Thursday, November 19, 2020
El filo del hacha
Estación de paso El filo del hacha Adrián Acosta Silva (Campus Milenio,
19/11/2020) Finalmente, el recorte presupuestal federal para le educación
superior se consumó la semana pasada. Luego de las discusiones, acercamientos y
cabildeos de rigor, cuyo resultado fue de algunos ajustes mínimos a la propuesta
presupuestal educativa enviada por el ejecutivo federal a la Cámara de
Diputados, los recursos federales al sector registran un pírrico 0.1% de
incremento general en términos reales para el 2021. Eso significa la
confirmación de una tendencia observada rigurosamente desde 2015, un período
transexenal que conserva la misma lógica reduccionista de los recursos públicos
federales hacia la educación terciaria que afecta de manera especialmente aguda
a las universidades públicas federales y estatales. El presupuesto federal al
sector, como se sabe, tiene dos grandes componentes: el ordinario (gasto
corriente) y el extraordinario (fondos para programas especiales o
estratégicos). Según cálculos de la ANUIES, entre 2015 y 2020 el presupuesto
federal ordinario a las universidades experimentó incrementos anuales inferiores
a la inflación, lo que provocó un déficit acumulado de más de 15 mil millones de
pesos a lo largo del período. Con la aprobación del presupuesto 2021, ese
déficit se incrementará a casi 19 mil millones de pesos. En lo que respecta a
los fondos extraordinarios la situación es aún más delicada. De los 11 fondos
existentes en 2015, sólo se conservarán 2 en 2021. En el presupuesto del próximo
año, desaparecerán 3 programas que hasta este 2020 se mantenían vigentes:
“expansión de la oferta educativa”, “fortalecimiento de la excelencia educativa”
y “carrera docente”. Y dos programas se mantienen pero registrando una drástica
disminución de casi el 50% en su recursos: el “Programa de Desarrollo
Profesional Docente” (PRODEP), y el “Programa de infraestructura social del
sector educativo”. En conjunto, con la desaparación de los 3 programas
mencionados y el recorte a los dos que nominalmente se mantendrán activos el
próximo año, las universidades dejarán de recibir casi dos mil millones de pesos
en 2021. La única reconsideración presupuestal para la educación superior fue en
el caso de las escuelas normales de educación superior, las cuales recibirán un
incremento ajustado de 149 millones de pesos el próximo año. Como también se
esperaba, los programas federales que recibirán un incremento real y absoluto
son los relacionados con el programa de “Universidades para el Bienestar Benito
Juárez García” y el programa de becas “Jóvenes escribiendo el futuro”. El
argumento que justifica las decisiones gubernamentales es de carácter político,
técnico y económico. Las políticas de austeridad que caracterizan la retórica
oficialista desde diciembre de 2018, los costos de la crisis sanitaria y
económica de este año, la diminución de los recursos fiscales, los cambios en el
entorno económico internacional, la búsqueda de mayor eficiencia en el gasto, la
lucha “contra la corrupción y el desplifarro”, forman parte de la narrativa que
acompaña la música de la austeridad y el ajuste presupuestario. En esa
perspectiva, las prioridades gubernamentales no contemplan el apoyo a las
universidades públicas, sino a otros sectores, con otras voces y actores. En ese
contexto, la lógica que articula la “política de las políticas” del oficialismo
es muy clara: asegurar el control/centralización de los recursos públicos
mediante la asignación directa de los mismos, “sin intermediarios”. Y las
instituciones (las universidades públicas) son consideradas intermediarias
incómodas que afectan esa lógica de asignaciones directas de los presupuestos
federales. ¿Cómo entender todo eso? Bien visto, no se trata de un diagnóstico
que alimente un cálculo financiero y politico. Se trata del predominio de una
imagen firmementemente instalada en la colección de prejuicios, fobias y
escepticismos del nuevo oficialismo. En el fondo de la imaginería oficialista,
las universidades son espacios de privilegio, no populares, dominadas por sus
rectores y los grupos políticos que los sostienen y acompañan, donde los
académicos suelen ser individuos que se dedican frecuentemente a la “levitación”
intelectual (como señaló el propio Presidente en una de los sermones mañaneros
el año pasado), que ganan demasiado dinero, y que no tienen compromisos con las
verdaderas causas populares. Más aún: las universidades suelen ser consideradas
como espacios de prácticas “decadentes” y críticas inexplicables a las acciones
gubernamentales, como ocurrió en la mañanera del viernes pasado, cuando el
Presidente se refirió en tono sarcástico a la Feria Internacional del Libro,
organizada por la Universidad de Guadalajara. Esas representacioneses políticas
sobre las universidades y de sus dirigentes y comunidades están en la base de
una profunda desconfianza y recelo presidencial sobre la autonomía
universitaria. Las implicaciones del recorte presupuestal contradicen otras
acciones y proyectos del propio oficialismo, como las disposiciones contenidas
en el anteproyecto de la Ley General de Educación Superior que se encuentra en
la fila de la discusión y posible aprobación de la cámara de senadores antes de
que finalice este mismo año. También se encuentra en tensión con los principios
de obligatoriedad y gratuidad de la educación superior que se añadieron a la
reforma del artículo tercero constitucional en mayo del 2019, promovidas y
aprobadas por el propio oficalismo morenista. Esas inconsistencias políticas y
las representaciones y arraigados prejuicios del oficialismo hacia las
universidades públicas están en la punta del filo del hacha que explica el nuevo
recorte a los presupuestos universitarios del 2021. En esa condiciones, una
extraña sensación déjà vù flota en el ambiente. Los fantasmas y realidades de la
década perdida de los años ochenta del siglo pasado vuelven a aparecer en los
campus universitarios. Y esa sensación bien puede ser acompañada por la palabras
pronunciadas con entusiasmo por uno de los personajes de El Gran Gatsby, la
célebre novela de Fitzgerald: ”¿Que no podemos repetir el pasado? ¡Claro que
podemos!”.
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