes le conocimos y tratamos en distintos momentos y circunstancias, algunas buenas, otras no tanto. Una ausencia súbita que se traduce inevitablemente en duelo, melancolía y tristeza, que evoca una frase de Sergio Pitol escrita en El mago de Viena, que codifica con exactitud los reclamos contra la muerte: “La muerte es siempre un desastre”. Es el momento preciso del “hachazo invisible y homicida”, del que habló con pesadumbre y dolor el poeta Miguel Hernández en Elegía.
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