Wednesday, May 12, 2010
La carretera
Estación de paso
La carretera
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 13 de mayo 2010.
Evoca las formas. Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida
(Cormac McCarthy, La carretera)
Hace un par de semanas se estrenó en los cines de la ciudad la película “El último camino” del director australiano John Hillcoat, protagonizada por Viggo Mortensen, Charlezie Theron, Robert Duvall y el niño Kodi Smith-McPhee. La cinta está basada en la novela La carretera, del escritor norteamericano Cormac McCarthy, publicada originalmente en inglés en el año de 2006 (hay una reciente versión en español: La carretera, Random House-Mondadori/Ediciones Debolsillo, México, 2009, 210 págs.). McCarthy, como tal vez algunos recuerden, fue también el autor del libro No Country for Old Man, que inspiró la filmación de la película “Sin lugar para los débiles”, del 2008, de un amplio reconocimiento entre la crítica y el público en general.
El argumento central de “El último camino” es el miedo. Ese es el motor que activa la búsqueda por la supervivencia de un hombre y su hijo en un mundo que, literalmente, se derrumba, explota en llamas, se hunde. Con un principio y un final inciertos, el relato que sostiene la película es simple y desgarrador: la lucha diaria de un hombre por proteger a su hijo de la violencia y el canibalismo, que trasladan en unos pocos años a la civilización del siglo XXI al estado de barbarie del principio de los tiempos.
Con la música bella y lúgubre de Nick Cave –el estupendo rockero australiano, paisano y amigo de Hillcoat-, la cinta es una colección de imágenes grisáceas, que reflejan un mundo frío marcado por el humo, la niebla y las cenizas. Marcado dolorosamente por las pérdidas –en primer lugar, por la de la valiente esposa y madre de los protagonistas, representada por Theron, quien decide suicidarse antes que permanecer condenada a una vida de penurias y temores-, la vida del padre y el hijo transcurre por una ruta –una carretera- que conduce al sur, el lugar que consideran más seguro en el imparable proceso de descomposición de la naturaleza y la sociedad que conocieron en un pasado reciente. Los restos de la civilización estallan frente a sus ojos a lo largo del camino, que recorren en busca de algo de comida y protección. Lo que encuentran como paisaje inevitable es la muerte, representada por cuerpos que cuelgan del techo de casa abandonadas, cadáveres esparcidos por los otrora jardines verdísimos, cuerpos desmembrados y devorados por las hordas de caníbales que recorren ciudades y granjas.
Acosado por el miedo y el hambre, el padre intenta reconstruir en su pequeño hijo el mapa de sentimientos, valores y afectos que conoció en el pasado anterior a la catástrofe. Se aferra a la tarea de transmitir en el hijo la esperanza que las cosas pueden ser mejores si se mantiene en el bando de los buenos, los no asesinos, los no depredadores. Inculca todo el tiempo al muchacho la idea de la supervivencia, de desconfiar en los extraños (generalmente “los malos”), esperando que en algún momento pueda encontrar al grupo de los buenos. Se trata de una lucha cotidiana contra la incertidumbre y la adversidad, con el riesgo siempre presente del aniquilamiento, con la meta básica de sobrevivir sólo un día más. Demolida cualquier certeza sobre la bondad de los hombres, o sobre la infinita sabiduría de un Dios cruel y asesino, el padre descubre en su hijo al dios verdadero, el último reducto de afecto y sentido de futuro que puede sobrevivir a un tiempo de ladrones, canallas y homicidas. Como escribe McCarthy al describir una de las escenas: ”Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. El aplastante vació negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo”. (La carretera, págs..99-100)
El último camino es la representación visual y dramática de una novela compleja, profunda e inquietante. Ya se sabe: transmitir a imágenes las representaciones que evoca una novela es una tarea difícil. Y aunque el libro, en este caso, es mejor que la película, el esfuerzo que hace el director por trasladar el argumento textual a la película resulta un decoroso ejercicio de presentación de una historia de supervivencia fraguada en un contexto maldito, hostil y asesino.
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