Monday, February 14, 2022

La construcción política de la realidad

La construcción política de la realidad Adrián Acosta Silva (Nexos, Blog de la redacción, 11/02/2022) https://redaccion.nexos.com.mx/la-construccion-politica-de-la-realidad/ “A los otros médicos se les mueren tantos enfermos como a mí”, decía. “Pero conmigo se mueren más contentos”. Gabriel García Márquez, El general en su laberinto Los liderazgos políticos de una sociedad son una fuente constante de invención de realidades muy diversas en la esfera pública. Cuando esos liderazgos alcanzan posiciones de poder y se vuelven gobierno, las invenciones se multiplican. La búsqueda de la legitimidad es la droga que consume todos los días la clase política profesional, y la retórica del poder fabrica realidades a modo de las ansiedades, intereses y cálculos de la élite gobernante. Asimismo, las oposiciones políticas al oficialismo construyen realidades alternas con el ánimo de crecer en su propia legitimidad y reconocimiento entre los ciudadanos de sus críticas, posiciones y propuestas. Esas expresiones forman parte del viejo juego de los equilibrios, contrastes y deliberaciones propias del orden político de las cosas en una democracia republicana más o menos estable. En esos contextos, oficialismos y oposicionismos tienen como horizonte común, como principio y fin, la búsqueda de votos y puestos surgidos de procesos electorales. Esos son los fines a veces inconfesables o explícitos de la política, pero que se revisten o se disfrazan de grandes proyectos, buenos propósitos y nobles intenciones. Pero la democracia nunca es una cuestión binaria: conmigo o contra mí, A o B. Las elecciones son procesos masivos de selección de liderazgos políticos entre dos o más alternativas donde unos ganan y otros pierden. Pero para múltiples asuntos de la vida pública cotidiana, las decisiones políticas son resultado de negociaciones de intereses y posiciones, de matices y acentos. La democracia es siempre una fórmula institucionalizada de negociaciones, donde se atemperan posturas y se intentan formular consensos, no unanimidades, sobre asuntos que a veces se conocen poco y mal. Ese es el sentido político de las acciones e intereses de la política democrática, pluralista, siempre conflictiva, a veces productiva. Bajo esas reglas coexisten políticos profesionales y amateurs, demócratas convencidos y líderes mafiosos, pero también un ejército de ilusionistas, funambulistas y tramoyistas de muy diferente naturaleza, alcances y capacidades. La construcción política de la realidad (parafraseando al texto clásico de Berger y Luckmann), es una práctica arraigada y extendida en regímenes democráticos y no democráticos, pero se vuelve más notoria cuando la disputa por el poder enfrenta a sus actores protagónicos en campos polarizados. La acción y el mando, para utilizar las palabras del joven Hobbes, son atributos que distinguen a políticos y autoridades, atributos que forman el piso duro de la política y el poder en contextos republicanos. En el corazón de esas relaciones habita la hechura de las negociaciones que fortalecen o debilitan las estructuras democráticas, una hechura donde activistas y funcionarios, ciudadanos y políticos, establecen las reglas del juego, sus interacciones, límites, resultados e imposibilidades. La política mexicana contemporánea representa con nitidez la profundidad y alcance de esas relaciones. Algunas de los más recientes discursos presidenciales confirman el vigor de esas viejas prácticas políticas. “Mis opositores no entienden la nueva realidad”, declaró el pasado 8 de diciembre desde una base militar de Nayarit (https://www.eluniversal.com.mx/nacion/amlo-acusa-que-sus-opositores-no-quieren-ver-la-nueva-realidad). Importa el lugar del pronunciamiento, el contexto y el tono de las palabras, pero lo que destaca de la nota es que la “nueva realidad” es, por supuesto, la realidad presidencial, hecha a base de datos sueltos, fantasías, creencias e impresiones, y anclada firmemente en la ilusión de la cuarta transformación nacional. “No hay vueltas atrás”, “no es la misma gata revolcada”, “se acabaron los privilegios y la corrupción”: frases que apuntalan los sentimientos y las convicciones que todos los días se distribuyen constante y atropelladamente desde Palacio Nacional, pero cuyas ondas expansivas se extienden hacia otros puntos del mapa de la hegemonía obradoriana donde se encuentran ecos de las voces que siguen fielmente las palabras e instrucciones presidenciales. El conflicto del CIDE, por ejemplo, donde una decisión legal (“legaloide” se diría en el lenguaje del obradorismo en los tiempos de su oposición al “régimen neoliberal”), pero de dudosa legitimidad, detona una rebelión estudiantil y de académicos contra la dirección del CONACYT. La nueva realidad del oficialismo consiste en afirmaciones constantes sobre la mejora de índices de popularidad, indicadores económicos, de gobernabilidad, seguridad, salud pública, bienestar social o educación. Se acompaña de una abrumadora presencia cotidiana del presidente en medios, en giras de trabajo y en informes multitudinarios, y se refuerza todos los días por militantes, activistas y funcionarios del morenismo. Ahí donde el crimen organizado y no organizado domina regiones y territorios enteros de Michoacán, Zacatecas o Tamaulipas, o en zonas turísticas de Cancún, en Acapulco o en Puerto Vallarta, el gobierno federal observa un avance en el control de la violencia y la recuperación de la paz. Ahí donde la dramática migración centroamericana ha colapsado las capacidades de regulación del gobierno, el presidente patea el balón hacia las “causas” de la migración y propone sembrar árboles y distribuir becas en Guatemala, El Salvador y Honduras. Acá donde la combinación de pandemia, desigualdad social y crisis económica ha causado el abandono escolar de miles de niños y jóvenes de escuelas y universidades, el gobierno celebra con euforia el éxito de sus programas de becas escolares, aunque no se ofrezcan explicaciones de cuántos de esos becarios abandonan las escuelas, o que tipo de aprendizajes y logros escolares obtienen con los subsidios monetarios directos y “sin internmediarios” que reciben del gobierno federal, como presume todo el tiempo el presidente. En contraste, la realidad de las oposiciones está hecha de denuncias de corrupción, impericia, desplifarro e ineficacia gubernamental. Frente a la imagen de la democracia populista del oficialismo, críticos y opositores miran un incremento de la militarización, recrudecimiento de la crisis económica y de la pobreza y desigualdad social, el fracaso de las políticas de salud contra la pandemia, el aislamiento de México en el exterior, el regreso del hiperpresidencialismo y una suerte de rolling-back hacia los años dorados del autoritarismo político. Los opositores más radicales, situados usualmente a la derecha del mapa político y cívico, hablan desde hace tiempo de la “venezolización” de la política mexicana, la amenazas contra la propiedad privada, o el regreso del comunismo bajo la batuta del profeta tabasqueño. Son otras construcciones político-ideológicas colocadas en la gran mesa de las interpretaciones de la realidad mexicana en la era del obradorismo. Quizá lo más interesante de estas construcciones políticas sea la caracterización del liderazgo obradorista como una máquina de producción masiva de ilusiones y promesas. Es una maquinaria bien aceitada, un dispositivo central de la construcción política de las nuevas realidades gubernamentales. La soledad del poder presidencial se sustituye con palabras, símbolos e imaginación. Las evidencias en contra, las críticas a su gestión, el escepticismo, son tomadas como la confirmación de que las cosas van por buen camino. Los perros ladran… y esas cosas. Desde los relatos del poder, quienes se oponen a reconocer ese camino son los corruptos, conservadores, intelectuales que perdieron influencia, las élites que han perdido dinero y posiciones gracias a la acción del gobierno en favor del pueblo. Nada cambia la música monofónica que acompaña desde hace tres años las fanfarrias épicas de la cuarta transformación nacional, un estridentismo tendencialmente antidemocrático y claramente antipluralista que aspira a convertirse en el único sonido de la tribu. La visión imperante del transformacionismo político dominante es que negociar es traicionar. El hiperpresidencialismo obradorista concentra votos y vetos, y desde esa posición la negociación es vista como un sintoma de debilidad, de falta de carácter y temple político. Se puede negociar siempre y cuando se asuman los términos del contrato presidencial, impuesto desde Palacio Nacional a golpe de decretos y leyes aprobadas al vapor por la tiranía de la mayoría congresista. Justo por eso, la autonomía de instituciones, grupos e individuos es incómoda para la visión presidencial, donde la lealtad y la disciplina son las monedas de cambio de los arreglos contractuales de la “nueva realidad” construida por el obradorismo. Desde esta posición se construye un relato político sobre la realidad que se simplifica en código binario. La idea misma de la pluralidad y el reconocimiento de otras visiones/interpretaciones sobre los asuntos públicos es tóxica para los ejercicios crecientemente autocráticos del poder político. La construcción política de la realidad no significa la existencia de realidades subjetivas o intersubjetivas basadas en las mentalidades, las creencias, el discurso o las decisiones del poder, tanto del oficialismo como de sus oposiciones. Se trata de la configuración de interpretaciones políticas gobernadas por las fobias, el cálculo y el interés del prínicipe en turno y sus consejeros de ocasión. La realidad es objetiva, independiente de sus intérpretes, pero requiere de los lentes y anteojos adecuados para describirla antes que interpretarla o transformarla. Para ello hay datos, investigaciones, observaciones empíricas constantes y comparables a lo largo del tiempo, comportamientos sociales, contradicciones claras, ambiguedades extendidas y prácticas difusas, instituciones autónomas que producen información y conocimientos para gestionar recursos y tomar decisiones. Pero también la ignorancia forma parte de la propia realidad, una ignorancia que se sustituye por la fe ciega en las propias acciones como productoras de realidades mensurables, objetivas. Por ello, la construcción política de la realidad es casi siempre el producto de un extraño brebaje de creencias, voluntarismo y ejercicio del poder de los gobernantes y de sus críticos y opositores. El presidente, sus admiradores, aliados y súbditos, sus opositores, beben generosamente de ese brebaje todos los días, a todas horas. Es un elíxir que produce imágenes donde las emociones pueden reemplazar las tragedias, justo como el doctor Hércules Gastelbondo aconsejaba al protagonista de El general en su laberinto. Es el espectáculo del poder. Una fiesta agridulce, observada desde lejos por millones de ciudadanos ocupados en otras cosas, lejos de los humores y afanes de las elites políticas embriagadas en las disputas políticas cotidianas. Como fiesta o como funeral, el espectáculo se ofrece sin pausas pero sin prisas en un territorio sembrado de conflictos y bombas de relojería, poblado por junglas, callejones sin salida, espacios sombríos habitados por extraños personajes y personajillos, y algunas luces que señalan caminos y encrucijadas, abismos, bosques y páramos, ríos de aguas lodosas y un puñado de puentes sobre aguas mansas. Es la realidad política en tiempos difíciles. Y es lo que hay.

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