Saturday, December 21, 2013
Los Lobos: 40 años
Estación de paso
Los Lobos: 40 años
Adrián Acosta Silva
La Virgen de Guadalupe y César Chávez. Ritchie Valens, el barrio y los batos. Tin tán, el pachuquismo del los años cincuenta y sesenta, y el cholismo de los setenta y ochenta; la politización de la música, los cantos y el baile. El reclamo de la singularidad chicana y mexicoamericana surgido entre las aguas turbulentas de la cultura mexicana y la cultura gringa made in California. El spanglish, el zoot suite, los zapatos bicolores, el sombrero con plumas, los colores chillantes, el paliacate enredado en la frente. La cumbia, el blues, el corrido, el rock y el mariachi, el danzón y la marimba, el huapango, el mambo y el Rythmin´ and Blues. El Flaco Jiménez y los Texas Tornados, Los Tres García, Espaldas Mojadas y El Bracero del Año, Luis Valdez, el Piporro y Los Panchos, la frontera y el Río Bravo, Tijuana y San Francisco, las mil millas que van de la avenida Revolución al cruce con las calles Haight-Ashbury. El tequila y la mota, la cerveza y el agua de Jamaica. El borlo y la pachanga, la soledad expresada entre letras y música de orígenes imprecisos. Son al mismo tiempo Bob Dylan y José Alfredo Jiménez, Javier Bátiz y Eric Clapton, Los Beatles y The Band, los Stones y Vicente Fernández, Álvaro Carrillo y J.J. Cale, Pedro Infante y B.B. King.
Es el temor a la migra y el racismo, la religión y la política, las creencias, los usos, las costumbres. Es el empleo del “ése” como código de confianza insobornable, el aprecio de los carnales, los compas, la chaina y el filero. Es la pistola y el corazón, el vecindario, el río y la autopista, Kiko y la luna color lavanda, el pueblo y la ciudad, las lágrimas de dios y la venganza de los pelados, la supervivencia del lobo y los paseos nocturnos en autos viejos por East-LA. Es la fe que se deposita en una lata de estaño, el amor por una tal Rosa Lee, el imperio de las cosas pequeñas (el diablo está en los detalles), el camino en el lecho del río, un tiempo, una noche. Es la imagen mítica de Aztlán junto a una cabeza colosal, la reinvención de La Bamba como prenda del alma, las fotografías de Jimi Hendrix y The Doors colocadas cuidadosamente junto a la de Cuco Sánchez, un póster de The Greateful Dead debajo de uno del Mariachi Vargas de Tecalitlán. Son las postales sueltas de un grupo contemporáneo de Bruce Springsteen y de Cornelio Reyna, de Tom Waits y de Los Bravos del Norte, de The Eagles y de Los Ángeles Negros.
Es la ruta del crossover como práctica y rutina, la invención de los Latin Playboys que acostumbran los chiles jalapeños, la guitarra y el acordeón de David Hidalgo que acompaña el disco más reciente de Bob Dylan, la celebración de La Raza y de las fiestas familiares, la defensa de la imaginación mexicoamericana, que incluye fantasías y demonios, esperanzas y deseos. Es la visita regular a las siete fronteras a lo largo de cuatro décadas, como aconsejaba con sabiduría el Piporro: de Tijuana a Ciudad Juárez, de Ciudad Juárez Laredo, de Laredo a Matamoros, sin olvidar a Reynosa. Es la ruta del migrante: El Paso y San Diego, Caléxico y Douglas, Eagle Pass y Brownsville, de Phoenix y Tucson a Albuquerque y San Antonio. Es la visita esporádica al México realmente existente, de conciertos ocasionales en Monterrey, Guadalajara y el Distrito Federal, territorios extraños para forasteros armados únicamente de guitarras, bajos, bandoneón, y de un cancionero inspirado en la lejanía y cercanía mítica del algún barrio de LA. Es la efímera felicidad de la vida acompañada por un largo, largo requinto de blues.
Estas estampas son un inventario guiado azarosamente por la memoria y el gusto, un acercamiento a los 40 años del grupo angelino de Los Lobos. Cuatro décadas que atraviesan la frontera de dos siglos, acompañando las voces y los sonidos de una agrupación que cristaliza en más de un sentido la fusión y la identidad de una cultura templada pacientemente al calor de otras culturas. 18 discos grabados, una decena de recopilaciones y soundtracks, conciertos, giras, experimentos musicales y culturales con las comunidades chicanas de los Estados Unidos, con incursiones ocasionales a algunas mexicanas. Disconnected in New York City (429 Records, 2013), es el disco de celebración con el que Los Lobos festejan su cumpleaños. Grabado en el City Winery de Nueva York, David Hidalgo, Conrad Lozano, Louie Pérez, Cesar Rosas y Steve Berlin, se reunieron una vez más para tocar 12 canciones que representan paradas iluminadas por luz neón en el largo camino que iniciaron en 1973. Hoy, quizá puedan responder con certeza a la pregunta que formulaban al inicio de su carrera, a mediados de los años setenta: “¿Cómo sobrevivirá el lobo?”. Probablemente responderían: “Como ha podido, el ése bato”.
Thursday, November 28, 2013
Historias paralelas: El Chamizal Calling
Estación de paso
Historias paralelas: El Chamizal Calling
Adrián Acosta Silva
(Publicado en suplemento, Campus Milenio, del periódico Milenio, 27/11/2013)
El campo de la educación superior universitaria pública en México está habitado por distintas biografías individuales e institucionales. Cada una de ellas posee una singularidad irrepetible, definida por los contextos sociales, los territorios, las creencias, los hábitos y las prácticas que caracterizan los distintos órdenes institucionales universitarios. En cada región y ciudad donde funciona una universidad pública, existe un entramado complejo de relaciones entre los universitarios, y entre éstos y las diversas agrupaciones sociales, organizaciones empresariales, partidos políticos, gobiernos locales y estatales con los que las universidades públicas construyen sus identidades, sus acuerdos, sus logros, tensiones y contradicciones. En esos entramados específicos, las universidades estatales y federales experimentan los efectos de las políticas públicas de educación superior, tratando de adaptarse lo mejor posible a las restricciones y a las oportunidades que representan los programas, los fondos y las acciones públicas para recompensar comportamientos, construir logros e indicadores de desempeño, ajustarse a las metas gubernamentales, o resolver problemas institucionales con el auxilio de apoyos públicos federales o estatales.
Dada esta complejidad institucional, los comportamientos universitarios suelen tener rasgos únicos, pero también comunes, compartidos. Por ello, el análisis de las trayectorias institucionales de diversas universidades es un buen punto de partida para examinar lo que ha ocurrido con el impacto de las políticas gubernamentales instrumentadas en las últimas dos décadas en el país, cuyo núcleo duro son la evaluación, la calidad y el financiamiento diferencial y condicionado. Del “Fondo para la Modernización de la Educación Superior” (FOMES) lanzado al inicio de los años noventa, al “Programa Integral de Fortalecimiento Institucional” (PIFI) que caracterizó la intervención gubernamental en la primera década del siglo XXI, las universidades han experimentado los efectos de un conjunto de programas dirigidos a promover el cambio institucional en las estructuras, los valores y hasta en las prácticas de las comunidades que habitan el corazón académico, burocrático y político de sus organizaciones.
Estos elementos, entre otros, motivaron la realización del seminario “Historias paralelas II: 15 años después”, los días 21 y 22 de noviembre pasado, en las instalaciones de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. El evento, realizado en el contexto de la celebración de los 40 años de la fundación de la UACJ, fue un espacio de conversación académica y política sobre los efectos de las políticas federales de educación superior instrumentadas en los últimos 15 años (1998-2013). El antecedente de dicho evento fue otro seminario, realizado justamente hace tres lustros -en el otoño del 98 en la misma universidad-, cuando un grupo de académicos nos reunimos para festejar los entonces primeros 25 años de la UACJ con un seminario (“Historias paralelas: un cuarto de siglo de las universidades públicas en México, 1973-1998”), en el cual se examinaron los cambios en la educación superior mexicana durante el primer cuarto de siglo de existencia de la institución norteña.
La distancia temporal entre uno y otro evento permitió identificar algunas líneas de continuidad en la relación entre las políticas federales y los cambios institucionales de las universidades públicas. Pero también fue posible destacar la combinación de los efectos deliberados, las ambigüedades y los efectos perversos de las políticas en los comportamientos institucionales. Del lado de los primeros fue posible reconocer la expansión del sistema de educación superior a nivel nacional y estatal, tanto en términos de la matrícula como en la oferta institucional pública y privada, universitaria y no universitaria. También se mencionaron los indicadores que hoy se emplean para medir el “éxito” de las políticas: incremento de profesores e investigadores con posgrado, la acreditación de programas docentes, la extraña invención mexicana de los “cuerpos académicos” y del profesorado “con perfil deseable”, que se han convertido en parte de los logros que exhiben los rectores de las universidades a la menor provocación.
Sin embargo, muchos de los planteamientos analíticos al respecto fueron un llamado franco al escepticismo y a la crítica sobre dichos indicadores, expresados en distintos tonos por parte de los investigadores, profesores y estudiantes reunidos durante dos días en los terrenos universitarios de El Chamizal, justo en la frontera con los Estados Unidos. Mediante el análisis de la experiencia institucional de 6 universidades públicas (las de Sonora, la Veracruzana, la Autónoma de Puebla, la Autónoma de Tamaulipas, la UNAM y la UAM), y con una mirada general sobre los temas de la profesión académica, el contexto internacional, y el gobierno universitario en México, los participantes en el seminario señalaron varios puntos críticos, que bien vistos implican una agenda de evaluación sobre las políticas públicas y sobre sus efectos institucionales. La relocalización del poder institucional en el campo educativo superior, la confusión entre medios y fines de las políticas, la erosión del sentido institucional de la vida académica, política y social de las universidades públicas, la monetarización de los programas, la disminución de la autonomía universitaria, las prácticas de simulación y de burocratización de las políticas y de los programas, fueron objeto de discusión abierta entre los asistentes.
Los saldos del encuentro tienen implicaciones de política pública: revisión sin concesiones de los límites de las políticas, la rigidez de los programas, el deterioro del ethos académico, la existencia de franjas enteras de profesores y estudiantes que no aparecen ni aparecerán jamás entre los indicadores de éxito de las políticas, la politización y burocratización de la vida universitaria, la ausencia de una mirada que vaya más allá del cumplimiento de los indicadores, el desvanecimiento del contexto social e internacional del desempeño universitario. Historias paralelas II fue un llamado a mirar con otros lentes y otra perspectiva el funcionamiento de las universidades públicas mexicanas, de las políticas y programas que el gobierno federal ha colocado en el centro de sus acciones desde hace más de dos décadas, independientemente de los límites sexenales y de la alternancia en los oficialismos políticos. El Chamizal Calling como una propuesta para revisar, otra vez, lo que hemos hecho y estamos haciendo en las universidades públicas de todo el país.
Monday, November 25, 2013
Revolución: memoria y futuro
Estación de paso
Revolución: memoria y futuro
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 21 de noviembre, 2013.
La Revolución de 1910 es cada vez menos un referente simbólico, cultural y práctico en zonas cada vez más extensas de la sociedad mexicana contemporánea. La antigua épica revolucionaria, con sus héroes y caudillos, con sus apátridas y traidores, sirvió entre otras cosas para edificar un régimen político, para dotar de sentido de identidad y pertenencia a la población, para educar en cierta perspectiva y con cierta lógica (nacionalista, autoritaria) a los niños y a los jóvenes mexicanos durante muchas generaciones. Pero desde hace tiempo –desde finales de los años ochenta para ser precisos- la narrativa ideológica y política revolucionaria fue perdiendo fuerza, identidad y brillo en el discurso oficial, en el seno mismo del partido que le debe más que ningún otro a la mitología revolucionaria su existencia misma, el PRI.
El desvanecimiento del legado revolucionario en la ideología y muchas de las prácticas políticas del priismo, dio lugar, como se sabe, a una fractura, un rompimiento en ese partido que originó la rebelión cívica de 1988 encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y el Frente Democrático Nacional, que fue el antecedente para la creación del Partido de la Revolución Democrática. Otras fuerzas de la izquierda socialista mexicana, junto con las corrientes provenientes del nacionalismo revolucionario que abandonaron al PRI, confluyeron en el PRD, y la historia posterior ya la conocemos. Pero el hecho que conviene retener es que aún en estas organizaciones, la idea misma de la Revolución mexicana se ha desvanecido sin pausas pero sin prisas.
Un buen momento para identificar el significado actual del acontecimiento ocurrido hace 103 años fue la celebración de su primer centenario, hace tres, en el 2010. Con el panismo en el poder, y los restos del nacionalismo revolucionario en la oposición, la coyuntura se presentaba como una buena oportunidad para descifrar el peso simbólico y político de la Revolución entre la clase política mexicana. Y lo que vimos fue un espectáculo confuso, de discursos grandilocuentes pero intrascendentes, referidos al hecho y a sus secuelas como piezas de museo, como reliquias a las que hay que respetar más por su antigüedad que por sus implicaciones en la historia mexicana del siglo XX.
El panismo en el poder exhibió sus propias confusiones y ambigüedades ideológicas y políticas frente al hecho. Acostumbrado desde su nacimiento como partido político en 1939 a presentarse como la oposición leal al partido surgido del movimiento revolucionario, al llegar a la presidencia en el 2000 y en el 2006 tuvo que verse obligado a repetir los rituales de adoración al movimiento y a los líderes que habitan la iconografía revolucionaria. Con timidez más que con convicción, trataron de resaltar la figura y el papel de Madero en el movimiento, colocando su retrato en las oficinas de la presidencia, como mártir político y símbolo de la fracción pacífica y democrática que fue demolida a sangre y fuego en la decena trágica ocurrida en febrero de 1913.
Pero en el resto de la clase política nacional el primer centenario también pasó más como un ritual burocrático que como una oportunidad de reflexión y balance político. Luego de una década de sobrevivir y reconstituirse como oposición frente a un adversario que durante casi 70 años fue a la vez su crítico y legitimador, el PRI tampoco mostró alguna fuerza o convicción clara para hacer algo con la imagen y el significado de la revolución en su propia historia partidista. El resultado fue lo que vimos: espectáculos de fuegos artificiales, edificación de monumentos kitsch envueltos en problemas de corrupción y despilfarro como el de la “Estela de luz”, la inauguración de plazas remodeladas, algunos puentes y caminos, la fiesta de la mercadotecnia light sobre la fecha, el baile de máscaras y disfraces con todo y cananas y sombreros campesinos y bigotes postizos, muchos conciertos de ocasión con los grupos del momento, y los mismo rituales de adoración que vimos antes, durante y después del foxismo y del calderonismo en el zócalo, las plazas de armas y los desfiles militares del 20 de noviembre.
Estas imágenes ilustran con buena fuerza el vaciamiento del significado de la revolución mexicana entre la clase política nacional. Aferradas a conservar símbolos como práctica de supervivencia política, nuestras élites dirigentes no saben qué hacer con la historia oficial. Hoy que acabamos de celebrar 103 años de un acontecimiento que desde hace tiempo parece desvanecerse como referente ideológico, como mito político y como proeza social, quizá lo que vale la pena apuntar es que también estamos desde hace rato en el proceso de desestructuración acelerada de la historia social y política que muchos conocimos. El problema, si es que existe, es que no hay a la vista ni en el horizonte ideológico ni en el imaginario político de los liderazgos que surgieron de la transición, la alternativa de una nueva historia patria que alimente algo parecido a una idea de México. Que hoy se publicite de manera abrumadora una ola de consumo y compras de pánico entre los consumidores – “El buen fin”-, es una señal luminosa del espíritu de los tiempos, que coloca un puño de tierra más a la idea misma de la Revolución Mexicana, donde la sociología del consumo parece importar más que cualquier sociología de las celebraciones.
Friday, November 08, 2013
Lou Reed (1942-2013)
Estación de paso
Lou Reed (1942-2013): las líneas trazadas, el mapa incorrecto.
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 7 de noviembre, 2013.
Al fin y al cabo, el que se muere es el cuerpo
David Foster Wallace, Federer, en cuerpo y en lo otro
Murió Lou Reed. Que dios nos ampare. Con él se nos va una parte significativa del espíritu y el sonido de la Velvet Underground, la memoria viviente de los ácidos de los años sesenta que circularon por las venas de John Cale, de Andy Warhol, de mismo Reed y de tantos otros de una generación cuyos miembros van cayendo uno por uno. Se nos va la tristeza, la rudeza y la elegancia que tiñeron buena parte de la obra de un músico crudamente, ferozmente neoyorkino, que hizo de su ciudad su templo, su cantina, su madriguera, su parque de diversiones, su observatorio personal y su laboratorio de experimentación cultural.
Quizá nadie como Reed, en el campo de la contracultura y del rock, hizo de Nueva York un símbolo urbano moderno, un espacio de cruce de caminos entre el capitalismo post-industrial norteamericano y la nueva sensibilidad cultural, entre el hiper-urbanismo, el arte pop y la marginalidad como formas de vida. Cronista y actor, narrador y testigo de una ciudad explosiva y contradictoria, Reed fue capaz de vivir entre los abismos de una metrópoli que son muchas, recorriendo los callejones sin salida de Brooklyn, del Bronx, de Queens y de Manhattan, mirando con asombro los extremos de la opulencia más brillante y la miseria más oscura, introduciendo de cuando en cuando su mirada afilada entre las penumbras de los congales y burdeles más sórdidos de la ciudad, pero también acumulando imágenes y palabras que narran las muchas historias personales y colectivas que transcurren todos los días entre las calles neoyorkinas en la segunda mitad de un siglo XX que se nos aleja un poco más con su muerte.
Nacido en 1942, Reed perteneció a la generación de los baby-boomers, los nacidos poco antes o después de la finalización de la segunda guerra mundial, los que protagonizaron la revolución contracultural y sexual de los años sesenta, que protestaron contra la guerra de Vietnam y contra el consumismo capitalista, los que probaron en carne propia aquello de que las puertas de la percepción sí existen, y que los paraísos artificiales son la expresión terrenal del cielo de las drogas, el sexo y el alcohol. Como muchos otros, Lou Reed fue un metodista consumado: se metió de todo. Y con ello, siguió al pie de la letra el viejo consejo de Lord Byron: el camino de los excesos conduce al templo de la sabiduría. Lector voraz de Edgar Allan Poe, de Dylan Thomas y Ezra Pound, admirador de las novelas de Hemingway, de Norman Mailer y de Truman Capote, Reed aspiraba como ellos en la literatura a crear la Gran Canción Americana en el campo musical, una desmesura propia de mentalidades excéntricas pero brillantes.
Por supuesto, igual que sucedió con aquellas pretensiones literarias, no lo logró. Pero aquí quedan la música y las letras de las canciones de Reed, grabadas en 20 discos como solista y un pequeño puñado de discos con el cuarteto del Velvet..Quedan por acá también las imágenes de un músico sin etiquetas, férreo enemigo de las modas, un surfista que transitó por las olas del glam rock y del sonido pre-punk, del blues y del rock más ortodoxo, que abrevó indistintamente de las aguas del rock and roll, del acid jazz y del godspell, del soul y, en algún tiempo, del R&B y hasta del folck eléctrico dylaniano.
Queda también la imagen de un hombre “atrapado entre las estrellas desfiguradas, las líneas trazadas y el mapa incorrecto” (como escribió en Romeo had a Juliette, de su disco New York, de 1989), declarando con furia que “voy a meter a Manhattan en una bolsa de basura”. Es la figura de un hombre flaco, de ojos grandes y de voz imprecisa y potente, caminando solitariamente por algún un callejón mal iluminado de una noche de ventisca otoñal en su amado Nueva York, mientras que los ecos de “Walk on the Wild Side” resuenan discretamente en algún departamento de Manhattan, musicalizando la noche oscura de un día perfecto.
La muerte de Reed recuerda las palabras del escritor David Foster Wallace, escritas hace apenas unos años antes de la muerte del propio Wallace: “Tener cuerpo presenta muchos inconvenientes. Si esto no es lo bastante obvio como para que a nadie le hagan falta ejemplos, limitémonos a mencionar rápidamente el dolor, las llagas, los malos olores, las náusea, el envejecimiento, la fuerza de la gravedad, la sepsis, la torpeza, la enfermedad y las limitaciones físicas: todos y cada uno de los cismas entre nuestra voluntad física y nuestra capacidad real. ¿Acaso alguien duda de que necesitemos ayuda para reconciliarnos con la corporalidad? ¿Que la ansiemos? Al fin y al cabo, el que se muere es el cuerpo.” (David F. Wallace, “Federer, en cuerpo y en lo otro”, Mondadori, 2013, p.18)
Monday, October 28, 2013
La era de la bestia
Estación de paso
La era de la bestia
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus-Milenio, 10/10/2013).
El conflicto magisterial encabezado por la CNTE desde hace ya varias semanas, es una buena estampa (colorida, conflictiva, dramática) de los problemas que enfrenta todo intento de reforma de la acción pública en sectores específicos, en este caso, el de la educación básica. El desarrollo del conflicto, que va del anuncio que el Presidente hizo de la reforma educativa en diciembre del año pasado, en su toma de posesión, hasta el desalojo del Zócalo el 14 de septiembre y las negociaciones de la CNTE con la Secretaría de Gobernación la primera semana de octubre, pasando por el golpe mediático, político y judicial derivado de la detención de la profesora Gordillo a principios del 2013, ha colocado un conjunto de intereses y posicionamientos en el centro del debate público. Lo que hemos visto a lo largo de este año intenso es un juego de poder entre reformadores y bloqueadores de las reformas, o, para decirlo en términos un tanto más técnicos, o clásicos: la formación de una coalición reformadora vs. la resistencia de una fuerza de bloqueo a las reformas. Es un espectáculo en el cual “la política de las políticas” está en el centro del pleito, una postal de conflicto y poder de nuestra “era de la bestia” en el campo educativo nacional.
Desde esta perspectiva la iniciativa, o la ofensiva política, la ha llevado claramente el Presidente y su equipo más cercano de asesores y consejeros. Reformar la educación básica, colocando en el centro del proyecto el tema del profesorado, constituyó la decisión estratégica, la pieza central de la iniciativa presidencial. Con un lenguaje orientado a aglutinar la mayor parte de los consensos en torno a los aspectos críticos de la educación (baja calidad, ausencia de evaluaciones significativas, hiper-politización y corrupción sindical, la iniciativa de reforma constitucional, la autonomía del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, el nombramiento de una nueva Junta Directiva de ese organismo, la creación del servicio profesional docente), la coalición promotora de la reforma confeccionó un discurso con el cual atrajo rápidamente no solamente a los partidos a través de esa plataforma política restrictiva y vinculante que es el “Pacto por México”, sino que concentró también las simpatías de grupos de presión y de interés como el de Mexicanos Primero, los organismos empresariales, buena parte de la opinión pública ilustrada, de destacados intelectuales y no pocos líderes sociales. Pero el apoyo duro y rudo a la reforma es, como debía esperarse, del SNTE, cuyos dirigentes, luego de la caída de Gordillo, rápidamente se alinearon frente al liderazgo presidencial, colocándose como promotores entusiastas y convencidos de las bondades de la reforma planteada.
En el lado opuesto de la arena, la CNTE se colocó al frente de la oposición, en condiciones desventajosas. Cargada con mala fama entre medios y analistas, reacia al diálogo con las autoridades federales, simpatizante de la calle como espacio casi exclusivo de expresión política, la Coordinadora y sus dirigentes constituyen un personal difícil de tratar. Sus usos y costumbres son una combinación de un discurso de izquierda radical ochentera (críticas al neoliberalismo, arengas contra la pseudo-democracia mexicana, exigencias de cambio en la conducción gubernamental), con la persistencia de estilos de negociación basados en los viejos métodos del corporativismo priista de los años sesenta (personalización de las negociaciones con autoridades locales, arraigo entre ciertos núcleos del profesorado, fortalecimiento de su legitimidad como representante de sus agremiados). Es curioso -tal vez lógico, mirado desde cierta perspectiva- como ese híbrido que es la CNTE se incubó en los estados más “priistas” de la república, es decir, aquellos donde el PRI no perdió la gubernatura sino hasta hace muy poco tiempo (Oaxaca, Guerrero) o no la ha perdido jamás (Veracruz), y esa historia aún espera ser relatada con precisión y profundidad. Pero el hecho es que, en un contexto de deterioro político de la política educativa, de programas simbólicos y de alianzas frágiles (la del SNTE con el oficialismo priista desde la política de federalización de la educación básica hasta la alternancia política,1990-2000, y con el oficialismo panista durante los dos sexenios pasados, 2000-2012), la CNTE fortaleció su poder e influencia como corporación opositora y como organización política. La movilización anual que mayo con mayo, año con año, desde hace más de 20 realizan numerosos contingentes estatales de la Coordinadora a la sede de la SEP y al zócalo capitalino, se convirtió en un ritual de consolidación de sus señas de identidad: el empleo del lenguaje político rudo de la calle, bloqueos de avenidas y carreteras, toma de escuelas y plazas, el paro magisterial, la presión por aumentos salariales y el mejoramiento de condiciones de trabajo, prestaciones, inamovilidad laboral, incremento en el número de plazas docentes, críticas a la dirigencia del SNTE, acuerdos puntuales con padres de familia y poderes municipales y estatales.
Sin embargo, esa identidad ha tenido dos efectos importantes en el contexto actual. De un lado, ha endurecido las posiciones al interior de la Coordinadora. Por el otro, la ha aislado de convocar a un número mayor de organizaciones y fuerzas políticas. Ni siquiera MORENA o el SME, dos fuerzas que podrían coincidir en el apoyo a la coordinadora, han logrado sumarse de manera decidida y clara a las demandas de la organización, y sólo algunos grupúsculos y tribus anarquistas han logrado colarse a las fuerzas el movimiento. En esas condiciones, la CNTE se ha convertido en una fuerza potente pero aislada, incapaz de convocar a una verdadera coalición contra-reformadora, capaz de equilibrar las fuerzas que se enfrentan en torno al proyecto reformador, y que obligue a una negociación de los momentos y alcances de la implementación de los cambios impulsados por la SEP. Atrapada entre un discurso polarizador y hostil ante cualquier intento de transformación educativa, pero sin un proyecto propio, coherente, capaz de convencer a otras fuerzas a unirse a sus causas, la Coordinadora se ha sometido a un desgaste brutal, a una sobre-exposición pública donde las críticas y los abucheos mediáticos y de no pocos ciudadanos han comenzado a cobrar la factura a sus dirigentes y al propio movimiento.
Por su parte, “la máquina de las reformas” (como les denominó en diciembre un eufórico diputado y connotado dirigente priista, Manlio Fabio Beltrones) ha seguido su curso. Pasó del análisis y de los foros a las iniciativas y a los proyectos de reformas, logrando pasar por la aduana del congreso, de la mayoría de los congresos estatales y por supuesto del SNTE. La mayor parte de los partidos políticos han apoyado esa reforma, y no pocas organizaciones y miembros del círculo rojo se han sumado con entusiasmo a la iniciativa presidencial. Esto coloca a la coalición reformadora en una posición de fuerza frente a sus adversarios, una condición que debilita significativamente la resistencia de la Coordinadora y divide a sus liderazgos.
En estos momentos lo que está en juego es la legitimidad y la factibilidad política de la iniciativa reformadora peñanietista. Y eso recuerda los acordes de la vieja música de los problemas de gobernabilidad, de sus déficits institucionales y de los modos de gestión política que aseguraron en el pasado reciente cierta “estabilidad conflictiva”, basada en intercambios de posiciones, recursos y comportamientos magisteriales. La CNTE está jugando claramente a bloquear la implementación de la reforma en las escalas locales, principalmente entre aquellas en las que mantiene una fuerza importante (Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Veracruz). El gobierno federal y la mayor parte de los gobiernos estatales están endureciendo sus posturas y presionando para debilitar la oposición a las reformas, y generar mayores recursos e instrumentos para su implementación en el sistema y en las escuelas. Si la política es un juego de ajedrecistas y no de ángeles, los tableros, las piezas y los jugadores están hoy en el centro del espectáculo.
Sobra decir que, según enseñan las lecciones de muchas experiencias reformadoras, el problema de la implementación de las políticas es el verdadero problema político de las políticas públicas, pues ello requiere de mantener umbrales positivos o manejables de gobernabilidad institucional. Movilizar a la burocracia educativa federal y estatal, promover el conocimiento preciso del alcance de los cambios en las formas de evaluación, promoción y contratación del profesorado, así como vincular claramente los efectos de estas reformas en la calidad de la educación, en el mejoramiento de los procesos de enseñanza y de aprendizajes de niños y jóvenes, forma parte de las actividades de persuasión, argumentación y coerción propias del ejercicio de la autoridad en el sector educativo como también en cualquier otro campo de la acción pública. Pero existen cuestiones políticas y de política educativa que forman parte de la complejidad del asunto, y generan cuestiones que aún aguardan respuestas por parte de los reformadores. Como reza el lugar común en política pública, cualquier proyecto reformador es esencialmente un buen conjunto de hipótesis sobre comportamientos institucionales y sociales que solo pueden demostrarse en el proceso de instrumentación de las acciones y de su evaluación expost. Las sombras de la ingobernabilidad asoman en el horizonte, con el ruido de la desinstitucionalización y desestructuración política del sector educativo que hemos observado en los últimos meses, y perfilan un panorama complicado para reformadores, contra-reformadores y simples espectadores. Parafraseando a Yeats: una bestia terrible ha nacido.
Friday, October 25, 2013
El extraño regreso del Sr. Torquemada
Estación de paso
El extraño regreso del Sr. Torquemada
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 24 de octubre de 2013.
La historia de la sociedad del espectáculo es en buena medida la historia del desvanecimiento de las fronteras entre lo público y lo privado. Políticos, hombres de negocios, actrices y actores, deportistas y locutores, profesores e intelectuales, son los protagonistas visibles de ese cambio profundo en la valoración de lo que es de todos, lo que es de nadie, y lo que pertenece al ámbito de los individuos. Los medios, por supuesto, incluyendo los tradicionales y los nuevos, se han erigido en espacios de juicios sumarios y tribales sobre la vida y obra de los privados para valorar su desempeño público y viceversa. En otras ocasiones, son los propios individuos –que incluyen a cantantes o actrices de moda, boxeadores profesionales, funcionarios públicos, a los nuevos ricos- los que aspiran a hacer públicas sus preferencias, sus pertenencias y posesiones, su lugar en el mundo público, exhibiendo parte de sus vidas privadas al abierto escrutinio de otros, fotos y entrevistas incluidas. Baste observar lo que todos los días se publica en casi cualquier lado para mostrar ese cambio profundo del sistema de creencias que domina la sociedad del espectáculo.
Veamos el caso, por ejemplo, de un conocido futbolista tapatío, que juega en las Chivas del Guadalajara, llamado Marco Fabián. Desde hace tiempo, los medios y las “redes sociales” le siguen la pista, publicando fotos y comentarios sobre su vida privada. Desde cierta ambigüedad moral, se le recrimina que asista a los bares y a los antros para beber con sus amigos y novias, bajo el supuesto moral de que un deportista es un hombre público, que debe ser en todo momento y bajo cualquier circunstancia un ejemplo para sus seguidores (en espacial para los niños), y que representa la honestidad y superioridad moral de una institución, en este caso futbolística. En ese marco el futbolista profesional se confunde con el ciudadano que ejerce su derecho a divertirse; el hombre público, trabajador asalariado de una marca deportiva que vive de ese negocio, se funde con el individuo que sale a beber unos tragos con sus amigos luego de un partido.
Ese prejuicio moralista es la metástasis contemporánea de una obsesión medieval, que hoy se expresa en los medios en formas diversas de acoso y espionaje, prácticas que se extienden como la hiedra entre medios y redes sociales: “Marco Fabián fue visto en un bar luego del partido contra el América”, cabeceó una nota de la versión electrónica del suplemento “Cancha” del diario Mural, de Guadalajara(11/10/2013). En otros medios, “nacionales”, el tono acusatorio domina la nota: “no importa que pierdan partidos, ellos siguen la fiesta”. (http://www.eluniversal.com.mx/deportes/2013/pese-a-perder-el-clasico-en-chivas-no-para-la-fiesta-956544.html). Muchos diarios, comentaristas y ciudadanos achacan a este tipo de comportamientos “indebidos” de los profesionales el fracaso de un equipo, la derrota en un juego, la debacle de una historia gloriosa y sin fisuras, la explicación de todos los males que suceden a una actividad, cosas así.
Bien visto, el desliz moralista es muy claro: un futbolista profesional (o el funcionario público, o el actor del momento) no debe ni puede exhibir comportamientos “no profesionales”, lo que eso signifique. Es como decir que un político siempre debe actuar como un político, sea en el espacio público, privado o secreto; o que un profesor siempre hable en tono magisterial, o que una ama de casa sea la misma cuando va al cine o cuando busca trabajo, o que un directivo de cualquier empresa (incluyendo las deportivas), debe comportarse como hombre de negocios ya sea en la alcoba o en el restaurante. Es una forma estúpida no solo de valoración de lo público y lo privado, sino que tiende a fundir en una imagen unidimensional, francamente arcaica, la figura del hombre público con la del hombre privado. En ese trance, lo que queda a la vista es la fuerza de un viejo prejuicio moralistón y aburrido: los individuos deben comportarse íntegramente, con absoluta probidad y honestidad tanto en su vida pública como privada. Es la fantasía de que todos los individuos deben usar la misma máscara en toda ocasión.
Ese razonamiento invade el imaginario de algunas franjas y espacios de la sociedad del espectáculo. Pero se pierde de vista que la distinción entre lo público y lo privado es una invención civilizatoria. No es fácil definir con precisión los límites entre ambos mundos. Ni la ley, ni la ética, ni la moral ni las creencias son capaces de marcar con claridad hasta donde los comportamientos privados afectan los comportamientos públicos y viceversa. Hay, sí, códigos altamente formalizados que intentan regular ambas esferas, identificando los límites entre sus prácticas, tratando de distinguir las fronteras de los actos privados que tienen consecuencias públicas y al revés. Pero las abismales diferencias entre los individuos no pueden resolverse mediante exorcismos públicos de demonios privados, ni con la proliferación de los prejuicios privados que intentan convertirse en reglas públicas. El derecho a la privacidad (un derecho liberal clásico), la libertad de elegir que tienen los ciudadanos para que puedan hacer lo que se les antoje con sus vidas cuando ejercen ese derecho, representa el bien mayor del debate, y las consecuencias y efectos de esos comportamientos solo afectan esencialmente a los individuos, no a las instituciones o a los medios. Vivir de la exploración morbosa de las vidas personales de los hombres o mujeres es un acto inquisitorio propio de mentalidades conservadoras, puritanas, aquellas que representan muy bien los nuevos Torquemadas que hoy habitan la república de los medios, los palcos de los hombres de negocios y las redes sociales.
Monday, September 30, 2013
Suelo
Estación de paso
Suelo
Adrián Acosta Silva
(Septiembre, 2013)
Tal vez una de las voces más potentes y originales del rock brasileño contemporáneo sea la que representa el músico y compositor Lenine (Recife, 1959). Desde hace treinta años, con 12 discos grabados (que incluye un recopilatorio en 2009, y una sesión en vivo en la serie MTV, de 2006), y con miles de kilómetros recorridos en extenuantes giras por Brasil y Portugal, por Argentina, Chile y Uruguay, en España, Alemania y Holanda, la música de Lenine ha perforado las fronteras entre la samba y el rock, entre el bossa nova y el blues, con una pequeña ayuda de ecos tangueros conosureños y algún extraño sonido de raíces africanas. Como otros cantautores en distintos contextos, la obra de Lenine es a la vez un acto de fe y una voluntad de resistencia, una obra macerada a fuego lento entre la tradición y la innovación, una expresión de reiteración y reinvención, de “creación destructiva”. ¿Quién no sabe que la invención es también un acto de demolición?
Hijo de padre comunista y madre católica, el nombre le viene por supuesto del padre, el signo en la frente de un mito revolucionario soviético con sonoridades portuguesas, que asemeja la figura de un líder comunista en sandalias, de pelo largo, tocando una guitarra mágica influenciada indistintamente por los Beatles y los Stones, por Pink Floyd y Cat Stevens, por la música de Caetano Veloso y de Elis Regina, las novelas de Rubem Fonseca, la poesía de Vinicius de Moraes y de Luis de Camoes, y hasta por el ánimo inquieto, apesumbrado y curioso de Fernando Pessoa.
Baque Solto de 1983 (“Barco suelto”), fue el mascarón de proa con el que Lenine inició su carrera, cuando aún resoplaban en el aire los tambores de la dictadura militar y se iniciaba el largo proceso de democratización de la cultura y la política brasileñas. Tal vez Lenine fue la voz que surgió discretamente de entre los escombros de la música censurada de Milton Nascimento, de Maria Bethania, de Chico Buarque. Representaba en cierta medida un desafío y un reclamo en un entorno cultural y político en el cual se asfixiaba la tradición festiva, desafiante y contundente de la música urbana de Sao Paulo y de Río de Janeiro, colocando en perspectiva una vitalidad cultural que abría al mismo tiempo cauces y horizontes emocionales y sonoros para una nueva generación de jóvenes brasileños. Tres décadas después de aquella discreta presentación en sociedad, el perfil estético de una obra contenida, que combina el virtuosismo sonoro de guitarras, violines y pianos con la profundidad letrística, estalla en un nuevo disco, poblado por canciones talladas a mano, reposando en la voz profunda de un cantante comprometido con sus impulsos e imaginación: eso es Chão (“Suelo”), su disco más reciente, lanzado hace un par de años, en 2011. Antecedido por Lenine.Doc (2010) y Labiata (2008), “Suelo” es, a la vez, polvo de viejos lodos leninianos pero también el muestrario de un proyecto musical en permanente proceso de construcción, una obra elaborada con parsimonia y lentitud, virtudes escasas en una época donde la velocidad y el “novedismo” (esa obsesión por presentar todo como si fuera algo completamente nuevo) marcan el canon impresentable de zonas extensas de la música comercial.
Ya en Labiata, Lenine había declarado sus señas de identidad, su agenda y proyecto, mostrado la ruta maestra de sus inspiraciones: La lógica del viento/El caos del pensamiento/La paz en la soledad/La órbita del tiempo/La pausa del retrato/ La voz de la intuición/La curva del universo/ La fórmula del acaso/El alcance de la promesa/El salto del deseo (É o que me interessa). Aquí reposa el centro creativo de una obra solamente apta para los impuros, los infieles y herejes rockeros.
¿De qué nos habla el músico de Recife a través de las 10 canciones de su disco más reciente? Del mar, del amor, de los seres extraños que habitan las ciudades, de la resistencia frente a las adversidades, de la malicia y de la maldad, del sonido y la locura. Con una voz que gobierna firmemente ritmos de letras mezcladas con metal, y una guitarra que conduce con decisión los tonos claros de rock combinados con bajos, pianos, baterías y máquinas de escribir (sí, ese viejo artefacto del siglo XX), que acompañan la dulzura del idioma portugués, Lenine coloca en perspectiva viejas y nuevas obsesiones que han alimentado en el pasado su imaginación, sus elucubraciones y ansiedades.
Tomo de la traducción de la edición argentina de disco (Universal Music Argentina, 2011) algunos párrafos sueltos para ilustrar el mapa de las sonoridades contenidas en esta obra.
El suelo llega cerca del cielo/Cuando levantas la cabeza y te quitas el sombrero, dice en “Chão”.
Amor es materia prima/Es llama/La esencia/La suma/El tema (“Amor es para quien ama”).
Uno es solamente apatía/Otro se dice que es un genio/Ese transpira energía/ Y áquel orina uranio…Ése remuerde sus huesos/ Áquel mastica diamantes (“Seres Extraños”).
Y cuando el mar está bravo/Y cuando ya no doy pie/ No me enfado o me quejo/Y tal como un barco suelto /a salvo del mar revuelto/Vuelo firme a mi camino (“Me doblo pero no me quiebro”)
Estas frases, esculpidas con acordes de guitarras acústicas y eléctricas, mandolinas y sintetizadores, acompañadas por ruidos de teteras y motosierras, habitan el corazón sonoro de Suelo, y proporcionan quizá, “un descanso en la locura”, como escribe en otra canción. Oír a Lenine por vez primera conlleva el riesgo de que las mezclas impuras, tóxicas, envenenen lentamente el alma de quien lo escuche.
Tuesday, September 10, 2013
Pedro Krotsch y la universidad argentina
Estación de paso
Pedro Krotsch y la universidad argentina
Adrián Acosta Silva
(Texto publicado en Campus, suplemento del diario Milenio, núm. 525, 05/09/2013, México).
Los días 29, 30 y 31de agosto pasados, en la Universidad Nacional de San Luis, en el corazón del oeste argentino, se celebró el VII Encuentro Nacional y IV Latinoamericano “La Universidad como Objeto de Investigación. Universidad y democracia en Argentina y América Latina.”. El objetivo general del evento fue el conversar, debatir y discutir los problemas de la universidad y de la educación superior argentina y latinoamericana en el marco de la celebración de los 30 años de la recuperación democrática de aquel país. Como todo evento académico universitario, en este espacio confluyeron diversas voces, distintas perspectivas analíticas, teóricas e ideológicas, de distinto calibre y tonalidad, para hablar sobre los problemas del gobierno universitario, el financiamiento, la producción científica y el desarrollo tecnológico, la internacionalización de las universidades, su historia institucional y disciplinaria.
El hecho mismo de la celebración del congreso bastaría para afirmar su importancia en un contexto (el de la educación superior) donde las cosas parecen estar cambiando demasiado aprisa, y donde las agendas de políticas públicas y las de la investigación sobre el campo parecen distanciadas desde hace tiempo. Pero la peculiaridad del congreso es su propia historia y trayectoria. Celebrado por primera vez en 1995, el congreso representaba una idea y un proyecto de largo plazo, un esfuerzo intelectual, político y organizativo para crear un clima de debate y discusión sobre el pasado, el presente y el futuro de las universidades argentinas. Y el impulsor, el artífice de este esfuerzo fue Pedro Krotsch (1942-2009), una figura clave de la vida académica, intelectual y política de la educación superior argentina y latinoamericana.
Krotsch fue un promotor de la discusión profunda e informada de los temas educativos universitarios. Exiliado primero en Brasil y luego en México a mediados de los años setenta, como mucho otros de sus compatriotas, Pedro se asumía como un argenmex orgulloso y agradecido con México. Trabajó en diversos proyectos académicos y programas gubernamentales federales en nuestro país, lo que le permitió conocer y apreciar buena parte de la geografía mexicana, sus escuelas e instituciones educativas. Pero nunca perdió de vista el regreso a Argentina, y su interés en construir espacios y grupos dedicados al estudios de la universidad y de la educación superior.
Producto de ello, fue la creación de la revista Pensamiento Universitario, un proyecto editorial que nació en 19993 y que acompañó la idea de una reunión periódica de análisis nacional sobre los problemas de las universidades argentinas. De ahí surgió la idea de un congreso que colocara a la universidad como objeto de investigación, un evento que reuniera los esfuerzos investigativos y exploratorios sobre el tema, y que además colocara a la universidad en el cruce de caminos de la investigación sociológica y el diseño de las políticas públicas. Estos dos proyectos –la revista y el congreso- no hubiesen existido sin el esfuerzo individual y organizativo de Krotsch, pero tampoco hubieran sido posibles sin la autoridad, el prestigio y la seriedad que prácticamente todos en el mundo académico universitario le reconocían a Pedro. Su paso por las actividades de plomería académica, administrativa y organizacional de las universidades argentinas –docencia, investigación, impulsos de programas de posgrado e investigación- , su presencia como director del prestigiado Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, su papel en la creación de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), sus contribuciones para colocar temas y asuntos en la agenda de las políticas universitarias, fueron actividades que trazaron una ruta de trabajo pero también de una enorme cosecha de afectos y reconocimientos dentro y fuera de su país.
En San Luis se reafirmaron las emociones de calidez y simpatías que suscita la figura de Krotsch, pero también los compromisos con los proyectos que a lo largo de cuarenta años emprendió por la educación superior argentina y latinoamericana. Ya su numeroso conjunto de amigos, colegas y alumnos –Antonio Camou, Claudio Suásnabar, Sonia Araujo, Daniela Atairo, Marcelo Prati, Carlos Mazzola, entre otros- se han encargado de dar continuidad a las obras impulsadas por Pedro, con la celebración del séptimo congreso, la edición de un número más de Pensamiento Universitario (el 15, de marzo de 2013), y el compromiso con organizar, rescatar y difundir la amplia obra de Krotsch. Pero para los que tuvimos la fortuna de conocerlo, siempre extrañaremos también su gran sentido del humor, su inteligencia, su capacidad de mirar siempre más allá de la coyuntura y fabricar ideas e intuiciones penetrantes alrededor de una conversación frente a una copa de vino o una botella de cerveza. Una figura alta y prudente que, caminando entre las penumbras de los pasillos y escaleras de cualquier auditorio universitario, podía levantar su mano para señalar un punto, un tema, una cuestión que debía ser incorporada en el análisis de la situación de la universidad. Y que entre los asistentes siempre quedara la inamovible sensación de que Pedro, otra vez, tenía razón.
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Monday, August 26, 2013
La república invisible
Estación de paso
La república invisible
Adrián Acosta Silva
Como sucede puntualmente en cada ciclo escolar desde hace ya demasiados años, la publicación de las listas de admitidos para ingresar a estudiar alguna carrera en las universidades públicas generó malestar, descontento e indignación entre aquellos que no pudieron aparecer en las listas. El resultado es lo que hoy vemos en el DF o en Oaxaca: movimientos estudiantiles de protesta por el hecho, que reclaman al gobierno y a las autoridades universitarias modificar las políticas de admisión, ampliar el cupo en las universidades, eliminar las barreras de exclusión (o criterios de selección) a los miles de solicitantes que no alcanzan los puntajes mínimos requeridos para inscribirse en las opciones de su preferencia. Es un hecho extraño y triste. El fenómeno tiene su origen, su historia y sus complejidades, pero, como ocurre en otros casos de la vida social, también forma parte de lo que puede denominarse como parte de la república invisible, ese conjunto de prácticas, de acciones, de sonidos, símbolos y significaciones que ordenan los comportamientos sociales dentro y en los alrededores de las instituciones.
La organización del reclamo es por supuesto un acto político, que intenta incidir en la gestión de una solución satisfactoria en el corto plazo. En las próximas semanas veremos que sucede, pero se puede anticipar que no pasará más de lo que vemos hoy: movilizaciones callejeras, declaraciones bien intencionadas, instalación de alguna mesa de diálogo, en el extremo, toma de instalaciones como en la UABJO. Pero lo que quizá vale la pena tratar de identificar es qué tipo de factores inciden en la recurrencia del fenómeno, las causas de su potente instalación en el paisaje socioeducativo nacional, las raíces profundas del mal. Después de todo, ello forma parte de una paradoja maestra de la república invisible en el terreno de la educación superior mexicana: mientras que gobierno, especialistas, empresarios, partidos políticos y autoridades universitarias reconocen la necesidad de incrementar el número de jóvenes que ingresan a la educación superior como un mecanismo estratégico para elevar la productividad, competir en la economía del conocimiento, mejorar la calidad de la democracia mexicana, o para impulsar la cohesión y la movilidad social, al mismo tiempo se confirma la imposibilidad de que se amplíe indiscriminadamente (es decir, sin restricciones) el acceso a la educación superior universitaria, bajo consideraciones de que ello significaría sacrificar la calidad de la selección meritocrática. En otras palabras, queremos aumentar el número de jóvenes universitarios (la cantidad) pero al mismo tiempo solo deseamos que ingresen los mejores, los más calificados (la calidad).
El problema ha intentado ser resuelto, razonablemente, con la diversificación de la oferta pública en el nivel superior. Desde hace por lo menos dos décadas, se ha impulsado desde el gobierno la creación de nuevas instituciones de educación superior que enriquezcan el menú de la oferta para los estudiantes universitarios y sus familias. Ahí están los cientos de universidades e institutos tecnológicos federales y estatales, que ofrecen carreras técnicas y profesionales de ciclos cortos, que anuncian vinculación casi instantánea con mercados labores específicos, que se adaptan, dicen, a las necesidades de la demanda con adecuaciones de la oferta. También están las opciones virtuales que con entusiasmo insuperable promueven autoridades universitarias y gobiernos locales, como la verdadera solución a los males de la admisión: son de bajo costo, flexibles, que inducen al autoaprendizaje, montadas en plataformas tecnológicas modernísimas, que ofrecen un nuevo mundo de posibilidades para la formación universitaria. Y detrás de esa cruzada por desincentivar la atracción de las universidades públicas entre los egresados del nivel medio superior, está también el florecimiento espectacular de la educación superior privada, sobre todo la de bajo costo y escalas pequeñas, que han logrado conformar un mercado que suele alimentarse rutinariamente de los ejércitos de rechazados que no logran alcanzar un sitio en las universidades públicas.
Pero los resultados de estos esfuerzos de diversificación no han sido satisfactorios. Según datos oficiales, a nivel nacional 8 de cada 10 egresados de alguna prepa logra ingresar a alguna modalidad de educación superior (lo que se denomina el la jerga tecno-burocrática educativa “tasa de absorción”), aunque esta tasa promedio varía considerablemente en los estados del país. Pero de cada 10 ingresan, 4 están en alguna universidad pública tradicional, 3 en otra opción publica, y 3 en alguna institución privada. Eso es la distribución de la matrícula realmente existente, es decir la que fue aceptada luego de cierto proceso de selección. El asunto de fondo es saber cuánto de esa distribución es producto de la resignación, cuánto es el resultado de una selección deliberada, cuántos deciden aplazar su selección, y cuánto es el total de estudiantes que renuncia a cursar definitivamente alguna carrera en su vida. Aquí no tenemos más que especulaciones y vaguedades nacionales, amontonadas junto a historias sociales e individuales, regionales y locales, que esperan ser analizadas por alguien. Pero si se calcula que sólo 3 de cada 10 estudiantes logran ser aceptados en las universidades públicas, eso significa que acaso 5 o 6 de cada 10 estudiantes están inscritos en una institución no universitaria, pública o privada, porque no les quedó otra opción. Y esto representa problemas de desempeño académico, de expectativas personales, de entusiasmos individuales, de compromiso institucional.
Ante el paisaje, las universidades públicas se han transformado silenciosamente en universidades de élite, no populares, en la que sólo los mejores, muy pocos, logran ingresar. En eso nos parecemos mucho a las universidades públicas brasileñas, que experimentan el fenómeno desde mucho antes que nosotros. Esta zona de nuestra república invisible es una postal triste y poderosa de nuestra vida pública. Más aún: es una fotografía extraña, que causa la impresión de que algo está mal en el retrato. Es una sensación incómoda, de algo que no corresponde a la realidad, que bien puede ser acompañada por una canción de ese título, hoy olvidada, del viejo León de Belfast, Van Morrison. Claro: él se refería a otra cosa.
Thursday, August 01, 2013
JJ Cale: un pez de aguas profundas
Estación de paso
JJ Cale: ese pez de aguas profundas
Adrián Acosta Silva
They call me the breeze
I keep blowing down the road
I ain´t got me nobody
I ain´t carryin´ no load
JJ Cale, Call Me the Breeze, 1971
El fallecimiento de JJ Cale (1938-2013) el pasado 26 de julio justo a la hora del crepúsculo, fue un acontecimiento azaroso y sorpresivo, pero digno de la vida misma del sobrio guitarrista de Oklahoma: discreto, prudente, sin estridencias ni discusiones. Dueño de una obra parca pero extendida a lo largo de más de medio siglo, la música de Cale iluminó el mundo rockero de la segunda mitad del siglo XX con la exactitud de una guitarra más cercana a la mansedumbre que a la rebeldía, serena y reflexiva. Sin intenciones grandilocuentes ni ambiciones desmesuradas, Cale fue un artesano minimalista que ayudó a reconstruir parte de los senderos y rutas que habitan el mapa de las sonoridades contemporáneas, alimentando con el potente combustible de sus intuiciones una dilatada carrera que influyó decisivamente en las trayectorias de Ry Cooder, de Robbie Robertson y Levon Helm, de Mark Knopfler, de Leon Russell, de Eric Clapton, de Neil Young.
Como todo ermitaño que se respete, Cale fue un músico que prefirió siempre la soledad y el aislamiento que la fama o la fortuna. Como relata de manera oportuna Sergio Monsalvo en “JJ Cale: el hombre que vino del polvo” (publicado en el blog de música de de la revista Nexos, 27/07/2013, www.nexos.com.mx), la educación sentimental del oriundo de Oklahoma City se alimentó originalmente de la crisis provocada a finales en los años treinta por la sequía, el polvo y el “viento negro” del medio oeste norteamericano. Quizá eso explica sus hábitos gregarios, su preferencia por la seguridad de los lugares apartados y escondidos. Poseedor de un estilo ecléctico, curtido lentamente entre las aguas del blues, el sonido rockabilly, el folck sureño y el country del medio oeste, Cale fue un story-teller destacado, cuyas letras y ritmos lograron la producción de piezas magistrales como After Midnight o Cocaine, que luego popularizara con éxito Eric Clapton hacia finales de los años setenta.
A lo largo de más de 50 años Cale grabó una veintena de discos en solitario. Era un pez de aguas profundas, capaz de deslizarse entre varios géneros sin perder el estilo. Dueño de un pulso inigualable con la guitarra, sus dedos expertos extraían notas y sonidos puros pero lentos, relajados, capaces de atrapar la atención tanto de los espectadores laicos como de los colegas consagrados. Cooder y Knopfler se referían a él como el verdadero dios de todas las guitarras, el hombre que vestido con Levis y camisas a cuadros representaba con lucidez y profundidad la sonoridad de la música Cajun, esa mezcla extraña de guitarras rítmicas y letras de blues con el inconfundible sabor terroso del desierto y las aguas lodosas del sur de Louisiana.
Creador del Tulsa Sound pero enemigo de toda clase de etiquetas, Cale poseía un estilo “indecible”, como lo describió Neil Young en sus memorias publicadas el año pasado, donde su obra era un “híbrido extraño”, que no era folck, ni blues, ni rock and roll, “sino algo por ahí en el medio”, según afirmó Clapton en una entrevista hace tiempo. En la última década de su vida, la fascinación por su música sólo era compartida por un pequeño grupo de iniciados, dado que desde los años ochenta Cale vivía en la sólida comodidad del anonimato, aunque seguía componiendo canciones en la intimidad de su estudio personal, y tocando aisladamente en algunos lugares de California, padeciendo dificultades económicas, viviendo entre los polvos de viejos lodos de la crisis, su compañera inseparable. Es en este contexto que Clapton invitó a Cale en el 2006 a grabar juntos un álbum (The Road to Escondido), que colocó nuevamente a Cale en la gran mesa del conocimiento público, un álbum espléndido inundado por las guitarras de dos de los virtuosos más importantes de la música contemporánea. Eso hizo declarar a Cale que, de no haber sido por su amigo Eric, “él estaría vendiendo zapatos en algún lado”.
En los tiempos de esas brujerías tecnológicas que representan You Tube y los buscadores de internet, las canciones e interpretaciones de Cale pueden encontrarse rápidamente, y vale la pena asomarse a cualquiera de sus clips para descubrir la magia de la música que el norteamericano compuso a lo largo de su vida. La figura de un hombre flaco y desgarbado aparecerá en la mayor parte de las veces con imágenes borrosas, de mala resolución, tomadas al azar por algún fanático en alguno de los pocos conciertos que solía ofrecer en los Estados Unidos. Ello no obstante, esas imágenes y sonidos son suficientes para apreciar la calidad de uno de los virtuosos anónimos más célebres de la historia del rock, que fue seducido, entre otras cosas, por los burdeles de Tijuana, las carreteras secas de Durango, o los placeres indómitos del alcohol, el abandono y el desamor.
Quizá JJ Cale representa, junto con la literatura de su contemporáneo Cormac McCarthy, la estética del desierto, ese cálido soplido del viento polvoriento que conserva el olor de las cosas que se desvanecen, pero es también una música que acaso produce una cómoda sensación de nostalgia del futuro. El hombre con la guitarra en la mano, tocando Travelin´ Light, o Cajun Moon, o Call Me the Breeze, o Danger, que narra historias breves con la discreta elegancia de un hombre sabio, acostumbrado a ver pasar la vida bajo la sombra protectora de una cabaña desvencijada, que acompaña el tiempo con una cerveza fría, mirando a lo lejos cómo se oculta el sol del verano entre los matorrales, las dunas y lo chaparrales que conforman el paisaje ocre y seco de un desierto infinito.
Thursday, July 18, 2013
La paradoja de Brunner
Estación de paso
La paradoja de Brunner
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio, U. de G., 18 de julio, 2013.
La semana pasada José Joaquín Brunner, el conocido sociólogo chileno autor de numerosas obras de referencia para el campo de la cultura y la educación superior en América Latina, estuvo en la Universidad de Guadalajara para dictar una conferencia magistral y un par de cursillos para funcionarios y estudiantes de posgrado de dicha institución. Para muchos de los que nos hemos formado en la lectura de sus numerosas obras, tener a Brunner por primera vez en Guadalajara representaba la oportunidad de compartir con el académico y el intelectual, con el funcionario público y el consultor internacional, con el colega y con el profesor universitario, algunas de las ideas y propuestas que ha formulado recientemente en torno a lo que está ocurriendo en el campo de la educación superior latinoamericana. Las siguientes son algunas notas al vuelo de lo que el autor de Universidad y sociedad en América Latina (1986), o Los intelectuales y las instituciones de la cultura (publicado en 1983, junto con Angel Flisfich), vino a decir a la U. de G. Son notas organizadas en 4 postales de gran formato, conducidas por la idea de que la educación superior latinoamericana es el territorio de una paradoja central: experimenta una gran expansión y diferenciación social e institucional que, sin embargo, tiende a reproducir las desigualdades estructurales de la región, algo que puede ser llamado como la “paradoja de Brunner”.
1. Como en ninguna otra época anterior, la educación superior muestra un ritmo espectacular de expansión y masificación de la oferta y de la demanda por carreras de licenciatura y posgrado. Hoy, en Iberoamérica más de 20 millones de estudiantes están inscritos en alguna de las 16 mil instituciones o establecimientos públicos o privados, universitarios y no universitarios, de educación superior de la región. La magnitud de este crecimiento va acompañado de un incremento de la complejidad de la gestión de los sistemas e instituciones, pero también revela el tamaño de los cambios contextuales que han ocurrido en las sociedades, las economías y las políticas de los países de la región. Sólo para darse una idea del impacto de este crecimiento de las plataformas institucionales de la educación superior basta comparar con lo que teníamos hace 60 años: en 1950 sólo existían 75 instituciones de educación superior y teníamos una matrícula de 150 mil estudiantes en toda iberoamérica. En ese lapso (1950-2010), las instituciones se multiplicaron por más de 200 veces y la matrícula por 130. Juguemos con los datos: en las últimas 6 décadas cada año se crearon en promedio 265 nuevas IES y se incorporaron más de 300 mil nuevos estudiantes a las mismas.
2. Estos datos agregados esconden diferencias muy significativas entre los países iberoamericanos. Por ejemplo, la cobertura. Mientras que en países como España, Uruguay o Argentina 6 o 7 de cada 10 jóvenes de entre 19 y 23 años están matriculados en alguna modalidad de educación superior, en países como Guatemala o El Salvador lo hacen solo 2 de cada 10. En México, en número redondos estamos más cerca de Guatemala que de Argentina: sólo 3 de cada 10 muchachos o muchachas actualmente están inscritos en alguna institución de educación superior.
3. Uno de los problemas de esta expansión es que tiende a reproducir los patrones de la desigualdad social latinoamericana. Es decir, los que ingresan son estudiantes pertenecientes familias de los 2 quintiles más altos de ingreso de la región y cuyo origen social se caracteriza por padres y madres de familia con escolaridades relativamente altas. Ello explica porqué en promedio sólo 4 de cada 10 jóvenes están inscritos en la educación superior de la región. Esto tiene enormes implicaciones no solamente en términos de equidad, sino que debilita significativamente las funciones de movilidad social ascendente que tradicionalmente han estado asociadas a la educación universitaria. Una sociedad que, por diversas causas y razones, no incluye a 6 de cada 10 jóvenes en la educación superior, está “condenando” a la inmovilidad social a un enorme sector de la población (una cuarta parte en promedio), a sobrevivir reproduciendo los patrones preexistentes de desigualdad social.
4. ¿Universidades o escuelas? Como Brunner señaló, apoyándose en el Informe 2011 Educación superior en Iberoamérica (CINDA, 2011), sólo 4 mil de las 16 mil instituciones de educación superior pueden considerarse como universidades. El resto son establecimientos dedicados a la formación en áreas no científicas sino profesionales o técnicas, en las cuales se desarrollan básicamente labores de docencia, no de investigación, ni extensión ni difusión. En las 4 mil universitarias, sin embargo, sólo un puñado son verdaderas universidades, es decir, desarrollan sistemáticamente labores de docencia, investigación, extensión y difusión cultural. Pero si se clasifican de acuerdo a un indicador básico de investigación (número de artículos científicos publicados por las universidades en un lustro,2003-2008), sólo 1369 de las 4 mil realizan algún tipo de investigación, y sólo 62 de ellas, que publican más de 3 mil artículos científicos por año, pueden considerarse “universidades de investigación” (en el caso mexicano sólo 4 universidades están consideradas en este categoría). Frente al discurso de la sociedad del conocimiento, de la economía basada en el conocimiento, esos datos revelan el tamaño del esfuerzo institucional que aún falta hacer para fortalecer y expandir esta parte estratégica de la educación superior en la región.
Estas cifras e imágenes habitan el centro de la “paradoja de Brunner”. La educación superior como un campo masificado y heterogéneo, excluyente de los sectores más pobres y reproductor de las elites, que sirve para consolidación de posiciones de privilegio a algunos, o de escalera de movilidad social para otros, pero que excluye sistemáticamente a la mayoría de los jóvenes. Universidades que no lo son, muchas escuelas que funcionan como “enseñaderos” de nuevos oficios y profesiones, donde la investigación científica es una flor exótica y delicada. Esa es la fotografía del momento y sus circunstancias. Esos son sus formidables desafíos.
La paradoja de Brunner
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio, U. de G., 18 de julio, 2013.
La semana pasada José Joaquín Brunner, el conocido sociólogo chileno autor de numerosas obras de referencia para el campo de la cultura y la educación superior en América Latina, estuvo en la Universidad de Guadalajara para dictar una conferencia magistral y un par de cursillos para funcionarios y estudiantes de posgrado de dicha institución. Para muchos de los que nos hemos formado en la lectura de sus numerosas obras, tener a Brunner por primera vez en Guadalajara representaba la oportunidad de compartir con el académico y el intelectual, con el funcionario público y el consultor internacional, con el colega y con el profesor universitario, algunas de las ideas y propuestas que ha formulado recientemente en torno a lo que está ocurriendo en el campo de la educación superior latinoamericana. Las siguientes son algunas notas al vuelo de lo que el autor de Universidad y sociedad en América Latina (1986), o Los intelectuales y las instituciones de la cultura (publicado en 1983, junto con Angel Flisfich), vino a decir a la U. de G. Son notas organizadas en 4 postales de gran formato, conducidas por la idea de que la educación superior latinoamericana es el territorio de una paradoja central: experimenta una gran expansión y diferenciación social e institucional que, sin embargo, tiende a reproducir las desigualdades estructurales de la región, algo que puede ser llamado como la “paradoja de Brunner”.
1. Como en ninguna otra época anterior, la educación superior muestra un ritmo espectacular de expansión y masificación de la oferta y de la demanda por carreras de licenciatura y posgrado. Hoy, en Iberoamérica más de 20 millones de estudiantes están inscritos en alguna de las 16 mil instituciones o establecimientos públicos o privados, universitarios y no universitarios, de educación superior de la región. La magnitud de este crecimiento va acompañado de un incremento de la complejidad de la gestión de los sistemas e instituciones, pero también revela el tamaño de los cambios contextuales que han ocurrido en las sociedades, las economías y las políticas de los países de la región. Sólo para darse una idea del impacto de este crecimiento de las plataformas institucionales de la educación superior basta comparar con lo que teníamos hace 60 años: en 1950 sólo existían 75 instituciones de educación superior y teníamos una matrícula de 150 mil estudiantes en toda iberoamérica. En ese lapso (1950-2010), las instituciones se multiplicaron por más de 200 veces y la matrícula por 130. Juguemos con los datos: en las últimas 6 décadas cada año se crearon en promedio 265 nuevas IES y se incorporaron más de 300 mil nuevos estudiantes a las mismas.
2. Estos datos agregados esconden diferencias muy significativas entre los países iberoamericanos. Por ejemplo, la cobertura. Mientras que en países como España, Uruguay o Argentina 6 o 7 de cada 10 jóvenes de entre 19 y 23 años están matriculados en alguna modalidad de educación superior, en países como Guatemala o El Salvador lo hacen solo 2 de cada 10. En México, en número redondos estamos más cerca de Guatemala que de Argentina: sólo 3 de cada 10 muchachos o muchachas actualmente están inscritos en alguna institución de educación superior.
3. Uno de los problemas de esta expansión es que tiende a reproducir los patrones de la desigualdad social latinoamericana. Es decir, los que ingresan son estudiantes pertenecientes familias de los 2 quintiles más altos de ingreso de la región y cuyo origen social se caracteriza por padres y madres de familia con escolaridades relativamente altas. Ello explica porqué en promedio sólo 4 de cada 10 jóvenes están inscritos en la educación superior de la región. Esto tiene enormes implicaciones no solamente en términos de equidad, sino que debilita significativamente las funciones de movilidad social ascendente que tradicionalmente han estado asociadas a la educación universitaria. Una sociedad que, por diversas causas y razones, no incluye a 6 de cada 10 jóvenes en la educación superior, está “condenando” a la inmovilidad social a un enorme sector de la población (una cuarta parte en promedio), a sobrevivir reproduciendo los patrones preexistentes de desigualdad social.
4. ¿Universidades o escuelas? Como Brunner señaló, apoyándose en el Informe 2011 Educación superior en Iberoamérica (CINDA, 2011), sólo 4 mil de las 16 mil instituciones de educación superior pueden considerarse como universidades. El resto son establecimientos dedicados a la formación en áreas no científicas sino profesionales o técnicas, en las cuales se desarrollan básicamente labores de docencia, no de investigación, ni extensión ni difusión. En las 4 mil universitarias, sin embargo, sólo un puñado son verdaderas universidades, es decir, desarrollan sistemáticamente labores de docencia, investigación, extensión y difusión cultural. Pero si se clasifican de acuerdo a un indicador básico de investigación (número de artículos científicos publicados por las universidades en un lustro,2003-2008), sólo 1369 de las 4 mil realizan algún tipo de investigación, y sólo 62 de ellas, que publican más de 3 mil artículos científicos por año, pueden considerarse “universidades de investigación” (en el caso mexicano sólo 4 universidades están consideradas en este categoría). Frente al discurso de la sociedad del conocimiento, de la economía basada en el conocimiento, esos datos revelan el tamaño del esfuerzo institucional que aún falta hacer para fortalecer y expandir esta parte estratégica de la educación superior en la región.
Estas cifras e imágenes habitan el centro de la “paradoja de Brunner”. La educación superior como un campo masificado y heterogéneo, excluyente de los sectores más pobres y reproductor de las elites, que sirve para consolidación de posiciones de privilegio a algunos, o de escalera de movilidad social para otros, pero que excluye sistemáticamente a la mayoría de los jóvenes. Universidades que no lo son, muchas escuelas que funcionan como “enseñaderos” de nuevos oficios y profesiones, donde la investigación científica es una flor exótica y delicada. Esa es la fotografía del momento y sus circunstancias. Esos son sus formidables desafíos.
Thursday, July 04, 2013
Grietas, llanuras y arroyos
Estación de paso
Grietas, llanuras rajadas, arroyos secos
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 4 de julio, 2013.
Desde hace tiempo, en Jalisco, como en otros lugares y territorios, circula la idea de que construir el futuro es una empresa imposible o, en el mejor de los casos, un ejercicio de ociosos, de intelectuales de café, una ilusión atractiva pero básicamente inútil para resolver los problemas de aquí y de ahora. En algunos círculos sociales, incluso, el futuro es una alucinación o una fantasía provocada por cierto exceso de realismo (una suerte de hiper-realismo); en otros, el futuro es un territorio inhóspito, cuya determinación depende de lo que hagan o dejen de hacer otros actores, otras fuerzas, situadas generalmente fuera de la localidad, del territorio o incluso del país. En muchos otros casos, la metafísica, la astrología y la charlatanería de ocasión son prácticas comunes para intentar adivinar el futuro, para conocer amigos y enemigos, saber qué hacer para que los individuos ganen dinero, tengan suerte en el amor, obtengan la felicidad, sean exitosos, famosos y reconocidos por todos. Baste abrir las páginas de los periódicos, recorrer calles y avenidas de las ciudades mexicanas, o mirar anuncios televisivos o en internet, para confirmar cómo esa oferta de futuros instantáneos y agradables prolifera de manera abundante entre horóscopos, lectura de barajas y prácticas de adivinación.
Estas actitudes de superstición, de fe ciega o de recelos y desconfianzas hacia el futuro no son nuevas ni tampoco recientes. Son actitudes propias de la experiencia de la modernidad, surgidas de lo que un pensador clásico denominó como la incómoda sensación de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Es esa modernidad atrapada en la percepción de un presente continuo, circular, por la ansiedad por tratar de resolver las cosas rápidamente, donde el tiempo, gobernado por la dictadura de calendarios y relojes, determina las decisiones y las prácticas de los individuos, los grupos y las sociedades.
Para decirlo en breve: el clima social, político e intelectual de la época no favorece los esfuerzos por pensar el futuro. Pero si se observa con atención lo que ha ocurrido en el pasado remoto o reciente de los jaliscienses o de los mexicanos, pensar en el futuro ha sido un ejercicio que precede mucho de lo que hoy hemos alcanzado con esfuerzo, tenacidad y compromiso. Pensemos un momento, sólo uno, en lo que hicieron pensadores de la talla de Ignacio L. Vallarta, científicos como Don Severo Díaz o el Ing. Jorge Matute Remus, médicos como José Barba Rubio, empresarios como Don José Cuervo y Labastida, historiadores como Luis Pérez Verdía, escritores como Mariano Azuela, Juan José Arreola o Juan Rulfo, artistas plásticos como el Dr. Atl o José Clemente Orozco, Lola Álvarez Bravo o María Izquierdo, arquitectos como Luis Barragán, o políticos e intelectuales como José Guadalupe Zuno o Enrique Díaz de León. Todos ellos, hijos de su tiempo y circunstancias, emprendieron y se apasionaron por proyectos, tomaron decisiones difíciles, realizaron acciones, arriesgaron ideas, pensando, probablemente que, con un poco de determinación y persistencia, con mucho trabajo y con algunas ideas, el futuro podría ser un territorio menos inhóspito, más amigable y promisorio para ellos y para las generaciones por venir.
Es tarea de historiadores descifrar el tamaño preciso en que se combinaron la voluntad, las circunstancias y el contexto de estos personajes, para producir las obras y proyectos que hoy son un legado histórico del presente y el futuro jalisciense. Ello no obstante, se puede afirmar con certeza que los obstáculos y los encadenamientos del presente (esa extendida enfermedad contemporánea llamada presentismo, la ilusión de un presente perpetuo), no fueron suficientes para que sus obras impactaran en la construcción del futuro de las generaciones posteriores, y que nos llegan aquí y ahora en forma de un pasado luminoso.
El principio básico de cualquier esfuerzo prospectivo es que para construir el futuro primero hay que imaginarlo. Es necesario pensar en qué tipo sociedad y gobierno deseamos para formular un nuevo paradigma del desarrollo estatal, en un contexto nacional e internacional que ya no es lo que solía ser. Sin resolver en el corto plazo las ecuaciones y dilemas del presente, es difícil plantear una agenda de futuro –una política- que permita reconocer nuestros logros y valorar la magnitud de nuestros déficits y rezagos. La invención de un futuro promisorio, deseable y factible a la vez, es un ejercicio de prudencia y realismo, pero también de riesgo y de decisiones estratégicas, de reconocimiento de nuestras capacidades a la vez que de la renovación de la certeza y la fe científica sobre el porvenir. Esta combinación de insatisfacción y realismo con el presente, con las expectativas y anhelos sobre las hipótesis de futuros posibles, lo expresó hace más de medio siglo, con sobriedad y precisión literarias, uno de nuestros escritores mayores:
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. (Juan Rulfo, El Llano en llamas).
Thursday, June 20, 2013
La ética de la ambiguedad
Estación de paso
La ética de la ambigüedad
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 20 de junio de 2013.
Los más recientes escándalos de corrupción que han recorrido los medios en todo el país han tenido su origen en las arcas de los gobiernos de los estados. Tabasco, Aguascalientes y Jalisco se han convertido en temas de indignación moral, el deporte nacional de moda desde hace algún tiempo entre ciertos medios, intelectuales y analistas de las cosas públicas. Las administraciones de los exgobernadores Granier, Reynoso Fernat o Emilio González, de distintos orígenes partidistas (el PRI, el primero, y los otros dos del PAN), se han colocado en el centro del ojo público –es decir de los medios- para tratar de mostrar cómo la corrupción, como la estupidez, no tiene límites.
El asunto ni es nuevo, ni nada garantiza que no sucederá otra vez, en la escala federal, estatal o municipal. La ambición por el poder casi siempre va unida o emparentada con la ambición por el dinero. Y en México, el discurso de la descentralización y la federalización que se impulsó desde hace más de dos décadas, con el aplauso unánime y entusiasta de partidos políticos, empresarios y medios de comunicación, pronto comenzó a mostrar la ineficacia, la debilidad o la incapacidad del Estado para controlar el uso y distribución de los recursos públicos. A pesar de los intentos de controles hacendarios, de proliferación de contralorías y auditorías federales, estatales y municipales, de creación de organismos autónomos o semiautónomos como el IFAI, la corrupción es, o parece ser, una bestia ingobernable.
Que un gobernador, o varios de sus funcionarios más cercanos, se vean envueltos en actos de corrupción, es un asunto viejo. La discrecionalidad en el uso de los recursos públicos es una práctica antigua y extendida en México o en otras partes del mundo, incluyendo Italia, Francia o los Estados Unidos. Ante la creciente red de disposiciones burocráticas, de proliferación de programas “etiquetados”, de amenazas abiertas o veladas para quienes están tentados a desviar los recursos, se impone la religión de las creencias que guían las prácticas de los funcionarios: no importan los medios para cumplir con sus responsabilidades, importan los fines. Ante la incómoda red de restricciones legales y prácticas del ejercicio de los recursos públicos, que significan obstáculos para que las cosas funciones más o menos bien, muchas autoridades deciden actuar, gastar, y lueo explicar y justificar ese gasto para resolver problemas. El resultado suele ser lo que vemos: un ejercicio discrecional de los recursos, que frecuentemente termina en actos de corrupción.
Pero las relaciones entre corrupción, política y poder están llenas de imágenes que se han vuelto lugares comunes. Platón advertía, con la sabiduría de los antiguos, de los riesgos de la vida política, y reconocía que su República solo podría ser obra de un milagro. Maquiavelo, el profesor del realismo político, señalaba mucho tiempo después con toda claridad la necesidad de distinguir y separar la moral de la política, el deber ser con el es, de asegurarse de ver la realidad como es y no como quisiéramos que fuera. Lord Acton, el célebre barón inglés, pronunció en 1887 una frase que posee la contundencia de la brevedad: “El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente”. Un siglo antes, en 1787, Benjamín Franklyn señalaba que hay dos pasiones que influyen sobre los asuntos de los hombres: “Estas son la avaricia y la ambición; el amor al poder y el amor al dinero”.
Las connotaciones negativas de la política se extienden hasta los comienzos del siglo XX, cuando el viejo Weber advertía del hecho de que ingresar a la política significaba estar dispuesto a recibir el beso del diablo: “Quien se dedica a la política” –escribía Weber en el invierno de 1918- “establece un pacto fáctico con los poderes satánicos que rodean a los poderosos...Quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas no la encontrará en los caminos de la política, cuyas metas son distintas y cuyos éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza.” No hay aquí exorcismo posible para lidiar con intereses diversos, ambigüedades, incertidumbres, insuficiencias de tiempo y recursos. Hacer política es tomar decisiones, como todo en la vida, con la diferencia de que los políticos profesionales toman decisiones a nombre o en representación de otros, y eso les significa vivir con el dilema permanente, y a veces corrosivo, de actuar con la ética de la convicción o con la ética de la responsabilidad.
Por sus hechos, muchos de los políticos profesionales han decidido desde hace tiempo actuar conforme a la ética de la ambigüedad, una forma extraña, anfibia, de tomar decisiones y elegir comportamientos. Es decir, toman protesta solemne para cumplir y hacer cumplir las leyes, se asume que, de no hacerlo, la nación se lo demandará; pero al mismo tiempo, su comportamiento se rige por los cálculos políticos, por la ignorancia, a veces por la irresponsabilidad. Esa ambigüedad gobierna sus actos, define la ecuación cotidiana de la forma y el fondo, la vieja relación del código amigo/enemigo. Ahí, frente a la brevedad del poder público, se impone el interés personal del largo plazo. Pero acaso las acciones que unen al Sr. Granier de Tabasco, con el Sr. Ocampo de Jalisco, respondan más a la lógica marxista del viejo Groucho, cuando aconsejaba cariñosamente a su hijo imaginario: ”Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”. Ahí, en esa versión irónica, venenosa del poder, se encuentra tal vez el secreto de la arquitectura ética de la corrupción política.
Thursday, June 06, 2013
Verano sin nubes
Estación de paso
Aquel verano sin nubes, ese orgiástico futuro
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 6 de junio, 2013.
Uno de los rasgos característicos de los tiempos que corren es la expansión de la “imaginación nostálgica”, esa forma de idealización del pasado como un gigantesco jardín devastado por la acción de la economía, la política o la decadencia moral del presente. Como lo escribió en algún momento George Steiner (En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura, Gedisa, Barcelona,2001) esa peculiar manera de la imaginación es distinta de la imaginación utópica, básicamente normativa, que coloca el acento no en otro tiempo sino en otro lugar, un lugar mejor, esperanzador, deseado por todos, o casi todos. Hay también las utopías negras, pero de esas se puede hablar aparte. Lo que importa destacar aquí es el hecho de que el imperio de la imaginación nostálgica es un producto típicamente occidental, alimentado por la creencia de que las cosas de antes fueron mejores, de que es necesario volver al pasado, reconstruir lo perdido, rehacer lo que hemos destruido por acción, por mala fe o por omisión.
El pensamiento conservador se nutre obsesivamente de esta sed de lo perdido. En su vertiente religiosa o moralista, este tipo de pensamiento “sabe” que existió una época de valores aceptados, universales, coherentes. Por ello se lamenta continuamente de la sensación de pérdida que significa el presente, y el temor o el miedo franco hacia el futuro, que se presenta como una amenaza permanente, ligada con la destrucción, la barbarie, la muerte. Este peculiar tipo de la imaginación nostálgica está presente bajo distintas formas en el cine, en la literatura, en la televisión, en las redes sociales. Historias de muertos vivientes, tramas bélicas que terminan con el fin del mundo, amenazas extraterrestres, sodomas y gomorras urbanas o rurales, drogas, violencia, caos. Una colección variada de estampas que remiten a la noción de que el futuro está hecho indefectiblemente de pérdidas, de incertidumbres, de trampas y encrucijadas.
Pero el pensamiento progresista también suele mirar hacia atrás para trazar las rutas del futuro. La historia de la idea del progreso, o la “historia del tiempo futuro”, como le denomina Steiner, es el fruto mayor de este ejercicio, alimentado abundantemente por la certeza de que el futuro es un lugar por construir, no para esperar. El río de fondo de este optimismo futurológico tiene que ver con el enciclopedismo y el racionalismo del siglo XIX, donde la fe científica sustituyó a la fe religiosa entre muchas elites intelectuales. La idea de que la sociedad armónica, igualitaria y democrática era posible, nutrió vigorosamente la certeza de que era la acción política sobre el presente la que, aprendiendo de las lecciones del pasado, podría construir el camino hacia la sociedad buena. Como escribió Steiner: “El eterno ´mañana´ de las visiones políticas utópicas se convirtió, por así decirlo, en la mañana del lunes próximo”(p.30). El Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, fue quizá el fruto mayor de esa potente visión optimista, utópica, que entusiasmó tanto a tanta gente durante tanto tiempo.
Las ideas del pasado como un verano sin nubes, y del futuro como el lugar de la tierra prometida (ese “orgiástico futuro que cada año se nos aleja más”, según escribió Fitzgerald), forman parte de la era de los extremos del imaginario político que caracteriza el clima intelectual de la época. Pero luego de la caída del muro de Berlín en 1989, ese imaginario habita de manera particularmente visible entre las mentalidades de ciertos círculos políticos, religiosos o empresariales. En contraste, en muchas zonas de la vida social parece dominar una suerte de era del vacío, gobernada por la indiferencia, la desesperanza o el hastío. Es una zona grisácea y en ocasiones francamente oscura, donde sociedades secretas, prácticas místicas, charlatanerías de ocasión y teorías conspiracionistas de todo tipo encuentran un cómodo espacio de reproducción y afianzamiento en no pocos sectores de la imaginación popular, clasemediera y elitista.
En cualquier caso, la imaginación nostálgica y la imaginación utópica son dos creaturas intelectuales que florecen en los tiempos donde el tedio domina el ánimo público. Ese tedio, “fruto de la lúgubre apatía” del que hablaba con vehemencia Baudelaire en Las flores del mal, y que suele poblar los sentimientos de frustración que desde hace tiempo alimentan las nubes del presente. Con ese escenario y telón de fondo, no es de extrañar que surjan por aquí y por allá voces que llaman a la “revolución desde abajo”, cruzadas de purificación moral, reclamos desesperados para “ciudadanizar la política”, encendidos discursos sobre las culpas y las responsabilidades de todos por el estado de las cosas. Son expresiones del ánimo nervioso que habita la imaginación del presente, y que revelan, una vez más, que ni el pasado ni el futuro son ya como solían ser.
Wednesday, May 22, 2013
El teclado alucinante y el poeta eléctrico
Estación de paso
El teclado alucinante y el poeta eléctrico
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 23 de mayo, 2013.
The end of laughter and soft lies
The end of nights we tried to die
This is the end
(The End, The Doors, 1967)
El fallecimiento de Ray Manzarek, el célebre tecladista de The Doors, cierra una página más de la historia del rock. La noticia corrió como incendio en pastizal entre los medios el lunes pasado, e hizo recordar a muchos la importancia que tuvo Manzarek en la formación y evolución del famoso grupo formado en Los Ángeles entre 1967 y 1971, justo cuando, bajo las sombras y las luces de Jim Morrison, los Doors alcanzaban la cúspide de la fama, el dinero y el prestigio para sus integrantes. Ahora, a los 74 años y víctima del cáncer, postrado en la cama en alguna clínica de Alemania, el músico y compositor se despedía de los escenarios y de la vida, quizá recordando algunas notas de Light my Fire, L.A. Woman, Riders on the Storm, o, con cierta justicia poética, The End, ese himno tétrico e inquietante sobre la vida y la muerte, la desesperación y el vacío.
Como ha ocurrido con frecuencia implacable, los Doors fueron subsumidos mucho tiempo a la figura trágica e impactante del Rey Lagarto, muerto a los 27 años en París. Pero ahora, 42 años después de su muerte, la figura discreta de Manzarek nos recuerda que fue su colaboración la que ayudó no solamente a dar una salida elegante, poderosa y precisa a la poesía de un veinteañero más bien tímido e inseguro como lo fue Morrison, sino que fue el verdadero artífice del sonido alucinante y fantasmal de la música de los Doors, el bato que imprimió la coherencia estética y el sonido básico del grupo, en el que la guitarra profunda de Robby Krieger y la batería exacta de John Densmore articularon la imagen y la fuerza de una banda por cuya música no parece pasar el tiempo.
Manzarek estuvo muy activo en los últimos años de su vida. El año pasado, por ejemplo, tuvo una colaboración en una canción del DJ Skryllex, un músico con cierta fama entre los adolescentes. Ahí se nota la magia del teclado clásico de Manzarek, que provoca una inmediata sensación Dejá Vú entre quienes conocen la música de los Doors. La imagen parsimoniosa y de bajo perfil de Manzarek, ayudó a equilibrar la figura luminosa, chamánica y espectacular de Morrison, lo que contribuyó a ensamblar el sonido distintivo del grupo. En la película When You´re Strange, de Tom Dicillo (2010), esa interacción entre Morrison y Manzarek aparece en varios momentos, algunas veces en forma silenciosa y cooperativa, algunas otras en forma de pleitos e irritaciones entre ambos, en muchas más, con el aliviane de Manzarek en los conciertos, cuando el crápula de Morrison se presentaba pasado de tragos o francamente drogado, y se le olvidaban las letras de las canciones o se ponía a dormir en el escenario justo en medio de un concierto. Ahí, en esos momentos, Manzarek, el confidente del Rey Lagarto, el tecladista y el amigo, cargaba con el peso de las presentaciones y los pleitos con el público y con los organizadores.
Hace tiempo, el crítico de música Danny Sugerman, coautor (junto con Jerry Hopkins) del libro Nadie sale vivo de aquí (1984), la biografía póstuma de Jim Morrison, se preguntaba porqué la música de Los Doors seguía siendo atractiva para las nuevas generaciones. ¿Porqué ellos? ¿Por qué ahora? ¿Por qué todavía?, se cuestionaba en cierto tono atormentado Sugerman. Y aún se aguardan las respuestas. Con la muerte de Manzarek, el tecladista alucinante, vuelve a morir Morrison, el poeta eléctrico, y la música de los Doors da un paso más a la posterioridad. Si es cierto que, como lo afirmaba el escritor cubano-mexicano Eliseo Diego en uno de sus libros, la eternidad por fin comienza un lunes, Ray Manzarek comenzó la semana con el pie derecho. Mientras tanto, los mortales nos quedaremos apreciando los sintetizadores de Manzarek, que acompañarán por siempre la música fantasmal de los Doors, esa neblina púrpura que llenó el espíritu de la época de varias generaciones.
Wednesday, May 08, 2013
12 días
Estación de paso
12 días
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 9 de mayo de 2013.
Desde el movimiento estudiantil de 1968, en la UNAM y otras universidades públicas del país quedaron estampadas ciertas prácticas políticas que derivaron, a veces, en un conjunto de pequeñas y grandes movilizaciones universitarias y, en otras, en la reiteración de rituales y acciones estancadas, enmohecidas, amontonadas en pasillos, aulas y auditorios. El activismo, el radicalismo y el ultra-izquierdismo –ese infantilismo de izquierda que tanto criticaba el viejo Lenin-, se anidaron en sectores específicos de profesores y estudiantes. Un conjunto de tribus, grupúsculos y sectas ubicados en distintos territorios del campus encarnan las representaciones políticas e ideológicas que se quedaron con la imagen de que la Revolución igualitaria y justiciera es inminente, de que hay que construir las condiciones para la explosión revolucionaria, y de que la universidad es el foco que debe alumbrar el camino. En el otro extremo, las figuras del fósil y del porro se conservaron como prácticas viejas de intimidación, chantaje y presión contra directores, líderes académicos, sindicalistas de los años setenta, rectores y contra los propios estudiantes de izquierda. Sin embargo, estas expresiones polares, digamos, se fueron desvaneciendo en el curso de los últimos años, hasta llegar a confluir y confundirse en un solo animal: el porrismo de ultraizquierda, es decir, una figura que reúne lo peor de los dos mundos: el arrebato intimidatorio y la retórica de la intransigencia, el impulso al empujón y el uso de la violencia “legítima” con la seca ideología del todo vale.
La toma de la rectoría universitaria en la UNAM de finales de abril (que duró exactamente 12 días) es el fruto podrido de esa confluencia extraña. Como en otras ocasiones y otros tiempos, la autoridad universitaria fue desafiada por un grupo de activistas vestidos con traje de ocasión –capuchas, pañoletas, palos, piedras, tubos- bajo el argumento de defensa de otros de sus compañeros, expulsados hace meses por su comportamiento en el CCH Naucalpan, la rebeldía contra la “imposición” de un nuevo plan de estudios para el bachillerato univesitario y otras 10 demandas más. El grupo de marras muestra la mezcla del nuevo animal del campus: un discurso incendiario, rabioso y hostil contra toda forma de autoridad, que justifica, o intenta justificar, el rompimiento de cristales y la toma de las instalaciones que resguardan el trabajo cotidiano de la máxima figura de la representación universitaria. Es ese activismo reacio a toda forma de negociación, que exige garantías y condiciones imposibles a la autoridad, que genera simpatías en algunos de los círculos oxidados del ultra-izquierdismo universitario, y al que le tiene sin cuidado la reprobación o el rechazo que otros sectores de universitarios manifiestan ante su agresividad, sus prácticas y discurso sin matices ni cuarteaduras ni inflexiones.
El hecho preocupa no solamente en el caso de la UNAM. La rebeldía magisterial de Guerrero, Oaxaca o Michoacán representa estados de ánimo y prácticas políticas que desafían cualquier forma de autoridad, la expresión de las nuevas formas de la intolerancia que se han cultivado a la sombra de los cambios políticos experimentados en el país en las últimas décadas. Para decirlo en otro tono, el asalto de la UNAM fue posible en un contexto de movilización y crisis de ciertas formas de representación política que se han incubado silenciosamente en los sótanos y los rincones de la estructura política de los intereses de franjas enteras del sector educativo nacional. Pero no son expresiones articuladas, sino simplemente coincidentes e independientes. Entre el humo y los gritos de la coyuntura, estos fenómenos expresan con alguna claridad que los demonios de la ingobernabilidad en el terreno educativo no han podido o querido ser disipados por el proceso de cambio político democrático experimentado desde hace décadas. Pero es una ingobernabilidad que no proviene de disputas electorales ni de alternancias imposibles. Es una ingobernabilidad que se nutre del lenguaje de la intransigencia, de la inexistencia de formas de articulación política que construyan sentido y horizontes a la acción de los grupos e individuos, y que aparece ahí donde instituciones como la universidad son presa fácil de los fanatismos y delirios de encapuchados, porros y activistas.
Lo peor es que la universidad y la escuela son instituciones muy frágiles para resolver por sí mismas estas explosiones de ingobernabilidad. Pero hay que recordar que lo peor es siempre un término elástico, como escribió alguna vez Martin Amis. La reproducción del porrismo y del ultraizquierdismo universitario es posible ante la ausencia de formas de articulación de los intereses que debiliten el poder de los activistas. En ese contexto, las fantasías de los asaltantes de la Rectoría que habitan el drama de la UNAM, es una postal grotesca y triste del signo feroz de los tiempos que de cuando en cuando sacuden la vida universitaria.
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