Thursday, May 25, 2023
¿Torres de marfil?
Diario de incertidumbres
¿Torres de marfil?: academia, política y vida pública
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 25/05/2023)
https://suplementocampus.com/torres-de-marfil-academia-politica-y-vida-publica/
Hay una idea sobre la vida académica que suele predominar entre empresarios, políticos y funcionarios relacionados directa o indirectamente con las universidades. Se trata de la creencia de que la ciencia y la academia son espacios apacibles, tranquilos, alejados del mundo turbulento de la política o de los negocios, de la administración y gestión de recursos, relativamente libres del conflictos y pleitos mundanos. Algunos políticos, cuando se retiran, suelen decir que “volverán a la academia” a reposar, cuando su única experiencia ahí, si la tuvieron, fue como estudiantes o profesores ocasionales. La idea y las creencias asociadas son representaciones de la vieja imagen de la “torre de marfil”, ese espacio idealizado donde sus habitantes (intelectuales, científicos y académicos) cultivan sus propios intereses sin interferencias externas, lugares en que se pueden dedicar a sus especulaciones, investigaciones, o a impartir clases en contextos tranquilos, bajos en tensiones, sin contradicciones significativas. María Moliner definió la expresión como “aislamiento intelectual en el que alguien vive voluntariamente”.
La invención del término es interesante. Su origen es impreciso, quizá grecolatino, una metáfora para referirse a una puerta hecha de un material fino y resistente (el marfil), mediante el cual se diferenciaban los “sueños falsos” de los “sueños verdaderos”. Pasó luego a representar espacios específicos de las primeras universidades medievales, luego a la literatura modernista en el siglo XIX, y de ahí al mundo de la academia universitaria contemporánea. En la imaginería religiosa o mística, la torre de marfil era un espacio reservado a los retiros espirituales, para alejarse de las tentaciones mundanas, edificios donde los clérigos se recogían para reflexionar, escribir, leer y orar. En las universidades modernas, élites y oligarquías académicas, escritores y poetas, suelen ser vistos como los actores conspicuos de esas torres imaginarias. Hoy, el término se utiliza de manera peyorativa para criticar a los que se dedican a la vida contemplativa o reflexiva, sin prestar atención a las urgencias públicas o políticas del momento.
Sin embargo, es una imagen falsa. Desde hace tiempo, los científicos y académicos son muchos y diversos, al igual que sus contextos institucionales y sociales. También se han convertido en objetos de políticas dirigidas a evaluar su desempeño, sujetos obligados a rendir cuentas de su desempeño a través de informes y reportes, dedicados a la reunión de evidencias de su productividad académica, de su vinculación con las “necesidades del mercado” y, ahora, para demostrar los “beneficios sociales” de sus actividades. La metáfora de la torre de marfil alude a una realidad que no existe; es una forma de representación social que desprecia la actividad académica e intelectual. Los cubículos, laboratorios, salones de clase, son los espacios reales de los “sueños verdaderos” de científicos y académicos, espacios rodeados por el griterío y los ruidos mundanos de protestas estudiantiles o sindicales, objeto frecuente de críticas de políticos, príncipes y burócratas de ocasión.
Los pleitos dentro y fuera de las torres son, desde hace tiempo, de un origen diferente. Hoy, los reclamos de hostigamiento y violencia de género han paralizado a la UAM durante semanas, y son motivo de protestas y movilizaciones en muchas universidades públicas y privadas. Otros son los que ocurren con los efectos de políticas científicas que se perciben como amenazas o riesgos para las libertades de investigación y enseñanzas universitarias, como ocurre con la recientemente aprobada ley de ciencia en México. Los pleitos ya no son solamente como solían ser: de naturaleza sindical o presupuestal, de amenazas a la autonomía, de conflictos por la elección de rectores, protestas estudiantiles por las políticas de admisión, o la distribución de becas y apoyos. Ahora son también motivados por un nuevo tipo de conflictividades de origen generacional y contextual que desafían las hechuras tradicionales de la gobernabilidad universitaria: acosto y hostigamiento sexual, inclusión de perspectivas de género, inseguridad y violencias dentro del campus
.
El otro paquete de tensiones tiene que ver con las políticas científicas y académicas. La nueva legislación científica aprobada por el oficialismo convocó a activistas a favor y en contra que provienen de las comunidades científicas y académicas. Aunque hay una franja significativa de esas comunidades que ha permanecido al margen de las discusiones, es claro que no pocos de sus miembros han adoptado posiciones de apoyo o de crítica a la actuación de quienes diseñaron la nueva normativa en el sector. Esos comportamientos también cuestionan la imagen de las torres de marfil de las universidades y centros de investigación.
Los actores de esas conflictividades sociales, ideológicas y políticas configuran relaciones entre los muros del campus y afectan la utópica tranquilidad de la vida universitaria. Las autoridades y comunidades científicas y académicas trabajan todos los días con ruidos de fondo que alteran las rutinas de la docencia y la investigación, sin muchas posibilidades de gestionar con éxito las demandas, restricciones y condicionamientos a las labores universitarias. En las torres de marfil reales (cubículos, salones, aulas) resuenan los ecos mundanos de la política y la conflictividad social de los tiempos que corren. Y, a pesar de ello, los académicos, científicos, profesores y estudiantes intentan mantener con vida las rutinas propias del oficio y sus procesos de aprendizaje: leer, conversar, pensar, experimentar, interactuar, organizarlas clases, celebrar seminarios, foros y congresos, publicar artículos, reportes, ensayos, libros, capítulos relacionados con sus proyectos de investigación y la difusión de hallazgos, teorías, teoremas, hipótesis, para comprender y resolver problemas del pensamiento, la naturaleza o la vida social.
En estos tiempos gobernados por los riesgos, la confusión y la desmemoria, hay que recordar que la soledad reflexiva y la conversación pública son los ingredientes básicos del oficio académico, actividades que se desarrollan dentro y fuera de espacios que fueron tomados por asalto, sigilosamente y desde hace tiempo, por la rebelión de las masas.
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