Todos estos años
Adrián Acosta Silva
Soledad Loaeza. Entre lo posible y lo probable. La experiencia de la transición en México. Ed. Planeta, Col. Temas de Hoy, México, 2008, 236 págs.
La multitud de pequeñas y grandes transformaciones de la vida política mexicana en los últimos cuarenta años (1968-2008) ha sido objeto de las más diversas diatribas y elogios, polémicas airadas y pleitos a secas entre la comunidad académica e intelectual mexicana, en torno al sentido y profundidad de los cambios y sus efectos en la conformación de la modernidad cultural y política de la sociedad mexicana. No han faltado las descalificaciones y los arrebatos, las confusiones y los fanatismos, pero es difícil identificar un consenso básico en torno al principio y fin del cambio político mexicano. Quizá el ciclo pueda ser visto no más como el despliegue de una transformación democrática de grandes dimensiones aunque de desencantos previsibles o inesperados.
Por supuesto que la discusión sobre el “punto de arranque” de lo que se ha denominado convencionalmente como la transición política mexicana hacia la democracia es, ha sido siempre, un tema polémico, como también lo es la fijación del punto de terminación de esa prolongada o corta transición mexicana, según quiera verse. Algunos colocan el punto de arranque en fenómenos sociológicos con implicaciones políticas, como el movimiento estudiantil de 1968. Otros afirman que la transición comenzó en 1976-1977 con la reforma político-electoral, pero otros lo colocan hacia la fractura del PRI en 1987, y la creación del Frente Democrático Nacional con la figura de Cuauhtémoc Cárdenas como emblema y centro cohesivo, y las polémicas elecciones presidenciales de 1988. Hay quienes afirman que fue la alternancia (con la llegada del PAN a la presidencia en el 2000) la que hizo posible la democracia. Algunos otros dirán que no ha habido ningún cambio político mexicano, o que es sólo una invención discursiva para favorecer ciertas interpretaciones políticas, pero estos planteamientos entran en el fangoso terreno de la metafísica política. En fin: es difícil llegar a un acuerdo entre especialistas, historiadores y opinadores amateurs y profesionales respecto al punto de inicio y término del proceso democratizador mexicano.
El texto de Soledad Loaeza es justamente un recorrido en varios de los puntos clave de la experiencia mexicana de democratización política. No es una discusión académica sobre modelos de cambio político entre los que podría encontrar explicación la experiencia mexicana (un típico movimiento intelectual para buscar realidades que se ajusten a los modelos), sino un análisis puntual de algunos de los nudos factuales que recorren la cuerda larga y desordenada de la democratización a la mexicana. El texto reúne y en algunos casos actualiza un puñado de artículos de la autora publicados entre 1989 y 2007 en distintos medios, elaborados en torno a algunos de los momentos que habitan el cambio político mexicano. Desde el movimiento estudiantil de 1968 hasta las elecciones presidenciales de 2006, Loaeza describe, conjetura, plantea hipótesis interpretativas, discute otras interpretaciones, elude determinismos varios, y critica con precisión y elegancia los diagnósticos instantáneos que tanto han abundado a lo largo de estos años.
Loaeza ha sido una destacada actora y promotora del debate intelectual y la reflexión académica al proceso de cambio político, y ha nutrido con generosidad y lucidez, ideas e interpretaciones en torno a la significación cultural y social de nuestra peculiar conflictividad política. Sus trabajos sobre las clases medias y política en México (1988), o sobre el Partido Acción Nacional (1999) son obras de consulta obligada para comprender la manera en que los intereses y las ideas, las estructuras sociales y el crecimiento económico o la urbanización y la educación, alteraron el México posrevolucionario y la re-configuración de las relaciones entre las elites mexicanas.
El hilo conductor que se puede advertir en el desarrollo de los textos, es que el cambio es producto de una llama doble. Por un lado, es fruto del largo proceso de modernización política iniciado desde los años cincuenta, un proceso habitado por conflictos, incertidumbres, y desenlaces coyunturales de mayor o menor impacto. Pero, de otro lado, es también producto de la des-estructuración de la capacidad cohesiva del Estado mexicano. Este doble argumento explica ciclos de conflicto, incertidumbre y acuerdo gobernados por impulsos y fuerzas de diversa intensidad, sean de orden sociocultural, económico o político. Esta “teoría de los ciclos” coloca el énfasis de la sociología histórica como un proceso gobernado por tendencias, lógicas y fuerzas diversas, que producen resultados consistentes con trayectorias históricas pero también efectos perversos o inesperados. En cualquier caso, es una lente analítica que desconfía de las trayectorias lineales basadas en las viejas ideas del progreso político. “La transición mexicana da prueba de que la democracia es una experiencia abierta a la que subyacen tensiones y perplejidades, que es indisociable de un trabajo de exploración, de ensayo y error, de acción y reflexión” (p. 11)
A partir de este argumento, el libro reúne 9 artículos publicados en distintos medios académicos y periodísticos, ordenados en forma de su aparición cronológica. Los dos primeros (“La sociedad mexicana en el siglo XX” y “1968: los orígenes de la transición”), tratan de la configuración de las estructuras, los actores y las relaciones políticas que explican el movimiento transicional mexicano del último tercio del siglo XX y los primeros años del XXI. Se trata de transiciones episódicas (como las caracteriza Giddens), construidas en un contexto de fragilidades institucionales y acentuadas desigualdades económicas: “El siglo XX mexicano estuvo marcado por el cambio y las rupturas más que por las continuidades. Tampoco puede decirse que la desigualdad es una prueba del fracaso de la modernización mexicana, porque su objetivo no era destruirla sino moderarla y atemperar sus efectos” (p.38)
Para Loaeza, existe un vínculo lógico e histórico entre 1968 y 1988, que va de la movilización social a la insurrección electoral. El saldo mayor del 68 mexicano es una rebelión antiautoritaria que marcó rutas de movilización y participación política que terminaron por desbordar el cada vez más estrecho marco del hiperpresidencialismo, la dominación corporativa y el monopolio de la representación política del PRI. Ello explica la ampliación de una opinión pública crítica, que antecedió la rebelión de las urnas de 1988, y que significó el “desarrollo de una cultura de la participación encabezada por los valores de las clases medias que han sido identificados con los valores democráticos …”. Como concluye la autora: “Este proceso de configuración de una opinión pública con capacidad de influencia sobre el poder está íntimamente ligado con la experiencia de 1968, y estuvo detrás de la insurrección electoral de 1988.” (p.63)
Otro de los temas es el de las relaciones entre el proceso de cambio político y la cultura política, en el que se advierte la brecha entre la política, las instituciones y las percepciones de los mexicanos en torno a la vida democrática, una brecha gobernada por el escepticismo y las reservas de muchos ciudadanos. Loaeza lanza una hipótesis al debate: “La noción que tienen los mexicanos de la democracia está dominada por el escepticismo, que se traduce en una cierta distancia en relación a las instituciones pero sobre todo a los políticos. El espacio que mantienen entre la razón y la pasión le imprime realismo a su juicio sobre la democracia, y promete mayor estabilidad que la que puede ofrecer el entusiasmo emotivo que acompañó la gran finale que rodeó la caída el autoritarismo en otros países. (p.152, Cap. VII. “La experiencia democrática mexicana: Churchill y Schumpeter en San Lázaro”).
Finalmente, los últimos dos capítulos están dedicados al examen de lo ocurrido en el proceso electoral federal del 2006. Aquí, las reflexiones y anotaciones sugieren que lo ocurrido subraya las enormes dificultades para consolidar el ciclo transicional mexicano, pero también para comenzar a resolver los enormes déficits acumulados de las relaciones entre la representación política, el fortalecimiento estatal, y el incremento de la eficacia y legitimidad democrática. El fenómeno del lopezobradorismo mostró de manera cruda no solamente la presencia del populismo caudillista en el ánimo político de franjas significativas del electorado, sino que su emergencia pre y postelectoral ha sido posible tanto por la demolición del poder del Estado, como por la débil inserción del sistema de partidos en la sociedad, los dos motores de la expansión de un fenómeno que reclama las virtudes de la cohesión social y la justicia económica que teóricamente una democracia política estaría en condiciones de construir. En palabras de la autora: “El atractivo de la propuesta de López Obrador se vio acrecentado por las limitaciones de un marco institucional en transición en el que –en los términos de Michael Mann- las elites estatales mantienen el poder despótico para tomar e implementar decisiones por encima de la sociedad, sin consulta ni negociación previa. En cambio su poder infraestructural para coordinar la vida social ha disminuido” (p.195, Cap. IX“La desilusión mexicana”).
El texto de Loaza es una invitación al debate a través de un repaso sobre la sociología de la historia política reciente del país. Coloca un puñado de hipótesis y reflexiones que alimentan ordenadamente una visión de nuestros grandes problemas políticos contemporáneos. Agenda de discusión y memoria de la transición, ventana analítica y programa de investigación, el libro de Soledad Loaeza es una muestra de que la lucidez académica y el rigor intelectual son herramientas indispensables para tratar de entender un pasado conflictivo, un presente turbulento, y un futuro político habitado por las sombras ominosas de la incertidumbre.
Friday, August 01, 2008
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment