Thursday, August 28, 2025
Autonomia y gobierno universitario
Diario de incertidumbres
Autonomía y gobierno universitario, hoy
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 28/08/2025)
https://suplementocampus.com/autonomia-y-gobierno-universitario-hoy/
Texto pronunciado en la “Cátedra Dr. Julián Gascón Mercado”, en la celebración de los 50 años de la autonomía de la Universidad Autónoma de Nayarit. Tepic, Nay., 22 de agosto, 2025.
La celebración de los cincuenta años de promulgación de la autonomía de la Universidad Autónoma de Nayarit es una fiesta que hay que celebrar por muchas y muy merecidas razones. Pero también es una valiosa oportunidad para repensar el significado histórico y los alcances de la autonomía universitaria en el México de hoy. Como otras universidades públicas autónomas estatales del país, la UAN atraviesa por un período de adaptación a cambios nacionales e internacionales que afectan de muchas formas el presente y los posibles escenarios futuros de la educación superior.
La autonomía universitaria es una categoría instalada en el corazón institucional de las universidades públicas contemporáneas. No obstante, su significado ha cambiado de manera sigilosa en las últimas décadas. Conflictos internos y presiones externas forman parte de la complejidad que implica la gestión autonómica de la universidad, lo que articula las acciones de gobierno, gobernabilidad y gobernanza de los campus universitarios. Gestionar la autonomía significa la búsqueda permanente de equilibrios surgidos de las tensiones que ocurren en distintas escalas y niveles de la universidad, y se constituye como un proceso que involucra la intervención de rectorías, directivos y órganos colegiados, comunidades académicas, organizaciones estudiantiles y sindicales.
Cambios contextuales de distinto calibre y profundidad han impactado en la manera en que se gestiona, define y practica la autonomía. Desde la fundación de la primera universidad autónoma del país (la Universidad Michoacana, en 1917) hasta la más reciente (el reconocimiento de autonomía a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en 2006), diversas causas han modificado los alcances del diseño y las prácticas autonómicas universitarias. La violación a la autonomía derivada del movimiento estudiantil de 1968 en la UNAM, múltiples episodios de enfrentamientos entre universidades locales con gobiernos estatales, conflictos presupuestales, restricciones impuestas por políticas públicas, disputas por la elección de autoridades, o escándalos de corrupción realizados por algunos directivos de las universidades, son acontecimientos que explican que la autonomía haya dejado de ser lo que solía ser en 1917 (la U. Michoacana), en 1929 (la primera autonomía de la UNAM), o en 1980 (la inclusión de la fracción séptima en el tercero constitucional).
Estos cambios se explican por la relación que existe entre la idea de la universidad y la autonomía universitaria, es decir, entre la representación del tipo de universidad que se desarrolla en destinos períodos y el tipo de autonomía que se construye alrededor de esa idea. Y podemos identificar varias ideas sobre la universidad: la universidad popular, la universidad profesional, la universidad de investigación, la universidad de clase mundial, la universidad emprendedora, la universidad inteligente, la universidad transformadora, la universidad sostenible. Alrededor de esas representaciones se han construido los diversos tipos de autonomía de las universidades públicas a lo largo de sus historias socio institucionales.
Luego de los distintos regímenes de políticas públicas estructurados en el último medio siglo, la autonomía experimentó una metamorfosis silenciosa. Del régimen de patrocinio benigno y negligente ocurrido entre los años cuarenta y ochenta de siglo pasado, pasamos a un régimen de evaluación de la calidad y financiamiento público diferencial, condicionado y competitivo basado en incentivos a las universidades públicas desde finales del siglo pasado hasta la segunda década del presente, para llegar al régimen de austeridad y gratuidad que se implementa desde la promulgación de la Ley General de Educación Superior en 2021. El saldo más relevante de estas relaciones entre regímenes de políticas y autonomía universitaria es la modificación de los grados de autonomía de las universidades públicas estatales.
No obstante, hay cambios en los entornos políticos de las políticas que también constituyen factores causales de los ajustes en las autonomías universitarias. Las alternancias en el poder en las escalas federal y estatales, han significado la llegada de nuevas elites políticas que suelen desconfiar de la autonomía, y han impulsado, o contemplando, con mayor o menor éxito, cambios en las leyes orgánicas de las universidades estatales y federales.
Hoy, la gestión de la autonomía enfrenta cambios de mayor profundidad, complejidad y naturaleza. El desafío de la innovación, las ilusiones, promesas y oportunidades de la inteligencia artificial, el desarrollo de nuevas formas de aprendizajes y docencia, la ciencia abierta, las exigencias de mayores estrategias de vinculación con los entornos sociales, culturales y económicos, y las tradicionales tensiones políticas relacionadas con las restricciones presupuestales o con la elección de autoridades y las prácticas del gobierno colegiado, constituyen algunos de los campos de la acción institucional que involucran el fortalecimiento de las capacidades de gobierno, gobernabilidad y gobernanza de las universidades públicas estatales.
Pero quizá el desafío mayor de la gestión de la autonomía es preservar la autonomía intelectual de las comunidades universitarias en sus distintos niveles, áreas y disciplinas del conocimiento científico y humanístico. Ese tipo de autonomía es la que radica en la capacidad de pensar, de reflexionar, de nuestras comunidades, una capacidad que sólo puede habitar en entornos donde las libertades de aprendizaje y de investigación son defendidas y estimuladas. Frente a las realidades e ilusiones de los nuevos fetichismos tecnológicos y digitales, cuyos alcances y efectos aún no advertimos con claridad, el pensamiento crítico es el mejor recurso para identificar los mitos, oportunidades y riesgos de las nuevas narrativas de la innovación, la dictadura de las métricas de evaluación de la calidad, o el alineamiento mecánico a prioridades dictadas por sectores externos a la universidad.
Gestionar la autonomía es el desafío sustantivo de los gobiernos institucionales. En medio de presiones presupuestales y políticas, de tensiones cotidianas que surgen entre las prácticas y los dilemas éticos que ocurren en los diversos espacios del campus universitario, y con horizontes de futuros marcados por incertidumbres, amenazas y oportunidades, las universidades públicas configuran reservorios de talento que alimentan las esperanzas de mejores futuros para la sociedad mexicana en sus distintos territorios y poblaciones. Ese reconocimiento y esa responsabilidad es la mejor forma de celebrar hoy la autonomía universitaria.
Thursday, August 14, 2025
¿Universidad es destino?
Diario de incertidumbres
¿Universidad es destino?
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 14/08/2025)
https://suplementocampus.com/universidad-es-destino/
Varios estudios recientes sobre las relaciones entre la expansión de la educación superior y la desigualdad social en México han mostrado los mitos, las dudas y las verdades de las ventajas de contar con títulos universitarios entre las poblaciones jóvenes y adultas en el siglo XXI. La persistencia de la masificación de las demandas de acceso a las aulas de las universidades públicas federales y estatales durante cada ciclo escolar, se enfrenta al hecho duro de las altas tasas de rechazo (o de “no aceptación”, para decirlo de forma más suave) de miles de jóvenes que aspiran a cursar una carrera universitaria para mejorar sus presentes y futuros individuales.
Los filtros sociales e institucionales que determinan en gran medida las posibilidades de acceso, permanencia, egreso e inserción laboral de los jóvenes, tienen que ver con el origen social, los contextos familiares, los territorios de pertenencia, y el tipo de carrera e institución a la que aspiran los estudiantes y sus familias. Estas características constituyen las “marcas de clase” de los estudiantes universitarios. Durante décadas se mantuvo firme la idea de que la universidad incrementa las posibilidades de movilidad social ascendente (intergeneracional e interclasista) de las poblaciones jóvenes, y múltiples evidencias empíricas reforzaron esa idea. No obstante, desde los inicios del siglo XXI se registran fenómenos que matizan la idea de la educación superior como ascensor social.
Datos y estudios muestran la aparición de nuevas formas de estratificación social entre los egresados universitarios, que se combinan con el endurecimiento de viejas desigualdades en los procesos de incorporación de los jóvenes a los campus universitarios. Varias de dichas exploraciones muestran que las universidades no contribuyen en sí mismas a funcionar como un “ecualizador” social, es decir como un mecanismo que contribuye a reducir las brechas de desigualdad preexistentes entre los estudiantes y egresados universitarios.
No obstante, el tipo de institución de educación superior es un factor que parece influir en la distribución de las oportunidades laborales de los egresados. En México, la SEP identifica 12 tipos de instituciones públicas y un conjunto altamente fragmentado de instituciones y establecimientos privados, que van de las universidades públicas estatales o federales a los establecimientos e instituciones privadas de educación superior. Los institutos públicos que integran el TecNM, las escuelas normales, las instituciones privadas de absorción de la demanda o las privadas de alto costo y selectividad (las de elite), forman parte de los más de 4, 600 establecimientos que ofrecen estudios de educación terciaria en todo el territorio nacional, en los cuales cursan sus estudios poco más de 5.4 millones de jóvenes entre los 19 y los 23 años.
La estructuración de esas ofertas públicas y privadas obedece a una significativa diversificación y diferenciación de las ofertas institucionales (una suerte de “estratificación institucional”), que se traduce también en una importante estratificación de las oportunidades de acceso, egreso e inserción laboral de sus egresados. Un interesante estudio recientemente publicado por José Navarro, investigador de la Universidad de Guadalajara, muestra algunos rasgos de esa doble estratificación de la educación superior mexicana, lo que produce un efecto de “estratificación horizontal” entre las poblaciones de la educación terciaria.
https://perfileseducativos.unam.mx/iisue_pe/index.php/perfiles/issue/current
Un dato relevante consiste en el peso que tienen las universidades públicas en la mejoría de las oportunidades laborales de los jóvenes. Estas instituciones son las que mejores indicadores tienen para analizar su impacto en las posibilidades de inserciones laborales satisfactorias de sus egresados. Eso no quiere decir que el acceso a un programa ofrecido por las universidades públicas garantice el “éxito” laboral de los egresados (como prometen muchas universidades privadas en sus promocionales), sino que, en términos relativos, los estudiantes de las universidades públicas parecen tener mejores posibilidades de movilidad social ascendente (mejores ingresos y oportunidades laborales derivados de una mayor escolaridad relativa) que los estudiantes de otras instituciones de educación terciaria públicas o privadas, a excepción de las instituciones privadas de elite, que por su propia naturaleza representan la minoría de las ofertas y matrículas del sistema nacional.
El caso de este tipo de universidades privadas de alto costo tiene otras características. El ingreso y egreso en esas universidades requiere de condiciones difíciles de cumplir para la mayor parte de la población joven. El poder del privilegio en el acceso se traduce en el poder simbólico de los egresados en los mercados laborales de las distintas disciplinas y campos del conocimiento profesional. En el cerrado círculo de los empleadores de ciertas actividades económicas o comerciales de los mercados laborales, se percibe que el egresado o egresada de una institución privada de élite es mejor que un egresado de las instituciones públicas universitarias o no universitarias. Sin embargo, en campos como la medicina, las ingenierías, las humanidades o las actividades científicas, los egresados de las universidades públicas suelen ser bien apreciados por los empleadores.
Existen por supuesto otras variables o factores a considerar. El tipo de carrera o el prestigio institucional del programa o de la universidad son factores institucionales, pero factores sociales como la clase de pertenencia, el sexo, el color de piel o los antecedentes familiares son también aspectos importantes en la configuración de las oportunidades laborales de los egresados. En su conjunto, los factores institucionales y sociales son variables que influyen en el “destino de clase” de los egresados universitarios.
La influencia de las universidades públicas en el contexto de la estratificación horizontal de la educación superior es altamente significativa en la formulación de las preferencias y estrategias de muchos segmentos de los egresados de las escuelas de nivel medio superior. El indicador más claro es el comportamiento de las solicitudes de acceso, donde cada año las universidades públicas se colocan como las IES más demandadas por los estudiantes, pero también son las que mayor porcentaje de no admitidos registran. Esa atracción institucional de las ofertas universitarias en la escala nacional y subnacionales explica la lógica de las preferencias y expectativas de la masificación de las solicitudes de acceso que se acumulan año tras año a las puertas de los campus universitarios.
Wednesday, August 06, 2025
Woodstock
Tierras raras
Woodstock
Adrián Acosta Silva
Entre las tumbas y epitafios que habitan los panteones del rock destaca el concierto de Woodstock. Celebrado del 16 al 18 de agosto de 1969 en una ruinosa granja de la zona rural del estado de Nueva York, bajo una lluvia continua que convirtió el lugar en un lodazal, más de medio millón de asistentes celebraron la paz y el amor con las canciones de Joan Baez, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Carlos Santana, Creedence, Crosby, Stills, Nash y Young, Janis Joplin, Jefferson Airplane, The Band, The Who y varios más de los grupos y cantantes que alimentaron el imaginario colectivo de una generación.
El festival simbolizaba muchas cosas y nada, al mismo tiempo. Era protesta política contra la guerra de Vietnam y un aullido libertario; la legitimación de las drogas y del ejercicio del sexo libre; un fin de semana de diversión comunal, expresión de identidad y sentido de pertenencia a algo; pero también era un negocio organizado para explotar el interés de una generación por consumir emblemas, símbolos y sonidos que producían ganancias a productores y organizadores de los eventos masivos dirigidos a los nuevos jóvenes de los años sesenta (los baby-boomers).
Abundan las crónicas, testimonios, películas, discos e imágenes del evento, que circulan abiertamente por internet en múltiples sitios y plataformas. En los años siguientes, se replicaron eventos conmemorativos sobre aquel concierto, que corrieron con mala fortuna, incluyendo un fiasco total en el último, previsto para el 50 aniversario del festival, en el mismo lugar, en julio del 2019. Problemas de logística y organización, malos cálculos financieros, poca respuesta de los jóvenes de las generaciones X y Z, obligaron a los empresarios a cancelar el concierto. Los tiempos habían cambiado.
Ya fallecieron los héroes que alimentaron buena parte de la imaginación sesentera y que participaron en aquel evento de hace 56 años: Joplin, Hendrix, Cocker, Robbie Robertson (de The Band), o Johnny Winter, a los que se sumó recientemente la muerte de Ozzie Osburne, el cantante de Black Sabbath que, aunque no actuó en Woodstock, se convirtió, junto con Deep Purple y Led Zeppelin, en parte de la santísima trinidad del rock más oscuro, ruidoso y potente que surgió después de aquel legendario concierto neoyorquino.
A la distancia, las voces y ecos de Woodstock representan las cenizas de los sueños, temores y contradicciones de una generación que, como todas, edificó sus propios mitos y leyendas, endulzando con canciones sus pasiones, fantasías y creencias. De las tierras raras de aquel “verano del amor” surgieron reclamos libertarios y democratizadoras, pero también intolerancias y recriminaciones conservadoras, como las que alimentan la retórica incendiaria del presidente Trump y sus acólitos, que suelen ubicar a Woodstock como el inicio de la degradación del sueño americano, una creencia endurecida en las profundidades de los nuevos oscurantismos americanos. En la era de la inteligencia artificial y de las autocracias populistas, Woodstock es sólo una pieza más del museo de la época de las flores en el pelo.
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