Thursday, February 03, 2022
La épica de la innovación universitaria
Estación de paso
La épica de la innovación: el fantasma y sus apariciones
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 03/02/2022)
A lo largo del siglo XXI un fantasma recorre los campus universitarios: el fantasma de la innovación. Como todos los fantasmas que se respeten, la innovación contiene sus propias leyendas, sus apariciones esporádicas o frecuentes. Desde hace varios años, ha crecido el relato de que la transformación de las universidades (una idea difusa) requiere del desarrollo de una nueva misión institucional: la innovación y transferencia del conocimiento (otra idea ambigua). Asociada a estas ambiguedades, aparecen imágenes contrastantes, que van desde la promoción de “modelos” institucionales (“universidad emprendedora”, “universidad 4.0”), hasta recomendaciones y acciones de políticas (invenciones, patentes, impulso a start-ups, laboratorios de innovación comercial, industrial o social). Bajo la espumosa retórica de la innovación, se oscurecen viejos enunciados universitarios: reforma, compromiso social, extensión y difusión cultural, responsabilidad pública.
Lo curioso es cómo ésta retórica se ha adueñado del discurso de políticos, funcionarios y no pocos académicos. Algunos se refieren la innovación como un desafío transversal: innovar la docencia, el curriculum de los programas de estudio, la enseñanza, la investigación, la vinculación, y eso se asocia a los llamados para desarrollar nuevas actitudes y prácticas de estudiantes, profesores y directivos universitarios. Eso explica que innovación se haya vuelto una palabra toda-ocasión, atrapa-todo, que lo mismo sirve para justiticar o impulsar cambios que para legitimar creencias, necesidades y proyectos. Si al final del siglo pasado la calidad, la evaluación y la excelencia configuraron el núcleo del lenguaje dominante de las políticas universitarias y sus imaginarios correspondientes, la innovación es hoy el mascarón de proa de una nueva fiebre, obsesión o ilusión por imprimir algún sentido a la “universidad del siglo XXI” (otro enunciado que vende bien pues significa todo lo que uno se pueda imaginar).
Algunas voces, minoritarias pero prudentes, han afirmado con cautela que la innovación es una hipótesis, no un hecho ni una profecía. Desde las ciencias sociales, se han organizado incluso estudios sobre la innovación para identificar hasta dónde es un cambio o solamente es un ajuste o adaptación más o menos rutinaria de las universidades a un entorno alterado dramáticamente por la “revolución 4.0”, la economía basada en el conocimiento, la digitalización de las comunicaciones, o los efectos de la inteligencia artificial. La sociología de la innovación, en específico, se ha convertido en un campo de exploración sobre los mitos, realidades e incertidumbres de la innovación en sociedades complejas, es decir, conflictivas, desiguales y heterógeneas, donde el papel de la educación superior juega un papel importante como ascensor social, como formación de capital humano, o como mecanismo de crecimiento económico, democratización política y cohesión social.
¿Qué significa entonces la innovación universitaria? ¿Es una nueva reforma institucional? ¿Es un proceso de “mejora continua” de sus funciones? ¿Es la digitalización/virtualización de sus procesos académicos y administrativos? No hay respuestas claras ni unánimes frente a éstas y otras cuestiones. Y sin embargo, el lenguaje de la innovación ha penetrado en los campus y sus alrededores desde hace tiempo. Baste mirar los planes de desarrollo de las universidades, o escuchar algún informe de sus rectores y directivos, para confirmar la centralidad de la innovación como parte del lenguaje del cambio y la transformación imaginada o deseada por las autoridades de esas instituciones. Ese lenguaje alimenta las imágenes de las épicas de la innovación.
En contraste, una ilusión alterna recorre el imaginario del oficialismo político: el compromiso de las universidades con el pueblo. Esa idea parte de que las universidades públicas no están vinculadas con las clases populares, que son instituciones elitistas, dominadas por el veneno del neoliberalismo y el intelectualismo. Esa idea es el pálido reflejo de una ilusión vieja, atesorada por parte de las izquierdas universitarias de los años setenta en Sinaloa, Guerrero o Puebla. Áquella era una ilusión poderosa: universidades comprometidas con el pueblo, y en su versiones más radicales (que las había), comprometidas con la revolución. Hoy, en plena era dominada por el lenguaje de la innovación, la idea del compromiso popular de las universidades reaparece junto con retazos conceptuales de las políticas de la “excelencia”, como se puede leer en los documentos relacionados con el proyecto de las Universidades para el Bienestar Benito Juárez García. Una revisión a las reformas al tercero constitucional del 2019, o al programa sectorial de educación 2020-2024, o a la Ley general de educación superior aprobada por unanimidad y con entusiasmo por los congresistas federales el año pasado, muestra la extraña convivencia entre ideas claramente contradictorias.
La coexistencia de la épica de la innovación con la épica del compromiso popular de las universidades forma parte del paisaje discursivo contemporáneo. No hay debate público, sino un torneo de creencias y actos de fe entre los promotores de la innovación y los activistas del oficialismo populista. En un entorno dominado por plataformas, aplicaciones y algoritmos, la innovación es la bandera de la temporada. Y, paradójicamente, en ese mismo entorno se emiten señales de vincular el cambio universitario a las necesidades de un proyecto ideológico como es el de la cuarta transformación nacional promovido por el oficialismo político. Entre la niebla y la polvareda conceptual, sin embargo, es posible advertir acciones (financiamiento, decisiones políticas, prácticas académicas y administrativas) que configuran las aguas revueltas del presente, cuyos efectos y consecuencias se acumulan conflictivamente en el horizonte político y de políticas. Esas son las apariciones de los fantasmas de la innovación y del populismo en las universidades públicas.
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