ESTACIÓN DE PASO
Educación, ciencia y cultura: los vínculos extraviados
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, 3 de septiembre, 2009).
Instalados en la coyuntura del tercer informe presidencial, bajo el clima de aires encontrados entre el voluntarioso optimismo calderonista y el consolidado escepticismo público, el tema educativo reaparece como el telón de fondo de buena parte de nuestros grandes y graves problemas nacionales. Situados frente al drama de nuestra catástrofe educativa, en la cual reprueban niños, jóvenes y profesores, y en donde al lado de las lamentables condiciones de desempeño del sistema público de educación han florecido como hongos en tiempo de lluvias una multiplicidad de escuelas particulares de educación básica y superior en las poblaciones urbanas del país, la impresión de que estamos atrapados por la bestias negras de la incredulidad se recrudece frente al tamaño de los desafíos que enfrentamos desde hace tiempo.
Hoy, más de 32 millones de estudiantes están en alguna escuela del sistema educativo, en el cual laboran cerca de un millón y medio de profesores, que interactúan en 200 mil escuelas de todos los niveles educativos. Aunque hay zonas y territorios alimentados por prácticas educativas exitosas, en términos de sistema tenemos desde hace décadas un deterioro paulatino e irreversible del clima escolar y de las aportaciones y vínculos de la educación con el mundo social, cultural y productivo. A pesar de que se han emprendido diversas acciones e inyectado recursos cuantiosos al mejoramiento del sistema, ni la calidad ni la eficiencia ni el impacto de la educación han podido reflejarse positivamente en el bienestar, ni el progreso tecno-científico ni económico de la población mexicana.
No hay una explicación simple de lo que nos ha ocurrido, ni tampoco existen recetas milagrosas que permitan encontrar soluciones mágicas a nuestros problemas. Eso es ya parte de la sabiduría convencional de nuestro tiempo, aunque nunca faltan quienes afirman tener a la mano el aceite de serpiente que nos curará de todos nuestros males públicos y hasta privados. Sin embargo, sospecho que hay una relación fundamental que parece estar ausente en el análisis de lo que está ocurriendo en la educación mexicana: la relación entre educación, ciencia y cultura. Trataré de argumentar un poco esa intuición.
Uno de los motores que movilizaron durante décadas a la educación fue el de relacionarla con la cultura y con la ciencia. Eso lo sabía muy bien José Vasconcelos y la élite científica y política que le acompañó en el proyecto de construcción de la escuela pública mexicana. El Estado educador tuvo como eje el ligar la escolarización con la formación científica y cultural. Algo pasó desde los años setenta del siglo pasado que esa relación se desvaneció a la par del agotamiento de la escuela pública, la emergencia de un poder sindical depredador de los recursos, y la colonización de la educación por parte de intereses políticos, públicos y privados. Las crisis económicas experimentadas con crueldad cíclica desde los años setenta, han profundizado las rupturas y los abismos que separan a la educación con el pensamiento científico y la difusión y creación cultural. El resultado es lo que tenemos al frente y a los costados: una educación de mala calidad (pública o privada, no hay grandes diferencias), una ciencia aislada de la educación, poco desarrollada y mal atendida por el estado y por el mercado, y una cultura alimentada indistintamente por la charlatanería de ocasión, las modas internacionales, o por un cosmopolitismo ramplón disfrazado de innovación y creatividad.
Los descubrimientos científicos clásicos, la transmisión del saber, la buena literatura, son considerados como relativos en el espíritu de la época que acompaña los vínculos rotos a que me refiero. En nombre de la innovación y la creatividad, de la racionalización y de la rendición de cuentas, de la calidad, de la evaluación y sus derivados, la educación, la ciencia y la cultura se han aislado y han profundizado sus separaciones, y la simulación, el novedismo y hasta la metafísica han sustituido al gran proyecto educativo y cultural que pretendía la formación de ciudadanos abiertos al conocimiento, a la cultura y a la ciencia clásica y moderna. El canon científico-cívico-educativo ha sido sustituido por el canon de la impostura y la ignorancia franca. La política y la economía, la vida cultural y social, las escuelas públicas y privadas, son campos donde han cultivado y florecido figuras que representan muy bien el deterioro brutal del sentido institucional y social de la educación mexicana. Del expresidente Fox al millonario Vergara, de nuestro inagotable Gobernador a las torpezas y tropelías de la Maestra, del niño Verde a Juanito (ese grotesco personaje de la República de Iztapalapa), nuestra vida pública cosecha los frutos de temporada que el quiebre de los vínculos entre educación, ciencia y cultura ha producido en estas tierras tropicales.
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