Estación de paso
El locus de la autoridad
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 22/04/2016)
El año pasado, gracias a una oportuna sugerencia de Roberto Rodríguez, me enteré de la publicación del libro “Locus of Authority. The Evolution of Faculty Roles in the Governance of Higher Education”, de William G. Bowden y Eugene M. Tobin (Princeton University Press, 2015). Los autores, profesores universitarios y funcionarios importantes de universidades como la de Princeton y de la Fundación Andrew M. Mellon, plantean un problema central situado en el corazón político, organizacional e intelectual de los problemas del gobierno, la gobernabilidad y la gobernanza de la educación superior contemporánea: ¿cuál es el verdadero sitio de localización y ejercicio (locus) de la autoridad universitaria?
El texto hace un recorrido sobre el problema a partir de la revisión de una parte importante de la bibliografía académica e institucional sobre el tema del gobierno y la autoridad en la educación superior estadounidense. Es una revisión intencionada y contextualizada para el caso de las universidades y los colleges norteamericanos, pero que quizá también pueda ser útil para analizar, y comparar, con la distancia y matices de rigor, otros casos nacionales, como el mexicano.
El texto parte del reconocimiento de tres hechos básicos. Primero, que el proceso de escolarización y universalización experimentado en la educación superior americana después de la segunda guerra mundial “presta escasa atención al rol que juegan los académicos en la gobernación”; segundo, “que mucha gente inteligente de la academia sabe muy poco acerca del gobierno”, y tercero, que la gobernanza “debe ser siempre entendida en el contexto de los tiempos en que como instituciones confrontan diferentes desafíos y oportunidades”.
Eso significa que la gobernación universitaria, entendida como “localización y ejercicio de la autoridad”, está muy lejos de ser un “concepto estático”. Por el contrario, según los autores, es un concepto dinámico, flexible, que cambia su significado y sus prácticas en el transcurso de la expansión, la diversificación y la “complejización” de la educación superior contemporánea.
Como señalan desde el principio del libro, muchos estudios sobre el gobierno universitario se han enfocado en el papel de los líderes, los Presidentes y los cuerpos directivos de las universidades. Otros, se han concentrado en el rol de los legisladores, de los gobiernos nacionales o locales o de los estudiantes en el gobierno universitario. Pero muy pocos se han adentrado en considerar el creciente papel de los académicos en la conformación del staff docente o de investigación, en la enseñanza y el diseño del curriculum, procesos que configuran las prácticas y el orden académico habitual en las universidades.
El reconocimiento de ese orden académico coloca en perspectiva dos temas relevantes de la conducción institucional de las universidades: de un lado, el de las relaciones entre el liderazgo académico y la gobernanza institucional; del otro, el de las tensiones que coexisten entre las tradiciones de la libertad académica y las prácticas del gobierno compartido. Los autores exploran ambos temas a lo largo de las 380 páginas del texto, bajo el argumento de que son los diversos contextos institucionales los que permiten establecer los límites y las características empíricas con las que se articulan las relaciones entre ambos conjuntos temáticos.
No obstante la relatividad contextual de los problemas, Bowen y Tobin plantean que algunas lecciones derivadas de la evolución del gobierno universitario en los Estados Unidos, muestran que: a) una buena estructura de gobierno no sustituye a buenos liderazgos académicos situados en las posiciones clave de la organización; b) que un buen liderazgo puede conducir, paradójicamente, a una pobre gobernanza institucional, y c) que el rol de los académicos en el ejercicio del gobierno compartido no puede ser solamente interpretado como consensual, o en el otro extremo, como conflictivo o “adversarial”.
Para explorar estas afirmaciones, se examinan cuatro casos específicos: dos instituciones grandes y antiguas (Princeton University y The University of Caiifornia), y dos relativamente recientes, una urbana de gran tamaño (City University of New York, la CUNY), y otra pequeña (el Macalester College). Estos casos constituyen experiencias interesantes. En el caso de las primeras, se trata de instituciones que históricamente estructuraron sus modelos de gobernanza alrededor de los potentes liderazgos académicos de algunos de sus núcleos de profesores, que configuraron estructuras compartidas de gobierno eficaces y estables a lo largo del tiempo. En el otro caso, se organizaron tipos de gobernanza en los cuales la influencia del cuerpo directivo central ejerció un papel clave para la expansión y legitimación de dichas universidades en sus entornos locales.
Más allá de que puedan ser discutibles las afirmaciones, las hipótesis y conclusiones del libro, quizá lo que vale la pena es repensar los temas de la autoridad universitaria en el contexto mexicano de los últimos años. Tiene que ver con el papel formal de los órganos colegiados de gobierno, pero también con los poderes fácticos que los habitan. Tiene que ver con liderazgos académicos y políticos reales, junto con prácticas prebendarias, clientelares y patrimonialistas del ejercicio del poder, con la personalización de las relaciones políticas universitarias, con la influencia de la política y las políticas públicas en la orientación, las reformas y la conducción de las propias universidades. A la luz de la experiencia mexicana, el locus de la autoridad universitaria parece ser un locus difuso, distribuido a veces, concentrado en otras, ambiguo casi siempre. Quizá ahí radica la fuerza y la debilidad de las tradiciones y distintas modernidades que hoy caracterizan la gobernanza universitaria en México.
Wednesday, April 27, 2016
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