Estación de paso
Calvino en bicicleta
Adrián Acosta Silva
La imagen del gran escritor italiano es justamente esa: montado en una bicicleta, mirando hacia la lente, con los pies en el aire y las manos firmemente asidas al manubrio. Es la portada de una colección de escritos suyos publicados o pronunciados en distintos medios y lugares entre 1952 y 1985, reunidos en Mundo escrito y no escrito (Siruela, 2006). La escritura precisa del autor de Las ciudades invisibles, estimula la atención por los detalles y las cosas cotidianas, la reflexión sobre los problemas del escritor y el mundo que le rodea, la tensión esencial entre literatura y realidad, sus vínculos discretos, sus conflictos, sus misterios e imposibilidades.
Pero la lectura de los textos calvinistas representa también la oportunidad para colocar bajo resguardo un par de viejas certezas y colocar la mirada en la perspectiva que sugiere el autor: referir al “mundo no escrito” escribiéndolo, justamente. Es decir, reconocer que la descripción, ese viejo y olvidado arte, es el principio de todas las cosas que unen al lenguaje con el conocimiento y, probablemente, con la acción. Esta perspectiva desafía, entre otras cosas, aquella onceava tesis sobre Feuerbach que escribió Marx, y que algunos aprendimos a recitar de memoria para no olvidar nuestra misión en el mundo político visto desde la izquierda: “Hasta ahora, los filósofos se han dedicado a interpretar al mundo; de lo que se trata es de transformarlo”. Describir e interpretar antes que transformar: ese es el desafío calvinista.
Calvino posa su mirada sobre figuras, imágenes, libros y autores. La materia prima de sus escritos la constituye la interpretación de sensaciones, fantasmas, frustraciones y deseos. En “Los buenos propósitos”, por ejemplo, la figura de El Buen Lector describe la fantasía acerca del momento en que un hombre decide tomar unas vacaciones para leer aquellos libros que ha acumulado en su biblioteca personal y que desea leer, pero al que el azar le arrebata la posibilidad de dedicarse solamente a la lectura. Eso lo hace formular el propósito firme de que en las próximas vacaciones ahora sí lo podrá hacer. Ese es, justamente, el Buen Lector: el que busca y aspira a la lectura, aunque nunca logra cumplir sus propósitos.
El buen lector que fue Calvino puso también la atención sobre las discusiones y hallazgos científicos. Al reseñar y comentar la obra “Perturbar al universo” del científico inglés Freeman Dyson, el escritor italiano transmite su asombro y emoción por el razonamiento lógico de un científico que se inicia y termina con una moralidad consistente con la reflexión científica. Y se maravilla al encontrar una cita que Dyson atribuye a Einstein: “Se puede afirmar que el eterno misterio del mundo es su comprensibilidad”
Mundo escrito y no escrito es un inventario pero también una hoja de ruta. Son las notas de un autor cuya curiosidad y lucidez gobiernan sus percepciones, sensaciones y reflexiones. Frente al vértigo de los tiempos que corren, es bueno recordar a Calvino, ese italiano que recorrió el siglo XX montado en una bicicleta.
Thursday, August 23, 2007
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