Thursday, April 24, 2025

Un siglo de la U de G (4)

Diario de incertidumbres Un siglo de la U de G (4): refundación, violencia y política Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 24/04/2025) https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-iv-refundacion-violencia-y-politica/ A comienzos de la tercera década del siglo pasado, la Real Universidad de Guadalajara era sólo el recuerdo de lo que había sido en el turbulento siglo XIX. Luego del período del interregno (el período de la “sociedad sin universidad”, 1860-1924), las escuelas libres, el Liceo de Varones y el Instituto de Ciencias se constituyeron en los espacios educativos del bachillerato y los estudios superiores que se ofrecían en Guadalajara. Los vientos liberales habían clausurado definitivamente a la antigua universidad, pero sus comunidades estudiantiles y docentes permanecían dispersas en diversas sedes institucionales de la localidad. Luego de la dictadura porfirista y con el triunfo del movimiento revolucionario, el contexto jalisciense de la educación superior había cambiado de manera drástica. A comienzos de los años veinte, un pequeño grupo de intelectuales, académicos y políticos jaliscienses vinculados a un espacio artístico y cultural denominado “Centro Bohemio” de Guadalajara, comenzaron a impulsar la idea de la reapertura de la universidad como espacio de formación técnica y popular vinculada con las necesidades de la sociedad jalisciense. Apoyados por el entonces gobernador de la entidad, José Guadalupe Zuno (1923-1926), vinculado a la facción obregonista de la revolución, intelectuales como Aurelio Aceves, Severo Díaz Galindo, Adrián Puga Gómez, Irene Robledo García, Catalina Vizcaíno Reyes, o Enrique Díaz de León, impulsaron la idea de la reapertura de la universidad. Zuno decretó la refundación de la universidad el 24 de septiembre de 1925, y tres semanas después, el 12 de octubre, se realizó la inauguración solemne de la nueva Universidad de Guadalajara, con Enrique Díaz de León como su primer rector. Con un total de 2 764 alumnos (68% hombres y 32% mujeres), la nueva institución reagruparía a las escuelas libres, a la escuela preparatoria de Jalisco, la escuela normal, la biblioteca pública del estado, el observatorio de Astronomía y Meteorología, y al Instituto de Ciencias bajo una nueva estructura universitaria, organizada en escuelas, facultades, bibliotecas e institutos de investigación. El rector gestionó la reapertura universitaria entre conflictos políticos y restricciones presupuestales. En 1933, en el marco del “Primer Congreso de Universitarios”, Díaz de León pronunció el discurso inaugural a favor de la idea de una educación socialista, bajo la influencia del materialismo histórico, opuesta a los argumentos del idealismo liberal. Ello llevó a una fractura en la U de G en 1934, cuando un grupo de estudiantes y profesores abandonaron la universidad para formar una institución privada, la Universidad Autónoma de Occidente, que luego (1935) se convertiría en la actual Universidad Autónoma de Guadalajara. Como secuela de esa fractura, la U de G fue cerrada durante 3 años (1934-1937), al término de los cuales fue reabierta bajo el rectorado de Constancio Hernández Alvirde (1937-1940). Este conflicto marcará una profunda línea ideológica y política en la educación superior en Jalisco que se alargaría por las siguientes seis décadas. Durante ese lapso, la U de G experimentaría un crecimiento modesto de su matrícula, que alcanzaría la cifra de 4,200 estudiantes en 1940. Al mismo tiempo, bajo la influencia de la organización corporativa impulsada por los gobiernos posrevolucionarios, se forma la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO, 1934-1948) que luego, en 1948, sería reemplazada por la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), una organización que se convertiría en el espacio más importante de formación política e ideológica de los liderazgos estudiantiles desde 1950 hasta 1994. La historia de la FEG es accidentada y, durante ciertos lapsos, conflictiva y violenta. El más célebre (y oscuro) de esos episodios ocurrió a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando surge una organización rival (la Federación de Estudiantes Revolucionarios, FER), que intenta disputarle la representación estudiantil en la U de G en el contexto de los efectos que el movimiento estudiantil de 1968 tuvo en Guadalajara, donde la FEG respaldó las acciones del gobierno del presidente Díaz Ordaz. El resultado fue un conflicto armado entre los liderazgos de ambas organizaciones, que llevó a asesinatos y balaceras algunos de sus líderes, que se resolvió con el triunfo de la FEG y la desaparición de la FER hacia 1973-1974. Como derivación de esa derrota política, y con la incorporación de una pandilla denominada “Los Vikingos” del barrio de San Andrés (al oriente de Guadalajara), miembros de la organización participaron en la creación de dos organizaciones guerrilleras: la “Liga Comunista 23 de septiembre”, y el “Frente Revolucionario Armado del Pueblo” (FRAP), a mediados de los años setenta. Este período cierra con el asesinato de Carlos Ramírez Ladewig en 1975, uno de los fundadores de la FEG, y el líder universitario más importante de esos años en Guadalajara. Esta historia de violencia y política universitaria se tradujo en importantes apoyos de los gobiernos priistas a la FEG y a la expansión de la U de G. Los liderazgos universitarios establecieron alianzas con el PRI para que muchos de ellos obtuvieran puestos de representación política en el gobierno estatal, los gobiernos municipales, o en el congreso local y federal, pero también se incorporaron como funcionarios universitarios durante el período de la masificación de la universidad (1970-1990). Así, para finales de los años ochenta, la U de G era una institución de más de 215 mil estudiantes y 9,600 profesores, distribuidos en un total de 81 unidades académicas y administrativas (escuelas, facultades, prepas, centros e institutos de investigación, estructuras de administración central). Pero la “década perdida” de los años ochenta traería vientos de reforma política e institucional en la universidad. Por un lado, una crisis de financiamiento público que se encararía con nuevas reglas y políticas federales (las políticas de evaluación y modernización). Por otro, un lento proceso de liberalización y democratización política que llevaría a la alternancia política del poder en el gobierno de Jalisco, y que se expresaría en la derrota electoral del PRI en la gubernatura estatal en 1995, y la llegada el poder del PAN ese mismo año. Los tiempos estaban cambiando.

Saturday, April 12, 2025

Rectorías

Tierras raras Rectorías Adrián Acosta Silva La figura de rector (“el que dirige”, “el que ordena”) ha sido una pieza central del poder y la organización de las universidades desde su origen como instituciones eclesiásticas en Bolonia en el año 1088. Aunque la nomenclatura se deriva del papel disciplinario del orden y la autoridad en las catedrales medievales europeas, las rectorías también jugaron un papel estratégico en los seminarios-escuela, colegios y primeras universidades e institutos de formación del funcionariado religioso, docente y civil desde el siglo XII al XVIII. Con la formación de las modernas universidades de investigación y docencia a partir del siglo XIX, la figura del rector como máximo representante de la universidad no desapareció, sino que se consolidó como pieza simbólica y práctica del poder institucional universitario. La colonización española trajo a tierras caribeñas, meso y sudamericanas a las universidades reales y pontificias y, con ellas, a los rectores, una figura masculina consistente con el orden de género que caracteriza las estructuras tradicionales de gobierno de la iglesia católica. Durante la construcción de las repúblicas independientes latinoamericanas en el turbulento siglo XIX, los gobiernos liberales clausuraron estas instituciones por considerarlas “perniciosas”, “inútiles” e “irreformables” pero, tiempo después, a comienzos del siglo XX, fueron reinventadas o refundadas como universidades públicas, laicas y autónomas. A pesar de esos cambios contextuales en la orientación, organización y significados institucionales, la figura medieval del rector se conservó como un espacio de representación política de las comunidades universitarias, y sus acciones, o inacciones, tienen una enorme visibilidad pública. Ello explica que los informes anuales de los rectores hayan pasado de ser un ritual dirigido exclusivamente a los miembros de los consejos universitarios, a un espectáculo dirigido también a las comunidades políticas, sociales y empresariales de sus respectivos entornos locales. Ya no se trata solamente de dar a conocer aburridas estadísticas o emocionantes proyectos institucionales. Se trata de organizar una fiesta, de enviar un mensaje político de cohesión de la comunidad universitaria en torno a sus formas colegiadas de gobierno mostrando la legitimidad de su máximo representante institucional. En las tierras raras de la política universitaria, el lenguaje del poder incluye épicas, gestos y representaciones institucionales, y sus actores protagónicos interpretan los papeles adecuados en los escenarios correctos. En el juego de máscaras y disfraces de ocasión, las rectorías marcan el ritmo del baile, los énfasis a destacar, los mensajes que dirigir. La novedad más importante de lo que ocurre en estas tierras es la irrupción de las mujeres en el más alto puesto directivo universitario, como ocurrió recientemente en la Universidad de Guadalajara. Que una rectora ocupe ahora el centro del escenario puede marcar un cambio importante en las tonalidades discursivas, estilos de liderazgo y coordinación de las redes de poder que coexisten en la institución. En la toma de posesión de la rectora Karla Planter el pasado 1 de abril se pudieron vislumbrar señales de cambio y continuidad en la política universitaria y en la gestión de sus tensiones coyunturales y permanentes. Pueden ser tiempos interesantes.

Thursday, April 03, 2025

Un siglo de la U de G (3): la disputa republicana

Diario de incertidumbres Un siglo de la U de G (3): la disputa republicana Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 03/04/2025) https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-iii-la-disputa-republicana/ Cuando estalló la guerra de independencia en 1810, la Real Universidad de Guadalajara era una institución en proceso de consolidación de su legitimidad intelectual, política y social en la capital del todavía reino de la Nueva Galicia. Sólo habían pasado menos dos décadas desde su fundación en 1792. La población de la capital había experimentado un crecimiento poblacional significativo a lo largo del siglo XVIII. Según datos disponibles, la ciudad que en 1713 tenía sólo 7 mil habitantes había alcanzado la cifra de 35 mil en el año de 1800, aunque solo unas decenas de esa población estudiaban el bachillerato o algún tipo de estudios superiores. Pero este incremento demográfico había ocurrido también en un contexto sociopolítico habitado por nuevos actores que demandaban cambios profundos en la Nueva Galicia y la Nueva España. La idea fundacional de la universidad, consistente en la creación de una institución legítimamente constituida para la formación religiosa y civil de la población tapatía, se había agotado a comienzos del siglo XIX. Las élites criollas y mestizas alimentaban un creciente descontento contra el centralismo español y novohispano. La rebeldía contra el requisito de linaje o pureza de sangre como requisito de acceso a la universidad había marcado una distancia política, de clase y étnica a los pobladores de la Nueva Galicia para ingresar a la Real Universidad de Guadalajara. Ese descontento abrevó en la simpatía de muchos pobladores con la idea de la independencia de España y la construcción de una república federalista y democrática, que incluía la necesidad de una educación reformada como la principal base moral, técnica y científica del nuevo orden institucional. Paradójicamente, algunos de los casi mil egresados de la Real U de G entre 1792 y 1821 (880 bachilleres y 119 licenciados y doctores) eran parte de las nuevas élites políticas novogalaicas rebeldes a la dominación española y al centralismo novohispano. Pedro Moreno (militar insurgente), Valentín Gómez Farías (médico, pensador liberal y presidente de México en cinco ocasiones), Anastasio Bustamante (también médico, pensador conservador y presidente y dictador de las causas realistas), el matemático José María Mancilla, los primeros gobernantes del naciente estado de Jalisco (Juan Nepomuceno Cumplido, Pedro Támez), o Francisco Severo Maldonado (filósofo y sacerdote católico, fundador del primer periódico independentista latinoamericano: El despertador americano), fueron algunos de los personajes que hicieron posible la transición de la Nueva Galicia al “estado libre y soberano de Jalisco” en junio de 1823. Jalisco fue la primera entidad en autodenominarse de ese modo, y pionero en el diseño de un futuro liberal y federalista para México. El largo siglo XIX sería el escenario de las luchas entre liberales y conservadores por la conducción del rumbo del nuevo país, y las universidades serían parte de los espacios en disputa, sujetas a los cambios en el poder entre las fuerzas liberales y las conservadoras. Entre 1821 y 1825, la Real U de G mantenía su funcionamiento según ordenanzas reales españolas, conservando las tradiciones escolásticas del modelo de la Universidad de Salamanca. Pero es en el año de 1825 cuando ocurre su primera interrupción de actividades al ser clausurada por el gobernador Prisciliano Sánchez, y sustituida por un modelo de enseñanza liberal, con la creación del Instituto de Ciencias (I de C) entre 1827 y 1834, que incluía la formación universitaria y normalista. No obstante, con el regreso de los conservadores al poder político regional y nacional, en 1834 el Instituto es clausurado y la Real U de G es reabierta por un período breve (1834-1839) para, posteriormente (entre 1853 y 1860), funcionar como “Universidad Nacional de Guadalajara”, fusionada con el I de C. Fue el único y último momento en que la Universidad existió bajo esa denominación, pues en 1860 ocurre la clausura definitiva de la institución en el contexto de una nueva constitución federal (la de 1857) que confirmaba el triunfo de la razón liberal en el ámbito educativo, que incluía a la enseñanza universitaria. Ese período sin universidad en Jalisco (el interregno), se alargó durante más de seis décadas (1861-1924), en el transcurso de las cuales la reapertura del I de C y el surgimiento de las “Escuelas Libres” fueron los espacios formadores de varias generaciones de médicos, ingenieros, abogados, farmacéuticos, dentistas, y una “Escuela Comercial para Señoritas”. Esta accidentada historia universitaria no era más que el reflejo de los que ocurría en una sociedad que no acababa de consolidar sus arreglos políticos y sociales. Con el inicio del porfiriato, nuevas ideas y corrientes alimentarían la necesidad de repensar la posibilidad de la creación de una nueva universidad para un país en construcción. El pasado clerical y conservador de las instituciones universitarias había sido sellado con la separación entre el Estado y la Iglesia contenido en la constitución del 57, y ello abría la posibilidad de vislumbrar un nuevo tipo de instituciones públicas formadoras de bachilleres, profesionales y científicos para impulsar el desarrollo social, económico, político y cultural del país. Así, mientras en el año de 1910, en el ocaso de su dictadura, el propio presidente Díaz inauguraba la Universidad Nacional de México, en Jalisco, al triunfo de la revolución mexicana, en 1925 y, en el marco de la nueva constitución de 1917, el gobernador José Guadalupe Zuno decretaba la creación (refundación) de la Universidad de Guadalajara, nombrando su primer rector al bachiller, abogado y pensador liberal Enrique Díaz de León. Una nueva idea de universidad abrazaba los proyectos institucionales: la idea de la universidad pública. Era una idea en ciernes, no exenta de polémicas apasionadas e intereses encontrados, alimentada por las tensiones entre el pensamiento liberal y el pensamiento revolucionario. Una era la expresión de las ideas liberales de cátedra y de investigación. La otra, la del compromiso de la universidad con las reformas revolucionarias. En el caso de la U de G, la apuesta era de sumarse a las causas populares y revolucionarias, adhiriéndose a un perfil predominantemente heterónomo y no autónomo de la universidad. El lema “Piensa y Trabaja”, propuesto por el rector Díaz de León, y apoyado por el consejo universitario en su primera sesión solemne, simbolizarla la búsqueda de una identidad institucional durante la turbulenta primera década de existencia (1925-1935) de la moderna U de G.