Thursday, October 23, 2025

Épica negra

Diario de incertidumbres Épica negra Adrián Acosta Silva Campus-Milenio, 23/10/2025 https://suplementocampus.com/epica-negra/ Los recientes hechos de violencia y bloqueo de instalaciones ocurridos en diversos planteles de la UNAM confirman que algo ocurre desde hace tiempo en las aguas profundas de nuestra vida social. Ya no son solo expresiones de malestar y protesta contra crímenes sucedidos en las escuelas o contra las autoridades universitarias, o contra cualquier forma de autoridad en general, sino estallidos aparentemente aislados que, no obstante, configuran un patrón de comportamientos enraizados entre algunos núcleos específicos de la población urbana asociados a la acción directa y uso de la violencia como recurso cotidiano de sus acciones. Antiguamente, en lenguaje marxista, a esas poblaciones se les denominaba “lumpenproletariado”, para referirse a grupos sociales marginados en el desarrollo del capitalismo y que escapaban a la lógica de la acción organizada y colectiva de obreros y campesinos, concebidos como las vanguardias de una imaginaria revolución comunista. El lumpenproletariado servía para cualquier cosa: grupos de choque, mercenarios, soplones, infiltrados, financiados por el Estado o por grupos políticos para intimidar, debilitar o destruir los movimientos de protesta dirigidos a la transformación organizada de la sociedad frente a las injusticias y desigualdades propiciadas por las asimetrías de las relaciones de poder entre el capital y el trabajo. Con el desarrollo del capitalismo y el ascenso de las democracias (una fórmula siempre llena de tensiones, contradicciones y paradojas), las poblaciones lumpen fueron disminuyendo, pero nunca desaparecieron. Hoy, con los fantasmas de la crisis bifronte de la democracia representativa y la economía del bienestar, nuevas formas del lumpenproletariado han resurgido con fuerza por todos lados y habitan los circuitos de la economía criminal, la violencia política y la delincuencia organizada. Ese es el ruido de fondo de los actos vandálicos que dominan la atención de medios y redes en las calles o en los campus universitarios. El lenguaje de la polarización acompaña la lógica destructiva de la furia y el rencor de los grupos pseudoanarquistas que atacan a otros ciudadanos, incendian vehículos o lanzan bombas molotov contra edificios y policías. Vestidos de negro, con tapabocas y capuchas que ocultan sus rostros, esos grupos neo-lumpen deambulan por calles y avenidas provocando disturbios que se alimentan de una espiral de miedo y temor entre ciudadanos y autoridades. No son nuevas representaciones de los outsiders que se desvían de las reglas establecidas, que se agrupan o flotan aislados, silenciosos y discretos entre las hechuras del tejido social, sino grupos radicalizados, compactos, que tratan de imponer los códigos de la violencia entre las multitudes. La sociología o la antropología de la violencia social y política de los tiempos que corren tiene un enorme desafío explicativo por delante. Los grupúsculos y tribus que protagonizan un día sí y otro también las violencias como instrumentos de protesta para casi cualquier cosa, actúan como perros de reserva que son soltados para dinamitar todo intento racional por construir acuerdos y asegurar umbrales mínimos de confianza en las instituciones, sus comunidades y autoridades. La expansión de conductas anómicas ha dado lugar a una épica negra centrada en la intimidación a través del uso o exhibición cadenas, de palos y piedras, navajas y cuchillos, cohetones, bombas molotov y gritos incendiarios. Varias causas parecen ser las fuerzas motrices de la lógica anómica de esos grupos. Marginación, individualismo salvaje, búsqueda de estrategias de supervivencia, tráfico de drogas, secuestro, nuevos y viejos pandillerismos, cultura de la violencia, desvanecimiento de los códigos básicos de convivencia social, resentimientos acumulados, oportunismos políticos, forman parte de los factores causales de los fenómenos observables a través de los espejos de las violencias cotidianas que ocurren en prácticamente todo el país, todos los días. Frente a estos episodios de violencia, no pocos comienzan a naturalizarla, lo que se traduce como tolerancia voluntaria y ciertas dosis de complicidad involuntaria. Las implicaciones destructivas y disolventes de toda forma de cohesión social diluyen la capacidad de imponer límites y autocontención a las conductas violentas que socavan rápidamente la confianza social en la legitimidad de las instituciones y sus autoridades. La legitimidad de la violencia es gobernada por una lógica anti-sistémica, que disminuye toda forma de legitimidad institucional, lo que configura un territorio de apatía y desconfianza potencial o realmente generalizada sobre nuestras capacidades básicas de convivencia, respeto y tolerancia. Que la ley de la jungla aparezca esporádicamente en las escuelas universitarias es una señal de alerta. Los problemas de salud mental y emocional que afectan a no pocos jóvenes universitarios y que se resuelven en crímenes de odio, homicidios, feminicidios, explosiones de desesperación y cargas de ansiedad acumuladas durante y después de la crisis del COVID-19, son también parte de las peculiares formas de malestar que se expresan en los campus universitarios, pero que son aprovechadas por algunos para promover conductas anómicas que favorecen climas de inseguridad en esas casas que son, o deberían ser, los espacios más importantes para el ejercicio de la razón y la civilidad de la sociedades contemporáneas. Frente al espectáculo y las secuelas ominosas de los comportamientos criminales, la erosión de los lazos de confianza acumulados durante generaciones favorece a las fuerzas que aspiran al retorno al estado de naturaleza dominado por la imagen de la jungla hobbesiana. La imposición de ese orden imaginario afecta no solo a la sociedad sino también, y principalmente, al Estado mismo. ¿Dónde está la autoridad? ¿Qué hacer con los depredadores? ¿Quiénes son? ¿Por qué están ahí? Son algunas de las preguntas básicas para reconstruir el mapa y el territorio de los protagonistas de las violencias que amenazan la vida en el campus y sus alrededores. De no ofrecer respuestas a esta cuestiones básicas, el endurecimiento de nuestros déficits de comprensión, indolencia y pasmo seguirá alimentando las misas negras que celebran la violencia como recurso legítimo en el horizonte político de nuestra convivencia social.

Friday, October 10, 2025

1968: un violín en el claro

Diario de incertidumbres 1968: un violín en el claro Adrián Acosta Silva Campus Milenio, 09/10/2025 https://suplementocampus.com/1968-un-violin-en-el-claro/ La semana pasada se conmemoraron 57 años de la matanza estudiantil ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Como cada año, ese 2 de octubre de 1968 se celebra como ritual y memorial, símbolo y recordatorio, tragedia y emblema. Sus significados son múltiples y paradójicos. Fue la expresión de los rasgos despóticos del autoritarismo mexicano de los regímenes posrevolucionarios, una expresión representada nítidamente por la figura del entonces presidente Díaz Ordaz, cristalizada a través de sus palabras y hechos. Pero también puede verse como el final anticipado de una época política y social y el inicio accidentado de otra, la que nos condujo desde los años setenta a una serie de tensiones, reformas y cambios de diversa magnitud e intensidad que nos trajo hasta donde estamos ahora. La marcha realizada en la Ciudad de México es una postal que enmarca las variadas interpretaciones que provoca el movimiento estudiantil del 68 entre la sociedad mexicana del siglo XXI. Las demandas son ilustrativas de la polifonía del evento: protestas por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y contra el genocidio que ocurre en la Franja de Gaza; exigencias feministas y reconocimiento a la lucha del ya extinto Sindicato Mexicano de Electricistas por sus reivindicaciones laborales; justicia para las víctimas de la violencia homicida que se desarrolla en diversas regiones del país, respeto a los pueblos zapatistas, y reclamos por la incapacidad gubernamental para enfrentar la crisis de las desapariciones de miles de jóvenes en todo el país. Los recordatorios por los hechos del 68 fueron la cobertura simbólica que cobijó los múltiples reclamos y exigencias que fueron visibles en las calles y el zócalo de la Ciudad de México. Pero también fue acompañada por las escenas de violencia y vandalismo protagonizadas por el autodenominado “bloque negro”, un grupúsculo que en cada movilización colectiva acompaña con bombas molotov, piedras y palos los recorridos por calles y avenidas de la capital del país. De orígenes extraños y enraizados en una ambigua retórica que mezcla banderas pseudoanarquistas y prácticas de pandillerismo con la simpatía por la destrucción, el saqueo y la violencia como emblemas de sus acciones, esos grupúsculos se reconocen también, paradójicamente, como “hijos del 68”. La conmemoración también tiene usos políticos. El morenismo en el poder, encabezado por la presidenta Sheinbaum, se asume como heredero de aquel movimiento estudiantil, algo que la diferencia claramente de su antecesor López Obrador, quien siempre ha mantenido una posición ambigua respecto al significado social, cultural y político de los acontecimientos del 68 y sus efectos en el cambio político mexicano. Para otros actores no gubernamentales (principalmente en las universidades públicas y en las organizaciones que se identifican con la izquierda democrática), el 68 significa el punto de no retorno al viejo autoritarismo priista, el movimiento que abrió, entre el humo de las balas, la cárcel y la sangre, un horizonte de cambios que era necesario para impulsar la justicia, la democracia y el desarrollo de la sociedad mexicana. Esas interpretaciones y significados culturales se han enraizado profundamente entre las épicas, mitos y realidades que varias generaciones han cultivado en sus imaginarios políticos en torno a aquel trágico y a la vez luminoso movimiento de los jóvenes estudiantes que reclamaron sus derechos a la libertad y a la justicia frente a un régimen envejecido y autoritario, que en los años sesenta seguía viviendo entre las ruinas de cartón piedra y los rituales huecos de la mitología revolucionaria. No obstante, las manifestaciones sobre el 68 esconden significados contradictorios y paradójicos, y nadie puede atribuirse ser el heredero único y legítimo de las secuelas sociopolíticas de los hechos ocurridos hace casi seis décadas. Hoy, el 68 es un año que es fuente de identidad para unos y de ruptura para otros. En el campo político, abrió dos grandes rutas de salida para la crisis de aquel año cuya música de fondo era el rock, la poesía y las iconografías de la revolución cubana y mexicana. Una era la vía larga de las reformas democráticas a través de la organización de nuevos partidos políticos y reglas electorales. Otra era la vía corta de la revolución violenta contra el régimen a través de la formación de organizaciones armadas, habitando entre las sombras de la clandestinidad. En el campo de la dominación política, el viejo régimen en cuyo centro gravitaba el PRI como símbolo y ejercicio del poder, experimentó una serie de ajustes que llevaron varias fracturas a finales de los años 80, y que finalmente perdió el poder por la vía electoral desde el año 2000, hasta llegar al virtual estado de disolución y corrupción en que lo vemos ahora. En el territorio de la educación superior, el 68 significó una potente ola de expansión y diversificación de las universidades e instituciones públicas de ese nivel. Durante los años setenta fueron fundadas nuevas universidades públicas por todo el país (la UAM, la UA de Aguascalientes, la UA de Ciudad Juárez, la U A de Baja California Sur, entre otras) y la estructuración de nuevas instituciones de educación superior públicas no universitarias (institutos y escuelas tecnológicas). Las universidades públicas más antiguas y consolidadas experimentarían también reformas institucionales asociadas muchas veces a movimientos estudiantiles, sindicales y reclamos académicos. Tal vez para muchas franjas de las nuevas generaciones estudiantiles que habitan los campus universitarios en todo el país, el 68 es un movimiento no sólo lejano en el tiempo sino confuso en sus significados. Los jóvenes de preparatoria o de licenciatura saben de ese movimiento a través de los relatos de sus padres, tíos o abuelos. Quizá el 68 solo pueda ser representado como el sonido de “un violín en un claro”, como se refería a alguna de sus propias obras Vladimir Nabokov, es decir, un eco surgido entre un espacio abierto situado en el corazón de un oscuro paisaje boscoso.

Sunday, October 05, 2025

Corales falsos y corales verdaderos

Corales falsos y corales verdaderos Adrián Acosta Silva https://revistareplicante.com/corales-falsos-y-corales-verdaderos/ Texto leído en la presentación del libro 147 incursiones. Ciencia y arte, de Carlos Enrique Orozco (Ed. Tedium Vitae, 2025). Casa ITESO-Clavijero, Guadalajara, 2 de octubre de 2025. El libro que hoy presentamos en este magnífico espacio universitario es, en más de un sentido, inusual. En una época de turbulencias, confusión y polarizaciones, donde la ignorancia y el descreimiento circulan generosamente por redes sociales y medios de comunicación, en las plazas públicas y en los espacios privados, hablar de ciencia y arte es una apuesta políticamente arriesgada. La autoridad científica o artística tiende a ser deslegitimada cotidianamente por políticos oportunistas y charlatanes profesionales de todo el mundo, desde el presidente Trump hasta los brujos, profetas, videntes y chamanes que habitan medios y redes todos los días. No obstante, el fenómeno no es nuevo. De hecho, en distintos momentos históricos, diversos oscurantismos y fanatismos han habitado el corazón de las tinieblas de las civilizaciones modernas. La curiosidad científica se alimenta de las dudas, aunque el piso duro de sus hechuras esté conformado por teorías, métodos y tradiciones que se han edificado pacientemente sobre hipótesis, explicaciones y soluciones basadas en evidencias sobre múltiples asuntos de la ciencia y la tecnología. Esa tradición racionalista, basada en las formas del pensamiento moderno que confrontan sistemáticamente ideas con hechos, herencias del siglo de las luces y de la ilustración, es lo que algunos autores denominan con la célebre metáfora atribuida a Isaac Newton: “Caminamos sobre hombros de gigantes”. Me parece que bajo esas consideraciones generales el libro que es hoy el objeto de nuestra conversación adquiere sentido y oportunidad. A lo largo del primer cuarto del siglo XXI, hemos sido testigos de expresiones científicas, artísticas y literarias asombrosas, que coexisten con ese lugar sin límites que es la estupidez humana. El registro y recuento de algunas de esas manifestaciones están en el centro y en los márgenes de las reflexiones del autor del texto. Distinguir esas expresiones, separar los mitos y las falsedades de las verdades científicas, las imposturas intelectuales, las obras pseudo artísticas de las contribuciones originales e innovadoras, es el contenido de las incursiones que nos ofrece el libro. En ese sentido, Carlos Orozco ofrece a sus misteriosos lectores un mapa de autores y expresiones de la cultura científica y artística clásica y contemporánea; un inventario personal de apuntes y retratos cuidadosa y pacientemente tallados a mano elaborados a lo largo de más de dos décadas, que fueron publicados en distintos espacios y medios tapatíos. Carlos Orozco es un tirador de precisión, no un tirador de ráfagas sobre blancos móviles. A través de los 147 textos incluidos en el libro, pasa revista a pequeñas historias de grandes ideas y hazañas científicas, pero también a los lienzos de diversas hechuras culturales sobre literatura, cine y artes plásticas clásicas y contemporáneas. Para decirlo con la licencia metafórica correspondiente, Carlos es un coleccionista de corales verdaderos a la vez que un cazador de falsos corales, justo como el oficio de Nissen Piczenik, el comerciante de corales que protagoniza El Leviatán, la novela clásica de Joseph Roth. El texto es una suerte de diario que registra una colección de apuntes breves (unos más que otros) organizados en 6 secciones: ciencia, artes, lecturas, personajes, salud y medio ambiente, y variado (una miscelánea cultural). Son registros publicados a lo largo de 22 años (1993-2015) en periódicos tapatíos ya desaparecidos como Siglo 21, Público, o Público-Milenio, en la revista Magis del ITESO, y como colaboraciones radiofónicas en el también ya difunto programa Señales de humo de Radio Universidad de Guadalajara. Vistas en su conjunto, esas colaboraciones guardan una consistencia fundamental: se trata del ejercicio del periodismo científico y cultural como un despliegue de curiosidad y atención minimalista sobre diversas expresiones del razonamiento intelectual que guía desde su juventud las inquietudes del autor. Muchos de esos registros (“incursiones”) fueron publicados bajo la columna de El cierzo, que muchos seguimos con atención e interés durante más de dos décadas. Cierzo significa “viento gélido del norte”, según lo define María Moliner, y sospecho que el autor de la columna la consideró como una metáfora apropiada para describir un espacio de opinión sujeto a los cambiantes climas de nuestra vida pública. Sea cual sea su origen y significados, El cierzo fue un oasis de reflexión sobre el gabinete de curiosidades diseñado por Carlos, repleto de descubrimientos intelectuales, relatos científicos y representaciones culturales de distintas épocas y fuentes. Guiado por el azar y la intuición seleccioné algunas piezas de la colección de apuntes reunida en el libro. Polímatas renacentistas como Leonardo Da Vinci, decimonónicos como Julio Verne, modernos como Salvador Dalí, o posmodernos como Umberto Eco; personajes de actuaciones luminosas en el cine como Marlo Brando interpretando al mafioso Vito Corleone en El Padrino, Humprey Bogart por El tesoro de la sierra madre, o Vivien Leigh como Scarlet O´Hara en Lo que el viento se llevó, son reconocimientos puntuales a las contribuciones que la cultura artística en campos como la pintura o el cine hicieron a lo largo de los últimos siglos en la formación de la educación sentimental y cultural de varias generaciones. La madurez creativa que llega a algunos escritores en edades avanzadas es otro punto destacado de los recuentos del libro. Es el caso del escritor neoyorkino Frank McCour, del músico cubano Compay Segundo, o del novelista siciliano Andrea Camilleri, que a los 75 años se convirtió en un escritor aclamado por críticos y público italiano y europeo, a través de las peripecias, dilemas morales y hallazgos del detective Montalbano. “La vida creativa no tiene por qué terminar a los sesenta años”, señala Orozco, como lección de estas prolongadas experiencias vitales que se traducen en oficios creativos tardíos pero originales y sorprendentes. A través de las 394 páginas de estas 147 incursiones, es posible encontrar postales breves sobre poesía, literatura, arquitectura, música y, por supuesto, cine. También aparecen en escena recordatorios sobre revistas culturales y científicas (después de todo, hay que recordar que la ciencia también es cultura) como la centenaria revista New Yorker o el periódico New York Times, el diccionario de María Moliner, las interesantes conversaciones epistolares ente Paul Auster y J.M. Coetzee, las contradicciones del El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, las visitaciones breves a las trayectorias de Fernando Savater, Amos Oz, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes o Roberto Bolaño. Desfilan también personajes como Alejandro Rossi y su célebre Manual del distraído, un paleontólogo español relativamente poco conocido (Juan Luis Arsuaga, colega del más famoso Stephen Jay Gould), el historiador mexicano Enrique Florescano, el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, o el escritor indobritánico Salman Rushdie. La racionalidad científica es el centro de las reflexiones del autor, aunque, como buen cartógrafo de la comunicación, traza bien los límites, paradojas y contradicciones de los procesos científicos y de los cambiantes contextos socioculturales y políticos en los cuales se desarrollan. En ese sentido, Carlos es un hombre del neo-renacentismo tapatío, atento a las múltiples expresiones y representaciones de la ciencia y las artes de nuestro tiempo, sus contrastes, actores y obras, distinguiendo las monedas falsas de las auténticas que circulan profusamente en los ámbitos públicos y privados contemporáneos. Pero el autor también es un contador de historias de pequeñas y grandes catástrofes y descubrimientos, como ocurre en El libro de Job. Como divulgador, profesor universitario y periodista científico, Carlos nos acerca al conocimiento de los tejidos y bordes de los procesos creativos que unen y separan la ciencia y el arte, sus espacios vacíos y los puentes reales o imaginarios que los unen. En ese sentido, es un autor que ejerce su libertad creativa para ponerla a la consideración de lectores libres, como señaló en alguno de sus textos la gran escritora canadiense Margaret Atwood. Pero el corazón profundo de las 147 postales que nos regala Carlos es la cultura científica, sus descubrimientos, su racionalidad y sus capacidades de asombro para diferenciarse de hechizos, profecías y propiedades mágicas de los aceites de serpiente que circulan por todos lados, a todas horas, promocionando bazares de futuros instantáneos. Como afirma en “Las preguntas de la ciencia en el futuro” (p.42): “La ciencia tiene muy poco de profética. No sabemos que nos traerá en el futuro, pero sí que los científicos seguirán haciéndose preguntas que pudieran hacer que nos entusiasmemos con su racionalismo, su escepticismo y su independencia de pensamiento”. Creo que aquí radica el espíritu del libro: el reconocimiento de los límites de la ciencia y de la necesidad de hacer del escepticismo y la duda metódica el combustible intelectual de toda forma del pensamiento científico, artístico o humanístico. En un tiempo donde todo vale, de mapas rotos y brújulas extraviadas, gobernado por las incursiones de la inteligencia artificial y el imperio de las realidades aumentadas en la vida cotidiana de millones de personas, donde cualquiera puede asumir sus creencias privadas como fuentes indiscutibles de autoridad pública, ese reconocimiento puntual de las aportaciones, límites e imposibilidades de la ciencia y las artes, es una clave valiosa para seguir buscando corales verdaderos ahí donde abundan sus imitaciones plásticas o virtuales. Esa son, me parece, algunas de las principales contribuciones del libro que hoy presentamos. Justo por eso, les invito a leer el inventario de incursiones que nos ofrece Carlos, tal vez acompañadas por un café, una cerveza o una copa de vino. Les aseguro que más de alguna les sorprenderá.

Friday, October 03, 2025

Centenario

Tierras raras Centenario Adrián Acosta Silva (Revista Reverso, 3 de octubre, 2025) https://reverso.mx/tierras-raras-centenario/ Este 12 de octubre se cumplen exactamente 100 años de la refundación de la Universidad de Guadalajara. Como todas las celebraciones sociales -nacimientos, cumpleaños, graduaciones, matrimonios, funerales- las instituciones también suelen ser objeto de ceremoniales sobre su historia y significados. Los rituales tienen sus causas superficiales y profundas. Algunas son celebraciones de identidades perdurables, conmemoraciones de relatos de luchas y pequeños y grandes heroísmos colectivos o individuales, recordatorios de personajes que hicieron posible la supervivencia institucional en momentos difíciles. Los centenarios son formas de relacionar el tiempo político con el tiempo social. Las universidades son buenos ejemplos de ello. Desde la fundación de la Universidad de Bolonia en 1088, hasta los centenarios de las universidades coloniales en América Latina y el Caribe (las reales y pontificias de Santo Domingo, en 1538, o las de México o de San Marcos, en 1551), cada siglo se organizan puntualmente eventos marcados religiosamente en los relojes y calendarios institucionales para enfatizar con homenajes, estatuas, libros, documentales y símbolos el origen de esas organizaciones del conocimiento que son las universidades. Ese es el caso de la Universidad de Guadalajara. Aunque su origen remoto se sitúa en el año de 1792, cuando nace con el nombre de Real Universidad de Guadalajara (algunos historiadores le agregaron el de “Real y Literaria”, pero eso es discutible), y la capital de la entonces Nueva Galicia era parte del territorio de la Nueva España, en realidad su origen moderno se sitúa en el año de 1925, cuando el Gobernador José Guadalupe Zuno decide reabrir la universidad luego de una accidentada historia de cierres y clausuras a lo largo del siglo XIX. Un siglo después de su refundación, la U de G es una institución que en poco se parece a la que inauguró en un discurso solemnísimo su primer rector, Enrique Díaz de León. Hoy es una institución de más de 350 mil estudiantes, con 17 mil profesores de preparatoria, licenciatura y posgrado. Desde hace 30 años, con la reforma a la ley orgánica de 1994, la universidad se transformó en una red que se extiende por todas las regiones de Jalisco, y ya no se concentra solo en la capital estatal. La influencia política, social y cultural de la universidad es intensa, y muchos de sus principales actores han construido liderazgos políticos, intelectuales y académicos relevantes dentro y fuera del estado. La universidad es heredera y deudora de su pasado remoto y reciente. Pero es también una institución que concentra nuevas tensiones, desafíos y dilemas que atañen a su presente y su futuro. Conflictos presupuestales, restricciones académicas, presiones y tensiones políticas, forman parte de las tareas de gestión de la gobernabilidad y la gobernanza institucional en el año del centenario. Navegar entre esas aguas turbulentas -a veces claras, a veces pantanosas-, es el gran reto no de la universidad imaginaria que es objeto de las celebraciones, sino de las muchas U de G que realmente coexisten en las tierras raras universitarias.