Thursday, January 23, 2025
La música del campus
Diario de incertidumbres
La música del campus
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 23/01/2025)
https://suplementocampus.com/la-musica-del-campus/
Las trayectorias vitales de cientos o miles de individuos que coexisten en los territorios de la educación superior siempre van acompañadas por ciertas tonalidades y sonidos. El silencio del campus es engañoso. Ruidos, murmullos y música habitan esos espacios coloreando la vida de los individuos, marcando sus experiencias con sonidos que suelen cambiar o alternarse a lo largo y ancho de sus vidas. La imagen plomiza de la política o la vida escolar universitaria, los ácidos de la incertidumbre sobre el futuro, los rituales de solemnidad que acompañan las grandes ocasiones, la reflexividad de los procesos de aprendizaje, o los momentos de soledad y las prácticas de convivencia, tienen como música de fondo tonalidades diversas, que hoy se transmiten usualmente por airpods conectados a teléfonos inteligentes. La imagen de miles de muchachas y muchachos con audífonos, caminando solitarios por los jardines y pasillos universitarios, escuchando quién sabe qué cosa, forman parte de la música del campus.
Ese hecho esconde un significado más profundo, pero poco explorado: el papel de la música en los procesos formativos universitarios. Aunque los dispositivos han cambiado, la musicalidad permanece. De los discos de vinilo de 33 o 45 RPM a los radios portátiles, los 8th-tracks o los cassetes, la aparición de dispositivos móviles como ipods, las memorias USB, las computadoras portátiles, o los teléfonos inteligentes que ya forman parte de la vida cotidiana de estudiantes y profesores, constituyen las herramientas que hacen posible escuchar en cualquier momento los sonidos de la época. Los conciertos en los campus universitarios, los cantos, las guitarras o armónicas que ejecutan algunos estudiantes en algún momento del día, añaden la improvisación lúdica como un componente cotidiano de la vida universitaria.
La polifonía es el sello de la musicalidad universitaria contemporánea. Los estilos, modas, grupos y cantantes que habitan los espacios sonoros del campus forman el soundtrack de cada generación, y algunos de ellos son transgeneracionales. Desde la segunda guerra mundial fue posible advertir que el consumo cultural de los jóvenes universitarios se diversificaba de manera irreversible, desde la generación de los baby-boomers a la generación Z. La transición de las universidades de élite a las universidades de masas significó la irrupción de un nuevo perfil de estudiantes pertenecientes a las clases medias y populares, los cuales se formaron no en los cánones de la “alta cultura” musical de las élites (la música clásica de sinfonías y valses), sino en los códigos de la música popular. En el transcurso de un par de generaciones, el rock, el blues, el jazz, las tradiciones vernáculas y folclóricas de las sociedades locales de las universidades públicas, se mezclaron de manera caótica en la vida universitaria. Los tiempos habían cambiado.
Los millones de jóvenes universitarios que hoy pueblan los espacios presenciales y virtuales de las universidades públicas y privadas en todo el mundo configuran una población heterogénea y crecientemente diversificada, cuya educación sentimental pasa por sus formas de consumo cultural. Si las figuras y fantasmas de los Beatles, Jimi Hendrix, Cat Stevens, Janis Joplin, Bob Dylan o The Doors dominaron los sonidos sesenteros y setenteros, ellos coexistieron en el caso de las universidades mexicanas con las voces y sonidos del Tri, el Príncipe de la Canción, Los Ángeles Negros, Jaime López, el Piporro, la Sonora Santanera o Lucha Villa. Hoy, el rock se ha vuelto una corriente exótica y marginal, y nuevos sonidos del pop nacional o internacional resuenan en los audífonos de los universitarios. La música urbana, el rap, el hip hop, el, el trap, los corridos tumbados, o el regetón, forman parte de las sonoridades del siglo XXI.
La influencia de la música en la configuración de los imaginarios universitarios es un tema por explorar. No es claro el peso específico de los sonidos del campus en las decisiones y las expectativas que toman los jóvenes universitarios, ni la relación que tienen los diversos tipos de preferencias musicales en el consumo de bienes simbólicos con las disciplinas y campos de formación científica o cultural. Es conocido el hecho de que no pocos historiadores, escritores y poetas suelen ser asiduos seguidores de bandas de punk o heavy metal, mientras que algunos médicos o abogados cultivan con esmero el gusto por la música clásica. Hay estudiantes de física o matemáticas que son seducidos por la música balcánica, y en las carreras de contaduría, administración o ingeniería existen quienes escuchan con frecuencia a Taylor Swift, The Weekend, a Peso Pluma o al grupo Frontera.
El mapa de las sonoridades del campus es múltiple y cambiante. La aparición de plataformas que distribuyen millones de canciones de todos los géneros han facilitado el acceso al consumo masivo de la música, y el eclecticismo se ha convertido en un hábito más de los jóvenes universitarios. Los algoritmos se han adueñado de la industria musical, y las empresas se disputan ferozmente a sus consumidores jóvenes y maduros, universitarios y no universitarios. La música del campus es hoy un estruendo silencioso, un oximorón que acompaña todos los días en todas partes las rutinas de las comunidades universitarias.
Los espíritus racionales y los espíritus animales del campus bailan al ritmo de las músicas de la temporada. Suelen ser invocados en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia para suavizar las tensiones o para inspirar la creatividad y la reflexión. Es conocido que el escritor Carlos Fuentes solía escuchar a Los Beatles cuando escribía sus novelas, o que Gabriel García Márquez ponía discos de cumbia cuando escribió Cien años de soledad. Václav Havel, el escritor y poeta checoslovaco que luego fue presidente de su país en la era postcomunista, fue un adorador confeso de la música de Frank Zappa, así como Jorge Luis Borges lo era de algunos tangos arrabaleros de Buenos Aires. Son ejemplos que muestran que, después de todo, la música no es un distractor, sino un intensificador de la vida universitaria.
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