Monday, July 23, 2018
Caravaggio: la invención del vacío
Caravaggio: la invención del vacío
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Nexos digital,22/07/2018)
https://cultura.nexos.com.mx/?p=16345
Hace poco más de cuatrocientos años, el 18 de julio de 1610, fue encontrado un individuo moribundo en las afueras de Porto Ercole, por aquellos años una ciudadela española ubicada en la península del Monte Argentario, en las playas del Mediterráneo, a un día a caballo desde Roma. De aspecto andrajoso y enflaquecido, el individuo fue conducido a un hospital local dirigido por monjes, donde murió en el más completo abandono. Su cuerpo no fue reconocido ni reclamado por nadie, por lo que las autoridades del puerto asumieron que era el cadáver de uno de los cientos de pordioseros que por esos años deambulaban por la playa para dormir o para recoger deshechos. Unos días después del hallazgo, por una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda, muy cerca del ojo, el hombre fue identificado por uno de sus amigos como Michelangelo Merissi, el nombre verdadero del pintor mejor conocido como Caravaggio. A sus apenas 38 años de edad, la vida del pintor que representa la última etapa del renacimiento italiano, y que anticipa también el surgimiento del barroco, había finalmente sucumbido a una ruta suicida de excesos alcohólicos y sexuales, peleas feroces, hambre, enfermedades, excomuniones, amenazas, pleitos con otros pintores, con apostadores y hasta con reyes, papas y curas. Como narra uno de sus biógrafos, “sin la ayuda de Dios ni de los hombres murió tan miserablemente como había vivido”.
Pintor y asesino, genio y crápula, tahúr y sátiro. Las dualidades marcaron inexorablemente la vida del hijo de los Merissi, oriundos de Caravaggio, un pueblo cercano a la frontera con Venecia en la región de Lombardía, al norte de lo que hoy es Italia. Formado en la admiración por la pintura y escultura de Da Vinci y Miguel Ángel, durante su juventud, Caravaggio adquirió una habilidad extraordinaria para fijar su atención en los detalles minúsculos de los cuerpos y objetos, pero también para describir con belleza inusual la combinación de claroscuros, colores y escenas. La delicadeza de las facciones, la suavidad de los contornos de los ojos y bocas, las trayectorias imprecisas de arrugas y cicatrices, o las llaves de un carcelero, fueron atrapadas con una fuerza contundente por el pincel y la observación obsesiva, casi enfermiza, del nacido en Milán el 29 de septiembre de 1571.
Hoy su pintura es reconocida como deslumbrante, universal y atemporal. Desafiante y provocadora, la creatividad del pintor milanés estaba a la par del ejercicio exquisito de su oficio, gobernado por un temperamento caudaloso, impetuoso e impulsivo. Sus cuadros representan el imaginario místico y religioso del final de la era medieval combinado con las prácticas mundanas de hombres, mujeres y niños, en escenas cotidianas, atormentadas y fantásticas. Su manejo de luces y sombras, el descubrimiento de las penumbras como el paisaje de la vida, el dibujo preciso de las expresiones corporales, de las texturas de la piel o el brillo del acero de espadas y cuchillos, el color de la sangre, las expresiones vitales y mortales de cabezas cercenadas.
Caravaggio reconstruye visualmente la geografía de los sentimientos de manera revolucionaria para los cánones de la pintura de la época. La curiosidad y la ingenuidad, el insomnio y la avaricia, la fe y la esperanza, la sorpresa, la amenaza y el chantaje, forman parte de las postales que iluminan toda la obra del mejor pintor del renacentismo y, para no pocos críticos, de toda la historia de la pintura occidental. Una ruptura espiritual e intelectual con los estilos dominantes de su era marca la ruta artística de sus obras, que se distribuyen en varias etapas o ciclos más o menos definidos (del naturalismo al realismo, del dramatismo a lo sombrío). Sus mecenas demandaron los encargos temáticos, pero él se hizo cargo de traducirlos en su propia clave estética. El resultado es la construcción de un itinerario vital marcado por la intensidad y la pasión, por la necesidad y el deseo, por la búsqueda y los hallazgos, por la creatividad pictórica asociada a una imaginación desbordada, múltiple y frecuentemente corrosiva.
El poder del arte es el poder del desconcierto y la sorpresa, ha sugerido el historiador Simon Schama. Y la obra de Caravaggio es justamente eso: la representación de una realidad que adquiere vida propia, una representación que no es un simple espejo o un mapa abstracto de los objetos mundanos, sino una forma de expresar visualmente la belleza insólita de personajes y cosas que se relacionan siempre de manera extraña y azarosa. El cráneo desnudo que reposa en la misma mesa en que un escribano copia pasajes de viejos pergaminos (San Jerónimo escribiendo, 1605), es muestra de esas atmósferas congeladas en el tiempo que, simultáneamente, parecen completamente vivas.
¿Cómo explicar el genio creativo del italiano? ¿Cuál es la fuente, el combustible vital, intelectual y emocional que explica sus expresiones artísticas? Atormentado y convulsivo, su temperamento fue una explosión creativa y a la vez destructiva, que terminó consumiendo su vida en una serie continua de violencia, excesos y pasiones, hipnotizado por la vida de los burdeles y los bajos fondos de Sicilia, Malta, Nápoles y Roma. Es la trayectoria de un artista que ayudó a conformar la primera modernidad que se recuerda. Fue un genio que alcanzaría la posterioridad y, a la vez, un asesino de ocasión.
A cuatro siglos de su muerte, las múltiples facetas del autor de la imponente David con la cabeza de Goliat (1605-1606) ¬¬--donde la cabeza cercenada del gigante es un autorretrato del propio Caravaggio, como una representación final de confesión y arrepentimiento sobre sus crímenes--, constituyen los testimonios del poderío artístico, racional y a la vez espiritual, de un pintor ya instalado en el piso exclusivo de la inmortalidad, de lo que no-morirá. Pero quizá la contribución mayor de sus obras, desde La Crucifixión de San Pedro (1601) a la Cabeza de Medusa (1598), de La vocación de San Mateo (1600) a Judith y Holofernes (1599), sea la incorporación del vacío absoluto como acompañante persistente de las vidas humanas, de las creencias religiosas y sus representaciones mundanas. Un vacío inexplicable, profundo y ubicuo, sin explicación ni remedio, asociado a la soledad, al desamparo, a la incredulidad. Tal vez eso sea la aportación artística e intelectual de Caravaggio a la pintura: la invención del vacío.
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