Sunday, October 05, 2025
Corales falsos y corales verdaderos
Corales falsos y corales verdaderos
Adrián Acosta Silva
https://revistareplicante.com/corales-falsos-y-corales-verdaderos/
Texto leído en la presentación del libro 147 incursiones. Ciencia y arte, de Carlos Enrique Orozco (Ed. Tedium Vitae, 2025). Casa ITESO-Clavijero, Guadalajara, 2 de octubre de 2025.
El libro que hoy presentamos en este magnífico espacio universitario es, en más de un sentido, inusual. En una época de turbulencias, confusión y polarizaciones, donde la ignorancia y el descreimiento circulan generosamente por redes sociales y medios de comunicación, en las plazas públicas y en los espacios privados, hablar de ciencia y arte es una apuesta políticamente arriesgada. La autoridad científica o artística tiende a ser deslegitimada cotidianamente por políticos oportunistas y charlatanes profesionales de todo el mundo, desde el presidente Trump hasta los brujos, profetas, videntes y chamanes que habitan medios y redes todos los días.
No obstante, el fenómeno no es nuevo. De hecho, en distintos momentos históricos, diversos oscurantismos y fanatismos han habitado el corazón de las tinieblas de las civilizaciones modernas. La curiosidad científica se alimenta de las dudas, aunque el piso duro de sus hechuras esté conformado por teorías, métodos y tradiciones que se han edificado pacientemente sobre hipótesis, explicaciones y soluciones basadas en evidencias sobre múltiples asuntos de la ciencia y la tecnología. Esa tradición racionalista, basada en las formas del pensamiento moderno que confrontan sistemáticamente ideas con hechos, herencias del siglo de las luces y de la ilustración, es lo que algunos autores denominan con la célebre metáfora atribuida a Isaac Newton: “Caminamos sobre hombros de gigantes”.
Me parece que bajo esas consideraciones generales el libro que es hoy el objeto de nuestra conversación adquiere sentido y oportunidad. A lo largo del primer cuarto del siglo XXI, hemos sido testigos de expresiones científicas, artísticas y literarias asombrosas, que coexisten con ese lugar sin límites que es la estupidez humana. El registro y recuento de algunas de esas manifestaciones están en el centro y en los márgenes de las reflexiones del autor del texto. Distinguir esas expresiones, separar los mitos y las falsedades de las verdades científicas, las imposturas intelectuales, las obras pseudo artísticas de las contribuciones originales e innovadoras, es el contenido de las incursiones que nos ofrece el libro. En ese sentido, Carlos Orozco ofrece a sus misteriosos lectores un mapa de autores y expresiones de la cultura científica y artística clásica y contemporánea; un inventario personal de apuntes y retratos cuidadosa y pacientemente tallados a mano elaborados a lo largo de más de dos décadas, que fueron publicados en distintos espacios y medios tapatíos.
Carlos Orozco es un tirador de precisión, no un tirador de ráfagas sobre blancos móviles. A través de los 147 textos incluidos en el libro, pasa revista a pequeñas historias de grandes ideas y hazañas científicas, pero también a los lienzos de diversas hechuras culturales sobre literatura, cine y artes plásticas clásicas y contemporáneas. Para decirlo con la licencia metafórica correspondiente, Carlos es un coleccionista de corales verdaderos a la vez que un cazador de falsos corales, justo como el oficio de Nissen Piczenik, el comerciante de corales que protagoniza El Leviatán, la novela clásica de Joseph Roth.
El texto es una suerte de diario que registra una colección de apuntes breves (unos más que otros) organizados en 6 secciones: ciencia, artes, lecturas, personajes, salud y medio ambiente, y variado (una miscelánea cultural). Son registros publicados a lo largo de 22 años (1993-2015) en periódicos tapatíos ya desaparecidos como Siglo 21, Público, o Público-Milenio, en la revista Magis del ITESO, y como colaboraciones radiofónicas en el también ya difunto programa Señales de humo de Radio Universidad de Guadalajara. Vistas en su conjunto, esas colaboraciones guardan una consistencia fundamental: se trata del ejercicio del periodismo científico y cultural como un despliegue de curiosidad y atención minimalista sobre diversas expresiones del razonamiento intelectual que guía desde su juventud las inquietudes del autor.
Muchos de esos registros (“incursiones”) fueron publicados bajo la columna de El cierzo, que muchos seguimos con atención e interés durante más de dos décadas. Cierzo significa “viento gélido del norte”, según lo define María Moliner, y sospecho que el autor de la columna la consideró como una metáfora apropiada para describir un espacio de opinión sujeto a los cambiantes climas de nuestra vida pública. Sea cual sea su origen y significados, El cierzo fue un oasis de reflexión sobre el gabinete de curiosidades diseñado por Carlos, repleto de descubrimientos intelectuales, relatos científicos y representaciones culturales de distintas épocas y fuentes.
Guiado por el azar y la intuición seleccioné algunas piezas de la colección de apuntes reunida en el libro. Polímatas renacentistas como Leonardo Da Vinci, decimonónicos como Julio Verne, modernos como Salvador Dalí, o posmodernos como Umberto Eco; personajes de actuaciones luminosas en el cine como Marlo Brando interpretando al mafioso Vito Corleone en El Padrino, Humprey Bogart por El tesoro de la sierra madre, o Vivien Leigh como Scarlet O´Hara en Lo que el viento se llevó, son reconocimientos puntuales a las contribuciones que la cultura artística en campos como la pintura o el cine hicieron a lo largo de los últimos siglos en la formación de la educación sentimental y cultural de varias generaciones.
La madurez creativa que llega a algunos escritores en edades avanzadas es otro punto destacado de los recuentos del libro. Es el caso del escritor neoyorkino Frank McCour, del músico cubano Compay Segundo, o del novelista siciliano Andrea Camilleri, que a los 75 años se convirtió en un escritor aclamado por críticos y público italiano y europeo, a través de las peripecias, dilemas morales y hallazgos del detective Montalbano. “La vida creativa no tiene por qué terminar a los sesenta años”, señala Orozco, como lección de estas prolongadas experiencias vitales que se traducen en oficios creativos tardíos pero originales y sorprendentes.
A través de las 394 páginas de estas 147 incursiones, es posible encontrar postales breves sobre poesía, literatura, arquitectura, música y, por supuesto, cine. También aparecen en escena recordatorios sobre revistas culturales y científicas (después de todo, hay que recordar que la ciencia también es cultura) como la centenaria revista New Yorker o el periódico New York Times, el diccionario de María Moliner, las interesantes conversaciones epistolares ente Paul Auster y J.M. Coetzee, las contradicciones del El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, las visitaciones breves a las trayectorias de Fernando Savater, Amos Oz, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes o Roberto Bolaño. Desfilan también personajes como Alejandro Rossi y su célebre Manual del distraído, un paleontólogo español relativamente poco conocido (Juan Luis Arsuaga, colega del más famoso Stephen Jay Gould), el historiador mexicano Enrique Florescano, el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, o el escritor indobritánico Salman Rushdie.
La racionalidad científica es el centro de las reflexiones del autor, aunque, como buen cartógrafo de la comunicación, traza bien los límites, paradojas y contradicciones de los procesos científicos y de los cambiantes contextos socioculturales y políticos en los cuales se desarrollan. En ese sentido, Carlos es un hombre del neo-renacentismo tapatío, atento a las múltiples expresiones y representaciones de la ciencia y las artes de nuestro tiempo, sus contrastes, actores y obras, distinguiendo las monedas falsas de las auténticas que circulan profusamente en los ámbitos públicos y privados contemporáneos.
Pero el autor también es un contador de historias de pequeñas y grandes catástrofes y descubrimientos, como ocurre en El libro de Job. Como divulgador, profesor universitario y periodista científico, Carlos nos acerca al conocimiento de los tejidos y bordes de los procesos creativos que unen y separan la ciencia y el arte, sus espacios vacíos y los puentes reales o imaginarios que los unen. En ese sentido, es un autor que ejerce su libertad creativa para ponerla a la consideración de lectores libres, como señaló en alguno de sus textos la gran escritora canadiense Margaret Atwood.
Pero el corazón profundo de las 147 postales que nos regala Carlos es la cultura científica, sus descubrimientos, su racionalidad y sus capacidades de asombro para diferenciarse de hechizos, profecías y propiedades mágicas de los aceites de serpiente que circulan por todos lados, a todas horas, promocionando bazares de futuros instantáneos. Como afirma en “Las preguntas de la ciencia en el futuro” (p.42): “La ciencia tiene muy poco de profética. No sabemos que nos traerá en el futuro, pero sí que los científicos seguirán haciéndose preguntas que pudieran hacer que nos entusiasmemos con su racionalismo, su escepticismo y su independencia de pensamiento”.
Creo que aquí radica el espíritu del libro: el reconocimiento de los límites de la ciencia y de la necesidad de hacer del escepticismo y la duda metódica el combustible intelectual de toda forma del pensamiento científico, artístico o humanístico. En un tiempo donde todo vale, de mapas rotos y brújulas extraviadas, gobernado por las incursiones de la inteligencia artificial y el imperio de las realidades aumentadas en la vida cotidiana de millones de personas, donde cualquiera puede asumir sus creencias privadas como fuentes indiscutibles de autoridad pública, ese reconocimiento puntual de las aportaciones, límites e imposibilidades de la ciencia y las artes, es una clave valiosa para seguir buscando corales verdaderos ahí donde abundan sus imitaciones plásticas o virtuales.
Esa son, me parece, algunas de las principales contribuciones del libro que hoy presentamos. Justo por eso, les invito a leer el inventario de incursiones que nos ofrece Carlos, tal vez acompañadas por un café, una cerveza o una copa de vino. Les aseguro que más de alguna les sorprenderá.
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