Thursday, October 31, 2024
Un día en la vida universitaria
Diario de incertidumbres
Un día en la vida universitaria
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 31/10/2024)
https://suplementocampus.com/un-dia-en-la-vida-universitaria/
Parafraseando el título de aquella clásica canción de los Beatles de 1967 (incluida en su álbum Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band), el registro de las pequeñas cosas de la vida cotidiana en las universidades permite darse una idea de los hechos, usos y costumbres que acompañan sus existencias institucionales, es decir, las que desarrollan un día cualquiera los estudiantes, trabajadores, profesores o directivos universitarios. Como se sabe, la canción que compuso John Lennon se inspiró en la lectura de las noticias de un diario londinense, y las relata a un muchacho imaginario. Entre banalidades, reparaciones de edificios históricos, guerras y suicidios, un lector de periódicos de la época se prepara un café antes de salir a trabajar, mientras fija la atención en algunas de las principales noticias del día. “A Day in The Life” es el retrato costumbrista de un hombre cualquiera, en una ciudad cualquiera, algún día cualquiera.
Veamos el caso de un día en la vida de las universidades públicas mexicanas. Celebraciones y festejos solemnes como los 50 años de la UAM en la Ciudad de México coexisten con los conflictos políticos y la violencia criminal que amenazan con paralizar las actividades en la UAS en Culiacán o en Los Mochis. Ese mismo día, en universidades como la de Guadalajara se anuncian noticias sobre el proceso de elección de un nuevo rector, mientras que un grupo de directivos de la ANUIES y rectores de varias universidades públicas se reúnen en la capital del país con la titular de la nueva agencia de ciencia, tecnología e innovación para plantear sus preocupaciones y propuestas de política científica y de educación superior.
Una rectora o un rector se levanta ese mismo día para continuar trabajando la agenda de los pendientes de la semana, esperando que no estalle algún conflicto de alta intensidad que altere la gestión institucional. Al mismo tiempo, una joven estudiante se levanta muy temprano para tomar el camión, un Uber o el metro que la llevará a tomar sus clases en la universidad de una gran ciudad, mientras que un muchacho de Sonora se sube a su viejo vehículo para trasladarse al campus de su universidad, situado a muchos kilómetros del sitio al que asiste para sus trabajos de laboratorio, esperando que su profe no les avise de última hora que suspende la clase presencial porque se le complicaron las cosas, y les pida que se conecten a la plataforma del curso.
En Saltillo, Coahuila, una trabajadora administrativa va pensando en las rutinas de la oficina, mientras que, en Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas, un jardinero va hacia su trabajo esperando que las tijeras y la podadora que solicitó desde hace varios días ya hayan sido reparadas. La profesora de Guadalajara también se levanta temprano para llevar a sus hijos a la escuela, mientras que va pensando en la clase de matemáticas que más tarde debe impartir a sus alumnos, recordando que tiene pendiente evaluar los trabajos que le entregaron la semana pasada. Al mismo tiempo, en Oaxaca, un estudiante considera la posibilidad de abandonar sus estudios decepcionado de la carrera que apenas un año antes había comenzado a cursar.
En Veracruz, el sorpresivo fallecimiento de un respetado académico entristece a sus colegas y alumnos, mientras que en Tijuana una joven estudiante de doctorado presenta la defensa de su tesis luego de varias semanas de tensión, temor y ansiedad por el posible resultado de la evaluación que hagan los sinodales. Mientras tanto, en Acapulco el director de una facultad se levanta pensando en lo que hará si sigue sin haber energía eléctrica en el puerto, y, en Tampico, la madre de un joven estudiante de la carrera de ingeniería se despierta preocupada para ver si su hijo amaneció con menos fiebre que la noche anterior.
En Zacatecas, los estudiantes toman clases al mediodía, con la noticia de que un compañero o compañera fue secuestrado por algún comando criminal de la región, engrosando la lista de los desaparecidos. En Acámbaro, Guanajuato, una estudiante universitaria se despierta con la noticia del estallido de un autobomba frente a las oficinas de la policía municipal. Mas tarde, ese mismo día, un grupo de egresados de una carrera universitaria de Colima celebran una década de haber salido de la universidad, recordando las anécdotas y brindando desde alguna playa de Tecomán por los buenos y no tan buenos momentos de su experiencia universitaria. A cientos de kilómetros de ahí, en las afueras de la rectoría de la UNAM, un grupo de estudiantes realizan una ruidosa protesta por alguna causa del contexto o del momento.
Un día en la vida representa la configuración azarosa de relaciones de espacio y tiempo donde se desarrollan múltiples historias paralelas en las universidades. Son historias cotidianas, habitadas por las rutinas, incertidumbres y complicaciones de siempre, protagonizadas por los actores de todos los días. En las aulas y laboratorios, en las plataformas y pantallas de computadoras o teléfonos celulares, en las oficinas de los directivos o en los auditorios universitarios, el ritual de lo habitual de la vida en el campus transcurre entre silencios y alborotos, entre tristezas y alegrías, entre las banalidades, la paciencia intelectual y los pensamientos profundos que algún estudiante o un profesor desarrollan en la soledad de una biblioteca o entre los jardines de la universidad.
La sociología de la vida cotidiana es una ventana a las múltiples prácticas que simultáneamente se realizan en las universidades mexicanas. Son prácticas que no se someten a las métricas de la calidad ni forman parte de los indicadores institucionales, que poco tienen que ver con el lenguaje de la innovación, y que se alejan de los relatos épicos sobre la experiencia universitaria. Son hechuras de la “universidad invisible”, las que hacen que el orden institucional universitario (complejo, contradictorio, a veces fracturado, en ocasiones cohesivo), funcione con cierta regularidad y se exprese en los comportamientos diarios de sus protagonistas cotidianos, que son los que alimentan todos los días el sentido de la vida misma de las universidades.
Thursday, October 17, 2024
Desigualdad en educación superior: el laboratorio latinoamericano
Diario de incertidumbres
Desigualdad en educación superior: el laboratorio latinoamericano
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 17/10/2024)
https://suplementocampus.com/desigualdad-en-educacion-superior-el-laboratorio-latinoamericano/
Desde hace décadas América Latina y el Caribe se considera la región más desigual del planeta. Es una desigualdad que se expresa de muchos modos: en el ingreso económico de las personas, en el acceso a los bienes públicos (empleo, vivienda, salud, educación), en el consumo de bienes privados, en los procesos de movilidad social, en las oportunidades laborales, en los niveles de bienestar y prosperidad a los que pueden acceder las distintas generaciones. Ese contexto de desigualdad persistente, donde los grupos de más altos ingresos y mejores condiciones sociales concentran las mayores ventajas del desarrollo y de la globalización, explica en gran parte los problemas de la pobreza multidimensional, exclusión social y migración forzada que hoy se observan en la región.
Ese mismo contexto explica el hecho de que la desigualdad sea el eje de los principales problemas de la educación superior en América Latina y el Caribe, que se expresa en varias dimensiones y produce diversos efectos sistémicos. Las dimensiones que usualmente son consideradas como críticas en el análisis de la desigualdad en este campo son: a) la equidad en el acceso, la permanencia y el egreso en la educación terciaria; b) los procesos de inserción laboral de los egresados; c) la calidad de los aprendizajes obtenidos en educación superior; d) el origen social de los estudiantes; e) el costo de los estudios educación superior, que incluye el análisis de los financiamientos públicos y privados al sector.
Existen por supuesto más dimensiones y variables consideradas en el estudio de las desigualdades, que tienen que ver, por ejemplo, con las perspectivas de género o con las perspectivas socio-étnicas, que han contribuido a profundizar la comprensión de los complejos fenómenos de las desigualdades regionales. Muchos gobiernos y organizaciones nacionales o internacionales realizan de manera sistemática reportes sobre las situaciones de desigualdad que caracterizan a cada país, que incluyen en ocasiones enfoques regionales y micro-regionales sobre las distintas maneras en que se expresa ese fenómeno en poblaciones y territorios específicos. Esta diversidad de perspectivas y enfoques ha alimentado el diseño e implementación de políticas nacionales para combatir la desigualdad en la educación superior, lo que ha hecho de la región de América Latina y el Caribe un auténtico laboratorio de políticas durante los últimos cuarenta años.
Pero quizá algunas de las evidencias más elocuentes sobre las desigualdades tienen que ver con la relación entre el acceso a la educación terciaria y la distribución del ingreso económico de los estudiantes y de sus familias. Algunos datos recientes muestran la magnitud de esta dimensión en la explicación de las múltiples desigualdades imperantes en la región.
Según información contenida en la “Base de datos socioeconómicos para América Latina y el Caribe” (SEDLAC, por sus siglas en inglés) en los últimos datos disponibles (2021), el acceso a la educación superior, medido por grupos de ingreso económico (usualmente denominados quintiles), el grupo más rico (poblaciones ubicadas en el quintil 5) tiene un acceso considerablemente mayor que el grupo más pobre (quintil 1). Se estima que, en promedio regional, más del 60% de los grupos más ricos acceden a la educación superior, mientras que menos del 20% de los más pobres pueden hacerlo.
Si se desglosa por países, los porcentajes más altos de acceso de los grupos sociales de mejores ingresos corresponden a Costa Rica (75%), Chile (73%), Uruguay (70%), Brasil (61%) y Argentina (68%). México tiene un porcentaje del 58%. En contraste, la proporción de los grupos sociales de más bajo ingreso que acceden a la educación superior son Guatemala (1%), Uruguay (8%), Brasil (10%), Costa Rica (11%), México (21%), Argentina (25%), y el relativamente más equitativo es Chile (42%).
Si se miran estos datos en sus contextos nacionales, puede confirmarse, como se ha hecho con muchos estudios previos a lo largo de los años por organizaciones como Cepal, OECD, IESALC-Unesco, etc., que la asistencia a la educación superior en la región está determinada poderosamente (aunque no exclusivamente) por el ingreso económico de los estudiantes y de sus familias. Eso significa que un individuo proveniente de grupos sociales de ingresos relativamente altos tiene tres veces más probabilidades de ingresar a la educación terciaria que los individuos pertenecientes a los grupos de menores ingresos del subcontinente.
Pero esta distribución se polariza de manera dramática si la vemos en la escala nacional. El caso de Costa Rica es uno de los más claros: 75 de cada 100 individuos del quintil más rico acceden a la educación terciaria, contra solo 11 de cada 100 del quintil más pobre. Uruguay es otro caso similar: 70 de cada 100 ricos ingresan a la ES, contra solo 8 de cada 100 de los más pobres. Chile es un caso atípico: aunque 73 de los individuos ricos se matriculan en alguna institución de educación superior, 42 de cada 100 de los más pobres también lo hacen, lo que significa que la brecha de desigualdad en el acceso es menos pronunciada que en América Latina. México no se aleja mucho del porcentaje regional: 58 de cada 100 de los más ricos se inscriben en educación superior, contra 21 de cada 100 de los más pobres.
Estas brechas de desigualdad trazan el mapa de las inequidades en el acceso al que, en teoría, es, o debería ser, un bien público. Pero ello es sólo el efecto, y no la causa, de un problema mayor: el de la distribución del ingreso, que es un tema clásico de la economía política del desarrollo. Aunque se han hecho esfuerzos notables para enfrentar el problema en los últimos años en Latinoamérica (que incluyen reformas legislativas, programas públicos, incentivos fiscales o financieros a IES públicas o privadas, masificación de becas estudiantiles, reformas a las políticas de ingreso), estos han sido claramente insuficientes para disminuir de manera significativa las desigualdades existentes. En este sentido, el laboratorio latinoamericano de la educación superior aún no produce los resultados esperados en el combare a la desigualdad.
Monday, October 14, 2024
Rios profundos, dioses salvajes
Ríos profundos, dioses salvajes
Adrián Acosta Silva
(Nexos, Blog de música, 14/10/2024)
https://musica.nexos.com.mx/2024/10/14/mark-knopfler-y-nick-cave-rios-profundos-dioses-salvajes/?_gl=1*1kbhbrp*_ga*MTA0ODczNjQ0NC4xNzIyNzc0MzM1*_ga_M343X0P3QV*MTcyODkzMzc3Ni40OC4wLjE3Mjg5MzM3NzYuNjAuMC4w
El arte de la contemplación es una rareza en tiempos dominados por las furias de las polarizaciones políticas, las guerras, o la dictadura de un presente gobernado por las fuerzas digitales, la confusión tecnológica y el desconcierto a secas. En un horizonte habitado desde hace tiempo por la multiplicación de incertidumbres, vacíos y desesperanzas, los hábitos contemplativos son mal vistos, pues suelen ser considerados sinónimos de apatías, escepticismos y lejanías inexplicables con los problemas del presente. Los contempladores suelen ser individuos retraídos, desconfiados, escépticos, que se alejan del ruido y el escándalo mediático para sumergirse en las aguas profundas de la reflexión solitaria. Y, sin embargo, la estética de la contemplación y sus hechuras sobreviven entre los incendios de un presente avasallado por los estruendos de la confusión.
En algunas zonas de la música contemporánea los hábitos contemplativos permanecen en tiempos donde (casi) todos exigen tomas de posición aquí y ahora. Ese rasgo exótico confirma la necesidad existencial del escepticismo, de voltear la mirada hacia otro lado o, frecuentemente, escarbar en pasados reales o imaginarios para buscar, con mayor o menor éxito, “el futuro de la nostalgia”, como afirma la historiadora rusa Svetlana Boym. En esa búsqueda no hay ruta segura ni mapas trazados. Se trata de una exploración a oscuras, con velas y antorchas encendidas, dirigida por una mezcla imprecisa de intuiciones, razones y emociones.
Mark Knopfler y Nick Cave son contempladores profesionales, un par de músicos cuya veteranía y trayectorias les proporcionan cierta autoridad sobre el tema. Sus obras más recientes son muestras diversas de esa autoridad, hechuras forjadas en sus largos recorridos sonoros por accidentados caminos paralelos, que ofrecen imágenes impresionistas sobre el pasado remoto, el pasado reciente y la vida contemporánea, cada uno de esos tiempos recreados con sus propias atmósferas, mitos, lugares, personajes y figuras de ocasión. One Deep River, de Knopfler, y Wild God, de Cave (con su viejo grupo, The Bad Seeds), ofrecen los registros puntuales de exploraciones personales sobre los misterios de la contemplación en tiempos de la hoguera de las pasiones políticas, de guerras asesinas, y de espejismos provocados por las fuerzas de la naturaleza, las ilusiones del pensamiento religioso, o por los lados luminosos, oscuros y grises de la digitalización y la inteligencia artificial en la vida de sociedades e individuos.
El disco del fundador, líder y sepulturero de la mítica banda británica Dire Straits (1977-1993) es una obra hecha de pausas sin prisas. En One Deep River, Knopfler (Glasgow, 1949) revisa el presente con los anteojos del pasado, a través de un recorrido realizado tranquilamente desde el puente del principal río de la ciudad de su infancia (Newcastle). Lejos están los días de la maestría de sus espectaculares requintos en Dire Straits, pero aún conserva uno de sus rasgos distintivos: tocar las cuerdas de su Fender Stratocaster sin la ayuda de púas, solo con las yemas de sus largos dedos. A través de 12 canciones, Knopfler destila la sabiduría acumulada de sus 75 años y de 11 álbumes previos en solitario a través de melodías suaves, acompañadas con la discreción acostumbrada de flautas, bajo, batería, piano, sax y coros.
Llanuras extendidas, silenciosos rieles de acero donde corren trenes que van y vienen sobre ríos profundos, bajo cuyas aguas calmas y suaves superficies se esconden historias y misterios (One Deep River); sensaciones de agotamiento y cansancio relatadas con la tonada melancólica del blues, sobre muchachas de pelo largo que florecen entre esperanzas y decepciones (Ahead the Game); registro de emociones de circularidades eternas ligadas a los abrazos y despedidas que siempre acompañan a los viajeros y sus fantasmas (Watch Me Gone). Nostalgias, memorias, recuerdos fragmentados y premoniciones fugaces configuran el disco duodécimo de Knopfler, una obra que marca líneas de continuidad y profundización de los sonidos y las letras de la estética de la contemplación que marcaron su disco previo (Down The Road Wherever), de 2018.
El australiano Nick Cave, por su parte, llega a los 67 años en plenitud de facultades, compartiendo con los comensales de ocasión un decálogo de canciones que evocan la historia de dioses salvajes y moribundos que recorren como grandes pájaros el planeta, y que nacen en corazones solitarios; aires marítimos de lugares de aguas calmas, observados desde ventanas empañadas por el vapor de chimeneas hogareñas; caballos salvajes color canela que cabalgan sueltos por caminos desolados (Cinnamon Horses); ranas que saltan bajo lluvias dominicales en busca de sus charcos, mientras un hombre solitario camina recordando alegrías, dolor y lágrimas (Frogs); fábulas de llamaradas místicas, iluminadas por luces de sodio bajo las cuales aparece un dios viejo, enfermo y moribundo “que se mueve a través de las formas de la anarquía” y que se desplaza por “los vientos de la tiranía” alimentando “ideas podridas” (Wild God).
Luego de 17 álbumes grabados con The Bad Seeds, Cave confirma sus viejas obsesiones religiosas y místicas, alimentadas indistintamente por la fe y la razón, por creencias y convicciones, por sentimientos de abandonos y extravíos, en la búsqueda de algún sentido de comprensión a lo que observa en sus entornos. Al igual que Knopfler, busca en los viejos relatos de escritores y pueblos olvidados imágenes que ayuden a ordenar sus visitaciones, no narrativas que las expliquen. Sus esfuerzos producen la impresión que Robert Walser plasmó en uno de sus cuentos: “El mundo entero y yo mismo me parecieron extraordinariamente viejos y jóvenes; de pronto vi la tierra y la vida terrenal como en un sueño, y todo se me antojó fácilmente comprensible y, al mismo tiempo, completamente inexplicable” (Robert Walser, La tía).
Los libros y los discos son espejos que no solo reflejan algo, sino que lo reinventan, y los registros de la sonoridad con imágenes poéticas que ofrecen Cave y Knopfler son espejos que se alimentan en dosis imprecisas de la soledad (loneliness) y de la intimidad (solitude), ambas fuentes de creatividad y curiosidad intelectual, como argumenta la historiadora de la cultura Fay Bound en Una biografía de la soledad. La experiencia colectiva de la pandemia, de hallazgos y pérdidas personales, la aparición en el horizonte vital de los barcos negros de la muerte y las luces débiles de la esperanza, la reinvención de la soledad y el futuro de la nostalgia, configuran algunos de los referentes que unen las costuras simbólicas de One Deep River y Wild God. Quizá sea un ejercicio de sobre-interpretación, o el producto de algún exceso metafórico, afirmar que las obras referidas sean el resultado de esos sentimientos de soledad y solitud que habitan las historias, los espíritus y las experiencias tan diferentes de Cave y Knopfler. No obstante, se puede sostener sin vacilaciones que son el testimonio de que la contemplación reflexiva sigue siendo un recurso legítimo en tiempos en los que todo mundo afirma tener la razón; un lenguaje propio de quienes han hecho de la música el espejo de un oficio cultural y un código interpretativo. Y que los espejos son indispensables para voltear a ver los reflejos de realidades dominadas por el asombro, el cansancio y a veces por el hastío.
Saturday, October 12, 2024
El código Clapton
El código Clapton
Adrián Acosta Silva
(Laberinto-Milenio, 12/10/2024)
https://www.milenio.com/cultura/laberinto/el-codigo-clapton
La noche del 3 de octubre en el poniente de la Ciudad de México se llenó durante un par de horas de los sonidos acostumbrados del tráfico urbano y de los aviones que entraban y salían del aeropuerto como ruidos de fondo de un incendio de guitarras, baterías, teclados, pianos y coros que salían de un estadio cercano (el GNP), donde más de 30 mil fanáticos rugían al compás de la voz y la guitarra de una de las leyendas vivientes del rock clásico, Eric Clapton.
La elegancia y la fuerza del más famoso de los rockeros británicos vivos se adueñaron del escenario y de la atención de los miles de asistentes al concierto. Si la guitarra eléctrica se convirtió en el instrumento-insignia del rock, sustituyendo al sax como instrumento dominante de la era del jazz y el blues en la primera mitad del siglo XX, es gracias al estilo y las brújulas sentimentales que imprimieron Robert Johnson, B.B. King, Jimmy Hendrix o J.J. Cale a la sonoridad guitarrera, de cuyas aguas bluseras bebió con generosidad Clapton, para luego convertirse él mismo en el mejor guitarrista de la historia del género. El “cuerno del diablo”, como le llamaron al saxofón los defensores de la música clásica de comienzos del siglo XX, cedió su lugar a la guitarra eléctrica como el “trinche del demonio” bajo el imperio del rock durante la segunda mitad del siglo.
¿Qué explica esa transición? ¿Qué representa la centralidad de las guitarras Les Paul, Gibson, Stratocaster o Fender que blanden como espadas los artífices de los grandes riffs del género rockero? Una de las posibles respuestas es que las guitarras hablan un lenguaje propio. Son herramientas que expresan sentimientos y emociones que van más allá de las palabras, formas y sonidos que transmiten señales múltiples y contrastantes, de alta intensidad, que describen abismos, valles y cimas delirantes, que convocan a los espíritus de la melancolía y la nostalgia, de tristezas infinitas y alegrías breves, que estimulan la imaginación y trazan los mapas de la educación sentimental de quienes las ejecutan y de quienes las escuchan. Los largos solos que ejecuta Clapton son una muestra de que la gramática profunda emanada de las cuerdas de una guitarra eléctrica adquiere sentido en los contextos adecuados. Y los conciertos frente a multitudes son eso: atmósferas, ambientes y lugares que son gobernados brevemente por la sintonía del corazón secreto de la guitarra.
Sunshine of Your Love, Hoochie Coochie Man, Crossroads, Before You Accused Me, Cocaine, Old Love, desfilaron lentamente por el escenario y las pantallas gigantes del GNP, ejecutadas con la legendaria maestría de uno de los dueños históricos del oficio. Por momentos, los espíritus de Robert Johnson, Willie Dixon, Muddy Waters, J.J Cale, Blues Breakers, Cream, Yardbirds, Blind Faith reaparecieron fugazmente bajo el cielo nocturno de la Ciudad de México. Con una voz que conserva la sobriedad y el tono, Clapton (Ripley, Inglaterra, 1945) ejecutó la guitarra como si tuviera veinte años pero con la experiencia que sólo proporcionan sus casi ochenta. Los dedos y las manos del Dios británico se apoderaron de la atención de miles que, hipnotizados por la imagen y los sonidos que gobernaban la noche seguían, con religiosidad pagana, las notas de la guitarra en manos del británico. “Clapton es Dios”, la frase pintada en los muros de las calles de Londres en los años sesenta, ahora se comprendía a plenitud en suelo mexicano, mientras que los grandes solos de guitarra, desgarradores y potentes, acompañados por el piano de otra leyenda viviente (Chris Stainton), obedecían fielmente a la voluntad del Señor.
En el horizonte de pérdidas que se acumulan en el campo del rock, sobreviven algunas de las figuras que alimentan las emociones, los mitos y las leyendas de varias generaciones. Esa capacidad de supervivencia obedece a varias razones y circunstancias. A los viejos héroes vivos del rock que brillaron con la luz de los años sesenta (Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, Mick Jagger, Keith Richards, Paul McCartney), los acompañan las sombras de muertos recientes que ocurrieron en la tercera década del siglo XXI (Tom Petty, Jeff Beck, David Crosby, Robbie Robertson, John Mayall). Esa mezcla de figuras y sonoridades del presente y el pasado, de muertos y vivos, habitan la resiliencia de quienes, como Clapton, persisten en la constante reinvención de una tradición.
Las noticias de la neuropatía que afecta desde hace años los nervios de las manos Clapton, o de la sordera causada por los altísimos decibeles que ha soportado en sus cientos de conciertos, pasaron desapercibidos para la multitud. Sólo en la última parte del concierto Clapton tuvo que colocarse unos guantes protectores en las muñecas, quizá para evitar el enfriamiento de sus manos, o tal vez por pura prescripción médica. Justo a la hora y media de iniciada su actuación, el músico y su grupo se despedían de los asistentes, que ovacionaron de pie a uno de los grandes iconos del rock clásico.
Al final, la sensación que flotaba en el ambiente nocturno era la de haber participado en un ritual pagano, oficiado por una de las grandes leyendas del género que surgió de la profundidad de los pubs y pequeñas salas de concierto londinenses de los años sesenta. Al observar y escuchar el ritual y al oficiante quedaba también una pregunta, cuya respuesta no está en el viento: ¿quién es Eric Clapton? ¿qué representa su figura y trayectoria? Y un acercamiento al abanico de explicaciones posibles a estas preguntas es que Clapton confirma que no sólo es un músico excepcional, sino que representa un código, un método, un estilo de ejecución cuyas raíces son profundas y sus expresiones resultan siempre asombrosas. Slowhand es un intérprete calificado de los espíritus de su época, la encarnación de sonidos y entornos que representan, tal vez como en ningún otro músico contemporáneo, las difusas relaciones entre la fe y los sentimientos, entre las creencias y convicciones, que articulan una cultura compleja que es la sumatoria azarosa de mezclas impuras. Pero no sólo eso. Muestra también que uno de los grandes afluentes del rock, el blues, sigue siendo una fuente de emociones e inspiraciones para uno de los miembros de la generación de los “hijos de la guerra”; una fuente cuyos ríos profundos corren por debajo y encima del piso duro de sus experiencias vitales, alimentando las pasiones, las decepciones amorosas y los romances de sus compositores e intérpretes.
Tal vez por eso, el prematuramente fallecido escritor norteamericano David Foster Wallace apuntó alguna vez que la escritura y la música representan, sobre todo, estados de ánimo. Sus hechuras son posibles gracias a la dictadura de la persistencia y el trabajo duro, siempre acompañados en dosis imprecisas por la inspiración y al entusiasmo de sus creadores. Pero para el autor de La broma infinita hay un factor de motivación que está al inicio de todo proceso creativo: la diversión. Si la diversión se evapora, todo se pierde, palidece o se desvanece en el ánimo de los escritores y los músicos. Y Clapton es un músico que aún lo hace (como se titula uno de sus discos de la década pasada, I Still Do, de 2016), que conserva la diversión como el combustible de su oficio, a pesar de las limitaciones que imponen los padecimientos de la edad o la fuerza de las circunstancias de una era poblada de señales depresivas, que fracturan y polarizan los ánimos y las interpretaciones. Quizá eso explica la vitalidad que mostró esa noche en la Ciudad de México: el músico al que aún le divierte lo que hace, y que lo comparte generosamente con sus comensales e invitados de ocasión.
Monday, October 07, 2024
Autonomías bajo riesgo
Diario de incertidumbres
Autonomías bajo riesgo
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 03/10/2024)
https://suplementocampus.com/autonomias-bajo-riesgo/
Las autonomías universitarias en México siempre han sido un tema incómodo para los gobiernos estatales y en ocasiones para el propio gobierno federal. Bajo las sospechas de malos manejos, corrupción o politización de las universidades, diversas iniciativas, acciones, pronunciamientos o declaraciones de funcionarios y dirigentes políticos no universitarios son expresiones de desconfianza de las élites políticas y gubernamentales dominantes en distintas épocas y contextos. Las experiencias de las alternancias políticas observadas en la escala nacional y subnacionales desde finales de los años noventa, partidos, grupúsculos o funcionarios ligados a distintos oficialismos políticos y sus respectivas coaliciones (PAN-PRI-Morena), se han manifestado por cambiar las formas de gobierno de las universidades públicas. Hoy, la Universidad Autónoma de Sinaloa, al igual que otras universidades públicas estatales y la propia UNAM en el pasado reciente, atraviesa por una crisis política derivada de la acción que la mayoría parlamentaria de Morena y sus aliados en el congreso sinaloense han emprendido para reformar la ley orgánica de esa institución.
Bien visto, esa reforma no es el inicio sino la culminación de un proceso derivado de la Ley General de Educación Superior del 2021, que en Sinaloa fue interpretada por el gobierno estatal y sus congresistas locales como parte del proceso de ajustes a las normativas estatales de “armonización” con la normativa federal. Aunque en la LGES se declara explícitamente que el respeto a la autonomía universitaria es uno de sus principios fundamentales, en los hechos la “armonización” incluyó en Sinaloa una reforma a la ley orgánica de la UAS, específicamente en lo que respecta a aspectos como la gratuidad y el acceso, pero fundamentalmente en lo relacionado con las formas y mecanismos de elección del rector y de las principales figuras unipersonales de autoridad de la universidad, una dimensión que constituye el núcleo duro de la autonomía política universitaria.
Como lo ha explicado con detalle Roberto Rodríguez en su artículo de la semana pasada en Campus, la lógica de la reforma legislativa es de naturaleza política, no de políticas académicas, administrativas ni organizativas. En medio de un conflicto que ha escalado desde hace un par de años, con múltiples movilizaciones, protestas y amparos judiciales por parte de la UAS apoyadas por otras universidades públicas y por la propia Anuies, el congreso estatal resolvió, por abrumadora mayoría, aprobar una nueva ley orgánica el pasado 20 de septiembre en una accidentada sesión que tuvo que suspenderse, reprogramarse y finalmente realizarse en modo fast-track en el transcurso de sólo dos días.
El hecho y sus implicaciones son sumamente preocupantes por las siguientes razones:
-Sienta un precedente grave en donde el oficialismo de un partido político puede actuar de manera independiente para resolver intervenciones legales sin la participación de las autoridades y comunidades universitarias formalmente reconocidas.
-Confirma un desequilibrio entre los poderes públicos, donde el ejecutivo y el legislativo pueden actuar de manera coordinada para debilitar una institución autónoma por ley, y minimiza, viola o desatiende los ordenamientos y resoluciones que otro poder público (el judicial) emite para contener los excesos de los otros poderes.
-El cambio en las formas y métodos de gobierno universitario es un asunto delicado que no se resuelve invocando a la democracia de asamblea. En una institución dedicada al conocimiento, caracterizada históricamente por los principios del cogobierno en la conducción de la universidad, las formas y métodos de selección de sus figuras de autoridad obedecen a una racionalidad compleja que combina participación y representación de sus comunidades en distintas escalas y dimensiones. Numerosos estudios y experiencias realizados en torno al gobierno universitario en México y en el mundo muestran los efectos perversos y no deseados de la politización salvaje de los procedimientos electorales a “mano alzada” en la universidad.
-Una reforma que no está basada en la autogestión de las comunidades universitarias y sus representaciones lastima la legitimidad de la autonomía universitaria como autogobierno institucional. Introducir modificaciones en la legislación universitaria sin la participación de sus comunidades no puede ser sustituida por una consulta organizada y ejecutada por instancias externas a la universidad (en este caso el congreso sinaloense), aunque sea en nombre de un ambiguo principio de “democratización”.
-El rasgo más preocupante del episodio sinaloense es que puede ser la señal más clara de que la “tiranía de la mayoría” puede dejar de ser una metáfora para convertirse, o confirmarse, como una realidad autocrática. Luego de la reforma al poder judicial, con una super-mayoría en el congreso federal y en los congresos estatales, el poder del oficialismo se ha incrementado de manera notable. Si durante el ciclo de la alternancia (1989-2021) los gobiernos divididos dominaron el panorama de los distintos oficialismos en las escalas federal y estatales, a partir de las elecciones de este año (2024) los gobiernos unificados (gobiernos cuyos partidos o coaliciones políticas alcanzan mayorías calificadas en el congreso federal o estatales) han sustituido a los gobiernos de la alternancia. En estas circunstancias inéditas en la joven democracia mexicana, la presidencia y las gubernaturas mantienen mayorías calificadas para emprender reformas legislativas en sus ámbitos de competencia, y no gobiernos que no tienen control sobre sus legislativos locales. Sin contrapesos políticos ni judiciales, el futuro de la autonomía universitaria contiene un alto grado de incertidumbre.
En este contexto, la desaparición de los órganos autónomos incluida en el paquete de reformas constitucionales impulsada por la mayoría morenista (Inai, Coneval, Mejoredu, etc.) puede incluir también la desaparición, modificación y cambios en las reglas del juego autonómico para las universidades públicas que hemos conocido desde la inclusión del derecho a la autonomía incluida en la fracción séptima del tercero constitucional desde la reforma de 1978. Ello significa, entre otras cosas, el diseño de una agenda que implica la posible desaparición de las Juntas de Gobierno, modificaciones a los procedimientos de selección de autoridades, la modificación de los planes y programas de estudio, los criterios y políticas de admisión de las universidades, o de las formas y criterios de contratación de su profesorado.
Por lo que se ve, el conflicto va para largo y al fondo, y el nuevo gobierno de la presidenta Sheinbaum aún no se ha pronunciado sobre el asunto. En un contexto sembrado de bombas de relojería, el tema de la autonomía universitaria aguarda por definiciones claras por parte del gobierno federal, sin olvidar que el silencio también puede ser la expresión contundente de una decisión tomada.
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