Estación de paso
Rectores: “viciosas fantasías” y poder
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 11/04/2019)
Asistir a la ceremonia de posesión de un puesto público significa la oportunidad de asomarse al perfil político de una comunidad. La unción de un nuevo rector universitario, por ejemplo, como ocurrió el pasado 1 de abril en la Universidad de Guadalajara. Ahí, luego de los procedimientos formales y electorales habituales desarrollados los meses previos bajo las reglas, usos y costumbres del orden político local, un nuevo rector encabeza el gobierno universitario, lo que abre un ciclo político sexenal dominado por viejas rutinas y nuevas incertidumbres.
Todos los rituales del cambio de Rector en las universidades públicas son un pequeño espectáculo de sociología del poder. Sus modos y contenidos configuran postales de códigos propios de comunidades complejas, el ejercicio de hábitos que en tiempos comprimidos permite apreciar la lógica de los comportamientos individuales y colectivos de sus actores. La presencia o ausencia de ciertos personajes, las palabras, gestos, símbolos de las ceremonias, son momentos clave para comprender el orden institucional, el poder de sus representaciones, para pulsar la fuerza, debilidad o ambigüedad de sus relaciones internas.
La solemnidad de la liturgia del poder universitario está hecha de símbolos. Los protagonistas principales son representaciones de las relaciones políticas que las comunidades universitarias mantienen entre sí mismas, pero también son personificaciones de los vínculos que mantienen esas comunidades con poderes externos a la universidad. Los ceremoniales son una oportunidad para exhibir la cohesión política comunitaria a la mirada de las sociedades locales a las que pertenecen. Por ello siempre es importante la presencia de testigos clave en los rituales universitarios: representantes del gobierno federal, gobernadores, presidentes municipales, diputados, senadores, empresarios, líderes sindicales, exrectores, líderes fácticos, dirigentes estudiantiles, representantes de partidos políticos.
Los calendarios y relojes que gobiernan la sucesión rectoral marcan los tiempos en que actores y espectadores establecen la importancia simbólica y práctica del acto. Estar ahí, ver y ser visto, saludar, abrazar, aplaudir, tomar selfies, eludir a unos, acercarse a otros, forman parte de los comportamientos apropiados para el momento y el escenario. Profesores, directivos y estudiantes conforman una población que activa los resortes de la socialización política aprendida dentro y fuera de la universidad. Celebridades académicas, funcionarios influyentes, personajes carismáticos, se confunden con muertos vivientes, exfuncionarios caídos en desgracia, personajes del pasado que por mala fortuna o malas decisiones se transformaron en personajillos del presente. El aire de fiesta predomina, pero lo que en realidad se vislumbra es una competencia sorda y feroz por ganar influencia, por marcar relaciones, por ser considerado por el nuevo oficialismo institucional como parte de sus eventuales apoyos.
Pero la fiesta es también una mascarada. Rivalidades y enconos, admiraciones abiertas y afectos genuinos, simpatías bien ganadas que coexisten con antipatías largamente esculpidas, con asperezas afiladas, con envidias sólidas y rencores endurecidos, cálculos sofisticados, especulaciones malignas. Son rituales cocinados a fuego lento con la mezcla de pasiones e intereses propios de la institución. Y aquí, como en otros contextos, las máscaras funcionan muy bien. Hipocresía y cinismo, felicidad y alegría, seriedad y solemnidad, lisonjas entusiastas y silencios incómodos son recursos que se activan en su oportunidad, suavizando relaciones y disminuyendo o eliminando la posibilidad del conflicto. Esas máscaras son, bien visto, el cemento de la comunidad universitaria.
La liturgia es también la oportunidad de mostrar la fuerza del espíritu de la época. Los llamados a la unidad universitaria, el compromiso del nuevo rector de cercanía con estudiantes y profesores, de hacer durante su gestión “una universidad lectora”, los anuncios de la austeridad como norma de su gobierno, coexistieron con el enaltecimiento de la autonomía universitaria y el llamado a sumarse a la reforma educativa que se promueve al amparo de la 4T que hizo el representante del gobierno federal, junto con la invitación que el gobernador del estado hizo a la universidad de apoyar la “Refundación de Jalisco”, el eje simbólico de su programa de gobierno, o de evitar “el uso político de la universidad para intereses no universitarios”. Esa retórica alimentó el ceremonial de ocasión, anticipando o reforzando las tensiones propias de los distintos intereses e ideas en juego.
Pero el núcleo duro del evento reposa, sospecho, en el imaginario de la propia comunidad universitaria. Corrientes, tribus y grupos fabrican sus propias ilusiones e intereses en torno al poder del nuevo rector y su red de alianzas y apoyos institucionales, de las que son o esperan formar parte. Recuerdan un poco lo que el viejo Hobbes relataba sobre el gobierno de Tiberio, cuando apuntaba que, en los buenos tiempos, “los hombres disfrutan sus viciosas fantasías esperando realizarlas efectivamente en el futuro, cuando tengan el poder”.
Thursday, April 11, 2019
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