Thursday, February 14, 2013

Guadalajara




Estación de paso
Guadalajara
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 14 de febrero de 2013.
La celebración de los 471 años de la fundación de Guadalajara hace pensar, entre otras cosas, que la ciudad todavía aguarda quién la escriba. No obstante los meritorios y espléndidos textos, imágenes y crónicas que se han acumulado sobre la ciudad y su región, con diversas tonalidades prosísticas o políticas, intencionalidades literarias, formas poéticas, relatos anecdóticos, análisis historiográficos, antropológicos o sociológicos, la capital de Jalisco en pleno siglo XXI espera aún por una narrativa que descifre su complejidad contemporánea, sus grandezas y sus miserias, sus desigualdades y opulencias, sus logros y sus déficits.
Mucho se ha escrito sobre los orígenes de la ciudad, el gentilicio de sus habitantes, su papel como escenario clave de los procesos de la conquista española, la independencia y la revolución mexicana. Algo sabemos de sus procesos de modernización económica y sociopolítica, de su crecimiento demográfico y su expansión territorial, del carácter de sus habitantes, del clasismo y aún del racismo de sus elites, de la miseria vieja, de la nueva y la de siempre. También, no pocos se han adentrado en la exploración de los rincones de la ciudad, sus barrios, sus lugares olvidados, sus cementerios y tumbas. Hoy día, la crónica periodística da cuenta de los asesinatos, las ejecuciones cotidianas, los escándalos pequeños y grandes de corrupción de sus autoridades, el ingobernable tráfico vehicular, los lamentos moralistas de los jerarcas católicos y de los empresarios, los perfiles de sus liderazgos, la permanente indignación moral de los social-civilistas y los defensores de la ciudadanía, la grandilocuencia de sus gobernantes. De eso hay mucho, y todos los días.
Ello no obstante, el mar embravecido de la vida cotidiana de una nostálgica ciudad provinciana que en sólo cuatro décadas se convirtió en metrópoli, hace imposible distinguir sus movimientos, separar, como trataba de hacer el “Señor Palomar” en la novela de Italo Calvino, una ola de otra, para descifrar la pausa y el movimiento. Los “Guadalajara-fílicos”, que los hay, insisten en destacar las cualidades de una ciudad que bien visto son muchas, y los “Guadalajara-fóbicos” que también los hay (muchos de ellos nativos de estas tierras) insisten en lo mal que funciona todo en la ciudad.
Pero narrar la vida de una ciudad es un arte mayor, que siempre va más allá de las filias y las fobias que suscita una ciudad cualquiera. Charles Dickens, por ejemplo, escribió a mediados del siglo XIX una colección de retratos sobre Londres, la ciudad en que creció (aunque no era de ahí), y de la que se desprende buena parte de su obra literaria. En “El corazón de la ciudad”, por ejemplo, Dickens construye una visión de Londres tomando como su centro simbólico el reloj de la vieja catedral de Saint Paul. Desde ahí, el autor de Oliver Twist relata la miseria y la insultante opulencia de los barrios de la ciudad, de los borrachos y las prostitutas que habitan los arrabales, las costumbres de los banqueros y comerciantes, y el arraigado hábito de obreros que tienen la irrefrenable manía de apoyar sus brazos en los postes de la ciudad (Charles Dickens, Relatos londinenses, Ed. Gadir, España, 2012).
Aunque fueron escritos hace más de 150 años, los relatos de Dickens ofrecen algunas claves para un imaginario manual de narrativa urbana. Hay que detenerse en los detalles, que usualmente están asociados a las costumbres, los hábitos y las prácticas sociales de la vida cotidiana de los pobladores. En segundo lugar, hay que describir los edificios, las calles y lugares públicos más importantes de las ciudades (que incluyen a los prostíbulos, a las tabernas y cantinas), esos espacios donde las manifestaciones de la desigualdad, la solidaridad, los rencores permanentes y las alegrías instantáneas ocurren todos los días. Pero Dickens también apunta la centralidad de lo invisible: la importancia de la “ciudad de los ausentes”, los cementerios. Ahí entre lápidas, mausoleos y hierros oxidados, descansa una buena parte de la historia y la memoria de las ciudades.
Cito en extenso uno de los párrafos más conocidos de su Historia de dos ciudades (1859): “Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos. Es la edad de la sabiduría, y también de la locura. Es la época de la fe, y también de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. (…) esta época es tan parecida a todas las épocas, que nada de lo que aquí voy a contar debería, en realidad, sorprendernos. Nada. Ni el perdón, ni la venganza, ni la muerte, ni la resurrección”.
Hoy que se cumple un aniversario más de la fundación de Guadalajara, quizá sea un buen momento para solicitar a quien corresponda una crónica contemporánea que esté a la altura de sus muchas historias, de sus mitos y realidades.

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