Thursday, September 25, 2025
Dinero y aprendizajes
Diario de incertidumbres
Políticas, presupuesto y aprendizajes
Adrián Acosta Silva
Campus Milenio, 25/09/2025
https://suplementocampus.com/politicas-presupuesto-y-aprendizajes/?awt_a=rhgk&awt_l=CTLQm&awt_m=gasci5wR8Z7utgk
La semana pasada se presentaron dos proyectos relevantes para la educación superior. Uno tiene que ver con dinero; el otro, con aprendizajes. El primero confirma que la educación superior no es prioritaria en la agenda del gobierno desde hace por lo menos tres sexenios. El otro significa el reconocimiento de que los aprendizajes acumulados por los estudiantes y egresados de escuelas y universidades son insuficientes para adaptarse a las nuevas circunstancias laborales.
El proyecto de presupuesto de egresos de la federación para el año 2026 castiga una vez más a la educación superior pública, que no se compensa con las políticas de “becarización” educativa que se han adueñado de la retórica oficial desde el sexenio pasado. Al colocar en el centro el dinero en el bolsillo de los estudiantes, se omite o minimiza la relación que guarda el apoyo económico con los aprendizajes efectivos, pues el abandono de las prácticas sistemáticas de evaluación de los desempeños escolares a lo largo de los últimos años impide valorar objetivamente la relación entre presupuestos y aprendizajes.
La instalación de la “Comisión Nacional de Aprendizaje a lo Largo de la Vida” por parte de las autoridades de la SEP, es una clara señal de reconocimiento del elefante en la habitación. La insuficiencia de la calidad y pertinencia de los procesos educativos de la población mayor a los 15 años que alcanza un promedio de 10 años de escolaridad (es decir, el primer año de bachillerato), se refleja en la búsqueda de los individuos por incrementar sus capacidades y habilidades laborales a través de cursos, talleres, seminarios, diplomados, programas de licenciatura y eventualmente de posgrado, que han crecido vertiginosamente como opciones de consumos privados, que alimentan un gran mercado de formaciones rápidas y de bajo costo en modalidades virtuales, presenciales o mixtas.
La paradoja es evidente: mientras se reduce en términos reales el presupuesto público a la educación superior, se incrementan las exigencias y necesidades de cualificación de las formaciones individuales de millones de personas. Esto lleva a cuestionar nuevamente la relación entre dinero y aprendizajes. ¿Más becas significan, automáticamente, mejores aprendizajes? Las políticas nacidas bajo el oficialismo morenista desde el sexenio pasado suponen que sí, y ese es un componente central de la Ley General de Educación Superior aprobada en 2021. Ese supuesto se combina con el hechizo de las retóricas innovadoras que colocan a los medios por delante de los fines, a pesar de las restricciones presupuestales que un año tras otro se reflejan en el deterioro de los contextos, capacidades y climas académicos universitarios.
Las políticas presupuestarias y las políticas de los aprendizajes miran en sentidos opuestos. Una supone menos apoyos a las instituciones y más apoyos a los individuos. La otra supone que con micro-credenciales los individuos mejorarán la calidad de sus empleos. El problema central tiene que ver nuevamente con las desigualdades sociales e institucionales que cruzan todo el espectro de las realidades y comportamientos esperados por las políticas. Las pérdidas acumuladas en términos reales de los presupuestos institucionales en educación superior en la última década se reflejan ya en la atención de los asuntos rutinarios de los programas de pregrado y posgrado de las instituciones públicas universitarias y no universitarias: recortes a las nóminas del personal de apoyo, restricciones a la contratación de nuevas generaciones de profesores, condicionamientos crecientes a las becas de posgrado, o a los apoyos a programas universitarios de movilidad estudiantil.
Las realidades y potencialidades prácticas de micro credenciales que certifiquen nuevos aprendizajes están sujetas a las posiciones y aspiraciones de los individuos en la distribución de sus capitales escolares. Los sistemas de créditos que se diseñaron para facilitar el tránsito por los programas universitarios de licenciatura son considerados insuficientes o inadecuados para mejorar las oportunidades laborales en los mercados de trabajo. Desde esa perspectiva, el ensanchamiento y alargamiento de sus cualificaciones académicas, técnicas o profesionales a través de nuevas formas de credencialización/acreditación de nuevas habilidades y talentos se propone como la solución a los problemas de empleabilidad de los egresados universitarios.
En estas circunstancias, la agenda de la nueva Comisión Nacional está marcada por dilemas y tensiones académicas, técnicas y presupuestales. El viejo lema de hacer más con menos que pusieron de moda los gobiernos neoliberales para emprender la reforma del Estado en los años ochenta se mantiene como el emblema de las políticas presupuestarias y de aprendizajes de los gobiernos antiliberales. La experiencia internacional muestra una relación positiva entre el mejoramiento de los presupuestos públicos y la calidad de los aprendizajes escolares. Y también enseña que entre menores sean los recursos públicos, peores serán los resultados académicos. El caso de México se acerca más a este espectro de resultados de experiencias de políticas fallidas en educación superior, donde la apuesta central se ha concentrado en las becas a los individuos más que en los apoyos a las instituciones. La lección desde hace tiempo es la misma: no basta tener más cobertura o mejor eficiencia terminal. Es necesario mejor la calidad y pertinencia de los aprendizajes.
La viabilidad de la nueva Comisión dependerá en buena medida de revisar la política presupuestal hacia la educación superior. La expedición de nuevas credenciales sobre competencias académicas ya circula desde hace tiempo a través de programas virtuales como “Coursera” (fundada en 2012), que se ha consolidado como una empresa que vende cursos cortos de actualización en varias disciplinas, y que incluso ya son válidos como créditos escolares reconocidos en no pocas universidades públicas y privadas mexicanas. La estrategia de acumular aprendizajes a lo largo de la vida se ha convertido en un buen negocio, aunque todavía están por verse sus impactos en la movilidad y mejoramiento laboral de las trayectorias de los egresados.
Friday, September 12, 2025
Paradojas de la desigualdad
Diario de incertidumbres
Las paradojas de la desigualdad
Adrián Acosta Silva
Campus Milenio, 10/09/2025
https://suplementocampus.com/las-paradojas-de-la-desigualdad/
En memoria de Wietse de Vries
Una de las bestias negras del capitalismo clásico y contemporáneo es el de la desigualdad social. Esto se expresa de múltiples formas, dimensiones y escalas en los distintos contextos nacionales y subnacionales. La existencia de diferencias tenues o abismales en la distribución del ingreso, las posiciones en los mercados laborales, el acceso a espacios potenciales o reales de movilidad social como la educación superior, las formas de distribución del poder político entre grupos, estratos y clases sociales, configuran parte de las complejidades asociadas a los factores causales de las desigualdades sociales contemporáneas.
La desigualdad forma parte de los temas clásicos de las ciencias sociales, desde la economía hasta la sociología, la antropología o la ciencia política, y ha dado lugar a la elaboración de múltiples esfuerzos para enfrentar, mediante el diseño e instrumentación políticas públicas, alternativas factibles para disminuir o eliminar las fracturas y brechas asociadas a las desigualdades sociales. A través del Estado o del mercado, o de sus combinaciones, esos esfuerzos parten de distintas perspectivas y definiciones de la desigualdad para tratar de incidir en la resolución de los niveles de pobreza, elevar la escolaridad, o mejorar los servicios de salud de poblaciones heterogéneas, cuyos individuos y comunidades no tienen las mismas oportunidades vitales de mejoramiento de su bienestar a lo largo del tiempo.
Hace unos años (en 2009), un par de investigadores del campo de la salud pública (uno economista, otra antropóloga), publicaron un pequeño libro sobre el tema de la desigualdad que tuvo cierto impacto en las ciencias sociales y entre los políticos profesionales y hacedores de políticas del bienestar. El texto, titulado Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, de Richard Wilkinson y Kate Pickett, es una exploración sobre los distintos efectos y paradojas de la desigualdad social a comienzos del siglo XXI. El argumento es simple, breve y elegante: la desigualdad produce brechas de insatisfacción, frustración y malestar que tienen efectos en la cohesión social, la prosperidad y el desarrollo económico y político de las sociedades contemporáneas.
En México, vivimos desde la época de la independencia una paradoja maestra, herencia del ideario liberal y republicano. La igualdad se convirtió en uno de los valores centrales en un contexto de desigualdades y rezagos estructurales. El igualitarismo constitucional (enmarcado con distintos énfasis en las constituciones de 1824, 1857 y 1917) coexistiendo con una desigualdad práctica, terca y persistente a lo largo de más de dos siglos de consumada la independencia. Aunque las reformas juaristas, los postulados de la revolución mexicana, la política de masas del cardenismo o las políticas del desarrollismo contribuyeron a disminuir las desigualdades sociales, nuevas formas de desigualdad permanecen o se transforman en la sociedad de masas del siglo XXI.
¿Cómo se expresan esas desigualdades en la educación superior? Los indicadores más claros se concentran en los procesos de acceso, tránsito, egreso e inserción laboral de los estudiantes de educación superior. Factores como el ingreso económico, el origen social, los contextos familiares, el sexo, el origen étnico o el territorio, constituyen algunas de las determinaciones que influyen en los niveles de representación de los grupos, estratos y clases sociales en la educación terciaria.
Las posibilidades de movilidad social ascendente de los individuos están asociadas en buena medida al empleo y a la educación. No obstante, las oportunidades de encontrar buenos empleos y alcanzar mayores niveles de escolarización no dependen de la voluntad o el esfuerzo personal sino de factores meta-individuales que escapan a los deseos o esperanzas de las personas. Nadie elige nacer como hombre o mujer, ni pertenecer a familias de clases sociales altas, medias o bajas, ni pertenecer a una etnia chiapaneca o tarahumara, o ser parte de comunidades mestizas de los círculos de privilegio de Nuevo León o de la Ciudad de México, ni ser de piel clara o morena. Esos son factores que, sin la intervención del Estado, tienden a reproducir la desigualdad, la discriminación racial y la exclusión social de millones de individuos.
La desigualdad social en México se ha endurecido, y tiende a ser en muchos casos una herencia transgeneracional. Frente a la retórica igualitaria persiste una desigualdad empírica, cotidiana y práctica. El clasismo y el racismo son señas de identidad en muchos campos del orden social, y en la educación superior esos rasgos, en ocasiones, se reducen o amplifican, según sean los contextos específicos. Las universidades públicas, los institutos tecnológicos, las escuelas normales, las universidades interculturales son espacios donde las políticas públicas han incidido en la ampliación de las oportunidades educativas para millones de jóvenes, que en no pocos casos experimentan procesos progresivos de movilidad social. No obstante, en las escalas subnacionales y locales de la educación superior existen grandes contrastes en los procesos de acceso, permanencia, egreso e inserción laboral de las y los jóvenes mexicanos del siglo XXI.
Enfocar desde una perspectiva procesual el fenómeno de la desigualdad en la educación terciaria es un desafío permanente. Sabemos, por los datos disponibles, que existe una sobre-representación de los estratos altos y medios de la población en la educación superior, y una sub-representación de los estratos bajos en esos espacios. Y también sabemos que las oportunidades de acceso, tránsito y egreso favorecen más a los que más tienen, como dicta el clásico “efecto Mateo”. Aunque hay excepciones notables en todos los territorios y poblaciones, la desigualdad educativa permanece como la sombra que acompaña las buenas intenciones gubernamentales, tan llenas de triunfalismo cortoplacista y tan vacías de reflexiones críticas sobre los límites de sus propias políticas.
Doblar de campanas. La semana pasada falleció Wietse de Vries, colega y amigo con el cual muchos compartimos múltiples reflexiones académicas, éticas y estéticas sobre los temas de la educación superior, la política y la música de rock. Holandés de nacimiento y poblano por elección, Wietse nos marcó a muchos con su inteligencia y afilado sentido del humor. Nos hará falta.
Monday, September 01, 2025
Leer
Tierras raras
Leer
Adrián Acosta Silva
(Revista Reverso, 01/09/2025)
https://reverso.mx/tierras-raras-leer/
La práctica de la lectura es un hábito de solitarios. Pero el acto de leer encierra también muchos de los secretos de nuestra vida en sociedad. No me refiero al volumen de lectores o la calidad de las lecturas; eso hay que dejarlo a quienes se dedican a medir estadísticamente el ejercicio lector en poblaciones, territorios y tiempos específicos. Lo importante es el hecho mismo, sus imágenes y representaciones, sus significados y simbolismos.
Decía Borges que un lector no busca a sus libros, sino que un libro busca a sus lectores. Esa metáfora representa muy bien los delicados mecanismos que unen a libros y lectores, proporcionando sentido a las prácticas de lectura que ocurren en distintos sitios y contextos. Libros, periódicos, boletines, revistas, y ahora teléfonos inteligentes, tabletas, computadoras, son herramientas de comunicación que se condensan en imágenes, papel, símbolos y significados. El contenido de las lecturas son hechura de quienes las escriben, pero el significado de las palabras son hechuras de la experiencia e imaginación del lector.
Algo de eso sabía André Kertész, el gran fotógrafo húngaro del siglo XX (Budapest, 1894-Nueva York, 1985). Sus imágenes capturan los momentos en que la lectura es el centro de la imagen, y revelan los ambientes donde hombres, mujeres y niños, ancianas y ancianos, practican el hábito hipnótico de la lectura, absortos en la magia del mundo escrito, mientras el mundo no escrito los envuelve con sus luces y sombras.
Un malabarista de circo en Nueva York, en 1969, y la equilibrista de otro circo en París, en 1926, aparecen absortos leyendo sendos libros en uno de los descansos de la función, ajenos a los ruidos mundanos de la carpa; tres niños pobres sentados en la banqueta hojeando las páginas de un libro, en alguna calle de Esztergom, Hungría, en 1915; un anciano concentrado en la lectura de un texto sentado en los peldaños de una calle solitaria en Venecia, en 1963; una muchacha leyendo algo en la azotea de un departamento en Greenwich Village, Nueva York, en 1962; un joven negro y otro blanco, apoyados en el mismo árbol, en Washington Square, en 1969; un adulto joven hojeando el periódico en los Jardines de Luxemburgo, en París, en 1930; una anciana leyendo en su cama, en el Hospital de Beaune, Francia, en 1929.
Son parte de las 75 imágenes seleccionadas en Leer, de Kertész (Periférica & Errata naturae, 2016). El álbum de fotos como memoria visual de prácticas lectoras motivadas por el interés, la curiosidad o el aislamiento. Momentos atrapados por la cámara gobernada por el ojo experto de un fotógrafo-cazador de imágenes insólitas o rutinarias. Instantes de melancolía en blanco y negro, que evocan las tonalidades azules de la música del azar. Leer como un acto de rebeldía contra la tiranía de tiempos marcados por los relojes y calendarios del deber o la obligación. Las palabras como antídotos contra la ansiedad y el sinsentido de la modernidad líquida.
Thursday, August 28, 2025
Autonomia y gobierno universitario
Diario de incertidumbres
Autonomía y gobierno universitario, hoy
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 28/08/2025)
https://suplementocampus.com/autonomia-y-gobierno-universitario-hoy/
Texto pronunciado en la “Cátedra Dr. Julián Gascón Mercado”, en la celebración de los 50 años de la autonomía de la Universidad Autónoma de Nayarit. Tepic, Nay., 22 de agosto, 2025.
La celebración de los cincuenta años de promulgación de la autonomía de la Universidad Autónoma de Nayarit es una fiesta que hay que celebrar por muchas y muy merecidas razones. Pero también es una valiosa oportunidad para repensar el significado histórico y los alcances de la autonomía universitaria en el México de hoy. Como otras universidades públicas autónomas estatales del país, la UAN atraviesa por un período de adaptación a cambios nacionales e internacionales que afectan de muchas formas el presente y los posibles escenarios futuros de la educación superior.
La autonomía universitaria es una categoría instalada en el corazón institucional de las universidades públicas contemporáneas. No obstante, su significado ha cambiado de manera sigilosa en las últimas décadas. Conflictos internos y presiones externas forman parte de la complejidad que implica la gestión autonómica de la universidad, lo que articula las acciones de gobierno, gobernabilidad y gobernanza de los campus universitarios. Gestionar la autonomía significa la búsqueda permanente de equilibrios surgidos de las tensiones que ocurren en distintas escalas y niveles de la universidad, y se constituye como un proceso que involucra la intervención de rectorías, directivos y órganos colegiados, comunidades académicas, organizaciones estudiantiles y sindicales.
Cambios contextuales de distinto calibre y profundidad han impactado en la manera en que se gestiona, define y practica la autonomía. Desde la fundación de la primera universidad autónoma del país (la Universidad Michoacana, en 1917) hasta la más reciente (el reconocimiento de autonomía a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en 2006), diversas causas han modificado los alcances del diseño y las prácticas autonómicas universitarias. La violación a la autonomía derivada del movimiento estudiantil de 1968 en la UNAM, múltiples episodios de enfrentamientos entre universidades locales con gobiernos estatales, conflictos presupuestales, restricciones impuestas por políticas públicas, disputas por la elección de autoridades, o escándalos de corrupción realizados por algunos directivos de las universidades, son acontecimientos que explican que la autonomía haya dejado de ser lo que solía ser en 1917 (la U. Michoacana), en 1929 (la primera autonomía de la UNAM), o en 1980 (la inclusión de la fracción séptima en el tercero constitucional).
Estos cambios se explican por la relación que existe entre la idea de la universidad y la autonomía universitaria, es decir, entre la representación del tipo de universidad que se desarrolla en destinos períodos y el tipo de autonomía que se construye alrededor de esa idea. Y podemos identificar varias ideas sobre la universidad: la universidad popular, la universidad profesional, la universidad de investigación, la universidad de clase mundial, la universidad emprendedora, la universidad inteligente, la universidad transformadora, la universidad sostenible. Alrededor de esas representaciones se han construido los diversos tipos de autonomía de las universidades públicas a lo largo de sus historias socio institucionales.
Luego de los distintos regímenes de políticas públicas estructurados en el último medio siglo, la autonomía experimentó una metamorfosis silenciosa. Del régimen de patrocinio benigno y negligente ocurrido entre los años cuarenta y ochenta de siglo pasado, pasamos a un régimen de evaluación de la calidad y financiamiento público diferencial, condicionado y competitivo basado en incentivos a las universidades públicas desde finales del siglo pasado hasta la segunda década del presente, para llegar al régimen de austeridad y gratuidad que se implementa desde la promulgación de la Ley General de Educación Superior en 2021. El saldo más relevante de estas relaciones entre regímenes de políticas y autonomía universitaria es la modificación de los grados de autonomía de las universidades públicas estatales.
No obstante, hay cambios en los entornos políticos de las políticas que también constituyen factores causales de los ajustes en las autonomías universitarias. Las alternancias en el poder en las escalas federal y estatales, han significado la llegada de nuevas elites políticas que suelen desconfiar de la autonomía, y han impulsado, o contemplando, con mayor o menor éxito, cambios en las leyes orgánicas de las universidades estatales y federales.
Hoy, la gestión de la autonomía enfrenta cambios de mayor profundidad, complejidad y naturaleza. El desafío de la innovación, las ilusiones, promesas y oportunidades de la inteligencia artificial, el desarrollo de nuevas formas de aprendizajes y docencia, la ciencia abierta, las exigencias de mayores estrategias de vinculación con los entornos sociales, culturales y económicos, y las tradicionales tensiones políticas relacionadas con las restricciones presupuestales o con la elección de autoridades y las prácticas del gobierno colegiado, constituyen algunos de los campos de la acción institucional que involucran el fortalecimiento de las capacidades de gobierno, gobernabilidad y gobernanza de las universidades públicas estatales.
Pero quizá el desafío mayor de la gestión de la autonomía es preservar la autonomía intelectual de las comunidades universitarias en sus distintos niveles, áreas y disciplinas del conocimiento científico y humanístico. Ese tipo de autonomía es la que radica en la capacidad de pensar, de reflexionar, de nuestras comunidades, una capacidad que sólo puede habitar en entornos donde las libertades de aprendizaje y de investigación son defendidas y estimuladas. Frente a las realidades e ilusiones de los nuevos fetichismos tecnológicos y digitales, cuyos alcances y efectos aún no advertimos con claridad, el pensamiento crítico es el mejor recurso para identificar los mitos, oportunidades y riesgos de las nuevas narrativas de la innovación, la dictadura de las métricas de evaluación de la calidad, o el alineamiento mecánico a prioridades dictadas por sectores externos a la universidad.
Gestionar la autonomía es el desafío sustantivo de los gobiernos institucionales. En medio de presiones presupuestales y políticas, de tensiones cotidianas que surgen entre las prácticas y los dilemas éticos que ocurren en los diversos espacios del campus universitario, y con horizontes de futuros marcados por incertidumbres, amenazas y oportunidades, las universidades públicas configuran reservorios de talento que alimentan las esperanzas de mejores futuros para la sociedad mexicana en sus distintos territorios y poblaciones. Ese reconocimiento y esa responsabilidad es la mejor forma de celebrar hoy la autonomía universitaria.
Thursday, August 14, 2025
¿Universidad es destino?
Diario de incertidumbres
¿Universidad es destino?
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 14/08/2025)
https://suplementocampus.com/universidad-es-destino/
Varios estudios recientes sobre las relaciones entre la expansión de la educación superior y la desigualdad social en México han mostrado los mitos, las dudas y las verdades de las ventajas de contar con títulos universitarios entre las poblaciones jóvenes y adultas en el siglo XXI. La persistencia de la masificación de las demandas de acceso a las aulas de las universidades públicas federales y estatales durante cada ciclo escolar, se enfrenta al hecho duro de las altas tasas de rechazo (o de “no aceptación”, para decirlo de forma más suave) de miles de jóvenes que aspiran a cursar una carrera universitaria para mejorar sus presentes y futuros individuales.
Los filtros sociales e institucionales que determinan en gran medida las posibilidades de acceso, permanencia, egreso e inserción laboral de los jóvenes, tienen que ver con el origen social, los contextos familiares, los territorios de pertenencia, y el tipo de carrera e institución a la que aspiran los estudiantes y sus familias. Estas características constituyen las “marcas de clase” de los estudiantes universitarios. Durante décadas se mantuvo firme la idea de que la universidad incrementa las posibilidades de movilidad social ascendente (intergeneracional e interclasista) de las poblaciones jóvenes, y múltiples evidencias empíricas reforzaron esa idea. No obstante, desde los inicios del siglo XXI se registran fenómenos que matizan la idea de la educación superior como ascensor social.
Datos y estudios muestran la aparición de nuevas formas de estratificación social entre los egresados universitarios, que se combinan con el endurecimiento de viejas desigualdades en los procesos de incorporación de los jóvenes a los campus universitarios. Varias de dichas exploraciones muestran que las universidades no contribuyen en sí mismas a funcionar como un “ecualizador” social, es decir como un mecanismo que contribuye a reducir las brechas de desigualdad preexistentes entre los estudiantes y egresados universitarios.
No obstante, el tipo de institución de educación superior es un factor que parece influir en la distribución de las oportunidades laborales de los egresados. En México, la SEP identifica 12 tipos de instituciones públicas y un conjunto altamente fragmentado de instituciones y establecimientos privados, que van de las universidades públicas estatales o federales a los establecimientos e instituciones privadas de educación superior. Los institutos públicos que integran el TecNM, las escuelas normales, las instituciones privadas de absorción de la demanda o las privadas de alto costo y selectividad (las de elite), forman parte de los más de 4, 600 establecimientos que ofrecen estudios de educación terciaria en todo el territorio nacional, en los cuales cursan sus estudios poco más de 5.4 millones de jóvenes entre los 19 y los 23 años.
La estructuración de esas ofertas públicas y privadas obedece a una significativa diversificación y diferenciación de las ofertas institucionales (una suerte de “estratificación institucional”), que se traduce también en una importante estratificación de las oportunidades de acceso, egreso e inserción laboral de sus egresados. Un interesante estudio recientemente publicado por José Navarro, investigador de la Universidad de Guadalajara, muestra algunos rasgos de esa doble estratificación de la educación superior mexicana, lo que produce un efecto de “estratificación horizontal” entre las poblaciones de la educación terciaria.
https://perfileseducativos.unam.mx/iisue_pe/index.php/perfiles/issue/current
Un dato relevante consiste en el peso que tienen las universidades públicas en la mejoría de las oportunidades laborales de los jóvenes. Estas instituciones son las que mejores indicadores tienen para analizar su impacto en las posibilidades de inserciones laborales satisfactorias de sus egresados. Eso no quiere decir que el acceso a un programa ofrecido por las universidades públicas garantice el “éxito” laboral de los egresados (como prometen muchas universidades privadas en sus promocionales), sino que, en términos relativos, los estudiantes de las universidades públicas parecen tener mejores posibilidades de movilidad social ascendente (mejores ingresos y oportunidades laborales derivados de una mayor escolaridad relativa) que los estudiantes de otras instituciones de educación terciaria públicas o privadas, a excepción de las instituciones privadas de elite, que por su propia naturaleza representan la minoría de las ofertas y matrículas del sistema nacional.
El caso de este tipo de universidades privadas de alto costo tiene otras características. El ingreso y egreso en esas universidades requiere de condiciones difíciles de cumplir para la mayor parte de la población joven. El poder del privilegio en el acceso se traduce en el poder simbólico de los egresados en los mercados laborales de las distintas disciplinas y campos del conocimiento profesional. En el cerrado círculo de los empleadores de ciertas actividades económicas o comerciales de los mercados laborales, se percibe que el egresado o egresada de una institución privada de élite es mejor que un egresado de las instituciones públicas universitarias o no universitarias. Sin embargo, en campos como la medicina, las ingenierías, las humanidades o las actividades científicas, los egresados de las universidades públicas suelen ser bien apreciados por los empleadores.
Existen por supuesto otras variables o factores a considerar. El tipo de carrera o el prestigio institucional del programa o de la universidad son factores institucionales, pero factores sociales como la clase de pertenencia, el sexo, el color de piel o los antecedentes familiares son también aspectos importantes en la configuración de las oportunidades laborales de los egresados. En su conjunto, los factores institucionales y sociales son variables que influyen en el “destino de clase” de los egresados universitarios.
La influencia de las universidades públicas en el contexto de la estratificación horizontal de la educación superior es altamente significativa en la formulación de las preferencias y estrategias de muchos segmentos de los egresados de las escuelas de nivel medio superior. El indicador más claro es el comportamiento de las solicitudes de acceso, donde cada año las universidades públicas se colocan como las IES más demandadas por los estudiantes, pero también son las que mayor porcentaje de no admitidos registran. Esa atracción institucional de las ofertas universitarias en la escala nacional y subnacionales explica la lógica de las preferencias y expectativas de la masificación de las solicitudes de acceso que se acumulan año tras año a las puertas de los campus universitarios.
Wednesday, August 06, 2025
Woodstock
Tierras raras
Woodstock
Adrián Acosta Silva
Entre las tumbas y epitafios que habitan los panteones del rock destaca el concierto de Woodstock. Celebrado del 16 al 18 de agosto de 1969 en una ruinosa granja de la zona rural del estado de Nueva York, bajo una lluvia continua que convirtió el lugar en un lodazal, más de medio millón de asistentes celebraron la paz y el amor con las canciones de Joan Baez, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Carlos Santana, Creedence, Crosby, Stills, Nash y Young, Janis Joplin, Jefferson Airplane, The Band, The Who y varios más de los grupos y cantantes que alimentaron el imaginario colectivo de una generación.
El festival simbolizaba muchas cosas y nada, al mismo tiempo. Era protesta política contra la guerra de Vietnam y un aullido libertario; la legitimación de las drogas y del ejercicio del sexo libre; un fin de semana de diversión comunal, expresión de identidad y sentido de pertenencia a algo; pero también era un negocio organizado para explotar el interés de una generación por consumir emblemas, símbolos y sonidos que producían ganancias a productores y organizadores de los eventos masivos dirigidos a los nuevos jóvenes de los años sesenta (los baby-boomers).
Abundan las crónicas, testimonios, películas, discos e imágenes del evento, que circulan abiertamente por internet en múltiples sitios y plataformas. En los años siguientes, se replicaron eventos conmemorativos sobre aquel concierto, que corrieron con mala fortuna, incluyendo un fiasco total en el último, previsto para el 50 aniversario del festival, en el mismo lugar, en julio del 2019. Problemas de logística y organización, malos cálculos financieros, poca respuesta de los jóvenes de las generaciones X y Z, obligaron a los empresarios a cancelar el concierto. Los tiempos habían cambiado.
Ya fallecieron los héroes que alimentaron buena parte de la imaginación sesentera y que participaron en aquel evento de hace 56 años: Joplin, Hendrix, Cocker, Robbie Robertson (de The Band), o Johnny Winter, a los que se sumó recientemente la muerte de Ozzie Osburne, el cantante de Black Sabbath que, aunque no actuó en Woodstock, se convirtió, junto con Deep Purple y Led Zeppelin, en parte de la santísima trinidad del rock más oscuro, ruidoso y potente que surgió después de aquel legendario concierto neoyorquino.
A la distancia, las voces y ecos de Woodstock representan las cenizas de los sueños, temores y contradicciones de una generación que, como todas, edificó sus propios mitos y leyendas, endulzando con canciones sus pasiones, fantasías y creencias. De las tierras raras de aquel “verano del amor” surgieron reclamos libertarios y democratizadoras, pero también intolerancias y recriminaciones conservadoras, como las que alimentan la retórica incendiaria del presidente Trump y sus acólitos, que suelen ubicar a Woodstock como el inicio de la degradación del sueño americano, una creencia endurecida en las profundidades de los nuevos oscurantismos americanos. En la era de la inteligencia artificial y de las autocracias populistas, Woodstock es sólo una pieza más del museo de la época de las flores en el pelo.
Thursday, July 17, 2025
Los límites del individualismo
Diario de incertidumbres
¿El mérito es de quien lo trabaja?: los límites del individualismo
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 17/07/2025)
https://suplementocampus.com/el-merito-es-de-quien-lo-trabaja-los-limites-del-individualismo/
Uno de los problemas que ha permanecido latente en el análisis del desempeño de los sistemas de educación superior es el del abandono escolar. Y el indicador más empleado en dicho análisis se relaciona con las tasas de eficiencia terminal de los estudiantes universitarios, es decir, el porcentaje de estudiantes de una generación que culminan sus estudios en el tiempo programado según las carreras que eligen. Bajo ese indicador, se han realizado no pocos esfuerzos para mejorar los índices de eficiencia terminal, intentando evitar o disminuir los abandonos tempranos o tardíos de los estudios, mejorando las condiciones de acceso, tránsito y egreso de los estudiantes de las carreras técnicas o universitarias. Programas masivos de becas, flexibilidad de programas para adaptarlos a las necesidades estudiantiles, tutorías, facilidades para los aprendizajes, estándares de calidad, educación no presencial, forman parte de los catálogos institucionales que se han ensayado para lidiar con el problema. No obstante, la deserción o abandono escolar es un fenómeno que persiste y, en no pocas regiones, instituciones y programas, se agudiza.
Según datos de la SEP, en México el abandono escolar en el nivel superior durante el ciclo escolar 2023-2024 fue en promedio nacional del 5.7%, y en el nivel previo (media superior) del 10.8%. Comparado con lo que ocurría a principios del siglo, estos indicadores han bajado de manera discreta. En el ciclo escolar 2001-2002 la tasa de abandono en educación superior era del 8.2% y en media superior del 17.5%. Si se asocian esas tasas con la cobertura bruta de la educación superior mexicana (43% en 2023-2024), las dimensiones del problema se incrementan. No sólo tenemos un problema de insuficiencia en el acceso a la educación universitaria (solo ingresan menos de la mitad de los jóvenes entre 18 y 22 años), sino que, además, de los que llegan, casi 6 de cada 100 no terminan sus estudios.
Este problema tiene efectos en diversas dimensiones. Uno de ellos es el rezago escolar de millones de personas que no terminan por diversas razones sus estudios de nivel superior, lo que incluye no solo los abandonos sino también la titulación. El país está lleno de pasantes de licenciatura de diversas carreras (en algunas más que en otras por supuesto), a pesar de la exigencia de la cédula profesional para poder ejercer las profesiones correspondientes. Por otro lado, los estudios interrumpidos o abandonados no permiten a las o los estudiantes obtener algún reconocimiento en los mercados laborales. Más allá y al fondo, hay una sensación de pérdida o fracaso individual, que lastima a quienes por alguna circunstancia decidieron dejar de estudiar sus programas de formación técnica o profesional, o que no han obtenido el título que acredite sus estudios universitarios.
La ideología del éxito o el fracaso escolar está ligada al principio meritocrático, de origen liberal, que domina los imaginarios de las trayectorias vitales de los estudiantes, pero también influye como una creencia poderosa en la mentalidad de directivos y profesores universitarios. “El mérito es de quien lo trabaja” parece dominar los códigos interpretativos de las instituciones de educación superior, una creencia que coloca el esfuerzo individual como el componente principal de las trayectorias escolares, más que en los contextos sociales o en los marcos institucionales en los cuales los individuos cursan sus estudios.
Desde hace tiempo, el problema se intenta abordar con un enfoque diferente: el de las “micro credenciales”. Este enfoque reconoce el problema del rezago y de los abandonos escolares en educación superior, y la necesidad de la educación a lo largo de la vida. Para ello, propone un esquema de reconocimientos asociados a diplomas y certificaciones que legitiman formalmente las competencias y saberes de los estudiantes que abandonan sus estudios, pero que deciden continuar con procesos de aprendizajes a lo largo y ancho de la vida, aunque no les proporcionen un título universitario.
Desde esa perspectiva, el desafío mayor es la construcción de políticas contra el abandono escolar que partan del reconocimiento de la enorme heterogeneidad de los estudiantes de educación superior. Hasta ahora, las políticas de becas parten del supuesto de que la causa de los abandonos y el rezago escolar es la falta de recursos económicos de los estudiantes y de sus familias para sostener sus estudios. Sin embargo, ello puede explicar la situación de una parte de la población estudiantil de las instituciones públicas (particularmente de los deciles de ingreso más bajos de esa población), pero no de todos los más de 5 millones de alumnos de la educación terciaria mexicana.
Factores como el origen social, la insatisfacción con los estudios recibidos, la baja calidad de los ambientes institucionales, o la burocratización de la enseñanza, parecen ser también factores causales del abandono, la reprobación y el fracaso escolar. Y todo ello rebasa la teoría meritocrática tradicional, donde basta con “echarle ganas” a los estudios para obtener los beneficios esperados. Aunque nunca es menor el componente de la voluntad de los esfuerzos personales en el campo de la educación superior, es preciso reconocer los límites del individualismo.
El ideal meritocrático supone estudiantes ideales. La realidad educativa se expresa en estudiantes reales, no imaginarios, con toda la diversidad y complejidad de los factores individuales, familiares y sociales que influyen en sus trayectorias escolares e itinerarios vitales. El abandono, el rezago, la reprobación, o la no titulación, son problemas públicos que exigen respuestas institucionales más comprensivas, complejas y diversas.
Saturday, July 12, 2025
Insomnio
Tierras raras
Insomnio
Adrián Acosta Silva
(Revista Reverso, 07/07/2025)
https://reverso.mx/tierras-raras-insomnio/
La experiencia del insomnio es un tema de interés científico, poético o literario desde hace muchos años. Como padecimiento médico, es objeto de atención para neurólogos, psicólogos y psiquiatras, y ha dado pie a un potente mercado de medicamentos, drogas y charlatanerías dirigidas a apaciguar o contener los demonios de los insomnes. Como tema literario o poético, el insomnio suele ser visto como una experiencia casi religiosa asociada a la soledad, la depresión y la ansiedad, que a veces puede actuar como combustible poderoso para la imaginación, la reflexión o la creatividad.
La maldición de los insomnes es no dormir ni soñar de manera regular. Muchos hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas el placer o la tortura de la falta de sueño, de no poder dormir por ansiedad, preocupación, por extraños hábitos de metabolismo intelectual, o por alguna rara combinación de química cerebral. Pensar, reflexionar, miedo, incertidumbre, indecisión, son parte de las causas que suelen acompañar la gestión de nuestras emociones cotidianas, y cuyas raíces parecen hundirse en el suelo profundo de nuestras experiencias vitales.
En el otoño de 1964, Vladimir Nabokov (“un insomne crónico”, según sus críticos), experimentó escribir sus sueños justo a la mañana siguiente de ocurridos, con el propósito de probar cierta teoría sobre las relaciones entre el tiempo y la memoria, el futuro y los sueños. El resultado fue el registro de 64 sueños en 118 tarjetas, que se agruparon en algo que bien podría titularse como “diario de un insomne”. Esos registros dieron lugar a un libro póstumo sobre esta experiencia del autor de novelas como Lolita, o Ada o el ardor, titulado Vladimir Nabokov. Sueños de un insomne (WunderKammer, 2019), editado por Gennady Barabtarlo, uno de los expertos mundiales de la obra de Nabokov.
Los pasajes oníricos de sueños imposibles son la hechura del experimento nabokoviano. Para un insomne crónico “la noche es siempre un gigante”, escribió Nabokov. ¿Qué son los sueños?: “Murmullos de misterio”, “azarosa sucesión de trivialidades y fantasmas inconexos”, “colección de detalles grotescos”. El antídoto o la respuesta involuntaria a esos efluvios oníricos es el insomnio, la dificultad para descansar, dormir y soñar. Las tierras raras del insomnio están pobladas de contradicciones y misterios, de premoniciones y recuerdos.
Angustias existenciales, frustración, incapacidad para comprender, dilemas morales, entusiasmos intelectuales, torturas racionales, mal de amores, música de las emociones, pasiones indomables, acumulación de absurdos, sinsentidos y paradojas kafkianas. Ese es el suelo duro y árido de la república de los insomnes. El único reposo de la experiencia del mal dormir radica en los fugaces momentos de sueños diurnos o nocturnos, gobernados por el cansancio o el hastío, que pueden ser plasmados como abismos líquidos del accidentado territorio de aquellos que por muy diversas causas no pueden conciliar el sueño.
Thursday, July 03, 2025
Futuros como abismos
Diario de incertidumbres
Futuros como abismos: elefantes y dragones
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 03/07/2025)
https://suplementocampus.com/futuros-como-abismos-elefantes-y-dragones/
Princeton, NJ. Un reciente artículo publicado en The Economist la semana pasada (26/06/2025), ha vuelto a sonar las alarmas del futuro laboral de los egresados universitarios en el mundo occidental. Los jóvenes egresados universitarios entre los 22 y los 27 años con una licenciatura o un título superior en los Estados Unidos y en muchos países de la Unión Europea, Gran Bretaña, Canadá o Japón, experimentan cada vez más dificultades para encontrar un empleo satisfactorio y relativamente bien pagado en relación con los jóvenes de la misma edad que no poseen un título universitario.
La brecha salarial entre los jóvenes universitarios y no universitarios ha disminuido de manera veloz en los últimos años. Esto obedece a varias causas. El cambio tecnológico, la expansión de la inteligencia artificial en el mundo del trabajo en profesiones como la contaduría, la administración o el derecho, la ausencia o debilidad de políticas dirigidas hacia escenarios de mayor complejidad de las relaciones entre educación superior y trabajo, conforman parte de los factores causales que parecen explicar el fenómeno del desempleo o subempleo profesional entre los jóvenes egresados tanto de las universidades de élite como de las escuelas universitarias o no universitarias de absorción de la demanda, sean públicas o privadas.
“Sobreproducción de élites” es una hipótesis para analizar las causas estructurales del fenómeno. Eso significa que los efectos no deseados de la masificación y universalización de la educación superior en los países desarrollados se expresan en una creciente masa de egresados universitarios que compiten por puestos laborales profesionales, lo que ha rebajado los requisitos de su empleabilidad y permitido a las empresas pagar menos a sus empleados desempeñando labores que no requieren altas cualificaciones académicas o competencias técnicas.
Con todo, la diferencia salarial y la satisfacción laboral son fuente de ilusiones poderosas para los millones de jóvenes que cada año aspiran a obtener un título universitario en la mayoría de los países. Los datos indican que la educación universitaria sigue siendo una estrategia importante para ensanchar las brechas de la movilidad social ascendente para los estudiantes y sus familias. Por su parte, las instituciones de educación superior públicas y privadas amplían la oferta y flexibilidad de sus programas, mientras que algunos gobiernos y organizaciones filantrópicas ofrecen becas a estudiantes de bajos recursos o en situación vulnerable. Asimismo, académicos y directivos se esfuerzan por introducir innovaciones prácticas y adaptaciones imaginarias a los desafíos de los entornos laborales de las diversas profesiones, disciplinas y campos del conocimiento.
El elefante (o el dragón de Komodo), sentado en el cuarto está ahí: mientras que las políticas centradas en el aseguramiento de la calidad o la innovación de las ofertas de educación profesional se han mantenido en los últimos treinta o cuarenta años, la calidad de los empleos profesionales se ha estancado o disminuido de manera en ocasiones dramática. Los empleos relacionados con las finanzas o las aseguradoras (contadores, abogados, administradores) están bajando los niveles de cualificación de sus ofertas laborales, al encontrar que una o un joven con estudios de secundaria o preparatoria pueden gestionar adecuadamente los procesos del empleo con el dominio de las nuevas tecnologías asociadas a la IA.
Ello explica la paradoja de los tiempos modernos de la educación superior: mientras que la demanda por estudios universitarios se mantiene, las oportunidades laborales de los egresados van a la baja o han entrado en un largo período de incertidumbre y confusión. Esta paradoja contiene las semillas amargas del conflicto social. Frustración, desilusión, ausencia de expectativas sobre el futuro social y personal de los egresados universitarios, constituyen factores potenciales que pueden inducir a la violencia o hacia actividades que ofrezcan mejores oportunidades de ingreso, seguridad o prosperidad para los jóvenes. El caso de México puede ser representativo por su dramatismo: jóvenes en busca de un mejor futuro dejan la universidad para dedicarse a tratar de ser influencers (quizá la forma más popular de la retórica del emprendurismo, que promueven con entusiasmo no pocos directivos y académicos universitarios), o para caer en manos de las redes criminales (la tragedia de los secuestrados y los desaparecidos que marca el signo de los tiempos mexicanos en no pocas regiones del país).
El tema de los empleos profesionales de los egresados universitarios se agrava cuando los gobiernos nacionales abandonan apoyos financieros, realizan recortes (o amenazan con hacerlo) en programas, procesos e instituciones dedicadas a la investigación. Como me señalan un par de jóvenes colegas de la Universidad de Princeton (una de las más prestigiadas universidades de investigación de los Estados Unidos), el congelamiento de los fondos destinados tradicionalmente a las actividades científicas universitarias, o su condicionamiento al pago de impuestos federales, ha detenido o cancelado programas de incorporación de estudiantes universitarios a proyectos de investigación en diversos campos del conocimiento, colocando en una situación de incertidumbre no solo a ellos sino también a los investigadores, programas e instituciones que configuran la base pesada académica de las relaciones entre la docencia y la investigación en la educación superior norteamericana.
Bajo los cielos oscuros de estos “tiempos malditos” -como les denominaba Jack London a situaciones donde se combinan fatalidades políticas, incertidumbres sociales y tragedias personales-, las universidades enfrentan dilemas y desafíos organizacionales y políticos de gran magnitud y profundidad. Está en juego no sólo la definición del futuro de los actuales estudiantes y jóvenes egresados, sino también los posibles futuros de las universidades como instituciones del conocimiento. La legitimidad social y el valor público de estas instituciones cuasi-milenarias están en entredicho entre las nuevas élites políticas del planeta. Lo que hoy se encuentra en el centro es la definición del futuro como horizonte de expectativas racionales o como escenarios de abismos existenciales, donde elefantes y dragones se amontonan en el paisaje esperando quién sabe que cosa.
Thursday, June 19, 2025
Universidades rumanas: todo está en todas partes
Diario de incertidumbres
Universidades rumanas: todo está en todas partes
Adrián Acosta Silva
Campus-Milenio, 19/06/2025
https://suplementocampus.com/universidades-rumanas-todo-esta-en-todas-partes/
Bucarest, Rumania. Esta ciudad encierra secretos medievales, dilemas del presente y señales del futuro. Región fronteriza entre la Europa central y la Europa del este, Rumania es un país que comparte las tensiones políticas y sociales que hoy recorren a la Unión Europea, que experimentan con especialidad intensidad sus instituciones de educación superior y, específicamente, sus principales universidades.
Las recientes elecciones presidenciales rumanas, celebradas el 18 de mayo pasado, dieron por resultado el triunfo del candidato Nicous Dan, apoyado por una coalición de partidos y organizaciones políticas de tendencias de centro izquierda, partidarias de la consolidación de la integración europea. Su rival fue el candidato de una coalición antieuropeísta (George Simion), cuya principal fuerza partidista es la “Alianza para la Unión de Rumanos” (AUR, por sus siglas en rumano) y por el “Partido de los Jóvenes” (POT), como expresiones del populismo nacionalista y xenófobo que se ha extendido rápidamente por varios países europeos desde hace años. Los resultados electorales en segunda vuelta fueron de 53.6% para Dan y 46.4% para Simion.
Este es el contexto político que domina el clima de la educación superior rumana. Según datos del 2023, en un país de más de poco más de 19 millones de habitantes, un total de 56 instituciones públicas y 41 privadas concentran una matrícula de 545 mil estudiantes. De esta matrícula, el 76% lo hace en estudios de licenciatura, el 20% en maestría y el 3.6% en doctorado. (Las comparaciones, aunque odiosas, de algo sirven: en México, esa distribución es de 92% en licenciatura, 7.2% en maestría, y 1.1% en doctorado). Las universidades de Iasi (1860), de Bucarest (1864) y la de Cluj (1919), son las más grandes y antiguas de Rumania, y están incluidas entre las mejores 700 universidades del mundo.
No obstante, en el contexto de la Unión Europea, Rumania tiene indicadores de bajo rendimiento relativo. Dos de ellos son particularmente relevantes: la población adulta con estudios superiores, y las tasas de abandono de los jóvenes en la educación terciaria. Según datos de la OECD del 2022, mientras que poco más de un tercio de la población europea entre los 25 y 74 años tiene estudios superiores (31.8%), en Rumania sólo lo posee un 17.4%. La tasa de abandono prematuro de estudios superiores entre los jóvenes europeos de entre 18 a 24 años es del 9.3%, mientras que en Rumania es del 16.8%, el más alto de la UE.
La educación superior en este país está organizada por grados según los acuerdos de Bolonia: una licenciatura de 3 años, una maestría de 2, y un doctorado de 3, aunque existen diferencias entre áreas del conocimiento, disciplinas y carreras. No es inusual que estudiantes de licenciatura de otros países, en sus estancias de intercambio y movilidad internacional, se integren a cursos de nivel de maestría con estudiantes rumanos, como ocurre en el caso de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Administrativas (SNSPA, por sus siglas en rumano), fundada en 1991. Las exigencias de internacionalización que significan los compromisos con el espacio común europeo de educación superior, con sus apoyos a través de programas de becas como Erasmus o las que ofrece directamente el gobierno rumano a estudiantes internacionales, han hecho de las universidades rumanas un foco importante de atracción para estudiantes de España, Italia, Francia, Grecia, México o Colombia.
Quizá una de las razones profundas que explican ese interés tiene que ver con la historia fronteriza que representa Bucarest, situada muy cerca de la frontera con Bulgaria, pero también con la historia cultural que fluye a través de las aguas del Danubio, el gran río que nace en la Selva Negra alemana, y que atraviesa diez países europeos, hasta desembocar en el Mar Negro, que forma parte de la costa rumana. Ubicada entre los bosques de Transilvania y rodeada por los Montes Cárpatos, Bucarest ejerce una tracción fascinante, donde sus orígenes romanos y medievales alimentaron durante casi medio siglo el pasado socialista que cayó junto con el muro de Berlín y el derrocamiento y ejecución del dictador Nicolai Ceausescu en 1989, en la vorágine de la revolución democrática rumana de ese mismo año.
Las calles de la ciudad y los campus universitarios rumanos son expresiones híbridas de su propia historia nacional. En el casco antiguo de la capital, edificios herederos de la arquitectura brutalista y soviética coexisten con antiguas fortificaciones medievales, con hermosos puentes sobre los afluentes del río Danubio, museos, iglesias y templos católicos del estilo de la iglesia ortodoxa rusa, o el gigantesco edificio del Palacio del Parlamento construido durante la época comunista, configuran un paisaje de concreto y cúpulas de colores que resaltan la hermosura de los bosques que rodean la ciudad.
La tierra donde nacieron escritores y pensadores como Paul Celan, Emil Cioran, Eugene Ionesco, Hernia Müller (Premio Nobel de Literatura en 2009), o el psicólogo social Serge Moscovici, alberga un sistema de educación superior cuya calidad tiende a ser bien evaluada en los parámetros internacionales, aun cuando algunos de sus indicadores muestran déficits de financiamiento, cobertura y tasas de abandono relativamente elevadas. Serán las aguas del Danubio, los misterios del castillo de Bran (el castillo de Drácula, ese fantástico mito mundial), o las legendarias proezas de Nadia Comaneci (la niña-gimnasta que deslumbró el mundo en las olimpiadas de 1976), pero Bucarest es un pretexto adecuado para mirar a la distancia y con las precauciones debidas lo que ocurre en países como el nuestro, con toda la complejidad de sus semejanzas y diferencias.
Las relaciones entre la política y el desempeño de la educación superior rumana comparten con muchas otras experiencias nacionales europeas y no europeas los mismos problemas, incertidumbres y desafíos. Quizá eso confirma, una vez más aquello de que, cómo escribió Sergio Pitol en El mago de Viena, “todo está en todas partes”.
Thursday, June 12, 2025
Harvard
Tierras raras
Harvard
Adrián Acosta Silva
Estudiar en la Universidad de Harvard cuesta en promedio una matrícula de 52 mil dólares al año. Además, si se consideran los gastos de alojamiento y comidas, la cantidad pueda aumentar a 75 u 80 mil dólares anuales. Siendo uno de los símbolos del poder académico mundial de los Estados Unidos, Harvard forma parte de la Ivy League, la red de universidades más caras y prestigiadas del vecino país del norte.
Esas universidades representan no sólo el poder académico y científico de los EU, sino también el poder del privilegio. Estudiar en alguna de esas instituciones no sólo es un desafío financiero para estudiantes extranjeros y sus familias, sino también para los propios jóvenes norteamericanos. Y, sin embargo, cada año miles de estudiantes de todo el mundo solicitan su ingreso a algún programa de pregrado o posgrado que ofrecen Harvard, el MIT, Princeton, Johns Hopkins o Columbia, pues representa la posibilidad de asegurar un futuro próspero para sus egresados. Con una mezcla de tradición elitista y dominio en las métricas de los rankings internacionales, esas universidades concentran el prestigio, los recursos y los procesos de formación técnica, profesional y científica más reconocidos del mundo.
Siendo la universidad más antigua de su país, Harvard, una universidad privada, representa la elite de la educación universitaria dentro y fuera de los EU. Es el corazón simbólico e histórico de la educación superior. Pero en la era actual, una nueva elite de poder económico que se ha aliado al poder político ha emprendido una feroz lucha contra esa universidad, que se traduce en críticas a su autonomía académica, a sus programas de atracción de estudiantes extranjeros, a sus prácticas de libre discusión de las ideas. Lo que estamos presenciando es una batalla inter-elitista: la elite académica versus la elite política en la sociedad más monetizada del mundo.
En las tierras raras de las relaciones entre gobiernos y universidades, la disputa por la legitimidad está en el foco de conflicto. Mientras el gobierno de Trump emprende un feroz acoso político e ideológico contra Harvard para someterla a las creencias y fobias presidenciales, la universidad de la costa este resiste el acoso financiero y las amenazas políticas de la Casa Blanca argumentando la violación de su autonomía académica. Para decirlo en breve, se trata de la escenificación de una batalla entre la legitimidad política de un gobierno y la legitimidad académica de una universidad.
El espectáculo es, de alguna manera, fascinante. Los actores configuran la elite del poder académico y del poder político en una sociedad expectante, polarizada y confundida. Las reglas del juego y los árbitros de las relaciones entre universidad y gobierno se han retirado o desvanecido, y no es claro de qué manera se resolverá el pleito. Por lo pronto, el duelo coloca en perspectiva la tonalidad ocre de los tiempos que corren en la educación superior norteamericana, cuyo ruido de fondo es dominado por una belicosidad presidencial alimentada por cálculos políticos y aires xenofóbicos y ultranacionalistas.
Thursday, June 05, 2025
Universidad y autoritarismo
Diario de incertidumbres
Universidad y autoritarismo
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 05/06/2025)
https://suplementocampus.com/universidad-y-autoritarismo/
El tema no es nuevo. La historia de las relaciones de las universidades con sus entornos políticos es vieja, y esconde no pocos episodios de tensión y conflicto en diversos contextos nacionales en diferentes tiempos y circunstancias. La lucha por la autonomía organizativa, política e intelectual, por las libertades de expresión, de cátedra e investigación, forman parte de las complejas relaciones entre el Estado, la sociedad y las universidades configuradas a lo largo del último siglo.
Estas relaciones tienen su origen en la disputa por dos tipos de legitimidad. Una tiene que ver con la legitimidad de la autonomía universitaria. La otra, con la legitimidad de gobiernos que alcanzan el poder por la vía electoral. La primera es producto de una larga historia que articula las demandas sociales de acceso a la educación universitaria con la libertad intelectual para impulsar prácticas de discusión, innovación y producción del conocimiento. La otra tiene que ver con las prioridades y orientaciones del gobierno en turno, derivadas de ideologías y programas gubernamentales destinados a la educación superior.
La autonomía universitaria se despliega en tres dimensiones: la política (el autogobierno colegiado), la académica (la selección de estudiantes y profesores, programas de formación profesional, proyectos de investigación), y la cultural (la construcción de ambientes propicios para la reflexión, la crítica y el debate). Los gobiernos electos son la expresión de las cambiantes oscilaciones de la alternancia en el poder y la influencia de las diversas fuerzas políticas que se disputan la representación de la autoridad en todos los campos de la acción pública. En contextos democráticos, la autonomía universitaria es un valor altamente apreciado por la mayoría de los actores políticos. En contextos no democráticos o francamente autoritarios, la autonomía es una piedra en el zapato de los gobernantes.
Las señales del autoritarismo político sobre las universidades se expresan de diversos modos. Uno es el prohibicionismo gubernamental sobre ciertos temas, una actitud derivada de una combinación tóxica de la cultura de la cancelación, ignorancia, prejuicios ideológicos, ultranacionalismos y xenofobias sobre las funciones de docencia, investigación y difusión de la cultura de las universidades. Otra tiene que ver con la descalificación o menosprecio del papel de las universidades en la economía, la política, la cultura o la vida intelectual de sus respectivas comunidades y sociedades. Una más tiene que ver con el financiamiento, y esta suele ser la señal más poderosa del verdadero peso que tienen las universidades en las prioridades de los gobiernos nacionales.
Episodios que hoy viven las universidades pertenecientes a la denominada Ivy League (las universidades de elite más reconocidas de los Estados Unidos), y en especial la Universidad de Harvard, son el reflejo de una crisis inédita que recorre las venas políticas del autoritarismo de la segunda era Trump en el país del norte. Pero ello también ha ocurrido en otras latitudes a lo largo del siglo XXI: Hungría, Turquía, Afganistán, Irán, Venezuela, Argentina o Nicaragua, son hoy países cuyos gobiernos de perfil autoritario, alimentados por mentalidades de derechas o de izquierdas, han emprendido una crítica feroz a las universidades públicas, que se refleja en el retiro o el cuestionamiento de los fondos públicos que reciben para sostener sus tradicionales actividades de docencia, investigación y difusión cultural.
La búsqueda de una explicación racional a lo que ocurre es una tarea complicada. Es difícil entender cómo en plena expansión de la economía de la innovación y la sociedad del conocimiento, las universidades puedan ser consideradas como prescindibles, o de qué manera en las políticas de combate a la desigualdad social y la inequidad en el acceso a la educación superior, las universidades puedan ser vistas como obstáculos para la producción de conocimiento o para mejorar la movilidad social de grupos e individuos en sociedades fragmentadas, atravesadas por múltiples brechas de desigualdades heredadas o emergentes. Si bajo las brújulas del neoliberalismo el Estado era el problema y el mercado la solución, y bajo las brújulas del paradigma desarrollista el Estado era considerado como la solución y el mercado bajamente regulado el problema, en los tiempos del populismo autoritario la educación superior es vista como una inversión poco redituable y socialmente ineficaz o irrelevante para devolver grandezas nacionales imaginarias que sólo existen en los sueños de dictadores y autócratas.
La educación superior universitaria es, como siempre lo ha sido, un campo de batallas ideológicas y políticas de alta y baja intensidad, y en los tiempos que corren se libran varias en distintos contextos nacionales. Una suerte de internacional autoritaria recorre los patios interiores y los alrededores de los campus universitarios. Directivos, estudiantes, académicos, intelectuales y políticos son actores que hoy acuden a tribunales, jueces, redes sociales y medios de comunicación para defender los principios históricos de la autonomía universitaria y el papel de esas instituciones del conocimiento por preservar tradiciones académicas, libertades y compromisos democráticos con sus sociedades, hechuras construidas lenta y pacientemente a lo largo de más de un siglo. Entre la polvareda y el ruido, el lenguaje de la amenaza y la intimidación domina la acción política que muchos gobiernos han emprendido contra las universidades, intentando debilitar su legitimidad.
Son tiempos oscuros para las universidades, que recuerdan sórdidamente un pasaje de El corazón de las tinieblas, la célebre novela de Joseph Conrad, en la que un empleado de ferrocarril se refería al señor Kurtz -cuya analogía podría ser la figura de la universidad, dicho con las debidas licencias retóricas-, con las siguientes palabras: “Es un emisario de la piedad, de la ciencia, del progreso y el diablo sabrá de qué más. Lo necesitamos”.
Thursday, May 22, 2025
Gobernabilidad universitaria. Polvos y lodos
Diario de incertidumbres
Gobernabilidad universitaria: polvos y lodos
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 22/05/2025)
https://suplementocampus.com/gobernabilidad-universitaria-polvos-y-lodos/
En las últimas semanas, algunos conflictos en universidades públicas han llamado la atención de medios y observadores. El más reciente ocurrió la semana pasada en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex), donde el rector de esa universidad presentó su renuncia en el penúltimo día de su administración, argumentando que con ello pretendía facilitar la transición del proceso para elegir un nuevo rector o rectora para esa institución, luego de varias manifestaciones de protesta contra las candidaturas y el proceso mismo. En febrero, la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) experimentó una larga huelga por demandas del sindicato de trabajadores titular del contrato colectivo de trabajo, a la que ha seguido en las últimas semanas el proceso de elección de un nuevo rector o rectora de la universidad, que se ha visto afectado por la detención y posterior renuncia del rector por acusaciones extrauniversitarias, y por denuncias de fraude a una de las candidatas a la rectoría.
En ambos casos, la política universitaria se desarrolla de manera confusa, en procesos turbios, donde actores políticos externos a las universidades alientan de manera silenciosa o abierta los conflictos entre las comunidades estudiantiles, académicas y políticas que coexisten en las instituciones. Existen también tensiones internas que tienen que ver con el uso o distribución de los recursos financieros, las formas de gestión institucional, los asuntos laborales y, por supuesto, los procesos electorales y los perfiles de las o los candidatos a las rectorías. En todos los casos, la gobernabilidad de la autonomía universitaria es nuevamente puesta en cuestión.
El núcleo duro de los conflictos recientes en las universidades públicas autónomas tiene que ver con los procesos de participación estudiantil, con las reglas y los métodos de elección de rectorías. Aunque existen diversas fórmulas para elegir rectorías, que implican una mayor o menos participación de sus comunidades, lo que predomina son participaciones ponderadas. Juntas, consejos, comités, comisiones especiales, son los órganos específicos que se encargan de vigilar y supervisar mediante diversos métodos (votaciones, auscultaciones, consultas, entrevistas, presentación de proyectos) las disposiciones normativas contenidas en las leyes orgánicas y estatutos universitarios correspondientes.
No obstante, una y otra vez surgen voces y movimientos que critican esas formas y exigen una participación “abierta y democrática” de todas sus comunidades, mediante votaciones universales directas. Esa ha sido la bandera que esgrimen los críticos de las formas tradicionales del gobierno universitario. Desde los oficialismos políticos de derecha o de izquierda, las críticas a las élites dirigentes y formas de gobierno de las universidades coinciden en que cambiar los métodos de elección y conformación de los gobiernos universitarios es la vía para democratizar “verdaderamente” a las universidades públicas, aunque no se sabe muy bien que significa eso.
Esa exigencia revive de cuando en cuando en los ámbitos estatales, y va asociada a la demanda por un cambio en las leyes orgánicas de las universidades locales como han sido los casos de Sinaloa, Michoacán, Nayarit, Jalisco, incluso las propias universidades federales como la UNAM o la UAM, que han sido objeto en el pasado reciente de la presión de gobiernos locales, partidos políticos, y grupos de presión que promueven la idea de que la democratización es la fórmula mágica para acabar con la burocratización, la corrupción y las injusticias universitarias. No están en el centro cuestiones como la libertad académica, la calidad, la equidad, la pertinencia o la eficiencia de las funciones sustantivas de las universidades. Lo que hay es una idea ingenua (o perversa, según quiera verse), de que la democratización es la base para una verdadera reforma de las universidades, el aceite de serpiente que puede curar todos los males universitarios.
Detrás de esta exigencia hay un ocultamiento o una franca ignorancia de que la estructura de gobierno universitario es, siempre ha sido, una estructura colegiada, donde sus comunidades son representadas de manera proporcional en las universidades públicas. Y los órganos de representación y métodos electorales establecidos no surgieron del vacío histórico o institucional, sino que obedecen justamente a la complejidad de la gestión de la diversidad asociada a la propia naturaleza académica de estas instituciones de transmisión, acumulación y difusión del conocimiento.
La lectura política de la historia del gobierno universitario parte de simplificaciones groseras de movimientos como el de la reforma universitaria de Córdoba de 1918 en Argentina, el de la autonomía de la UNAM de 1929, o el del movimiento estudiantil del `68 en México (donde por cierto el tema del gobierno universitario nunca fue siquiera enunciado). Detrás de la épica democratizadora de la universidad hay mucho ruido, pocas nueces, humo espeso, verborrea ideológica y confusión. Los actores que impulsan el conflicto utilizan el lenguaje de la amenaza y la intimidación, lleno de adjetivos sin sustantivos. Hay un espíritu de reclamación por el hecho de que las universidades no se alineen a un proyecto político, a un esquema ideológico, o a una ocurrencia gubernamental. Son polvos de viejos lodos.
No obstante, la argumentación racional del gobierno colegiado de la autonomía universitaria es la mejor vía para reflexionar y debatir los esquemas de gobernabilidad y gobernanza que están en la base del orden político que descansa en las culturas académicas de las universidades públicas, culturas diversas, heterogéneas, que obedecen a la autonomía de las lógicas disciplinares y no a las órdenes políticas de grupos o movimientos. Sin duda, es necesario revisar y ajustar esquemas, métodos y procedimientos que mejoren la transparencia, legitimidad y eficacia de los gobiernos universitarios, en contextos donde la masificación coexiste inevitablemente con la pluralidad y diversidad de las comunidades universitarias. La “democratización” es el difuso contraargumento que se expande en circunstancias de crisis y desestabilización inducida o provocada por una extraña mezcla de fuerzas internas y externas a las universidades. Bien visto, en las aguas revueltas de la democratización subyace el riesgo de cambiar la autonomía por la heteronomía universitaria.
Tuesday, May 20, 2025
Intérpretes
Tierras raras
Intérpretes
Adrián Acosta Silva
(Revista Reverso, 18/05/2025)
https://reverso.mx/tierras-raras-interpretes/
“El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores. Tienen sus y salidas y entradas; y un hombre, en su tiempo, interpreta muchos papeles”, escribió Shakespeare en su obra As You Like It (“Como guste”), hacia 1599. La frase tiene sentido como ironía y descripción, aunque suele utilizarse también para comprender las contradicciones y paradojas de las actuaciones de los individuos en las esferas públicas, privadas o secretas de la vida moderna. Shakespeare, al igual que los antiguos griegos, identificaba con una metáfora teatral las múltiples máscaras y roles que desempeñamos todos, todo el tiempo.
El punto clave del asunto es ubicar el escenario de las mascaradas. Y aquí existen siempre intérpretes destacados, a los que siguen espectadores con algún interés. En los escenarios de la política, los actores suelen ser maestros de las máscaras y ropajes de ocasión. Se mueven siempre entre la comedia y la farsa, entre las cursilerías, los dramas y rituales del momento. El sociólogo británico Richard Sennet ha retomado recientemente el tema de la política como performance en su libro El intérprete. Arte, vida, política (Anagrama, 2024), para explorar las múltiples relaciones entre las representaciones del poder del arte o de la política en la vida social contemporánea.
Estas representaciones encarnan en individuos (las/los) con nombre y apellido, que expresan el peso de las máscaras y disfraces adecuados para la ocasión. Están los cínicos y los hipócritas, los demagogos y los ingenuos, los bienintencionados y los siniestros. Algunos desarrollan sus trayectorias entre rituales de solemnidad y fiestas de celebración, pasando de actores a espectadores, vistiéndose de funcionarios, de ciudadanos responsables o de amorosos padres o madres de familia. La política como arte o profesión exige nadadores de aguas superficiales, no buceadores de aguas profundas.
Se sienten cómodos en cualquier escenario en el que reciban la atención y las luces de los reflectores de medios y redes. Un político es adicto a la fama y al poder, vive de la potente droga que proporcionan el puesto y la influencia. Interpretan papeles que representan con mayor o menor fortuna a lo largo de sus vidas, que alternan con breves o largas temporadas en el infierno de la indiferencia pública. El mismísimo Nicolás Maquiavelo, el autor de El Príncipe, relataba en algunos de sus pasajes la experiencia de pasar de representar a un alto personaje de un funcionario en desgracia, vestido con toga, a un simple súbdito de ropas simples encerrado en su casa conversando con los fantasmas de su propio pasado.
En las tierras raras de la política mexicana abundan ejemplos. Exfutbolistas convertidos en funcionarios polémicos y políticos corruptos; predicadores usando tribunas republicanas; académicos en escenarios de decisiones políticas, manchando con polvos de otros lodos sus reputaciones e intereses; escritores e intelectuales convertidos en apologistas de un régimen político, usando las máscaras viejas o nuevas de la impostura para defender causas impresentables o indefendibles. El mundo es, efectivamente, un escenario.
Thursday, May 08, 2025
Un siglo de la U de G (5)
Diario de incertidumbres
Un siglo de la U de G (5): modernización y reforma
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 08/05/2025)
https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-v-modernizacion-y-reforma/
El 1 de abril de 1989 tomó posesión como rector de la U de G Raúl Padilla López. Formado políticamente en las filas de la FEG (organización estudiantil de la cual fue presidente durante el período 1977-1979), egresado de la licenciatura en historia de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, y funcionario universitario durante el sexenio previo (1983-1989), Padilla López llegaba a la rectoría con un sólido respaldo de las principales corrientes políticas universitarias y el apoyo del gobierno de Jalisco.
Uno de los factores causales que explican el apoyo al nuevo rector era el proyecto de reformar a la universidad a partir de una idea central: la conformación de la red universitaria en Jalisco de la U de G. Esa idea había surgido del análisis de experiencias internacionales como la red de la Universidades de California o la de Texas, la descentralización de la Universidad de París, el modelo de red de universidades como la de Tres Ríos de Québec, en Canadá, y, para el caso mexicano, la experiencia de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Para cristalizar el proyecto reformista, Padilla necesitaba dos cosas. Por un lado, garantizar la gobernabilidad institucional. Por el otro, establecer una gobernanza eficaz y eficiente. La primera descansaba en un supuesto político: la formación de una coalición gobernante que permitiera legitimar el apoyo de las organizaciones estudiantiles, administrativas y académicas universitarias, y contar con el respaldo de las autoridades estatales y federales al proyecto reformador. En términos de gobernanza, el supuesto era de naturaleza organizacional: un proyecto que comprometiera la coordinación y cooperación de los esfuerzos directivos unipersonales y colegiados en la construcción de la red universitaria.
El contexto de la época era muy complicado. Luego de experimentar los estragos de la “década perdida” de los ochenta, las universidades públicas enfrentaban una frágil situación financiera y una crisis de confianza de las élites gobernantes en esas instituciones. La expansión no planeada, la ausencia de evaluaciones sobre su desempeño, el escepticismo gubernamental sobre la calidad de los programas y proyectos universitarios, fueron algunos de los factores que fundamentaron las políticas de modernización de la educación superior del gobierno federal, que se concentraron en un nuevo rol del estado centrado en la evaluación de la calidad y el financiamiento diferencial, condicionado y competitivo a las universidades públicas autónomas.
Por otro lado, había iniciado también un proceso de liberalización y democratización del régimen político mexicano, cuyas principales expresiones fueron la aparición de las alternancias políticas en el poder, que comenzaron en Baja California en 1989 y que llegaron a Jalisco en julio de 1994, cuando el PRI pierde por primera vez las elecciones a gobernador en la entidad. Este componente político favorecería la idea de una reforma institucional de las universidades públicas bajo un nuevo marco de reglas de desempeño asociadas a la multiplicación de agencias gubernamentales, y actores políticos interesados en el rumbo de las universidades en los niveles subnacionales del país.
En este contexto, la U de G experimentó una serie de tensiones y conflictos al inicio del rectorado de Padilla López. Reacios al proyecto reformador, algunos de sus antiguos aliados se enfrentaron al rector, lo que llevó a meses de inestabilidad política, parálisis institucional, huelgas y protestas callejeras. La gestión política de la crisis se convirtió en la prioridad fundamental de la rectoría universitaria, y ello se resolvió con el impulso a una nueva organización estudiantil (la Federación de Estudiantes Universitarios, FEU), que sustituyó en 1991 a la antigua FEG; por otro lado, la creación en 1993 del Sindicato de Trabajadores Académicos de la U de G (STAU de G), que sustituyó a la antigua Federación de Profesores Universitarios (FPU), y la firma en 1990 de un nuevo contrato colectivo de trabajo con el Sindicato Único de Trabajadores de la U de G (SUTUdeG), un organismo gremial creado en 1978.
La gobernabilidad corporativista se convirtió en el eje político del proyecto reformador, y se mantendría como herencia para los siguientes rectorados universitarios. Pero las políticas de desconcentración y descentralización de las funciones universitarias bajo un modelo de centros universitarios metropolitanos y regionales, organizados en divisiones, departamentos, centros e institutos de investigación, se convertirían en el eje de la gobernanza institucional. Así, luego de un inicio políticamente áspero, para el año de 1993 se elaboró un proyecto de reforma a la ley orgánica de la U de G que sustituyó a la vigente desde 1952, y que fue aprobado por unanimidad por el Congreso de Jalisco la noche del 31 de diciembre de 1993, y publicada en el diario oficial del estado de Jalisco el 1 de enero de 1994.
Lo que ocurriría en los años siguientes sería la implementación del proyecto reformador impulsado y sostenido por la coalición padillista. Así, a lo largo de las cinco rectorías siguientes (1995-2024), se consolidaría la red universitaria de Jalisco de la U de G, con episodios de crisis internas en la conducción universitaria (la destitución del rector Carlos Briseño en 2009), y enfrentamientos constantes de la universidad con los gobiernos del PAN (1995-2012), y con el gobierno del partido Movimiento Ciudadano (2018-2024). La centralidad de Raúl Padilla a lo largo de este período fue indiscutible: representaba la personalización del poder institucional. La red universitaria, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Festival de Cine de Guadalajara, la construcción del Centro Cultural Universitario, la presencia universitaria en todas las regiones de Jalisco a través de preparatorias y centros universitarios, son hechuras de la reforma iniciada en 1989. Con el fallecimiento de Padilla en abril del 2023, un ciclo largo de transformaciones universitarias se cerraría de manera sorpresiva y dramática con el suicido del exrector debido a padecimientos médicos.
Hoy, la U de G enfrenta un conjunto de desafíos políticos, organizativos y académicos en un entorno diferente al que dio sentido y pertinencia a la reforma universitaria. La llegada de una mujer a la rectoría universitaria (Karla Planter, 2025-2031), comprometida con las herencias padillistas, puede ser señal de que nuevos tiempos, estilos y creencias pueden cambiar la conducción de la universidad, impulsando una agenda de ajustes y cambios institucionales de cara a una combinación de escenarios de futuros marcados, como siempre, por incertidumbres, riesgos y oportunidades.
Thursday, April 24, 2025
Un siglo de la U de G (4)
Diario de incertidumbres
Un siglo de la U de G (4): refundación, violencia y política
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 24/04/2025)
https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-iv-refundacion-violencia-y-politica/
A comienzos de la tercera década del siglo pasado, la Real Universidad de Guadalajara era sólo el recuerdo de lo que había sido en el turbulento siglo XIX. Luego del período del interregno (el período de la “sociedad sin universidad”, 1860-1924), las escuelas libres, el Liceo de Varones y el Instituto de Ciencias se constituyeron en los espacios educativos del bachillerato y los estudios superiores que se ofrecían en Guadalajara. Los vientos liberales habían clausurado definitivamente a la antigua universidad, pero sus comunidades estudiantiles y docentes permanecían dispersas en diversas sedes institucionales de la localidad.
Luego de la dictadura porfirista y con el triunfo del movimiento revolucionario, el contexto jalisciense de la educación superior había cambiado de manera drástica. A comienzos de los años veinte, un pequeño grupo de intelectuales, académicos y políticos jaliscienses vinculados a un espacio artístico y cultural denominado “Centro Bohemio” de Guadalajara, comenzaron a impulsar la idea de la reapertura de la universidad como espacio de formación técnica y popular vinculada con las necesidades de la sociedad jalisciense. Apoyados por el entonces gobernador de la entidad, José Guadalupe Zuno (1923-1926), vinculado a la facción obregonista de la revolución, intelectuales como Aurelio Aceves, Severo Díaz Galindo, Adrián Puga Gómez, Irene Robledo García, Catalina Vizcaíno Reyes, o Enrique Díaz de León, impulsaron la idea de la reapertura de la universidad.
Zuno decretó la refundación de la universidad el 24 de septiembre de 1925, y tres semanas después, el 12 de octubre, se realizó la inauguración solemne de la nueva Universidad de Guadalajara, con Enrique Díaz de León como su primer rector. Con un total de 2 764 alumnos (68% hombres y 32% mujeres), la nueva institución reagruparía a las escuelas libres, a la escuela preparatoria de Jalisco, la escuela normal, la biblioteca pública del estado, el observatorio de Astronomía y Meteorología, y al Instituto de Ciencias bajo una nueva estructura universitaria, organizada en escuelas, facultades, bibliotecas e institutos de investigación.
El rector gestionó la reapertura universitaria entre conflictos políticos y restricciones presupuestales. En 1933, en el marco del “Primer Congreso de Universitarios”, Díaz de León pronunció el discurso inaugural a favor de la idea de una educación socialista, bajo la influencia del materialismo histórico, opuesta a los argumentos del idealismo liberal. Ello llevó a una fractura en la U de G en 1934, cuando un grupo de estudiantes y profesores abandonaron la universidad para formar una institución privada, la Universidad Autónoma de Occidente, que luego (1935) se convertiría en la actual Universidad Autónoma de Guadalajara. Como secuela de esa fractura, la U de G fue cerrada durante 3 años (1934-1937), al término de los cuales fue reabierta bajo el rectorado de Constancio Hernández Alvirde (1937-1940).
Este conflicto marcará una profunda línea ideológica y política en la educación superior en Jalisco que se alargaría por las siguientes seis décadas. Durante ese lapso, la U de G experimentaría un crecimiento modesto de su matrícula, que alcanzaría la cifra de 4,200 estudiantes en 1940. Al mismo tiempo, bajo la influencia de la organización corporativa impulsada por los gobiernos posrevolucionarios, se forma la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO, 1934-1948) que luego, en 1948, sería reemplazada por la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), una organización que se convertiría en el espacio más importante de formación política e ideológica de los liderazgos estudiantiles desde 1950 hasta 1994.
La historia de la FEG es accidentada y, durante ciertos lapsos, conflictiva y violenta. El más célebre (y oscuro) de esos episodios ocurrió a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando surge una organización rival (la Federación de Estudiantes Revolucionarios, FER), que intenta disputarle la representación estudiantil en la U de G en el contexto de los efectos que el movimiento estudiantil de 1968 tuvo en Guadalajara, donde la FEG respaldó las acciones del gobierno del presidente Díaz Ordaz. El resultado fue un conflicto armado entre los liderazgos de ambas organizaciones, que llevó a asesinatos y balaceras algunos de sus líderes, que se resolvió con el triunfo de la FEG y la desaparición de la FER hacia 1973-1974. Como derivación de esa derrota política, y con la incorporación de una pandilla denominada “Los Vikingos” del barrio de San Andrés (al oriente de Guadalajara), miembros de la organización participaron en la creación de dos organizaciones guerrilleras: la “Liga Comunista 23 de septiembre”, y el “Frente Revolucionario Armado del Pueblo” (FRAP), a mediados de los años setenta. Este período cierra con el asesinato de Carlos Ramírez Ladewig en 1975, uno de los fundadores de la FEG, y el líder universitario más importante de esos años en Guadalajara.
Esta historia de violencia y política universitaria se tradujo en importantes apoyos de los gobiernos priistas a la FEG y a la expansión de la U de G. Los liderazgos universitarios establecieron alianzas con el PRI para que muchos de ellos obtuvieran puestos de representación política en el gobierno estatal, los gobiernos municipales, o en el congreso local y federal, pero también se incorporaron como funcionarios universitarios durante el período de la masificación de la universidad (1970-1990). Así, para finales de los años ochenta, la U de G era una institución de más de 215 mil estudiantes y 9,600 profesores, distribuidos en un total de 81 unidades académicas y administrativas (escuelas, facultades, prepas, centros e institutos de investigación, estructuras de administración central).
Pero la “década perdida” de los años ochenta traería vientos de reforma política e institucional en la universidad. Por un lado, una crisis de financiamiento público que se encararía con nuevas reglas y políticas federales (las políticas de evaluación y modernización). Por otro, un lento proceso de liberalización y democratización política que llevaría a la alternancia política del poder en el gobierno de Jalisco, y que se expresaría en la derrota electoral del PRI en la gubernatura estatal en 1995, y la llegada el poder del PAN ese mismo año. Los tiempos estaban cambiando.
Saturday, April 12, 2025
Rectorías
Tierras raras
Rectorías
Adrián Acosta Silva
La figura de rector (“el que dirige”, “el que ordena”) ha sido una pieza central del poder y la organización de las universidades desde su origen como instituciones eclesiásticas en Bolonia en el año 1088. Aunque la nomenclatura se deriva del papel disciplinario del orden y la autoridad en las catedrales medievales europeas, las rectorías también jugaron un papel estratégico en los seminarios-escuela, colegios y primeras universidades e institutos de formación del funcionariado religioso, docente y civil desde el siglo XII al XVIII. Con la formación de las modernas universidades de investigación y docencia a partir del siglo XIX, la figura del rector como máximo representante de la universidad no desapareció, sino que se consolidó como pieza simbólica y práctica del poder institucional universitario.
La colonización española trajo a tierras caribeñas, meso y sudamericanas a las universidades reales y pontificias y, con ellas, a los rectores, una figura masculina consistente con el orden de género que caracteriza las estructuras tradicionales de gobierno de la iglesia católica. Durante la construcción de las repúblicas independientes latinoamericanas en el turbulento siglo XIX, los gobiernos liberales clausuraron estas instituciones por considerarlas “perniciosas”, “inútiles” e “irreformables” pero, tiempo después, a comienzos del siglo XX, fueron reinventadas o refundadas como universidades públicas, laicas y autónomas. A pesar de esos cambios contextuales en la orientación, organización y significados institucionales, la figura medieval del rector se conservó como un espacio de representación política de las comunidades universitarias, y sus acciones, o inacciones, tienen una enorme visibilidad pública.
Ello explica que los informes anuales de los rectores hayan pasado de ser un ritual dirigido exclusivamente a los miembros de los consejos universitarios, a un espectáculo dirigido también a las comunidades políticas, sociales y empresariales de sus respectivos entornos locales. Ya no se trata solamente de dar a conocer aburridas estadísticas o emocionantes proyectos institucionales. Se trata de organizar una fiesta, de enviar un mensaje político de cohesión de la comunidad universitaria en torno a sus formas colegiadas de gobierno mostrando la legitimidad de su máximo representante institucional.
En las tierras raras de la política universitaria, el lenguaje del poder incluye épicas, gestos y representaciones institucionales, y sus actores protagónicos interpretan los papeles adecuados en los escenarios correctos. En el juego de máscaras y disfraces de ocasión, las rectorías marcan el ritmo del baile, los énfasis a destacar, los mensajes que dirigir. La novedad más importante de lo que ocurre en estas tierras es la irrupción de las mujeres en el más alto puesto directivo universitario, como ocurrió recientemente en la Universidad de Guadalajara. Que una rectora ocupe ahora el centro del escenario puede marcar un cambio importante en las tonalidades discursivas, estilos de liderazgo y coordinación de las redes de poder que coexisten en la institución. En la toma de posesión de la rectora Karla Planter el pasado 1 de abril se pudieron vislumbrar señales de cambio y continuidad en la política universitaria y en la gestión de sus tensiones coyunturales y permanentes. Pueden ser tiempos interesantes.
Thursday, April 03, 2025
Un siglo de la U de G (3): la disputa republicana
Diario de incertidumbres
Un siglo de la U de G (3): la disputa republicana
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 03/04/2025)
https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-iii-la-disputa-republicana/
Cuando estalló la guerra de independencia en 1810, la Real Universidad de Guadalajara era una institución en proceso de consolidación de su legitimidad intelectual, política y social en la capital del todavía reino de la Nueva Galicia. Sólo habían pasado menos dos décadas desde su fundación en 1792. La población de la capital había experimentado un crecimiento poblacional significativo a lo largo del siglo XVIII. Según datos disponibles, la ciudad que en 1713 tenía sólo 7 mil habitantes había alcanzado la cifra de 35 mil en el año de 1800, aunque solo unas decenas de esa población estudiaban el bachillerato o algún tipo de estudios superiores. Pero este incremento demográfico había ocurrido también en un contexto sociopolítico habitado por nuevos actores que demandaban cambios profundos en la Nueva Galicia y la Nueva España.
La idea fundacional de la universidad, consistente en la creación de una institución legítimamente constituida para la formación religiosa y civil de la población tapatía, se había agotado a comienzos del siglo XIX. Las élites criollas y mestizas alimentaban un creciente descontento contra el centralismo español y novohispano. La rebeldía contra el requisito de linaje o pureza de sangre como requisito de acceso a la universidad había marcado una distancia política, de clase y étnica a los pobladores de la Nueva Galicia para ingresar a la Real Universidad de Guadalajara. Ese descontento abrevó en la simpatía de muchos pobladores con la idea de la independencia de España y la construcción de una república federalista y democrática, que incluía la necesidad de una educación reformada como la principal base moral, técnica y científica del nuevo orden institucional.
Paradójicamente, algunos de los casi mil egresados de la Real U de G entre 1792 y 1821 (880 bachilleres y 119 licenciados y doctores) eran parte de las nuevas élites políticas novogalaicas rebeldes a la dominación española y al centralismo novohispano. Pedro Moreno (militar insurgente), Valentín Gómez Farías (médico, pensador liberal y presidente de México en cinco ocasiones), Anastasio Bustamante (también médico, pensador conservador y presidente y dictador de las causas realistas), el matemático José María Mancilla, los primeros gobernantes del naciente estado de Jalisco (Juan Nepomuceno Cumplido, Pedro Támez), o Francisco Severo Maldonado (filósofo y sacerdote católico, fundador del primer periódico independentista latinoamericano: El despertador americano), fueron algunos de los personajes que hicieron posible la transición de la Nueva Galicia al “estado libre y soberano de Jalisco” en junio de 1823. Jalisco fue la primera entidad en autodenominarse de ese modo, y pionero en el diseño de un futuro liberal y federalista para México.
El largo siglo XIX sería el escenario de las luchas entre liberales y conservadores por la conducción del rumbo del nuevo país, y las universidades serían parte de los espacios en disputa, sujetas a los cambios en el poder entre las fuerzas liberales y las conservadoras. Entre 1821 y 1825, la Real U de G mantenía su funcionamiento según ordenanzas reales españolas, conservando las tradiciones escolásticas del modelo de la Universidad de Salamanca. Pero es en el año de 1825 cuando ocurre su primera interrupción de actividades al ser clausurada por el gobernador Prisciliano Sánchez, y sustituida por un modelo de enseñanza liberal, con la creación del Instituto de Ciencias (I de C) entre 1827 y 1834, que incluía la formación universitaria y normalista. No obstante, con el regreso de los conservadores al poder político regional y nacional, en 1834 el Instituto es clausurado y la Real U de G es reabierta por un período breve (1834-1839) para, posteriormente (entre 1853 y 1860), funcionar como “Universidad Nacional de Guadalajara”, fusionada con el I de C.
Fue el único y último momento en que la Universidad existió bajo esa denominación, pues en 1860 ocurre la clausura definitiva de la institución en el contexto de una nueva constitución federal (la de 1857) que confirmaba el triunfo de la razón liberal en el ámbito educativo, que incluía a la enseñanza universitaria. Ese período sin universidad en Jalisco (el interregno), se alargó durante más de seis décadas (1861-1924), en el transcurso de las cuales la reapertura del I de C y el surgimiento de las “Escuelas Libres” fueron los espacios formadores de varias generaciones de médicos, ingenieros, abogados, farmacéuticos, dentistas, y una “Escuela Comercial para Señoritas”.
Esta accidentada historia universitaria no era más que el reflejo de los que ocurría en una sociedad que no acababa de consolidar sus arreglos políticos y sociales. Con el inicio del porfiriato, nuevas ideas y corrientes alimentarían la necesidad de repensar la posibilidad de la creación de una nueva universidad para un país en construcción. El pasado clerical y conservador de las instituciones universitarias había sido sellado con la separación entre el Estado y la Iglesia contenido en la constitución del 57, y ello abría la posibilidad de vislumbrar un nuevo tipo de instituciones públicas formadoras de bachilleres, profesionales y científicos para impulsar el desarrollo social, económico, político y cultural del país. Así, mientras en el año de 1910, en el ocaso de su dictadura, el propio presidente Díaz inauguraba la Universidad Nacional de México, en Jalisco, al triunfo de la revolución mexicana, en 1925 y, en el marco de la nueva constitución de 1917, el gobernador José Guadalupe Zuno decretaba la creación (refundación) de la Universidad de Guadalajara, nombrando su primer rector al bachiller, abogado y pensador liberal Enrique Díaz de León.
Una nueva idea de universidad abrazaba los proyectos institucionales: la idea de la universidad pública. Era una idea en ciernes, no exenta de polémicas apasionadas e intereses encontrados, alimentada por las tensiones entre el pensamiento liberal y el pensamiento revolucionario. Una era la expresión de las ideas liberales de cátedra y de investigación. La otra, la del compromiso de la universidad con las reformas revolucionarias. En el caso de la U de G, la apuesta era de sumarse a las causas populares y revolucionarias, adhiriéndose a un perfil predominantemente heterónomo y no autónomo de la universidad. El lema “Piensa y Trabaja”, propuesto por el rector Díaz de León, y apoyado por el consejo universitario en su primera sesión solemne, simbolizarla la búsqueda de una identidad institucional durante la turbulenta primera década de existencia (1925-1935) de la moderna U de G.
Thursday, March 20, 2025
Un siglo de la U de G: hechuras coloniales
Diario de incertidumbres
Un siglo de la U de G (2): hechuras coloniales
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 20/03/2025)
https://suplementocampus.com/un-siglo-de-la-udeg-ii-hechuras-coloniales/
Aunque este año se celebran los primeros cien años de la refundación de la Universidad de Guadalajara (1925-2025), los antecedentes coloniales de la institución son importantes para comprender los orígenes del regionalismo tapatío y sus representaciones políticas y sociales. Estos antecedentes permiten identificar la construcción de la universidad como un largo y accidentado proceso de gestión política de las élites de poder locales para contar con un espacio de formación intelectual, profesional y académica indispensable para la legitimación política de sus propios intereses como sociedad regional.
Como es sabido, el reino de la Nueva Galicia se configuró como un territorio autónomo desde 1531 hasta 1786, y su capital, Guadalajara, fue fundada en el año de 1542. La extensión original del reino incluía a los actuales territorios de los estados de Jalisco, Nayarit, Colima, Aguascalientes y Zacatecas. Aunque formaba parte del virreinato de la Nueva España, la población novogalaica reclamó desde un principio el reconocimiento de su autonomía política respecto del centralismo de la ciudad de México, la capital del virreinato. La historia de ese reclamo es una historia política, lo que marcó en buena medida el interés de sus actores protagónicos (gobernadores, obispos, funcionarios del ayuntamiento de Guadalajara), por la creación de instituciones educativas que reforzaran la identidad regional y las fortalezas autonómicas de la región.
Como en otras regiones de la Nueva España, los sacerdotes jesuitas fueron los que impulsaron los primeros estudios medios y superiores en la Guadalajara colonial. Los Colegios de Santo Tomás, de San Juan Bautista y, sobre todo, el Seminario Conciliar de San José, fueron hechuras jesuitas creadas entre 1540 y 1650, que permitieron organizar cátedras y escuelas formadoras de clérigos, funcionarios y profesores relacionados con el desarrollo de bibliotecas, programas de estudios superiores y espacios escolares orientados al otorgamiento de grados académicos que fueran reconocidos por los reyes españoles o por la entonces Real y Pontificia Universidad de México, fundada en el año de 1551.
La negativa de esta última institución para reconocer grados académicos que no fueron otorgados directamente por ella misma llevó a las primeras gestiones de las autoridades de Guadalajara para establecer su propia universidad. Fue el obispo fray Felipe Galindo y Chávez quien promovió en 1696 la idea de que el seminario conciliar de Guadalajara se transformara en “Real Universidad”, solicitando formalmente la expedición de la cédula real correspondiente al entonces rey de España. Sin embargo, esa petición no prosperó debido, entre otras razones, al desinterés de la corona española por el asunto y por la abierta oposición de la Universidad de México para reconocer a otra universidad en el territorio de la Nueva España.
Con la expulsión de los jesuitas en todas las colonias españolas en 1767, el tema de la nueva universidad se diluyó por algunos años. Sin embargo, en 1778, el entonces obispo de Guadalajara, fray Antonio Alcalde y Barriga (conocido como “el Fraile de la Calavera”), retomó el asunto y logró convencer a las autoridades del ayuntamiento tapatío y al entonces gobernador de la Nueva Galicia de promover nuevamente la creación de una Real Universidad para la ciudad. Como apoyo a su propuesta, el obispo realizó una importante donación monetaria (20 mil pesos de la época) y las instalaciones de los colegios religiosos y el seminario conciliar para albergar la sede de la nueva universidad. Además, impulsó, una década después (en 1788), la construcción del Real Hospital de Belén, que fue el antecedente de lo que luego se convertiría, a comienzos del siglo XX, en el hospital-escuela de la U de G.
No fue hasta el año de 1791 cuando cristaliza la idea de la nueva universidad. Gracias a los esfuerzos de las autoridades políticas y eclesiásticas de la época, y vencidas las resistencias de las autoridades de la Universidad de México para reconocer los grados académicos otorgados por la naciente universidad tapatía, fue posible que el rey Carlos IV de España expidiera la cédula real de creación de la Real Universidad de Guadalajara el 3 de diciembre de 1791.Las facultades que integraron la nueva institución fueron las de Artes o Filosofía, Teología, Derecho y Medicina, que ofrecían grados académicos “menores” (bachiller, licenciado) o “mayores” (maestro y doctor).
Con estas estructuras académicas, se designó a su primer rector y se formó el primer cuerpo colegiado universitario (el “claustro”), que se convertirían en los principales órganos del gobierno institucional. Con las ceremonias y rituales correspondientes, las autoridades eclesiásticas y civiles celebraron la apertura de la nueva universidad, en las instalaciones de un edificio perteneciente al arzobispado de Guadalajara, ubicado en el entonces pequeño centro de la ciudad, y derruido a comienzos del siglo XX por la remodelación y ampliación de los espacios urbanos de la capital jalisciense.
No obstante, la nueva universidad enfrentaría un contexto de turbulencias y conflictos a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Fueron tres décadas críticas (1791-1821) que significaron el fin de la dominación colonial española, el comienzo de la guerra de independencia y el triunfo del independentismo en 1821. Con la constitución del primer “estado libre y soberano de Jalisco” en 1823, como parte del proyecto de una república federalista impulsada por juristas y pensadores liberales jaliscienses como Prisciliano Sánchez (que sería nombrado primer gobernador del estado en 1824), se abría un período de grandes cambios en la naciente república mexicana, y con ellos se arrastraba a la joven universidad a un largo ciclo de clausuras y reaperturas que se extendería durante el largo siglo XIX (1821-1924). Nuevas ideas, intereses y actores poblarían el campo universitario de esos años convulsivos, y un nuevo ciclo de historia política universitaria surgiría entre las ruinas del viejo orden colonial y las luces de un nuevo orden político en Jalisco y en México.
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