Thursday, August 17, 2023
Rezago educativo
Diario de incertidumbres
Rezago educativo: la norma y el hecho
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 17/08/2023)
https://suplementocampus.com/rezago-educativo-la-norma-y-el-hecho/
Uno de los lastres de plomo del desarrollo mexicano tiene que ver con la persistencia del rezago educativo que caracteriza a millones de mexicanos. El rezago se define como un componente de las carencias sociales que padecen muchos sectores de la población, por lo cual se le suele identificar como un factor que incide en la explicación general sobre la pobreza en sus diferentes niveles y dimensiones. En términos conceptuales, el rezago educativo es una situación que existe “cuando no se garantiza la escolarización de los individuos en las edades típicas para asistir a los niveles educativos obligatorios vigentes”, según lo define el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval).
“Niveles obligatorios vigentes” significa el mínimo normativo que marca el artículo tercero constitucional, que desde 2012 incorporó a la educación media superior como parte de los mínimos educativos obligatorios que el Estado debe garantizar a su población. Esto significa que para los nacidos a partir de ese año, la preparatoria o algunos de sus equivalentes debe ser el mínimo educativo básico de su formación escolar, lo que podrá medirse con claridad hacia el año 2030, cuando los jóvenes de esa generación y posteriores hayan cumplido los 18 años de edad. Los que no lo tengan los doce años obligatorios de escolaridad que marca la constitución, serán parte de los millones de mexicanos que forman parte de ese universo estadístico y social llamado rezago educativo.
Según el informe sobre medición de la pobreza publicado la semana pasada por el Coneval, la tasa de rezago educativo se incrementó ligeramente entre los años 2016 y 2022, al pasar del 18.5 al 19.4% de la población total. Esta disminución obedece, probablemente, a la crisis pandémica experimentada entre 2020 y 2022, en la cual se presentaron altos índices de no inscripción y abandono escolar. Esto significa que pasamos de 22.3 millones de personas a 25.1 millones en situación de rezago en estos seis años, o sea que hoy 1 de cada 5 mexicanos se caracteriza por un déficit de escolarización que los coloca en desventaja relativa frente a la mayoría. Es la expresión estadística de la pobreza educativa que nos acompaña desde hace décadas, pero que esconde millones de trayectorias vitales que construyen estrategias muy diversas para sobrevivir en una economía y una sociedad marcada por la desigualdad, la exclusión y la falta de oportunidades laborales estables y bien remuneradas para los individuos con bajas escolaridades.
El informe 2023 contiene datos interesantes al respecto. Según sus estimaciones, la población de 16 años o más nacidas entre 1982 y 1997 sin secundaria completa es del 16.6%. La población de 22 años o más nacida a partir de 1998 sin educación media superior asciende al 36.7%. Mientras que la población de 16 años o más nacidas antes de 1982 sin primaria completa representa el 23.7% del total correspondiente. En un contexto donde la población de 15 años y más tienen un promedio general de escolaridad de 9.7 años (según datos del censo 2020), se endurece la brecha entre lo que marca la norma y lo que muestran los hechos. Si se observa el ritmo de crecimiento de la escolaridad observado en los últimos cuarenta años, sabemos que se aumenta en 1 grado escolar cada década, lo que implica que los 12 años de escolaridad obligatoria que marca hoy la norma constitucional, se alcanzarán, si todo va más o menos bien, hacia el año de 2040.
¿Qué se ha hecho al respecto? Desde finales de los años setenta, el rezago fue considerado como un problema de política pública, y se crearon programas e instituciones dedicadas a combatirlo. Ello explica la creación de organismos como el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA) en 1981, una instancia federal diseñada justamente para abatir el rezago focalizando a la población con déficits de escolarización obligatoria de 15 años o más. A más de cuatro décadas de su origen, la combinación de la paulatina universalización de la educación básica (primaria y secundaria), junto con el trabajo del INEA, permitió disminuir significativamente el índice del rezago del 87.1% en 1970, al 66.2% en 1980, al 51.8% en el 2000, al 41% en 2010, y al 19.4% en el 2022. Es, sin duda, un logro importante de la combinación positiva de la política social y la política educativa, pero es aún insuficiente para más de 25 millones de personas.
El rezago educativo forma parte de las herencias del pasado reciente pero también de los desafíos de cualquier futuro posible. Definido como carencia, significa la disminución de las oportunidades laborales y vitales de los individuos para activar procesos de movilidad social y la mejora de sus condiciones de vida. La tesis de que a una mayor escolaridad corresponde la obtención de mejores empleos, está lógicamente asociada al hecho de que a una mayor vulnerabilidad educativa (déficit de escolarización), corresponde una mayor vulnerabilidad laboral (precarización del empleo).
En estas circunstancias, el rezago permanece como un hecho social que contradice la norma constitucional. Y son los jóvenes ubicados en la franja de los 18 a los 29 años los que padecen en buena medida los efectos del rezago en sus trayectorias vitales y en sus perspectivas de futuro. Son los habitantes locales de nuestra peculiar forma de “modernidad líquida”, a la que se refería el sociólogo Zygmunt Bauman. Esta situación explica la dramática observación que Bauman hizo en 2013 respecto de los jóvenes europeos de comienzos del siglo XXI: “Esta es la primera generación de posguerra que se enfrenta a la perspectiva de una movilidad descendente…Y nada los ha preparado para la llegada de un nuevo mundo duro, inhóspito y poco acogedor, en el que las recalificaciones van a la baja, los méritos conseguidos se devalúan y las puertas se cierran. Nada los ha preparado para los trabajos volátiles y el desempleo persistente, la transitoriedad de las perspectivas y la perdurabilidad de los fracasos”.
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