Monday, September 21, 2009

Violencia, prudencia y espectáculo

Estación de paso
Violencia, prudencia y espectáculo
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 17 de septiembre, 2009)
Ciudad Juárez es desde hace tiempo un lugar demonizado (juzgado y condenado) por los medios nacionales e internacionales. Por las muertas de Juárez, o por las narco-ejecuciones de hoy, la ciudad es percibida como la “más violenta del mundo” dicen los diarios, o como el sitio en el cual no existe ni ley, ni orden, ni seguridad. Para algunos de sus habitantes, esa imagen es exagerada, incorrecta o incompleta, mientras que para otros es, por el contrario, mucho peor. Pero el hecho es que la gente sale todos los días a trabajar, va a la escuela, aprende a lidiar con el riesgo, y hasta organiza carnes asadas con cerveza los sábados y los domingos en sus casas o en el parque de El Chamizal, a unos metros de la frontera con El Paso.
¿Qué explica imágenes y prácticas tan contrastantes? Eso es un terreno de polémica y de apreciaciones, pero, bien visto, es un fenómeno que ha ocurrido antes y ahora, en otros lugares. Simplemente, hay que recordar cómo era vista por los medios la misma Guadalajara en los años setenta (con la guerra entre la FEG y la FER, o los bombazos de la Liga 23 de septiembre), como una ciudad comparable a Beirut, en Líbano, en plena guerra civil. Las apariencias y las creencias, por supuesto, siempre engañan.
Las cifras del miedo que proporcionan los medios de comunicación todos los días han colocado el tema de la violencia y el crimen como las señas de identidad de una sociedad en proceso de descomposición. Si uno hace caso a lo que dicen la prensa o la televisión, la situación de Juárez, Tijuana o Culiacán, hacen palidecer lo que ocurre en Irak o en Afganistán con la ocupación estadounidense. Eso ocurre si se mira el espejo que nos muestra a todo color y todos los días la república de los medios. Pero es un tipo de violencia específica, la criminal, la que ocupa el centro de la atención de medios, políticos y analistas, que la interpretan de muy distintos modos: como efecto de la pobreza y la desigualdad, de la inseguridad pública, de la mala educación, de la falta de valores, o, en el extremo de la desesperación espiritual, de la ausencia de la fe en Dios, o de Dios mismo, como aseguran con certeza inconmovible nuestros pastores laicos y religiosos.
La violencia que registramos es en efecto un fenómeno complejo que responde a diversas causas y que puede ser leído desde muy distintas posiciones teóricas o ideológicas. ¿Qué es lo que inhibe o minimiza la violencia criminal? Algunos dirán que una buena educación, otros que más policías y penas más duras, otros, como el Presidente Calderón, que toda la fuerza del Estado, con el ejército al frente y a los costados. Sin embargo, el tamaño y la densidad del fenómeno pueden ayudar a descifrar la complejidad del asunto, pero también a calibrar el tamaño y precisión del esfuerzo público para afrontar el problema.
El sociólogo Fernando Escalante muestra, en el número de septiembre de la revista Nexos (www.nexos.com.mx) que en realidad tenemos menos violencia hoy que en 1990. Con cifras y datos, muestra como la dura realidad de los números ilustra una violencia que no es la que nos muestran los medios. Tenemos más bien una re-localización de la violencia homicida que ha pasado del medio rural al urbano, y del sur hacia el centro y sobre todo el norte del país. En otras palabras, según Escalante, tenemos una nueva geografía de la violencia, pero también una reducción de sus indicadores e índices en muchas zonas, y el incremento relativo en algunas ciudades y regiones.
En estas circunstancias, la “cultura del miedo” –lo que eso signifique- parece haberse anidado en la república de los medios, más que en la cultura de los ciudadanos de la calle. Y eso no significa que las ejecuciones y los muertos, los secuestrados, los decapitados y desmembrados o quemados, no sean cosa de todos los días, que sean fruto de una pura invención mediática. No es eso. Lo importante es como esos datos no se reflejan en las prácticas de los ciudadanos de todos los días. Para decirlo de otro modo, si el miedo que transmiten los medios fueran de la magnitud cotidiana de sus imágenes sangrientas, Juárez y el país estarían paralizados por el miedo, y no escuchando música y organizando carnes asadas cada fin de semana. Eso muestra que las percepciones y representaciones del espectáculo de la violencia enfrentan, día a día, el filtro de la prudencia y escepticismo de los ciudadanos. Frente a la imagen de anarquía y desorden que pintan los medios, se imponen las rutinas, estabilizadoras y silenciosas, de la vida cotidiana.

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