Monday, October 14, 2024

Rios profundos, dioses salvajes

Ríos profundos, dioses salvajes Adrián Acosta Silva (Nexos, Blog de música, 14/10/2024) https://musica.nexos.com.mx/2024/10/14/mark-knopfler-y-nick-cave-rios-profundos-dioses-salvajes/?_gl=1*1kbhbrp*_ga*MTA0ODczNjQ0NC4xNzIyNzc0MzM1*_ga_M343X0P3QV*MTcyODkzMzc3Ni40OC4wLjE3Mjg5MzM3NzYuNjAuMC4w El arte de la contemplación es una rareza en tiempos dominados por las furias de las polarizaciones políticas, las guerras, o la dictadura de un presente gobernado por las fuerzas digitales, la confusión tecnológica y el desconcierto a secas. En un horizonte habitado desde hace tiempo por la multiplicación de incertidumbres, vacíos y desesperanzas, los hábitos contemplativos son mal vistos, pues suelen ser considerados sinónimos de apatías, escepticismos y lejanías inexplicables con los problemas del presente. Los contempladores suelen ser individuos retraídos, desconfiados, escépticos, que se alejan del ruido y el escándalo mediático para sumergirse en las aguas profundas de la reflexión solitaria. Y, sin embargo, la estética de la contemplación y sus hechuras sobreviven entre los incendios de un presente avasallado por los estruendos de la confusión. En algunas zonas de la música contemporánea los hábitos contemplativos permanecen en tiempos donde (casi) todos exigen tomas de posición aquí y ahora. Ese rasgo exótico confirma la necesidad existencial del escepticismo, de voltear la mirada hacia otro lado o, frecuentemente, escarbar en pasados reales o imaginarios para buscar, con mayor o menor éxito, “el futuro de la nostalgia”, como afirma la historiadora rusa Svetlana Boym. En esa búsqueda no hay ruta segura ni mapas trazados. Se trata de una exploración a oscuras, con velas y antorchas encendidas, dirigida por una mezcla imprecisa de intuiciones, razones y emociones. Mark Knopfler y Nick Cave son contempladores profesionales, un par de músicos cuya veteranía y trayectorias les proporcionan cierta autoridad sobre el tema. Sus obras más recientes son muestras diversas de esa autoridad, hechuras forjadas en sus largos recorridos sonoros por accidentados caminos paralelos, que ofrecen imágenes impresionistas sobre el pasado remoto, el pasado reciente y la vida contemporánea, cada uno de esos tiempos recreados con sus propias atmósferas, mitos, lugares, personajes y figuras de ocasión. One Deep River, de Knopfler, y Wild God, de Cave (con su viejo grupo, The Bad Seeds), ofrecen los registros puntuales de exploraciones personales sobre los misterios de la contemplación en tiempos de la hoguera de las pasiones políticas, de guerras asesinas, y de espejismos provocados por las fuerzas de la naturaleza, las ilusiones del pensamiento religioso, o por los lados luminosos, oscuros y grises de la digitalización y la inteligencia artificial en la vida de sociedades e individuos. El disco del fundador, líder y sepulturero de la mítica banda británica Dire Straits (1977-1993) es una obra hecha de pausas sin prisas. En One Deep River, Knopfler (Glasgow, 1949) revisa el presente con los anteojos del pasado, a través de un recorrido realizado tranquilamente desde el puente del principal río de la ciudad de su infancia (Newcastle). Lejos están los días de la maestría de sus espectaculares requintos en Dire Straits, pero aún conserva uno de sus rasgos distintivos: tocar las cuerdas de su Fender Stratocaster sin la ayuda de púas, solo con las yemas de sus largos dedos. A través de 12 canciones, Knopfler destila la sabiduría acumulada de sus 75 años y de 11 álbumes previos en solitario a través de melodías suaves, acompañadas con la discreción acostumbrada de flautas, bajo, batería, piano, sax y coros. Llanuras extendidas, silenciosos rieles de acero donde corren trenes que van y vienen sobre ríos profundos, bajo cuyas aguas calmas y suaves superficies se esconden historias y misterios (One Deep River); sensaciones de agotamiento y cansancio relatadas con la tonada melancólica del blues, sobre muchachas de pelo largo que florecen entre esperanzas y decepciones (Ahead the Game); registro de emociones de circularidades eternas ligadas a los abrazos y despedidas que siempre acompañan a los viajeros y sus fantasmas (Watch Me Gone). Nostalgias, memorias, recuerdos fragmentados y premoniciones fugaces configuran el disco duodécimo de Knopfler, una obra que marca líneas de continuidad y profundización de los sonidos y las letras de la estética de la contemplación que marcaron su disco previo (Down The Road Wherever), de 2018. El australiano Nick Cave, por su parte, llega a los 67 años en plenitud de facultades, compartiendo con los comensales de ocasión un decálogo de canciones que evocan la historia de dioses salvajes y moribundos que recorren como grandes pájaros el planeta, y que nacen en corazones solitarios; aires marítimos de lugares de aguas calmas, observados desde ventanas empañadas por el vapor de chimeneas hogareñas; caballos salvajes color canela que cabalgan sueltos por caminos desolados (Cinnamon Horses); ranas que saltan bajo lluvias dominicales en busca de sus charcos, mientras un hombre solitario camina recordando alegrías, dolor y lágrimas (Frogs); fábulas de llamaradas místicas, iluminadas por luces de sodio bajo las cuales aparece un dios viejo, enfermo y moribundo “que se mueve a través de las formas de la anarquía” y que se desplaza por “los vientos de la tiranía” alimentando “ideas podridas” (Wild God). Luego de 17 álbumes grabados con The Bad Seeds, Cave confirma sus viejas obsesiones religiosas y místicas, alimentadas indistintamente por la fe y la razón, por creencias y convicciones, por sentimientos de abandonos y extravíos, en la búsqueda de algún sentido de comprensión a lo que observa en sus entornos. Al igual que Knopfler, busca en los viejos relatos de escritores y pueblos olvidados imágenes que ayuden a ordenar sus visitaciones, no narrativas que las expliquen. Sus esfuerzos producen la impresión que Robert Walser plasmó en uno de sus cuentos: “El mundo entero y yo mismo me parecieron extraordinariamente viejos y jóvenes; de pronto vi la tierra y la vida terrenal como en un sueño, y todo se me antojó fácilmente comprensible y, al mismo tiempo, completamente inexplicable” (Robert Walser, La tía). Los libros y los discos son espejos que no solo reflejan algo, sino que lo reinventan, y los registros de la sonoridad con imágenes poéticas que ofrecen Cave y Knopfler son espejos que se alimentan en dosis imprecisas de la soledad (loneliness) y de la intimidad (solitude), ambas fuentes de creatividad y curiosidad intelectual, como argumenta la historiadora de la cultura Fay Bound en Una biografía de la soledad. La experiencia colectiva de la pandemia, de hallazgos y pérdidas personales, la aparición en el horizonte vital de los barcos negros de la muerte y las luces débiles de la esperanza, la reinvención de la soledad y el futuro de la nostalgia, configuran algunos de los referentes que unen las costuras simbólicas de One Deep River y Wild God. Quizá sea un ejercicio de sobre-interpretación, o el producto de algún exceso metafórico, afirmar que las obras referidas sean el resultado de esos sentimientos de soledad y solitud que habitan las historias, los espíritus y las experiencias tan diferentes de Cave y Knopfler. No obstante, se puede sostener sin vacilaciones que son el testimonio de que la contemplación reflexiva sigue siendo un recurso legítimo en tiempos en los que todo mundo afirma tener la razón; un lenguaje propio de quienes han hecho de la música el espejo de un oficio cultural y un código interpretativo. Y que los espejos son indispensables para voltear a ver los reflejos de realidades dominadas por el asombro, el cansancio y a veces por el hastío.

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