Sunday, February 16, 2014

Tren a la deriva


Estación de paso
Tren a la deriva
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 13 de febrero de 2014.
Para algunos de los que comenzamos a subir uno a uno los peldaños de la larga escalera de los cincuenta, Bruce Springsteen es un referente tatuado en la memoria, el “gusano en el oído” que nos acompaña de cuando en cuando en las travesías de la vida cotidiana. De los lejanos tiempos de Greetings from Asbury Park, N.J. (1973) a Born to Run, de 1975, pasando por Nebraska (1982), Born in the USA (1984), The Ghost of Tom Joad (1995) hasta Wrecking Ball (2012), el Jefe Springsteen es una voz potente y solitaria, a veces cálida y solidaria. Criticado por su localismo -típico de muchos escritores y cantantes estadounidenses-, la obra de Springsteen se ha desplegado sin embargo de las celebraciones bucólicas y de los lamentos de la clase obrera de la costa este hacia los temas de la migración y de la guerra, del extravío del sueño americano y de la pérdida de los valores que cohesionan la vida en común.
La revista Rolling Stone, que desde hace mucho ya no es lo que solía ser, pero que de cuando en cuando ofrece algunas sorpresas, publicó a finales del año pasado un ejemplar especial sobre los 40 años de la carrera del oriundo de Nueva Jersey, en el que se puede encontrar imágenes y palabras que viajan en ese tren a la deriva que es la larga obra de Springsteen. Es un recorrido de cuatro décadas (1973-2013) por la trayectoria de uno de los últimos juglares gringos, un contador de historias que es capaz de aprehender momentos de la vida cotidiana en clave de poesía rústica, un narrador eficaz de las emociones que se forjan en los pequeños pueblos y las grandes ciudades norteamericanas. Sus temas son básicos: el abandono, la migración, la guerra, el amor, las carreteras y los autos, las fiestas, la violencia, la nostalgia, el futuro.
Su obra flota entre las aguas mansas del romanticismo y la ingenuidad, pero también atraviesa por las aguas revueltas de la denuncia política, de la crítica acompañada por guitarras y una potente banda de metales que son las armas de su legendaria E-Street Band. Ese perfil plástico proviene de su propia formación musical, anclada en las canciones de Roy Orbison, Elvis Presley, Bob Dylan, Credence Clearwater Revival, The Yardbirds o The Animals. La república de Springsteen es un territorio de sentimientos encontrados, un espacio dominado por las emociones sobre las pérdidas, la inocencia y la incertidumbre. Darkness on the Edge of Town, su disco de 1978, por ejemplo, es una obra que, según el propio Jefe, expresa “cierta sensación de pérdida de la inocencia”, un inventario de soledades, un tributo a los perdedores y abandonados de la tierra de las esperanzas y de los sueños de la que le habían hablado sus padres y abuelos.
Esa veta depresiva e incómoda se expresa también en The Ghost of Tom Joad, de 1995. Ahí, la figura del personaje de la novela de Steinbeck en las Uvas de la Ira, acompaña la mirada curiosa de Springsteen, una mirada que se posa con una mezcla de admiración, respeto y asombro sobre los migrantes mexicanos que vienen del sur y llegan a instalarse a California, a Texas o a Nueva York.
En High Hopes, su disco más reciente (2014), el Jefe vuelve a las andadas, pero con un sonido mucho más potente, renovado, una buena muestra del espíritu intuitivo de sus propios tiempos. Doce canciones, muchas nuevas y algunas reinventadas (como American Skin o The Ghost of Tom Joad), más un DVD de un concierto en Londres el año pasado,configuran un disco espléndido, una obra de madurez y continuidad, pero también de experimentación y creatividad. La voz apasionada, la guitarra desafiante, la potencia de los metales, los coros de la nostalgia, acompañan plegarias desesperadas por aferrarse a los anhelos, a las esperanzas, a la búsqueda de cierto sentido de pertenencia y de futuro en una “sociedad líquida”, como ha denominado el sociólogo Zygmunt Bauman a la música de las emociones que habitan la vida social contemporánea. La certeza de que las cosas siempre pueden ser mejores, de que hay pequeños paraísos que pueden ser invocados con plegarias laicas, conversaciones imaginarias entre Einstein y Shakespeare tomando una cerveza, uno escribiendo números en una servilleta, y el otro diciendo: “Hombre, todo comienza con un beso” (“Frankie Fell in Love”).
De esas certezas está hecho High Hopes y facturada toda la obra de quien es amigo de Barack Obama y crítico ácido de los republicanos. Es la creación paradójica de un hombre que está seguro de la necesidad de reinventar el pasado de su país, de que a lo largo de los últimos cuarenta años se han acumulado más pérdidas que ganancias en la vida social y política norteamericana, y que cree en el futuro como una suerte de retorno de las grandes esperanzas y las promesas libertarias. No ha abandonado su fe en la justicia, en los sueños, en el poder de las fantasías que se pueden crear en los espíritus jóvenes que bailan solitariamente en la oscuridad. Ese Springsteen de 64 años de edad, ingenuo y a la vez arriesgado, utópico y realista, es el que aparece nuevamente en el horizonte, el espíritu de la noche que se apodera de la imaginación potente de alguien que ha hecho de la esperanza un antídoto contra el pesimismo, el combustible de todos los nacidos para correr, la brújula para transitar con algunas luces por ese largo camino de incertidumbres, truenos y relámpagos que es, en ocasiones, la vida misma.

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