Thursday, December 10, 2009

Un mundo sin dioses

Un mundo sin dioses
Cormac McCarthy, La carretera, Random House-Mondadori/Ediciones Debolsillo, México, 2009, 210 págs.

La visión de un mundo oscurecido por las cenizas, cubierto por las sombras de la desolación y de las pérdidas, es el tema de esta breve novela de McCarthy. La leí en la primavera del 2009 de un solo jalón, atrapado por la prosa y el ritmo ordenado de un autor inclasificable. La carretera es una pequeña obra maestra de ficción, imaginación y literatura. Aquí, en el centro de un mundo que se derrumba, en el que el orden social de las cosas ha cedido el paso a la ley de la jungla, la relación de un padre con su hijo se convierte en la única seguridad posible para una existencia amenazada por el canibalismo, la crueldad y la locura. El miedo, el frío y la incertidumbre habitan el clima narrativo de esta novela, en la cual los lazos de afecto y el temor a la muerte que unen al padre y a su pequeño hijo, son el único mecanismo para sobrevivir en un mundo sin dioses.

Adrián Acosta Silva, profesor-investigador de la U. de G.

Wednesday, December 09, 2009

Mark Knopfler

Estación de paso
La música y la suerte
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 10 de diciembre de 2009.

La música, ya se sabe, suele poseer ciertas propiedades curativas, incluso mágicas, en el mejor sentido de la palabra. Independientemente del género, de los grupos o intérpretes que a cada quien le gusten, los acordes de una guitarra, de un bajo, de alguna batería o saxofón, junto con la voz ronca, melodiosa o aguda del o la cantante que se trate, la música forma parte de los hábitos cotidianos de muchos, que acompaña de distintos modos la opacidad y el aburrimiento de la vida diaria. Para quienes tenemos envenenada el alma con los sonidos del rock, por ejemplo, esa música forma parte importante de la manera en que se perciben, se interpretan o se experimentan muchos acontecimientos cotidianos. Quizá, como señala Cesare Pavese, la música –como el arte en general- es un esfuerzo por “poner orden en el caos”, un asidero simbólico y significativo para imprimir cierto sentido a la existencia individual y colectiva.
De hecho, algunas veces, muy pocas, la música también acompaña inesperados golpes de suerte, según nos cuenta con discreción pero con franqueza Mark Knopfler en su disco más reciente, Get Lucky (Reprise Records, 2009), publicado hace apenas un par de meses. Sobreviviente de una larga trayectoria en el género, el fundador del legendario grupo Dire Straits, que incendió con su guitarra y sonidos el paisaje rockero de finales de los años setenta y toda la década de los ochenta, cierra el año y la década con un disco anclado en la nostalgia y los recuerdos de su oriunda y tranquila Glagow, en Escocia, y su paso a la alucinante Londres de los primeros años setenta. En 11 canciones, Knopfler se sumerge en el blues, el rock, en los sonidos celtas y las gaitas escocesas para ofrecer una obra pausada, consistente y envolvente.
Acompañado de clarinetes y la cítara, de violines, piano y acordeón, el músico escocés gobierna el blues y el rock con la maestría que sólo proporcionan la madurez y la sensibilidad de un músico excepcional. Bajo la conducción de una guitarra fogueada en largos años de experimentación colectiva y creatividad solitaria, Knopfler produce la sensación de que la naturaleza insaciable del género ha sido finalmente domada por el talento de un experto en la mezcla de sonidos bastardos, o, para decirlo en palabras de un viejo poema de T. S. Elliot, en la práctica vieja de una “mezcla adúltera de todo”. En Get Lucky, su sexto disco en solitario de la década que corre, el veterano rockero escocés narra su transición del mundo semirural a la urbe industrial y ruidosa, un trayecto acompañado por el recuerdo de padres y abuelos que vivieron un tiempo sin gasolina ni televisión, donde viejas historias contadas de generación en generación poblaban la vida pausada de los hijos.
El blues explota en “You Can´t Beat the House” o en “Before Gas and TV”, mientras que en “Hard Shoulder” se dibujan los mapas personales del mundo perdido de hombres derribados por la vida y el destino. Crecido entre los grandes astilleros de Glasgow, la vista de los esqueletos de navíos gigantescos permanece en la memoria de un joven acosado por la ansiedad, mientras los ecos de la gaita que tocaba su tío cuando murió a los 20 años en plena batalla del ejército escocés contra los alemanes en 1940, resuenan con tristeza en “Piper to the End”, Gaitero hasta el final. Con la naturalidad que abreva de las aguas calmas de la experiencia, Knopfler estructura su música alrededor de su voz profunda y su guitarra eléctrica, que en ocasiones cambia por la acústica y que acompaña siempre con el piano. El rock duro reaparece en “Cleaning my Gun”, como para mostrar la potencia y el músculo que conserva uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos.
Tal vez lo interesante de las historias y referencias que habitan las canciones de este disco no es sólo que muestran la vida de Knopfler antes del éxito apabullante de Dire Straits, -“antes de que yo tuviera suerte con mis canciones”, como dice el propio autor-, sino que recogen la sabiduría exacta de un músico que ha permanecido fiel a sus convicciones sonoras y obsesiones narrativas. Más aún: Get Lucky es el combustible de un rockero que a los sesenta años aún se anima a realizar largas giras ante públicos pequeños, que lo llevan de Lisboa a Londres, o de Phoenix a Philadelphia. Quizá, con un poco de suerte, podamos verlo algún día tocando su guitarra por estas tierras mexicanas abrasadas por el desencanto y la música de banda.