Estación de paso
Foros: legitimidad y escepticismo
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 31/10/2019)
La realización de foros se ha convertido en una práctica más o menos habitual en ciertos circuitos del debate público mexicano. Pueden ser de consulta, de discusión, de reflexión, conversatorios más o menos libres sobre una gran cantidad de asuntos o sobre problemas específicos. Desde los años grises y ya lejanos del sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), cuando se dictaminó desde el poder público la obligatoriedad de realizar “Foros de consulta popular” para imprimir cierto aire democrático al Plan Nacional de Desarrollo y los programas sectoriales correspondientes, la organización de foros sobre casi cualquier tema se convirtió en un recurso político y burocrático con el cual hemos aprendido a convivir desde hace décadas.
El origen de esos foros tiene cierto linaje académico. Desde antes de la obligatoriedad de la planeación de la acción pública, en la vida académica universitaria los seminarios o los coloquios ya eran (y son) habituales. La diferencia son los fines de uno y otro tipo de reuniones. Mientras que para la vida académica esos espacios pretenden ser un lugar de encuentro para discutir avances, hallazgos o problemas disciplinarios o temáticos sin la necesidad de llegar a conclusiones contundentes, útiles o pragmáticos para la vida académica, en el caso de los foros organizados o co-organizados por los gobiernos y algunas instituciones públicas no gubernamentales, el propósito es que sirvan para algo políticamente útil: para diseñar leyes, programas, para tomar decisiones de política pública, para comprometer los esfuerzos de los foristas en la construcción de algún programa, el diseño de alguna ley, la reforma de una institución, la instrumentación de una política.
La experiencia de los foros es ambigua. El carácter político de esas reuniones está dirigido en ocasiones a la legitimación de decisiones que previamente se han acordado por los convocantes, así sean preliminares, tentativas, hipotéticas. También pueden ser espacios para medir las fuerzas intelectuales y políticas del gobierno y sus opositores en torno a determinados asuntos generales o específicos, tratando de convencer, de persuadir y argumentar las bondades de una propuesta gubernamental. Otras veces –quizá las más- los foros son rituales de legitimación del poder político, en la cual protagonistas y espectadores conversan en el vacío, con la esperanza de que sus ideas y propuestas tengan influencia en la determinación de alguna acción pública que incorpore o potencialmente beneficie sus propios intereses.
En la educación superior ocurren desde luego este tipo de prácticas. A lo largo de los últimos siete sexenios –desde MMH hasta AMLO- los foros son herramientas multiusos, orientadas por fines diferentes y vagos. El gobierno federal o los estatales, las universidades públicas, la ANUIES, organizan de cuando en cuando foros, consultas, mesas de debate, jornadas de reflexión, que aspiran a convertirse en agendas orientadoras de la acción pública. A veces se alimentan de documentos y propuestas previamente elaboradas por expertos, se invita a quienes se considera son voces interesadas y autorizadas para dar forma y contenidos a las consultas, se convoca a representantes de instituciones y organizaciones que pueden eventualmente influir en la orientación de las propuestas.
Durante las campañas electorales del año pasado se realizaron varios ejercicios de ese tipo. Luego del triunfo del obradorismo, los encuentros han seguido su curso, reproduciendo puntualmente lo que en otros sexenios ha ocurrido: reuniones, encuentros, consultas dirigidas a legitimar lo que el nuevo oficialismo propone y sobre lo cual decide. Los rituales son básicamente los mismos: se convoca a expertos, académicos, funcionarios altos y medios, diputados, líderes de opinión, representantes conspicuos de tal o cual sector. Nunca es claro cómo se procesan y se definen las propuestas, cómo distinguir entre la consistencia de unas y las debilidades de otras. Lo importante no es la legitimación sino el ritual, el espectáculo. Ver reunidas a voces diversas para discutir propuestas viste de cierto aire de credibilidad a la voluntad de poder.
La agenda de las reuniones es condicionada o determinada por los asuntos que interesan principalmente al gobierno y, en ocasiones, a las comunidades. Leyes, financiamientos, distribución de los recursos, coexisten con temas como la autonomía institucional, la cobertura, la calidad o la equidad de la educación superior. Nunca es claro cuál es la función específica de los foros, cómo se reflejan sus eventuales resultados en las decisiones públicas. Ello no obstante, los foros son, de algún modo, ferias de ilusiones y racionalidades en las cuales ideas y propuestas más o menos elaboradas coexisten con ocurrencias y cálculos políticos; espacios donde los intereses de unos y otros cohabitan por algunas horas en búsqueda de algo parecido a la esperanza de que las cosas en la educación superior pueden ser mejores.
Quizá por ello, los foros forman parte de los rituales de legitimación que caracterizan al mismo régimen político. Las prácticas e imaginarios asociados a la idea de que los diálogos que ahí se producen fortalecen la acción pública son cuestionables. Una razón más para alimentar el escepticismo (o pesimismo) metodológico como parte de los usos y costumbres del paisaje universitario.
Friday, November 01, 2019
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