Friday, May 30, 2014

Partidos: voluntad, fortuna, virtud


Estación de paso
Partidos: la voluntad, la fortuna, la virtud
Adrián Acosta Silva
Publicado en Campus-Milenio, 29 de mayo de 2014.
En un clima dominado por el escepticismo y mal humor nacional sobre la política y los políticos (un clima que por lo demás no se disipa desde hace ya muchos años), en las últimas semanas hemos atestiguado el activismo propio de los militantes y simpatizantes de los principales partidos de oposición en nuestro país (PAN y PRD). Es un activismo centrado en los procesos de elección o renovación de nuevas dirigencias nacionales, un activismo endogámico, encerrado en las claves de sus propias organizaciones partidistas, volcado irremediablemente hacia adentro de sus fronteras institucionales, en el cual se advierten señales de agravios viejos y nuevos, filias y fobias, entusiasmos desbordados y, a veces, bostezos aletargados o, en el otro extremo, pasiones incendiarias y fugaces. El espectáculo ha sido seguido de cerca por medios y analistas, tratando de descifrar su significado, reproduciendo chismes y rumores sobre los conflictos o sobre los contendientes, especulando abierta o discretamente sobre sus resultados, y no pocos han lanzado profecías y pronósticos catastróficos sobre el futuro de los partidos y de la oposición política mexicana.
Como todo proceso de cambio de dirigencias, los sonidos y las señales revelan una mezcla de simpatías genuinas, ambigüedades corrosivas y rencores francos entre las distintas corrientes, tribus y grupos que participan en los procesos de renovación de las autoridades partidistas. La oposición política de ambos flancos (derecha-izquierda) transita por el cambio de dirigentes de cara no solamente a lo que ocurre dentro de sus organizaciones, sino también de cara a las elecciones del próximo año que comienzan en el otoño de este 2014. Y la tensión esencial de estos procesos se concentra en equilibrar la voluntad política con la fortuna y la virtud (Maquiavelo dixit), lo que implica resolver satisfactoriamente los procesos internos para tener posibilidades de triunfos electorales en las escalas locales y nacional el próximo año.
El PRD, en el marco de sus primeros 25 años de existencia, representa a una parte de la izquierda política mexicana, esa parte que decidió transitar por la vía pacífica, electoral y democrática, en el proceso más amplio del cambio político mexicano que se inició en 1977, que culminó 20 años después cuando el partido del presidente pierde la mayoría del Congreso, y se confirmó con la alternancia política presidencial en el 2000. Es una organización que se alimenta ideológicamente de dos vertientes principales: la del nacionalismo revolucionario y la del socialismo democrático y reformador de la izquierda setentera y ochentera. Pero en su origen están también los restos del maoísmo a la mexicana, ciertos ecos estalinistas y no pocos reflejos del izquierdismo radical y revolucionario que siempre le apuesta a una imaginaria hora cero del cambio social, político, económico y hasta cultural. Esa mezcla ideológica extraña, impura, alimenta un discurso ecléctico, atractivo para no pocos sectores de ciudadanos en el país; pero también alimenta a su vez las prácticas de los grupos que confluyen en ese partido, prácticas que van del clientelismo prebendario y depredador de los recursos públicos, hasta las que reconocen en la vida institucional un compromiso para actuar con claridad y eficacia en la transformación del orden de las cosas en la vida política mexicana.
El PAN, por su parte, representa a la vieja y la nueva oposición política de la derecha mexicana. Con el peso histórico de 75 años sobre sus espaldas, el panismo enfrentó su proceso de selección de liderazgos políticos internos sumido en una crisis derivada de la pérdida del poder presidencial en el 2012. La disputa por el liderazgo panista tiene que ver también con componentes ideológicos y con mundanerías prácticas. Alimentado por las ideas políticas del catolicismo y del liberalismo –dos corrientes en realidad opuestas y contradictorias-, el PAN nutrió su larga historia de oposición política al PRI mediante actitudes básicamente testimoniales, criticando sistemáticamente la corrupción y el autoritarismo del régimen posrevolucionario. Sin embargo, en los años ochenta las cosas cambiaron y nuevas corrientes, encabezadas por liderazgos empresariales agresivos como los de Manuel J. Clouthier y el mismo Vicente Fox, alteraron la composición ideológica del panismo, al que agregaron un pragmatismo puro y duro, reflejo de un empresariado molesto con el PRI y con el régimen posrevolucionario. Ese es el panismo que alcanza el triunfo electoral en el 2000 y a duras penas lo logra conservar en el 2006 con el calderonismo. Pero esa mezcla confusa de principios fundacionales, prejuicios empresariales y estridencias públicas llevó en 2012 a la escandalosa derrota electoral del PAN a escala nacional y en muchas escalas estatales y municipales.
Hoy, PRD y PAN enfrentan desafíos similares pero diferentes. Por un lado, un partido que a un cuarto de siglo de su creación enfrenta la posibilidad de una fractura largamente anunciada por uno de sus caudillos más emblemáticos (AMLO y su MORENA). Por otro, un ajuste de cuentas entre las corrientes calderonistas y anti-calderonistas por el pasado reciente de su organización política, sus pobres resultados electorales y su débil desempeño como partido en el gobierno. En ambos casos, estamos en presencia de una recomposición de los rostros, los estilos y los liderazgos de los partidos más fuertes de la oposición política al PRI. Uno, el PRD, mira al futuro como escenario de cambio y de cohesión política. El otro (PAN) mira al pasado, reclamando una vuelta a los orígenes, buscando lo mismo: unidad y cohesión. Pero las dos organizaciones se asientan en un presente problemático y conflictivo, cuyos actores han protagonizado decisiones, pleitos y escándalos que determinan poderosamente sus ansiedades, sus intereses y sus creencias políticas. En estas condiciones, el voluntarismo político es un recurso insuficiente –y en no pocas ocasiones francamente heroico- frente a las adversidades de la fortuna y la virtud, una ecuación siempre incómoda para los partidos, sus dirigentes y militantes.

Monday, May 19, 2014

68 días

Estación de paso
68 días
Adrián Acosta Silva
(Publicado en suplemento Campus, periódico Milenio 15/05/2014)

Como fue registrado oportunamente en las páginas de Campus la semana pasada, el jueves 8 de mayo finalizó la huelga emprendida por el sindicato de trabajadores de la Universidad de Sonora. Es la huelga sindical universitaria más larga en lo que va del siglo XXI en México, y la segunda más larga en la historia de la UNISON. Iniciada el 28 de febrero, la huelga fue motivada no solamente por una demanda de incremento salarial por parte del Sindicato, sino también por lo que los trabajadores organizados denominaron como violaciones de la autoridad universitaria al contrato colectivo y a diversas prestaciones negociadas desde hace años con el propio Sindicato de Trabajadores y Empleados de la universidad (STEUS). El conflicto universitario sonorense es excepcional en el paisaje del sindicalismo universitario contemporáneo en México, no solo por su duración, sino también por lo que significa en el campo estrictamente laboral de las universidades públicas en el país.
En el contexto de la UNISON, el sindicalismo es una fuerza históricamente poderosa desde su formación, en 1976, en pleno auge del sindicalismo universitario mexicano; una fuerza capaz de influir en las decisiones y los cambios institucionales de esa universidad, como ocurrió con la reforma de 1991-1992. La huelga más larga en la historia de la universidad ocurrió justamente el año de fundación del STEUS, cuando, en busca de su reconocimiento y legitimación frente a las autoridades de la universidad, recurrió a una huelga que duró 92 días. En 2009 también recurrió a la huelga para mejora de los salarios de los trabajadores y se prolongó por 57 días. Pero la de este 2014 la superó con 68. En todos los casos, las causas del empleo del recurso de la huelga han sido una mezcla de demandas de incremento salarial y mejoras laborales para los trabajadores, con presiones políticas para fortalecer al STEUS como un actor central en la gobernabilidad institucional.
Amigos y colegas como Raúl Rodríguez, académico destacado de esa gran universidad norteña, compartieron en las últimas semanas sus preocupaciones e inquietudes sobre la interpretación de la huelga a varios de los que estamos empeñados en comprender desde hace tiempo los problemas de autoridad y gobernabilidad de las universidades públicas en México. Iniciada como un acto rutinario de negociación del incremento salarial anual y de diversas prestaciones asociadas al trabajo administrativo, la relación entre la rectoría de la UNISON y los dirigentes sindicales del STEUS fueron rotas casi desde el principio, cuando el rector expresó su decisión de “dar una lección al sindicato y al sindicalismo universitario nacional”, como precedente de un nuevo esquema de relaciones políticas con los dirigentes laborales. La reacción fue el estallamiento de la huelga el 28 de febrero pasado, en pleno ciclo escolar, y la parálisis total de las actividades institucionales durante más de dos meses.
La interpretación de la realidad se parece, a veces, a la interpretación de los sueños, diría Freud. Y en este caso, la huelga universitaria sonorense se movió en estos dos planos. De un lado, el paro colocó a la universidad en un típico escenario de ingobernabilidad, el peor de los mundos posibles no solamente para las autoridades universitarias y sus comunidades estudiantiles y magisteriales, sino también para el gobierno estatal. Pero del otro, lado, los sueños del poder universitarios también se convirtieron en las pesadillas de los involucrados. De un lado, el riesgo de fractura al interior del sindicalismo universitario, y el aislamiento de los trabajadores administrativos respecto de los académicos y de los estudiantes universitarios y sus familias. Del otro, la mala imagen pública del rector y sus asesores, el cuestionamiento de su capacidad política para solucionar sus conflictos. Más allá, la indolencia del gobierno estatal y de las autoridades federales a lo largo del conflicto.
El tema de fondo no es sólo una actitud autoritaria de la rectoría sonorense y un sindicalismo incapaz de negociar una salida decorosa a la huelga. El asunto clave es el silencio local y nacional sobre un conflicto tan prolongado y de costos institucionales tan altos. Ese silencio no fue solo de los medios, sino también de las autoridades del gobierno estatal y del gobierno federal. Y fue la intervención de un actor externo (La Junta local de conciliación y arbitraje), lo que provocó el fin de la huelga, al ordenar tanto al sindicato como a la rectoría a poner fin al paro, lo que hicieron justamente el pasado jueves 8 de mayo.
Las lecciones del conflicto son confusas. De un lado, es el fracaso de la política como instrumento y como práctica de las relaciones entre los universitarios. Del otro, el problema del poder y de la autoridad en la universidad, donde el rector se asume como el patrón-empresario de las relaciones, y que mira en el sindicalismo universitario una amenaza institucional, un actor al que hay que dar lecciones y reprimendas. Más allá, un sindicalismo aislado, incapaz de generar alianzas y coaliciones que permitan defender sus intereses gremiales y laborales, y que debilita su posición como pieza clave de la gobernabilidad institucional.
Pero la lección más importante es la confirmación del tufillo anti-sindical como signo de la época, una condena política e ideológica a las organizaciones sindicales, que se expresa de manera abierta o velada en medios, analistas, empresarios y funcionarios públicos. Aunque no es menor el descrédito que las burocracias y dirigentes sindicales han acumulado sobre las organizaciones de los trabajadores, las críticas y diatribas contra el sindicalismo forman ya parte de los prejuicios ideológicos de no pocos sectores de la opinión pública mexicana, y acumulan detrás de sí posiciones políticas que desde la derecha e incluso de la izquierda miran en los sindicatos universitarios grupos de poder ilegítimos, espurios, que son incompatibles con la “esencia académica” universitaria. La huelga universitaria sonorense permite apreciar no solamente los prejuicios conservadores contra los sindicatos, sino también los fierros oxidados de la maquinaria sindical y su papel en la gobernabilidad de las universidades públicas.

Tuesday, May 13, 2014

Efectos especiales

Estación de paso
Efectos especiales
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 8 de mayo de 2014.
Muchas de las cosas que caracterizan la vida pública mexicana contemporánea descansan en una buena colección de imágenes y efectos especiales. Algunos son más sofisticados que otros, pero en la república de los medios, de la publicidad y de los políticos, son recursos habituales de la comunicación política y mercadológica contemporánea, algo que desde los tiempos de Groucho Marx fue advertido como una suerte de alucinación colectiva, el embrujo de fantasías más o menos sofisticadas para transformar la realidad por ciertos trucos de imágenes y del lenguaje.
Como se sabe, los efectos especiales se iniciaron en el cine y hoy acompañan a buena parte de las películas norteamericanas, y su uso se ha extendido rápidamente como recurso de atracción de casi cualquier producción cinematográfica que aspire a tener algún impacto en la taquilla. Dichos efectos son irreales, ficticios, a veces más sofisticados unos que otros, pero que intentan hacer explícitos los comportamientos de actores, actrices y situaciones, algo que el escritor David Foster Wallace denominó con malignidad el “Porno de los Efectos Especiales”, bajo el argumento de que, si se sustituyen los efectos especiales por contactos sexuales, “los paralelismos entre ambos géneros” –el porno y las películas de acción- “se vuelven tan evidentes que resultan inquietantes” (David Foster Wallace, En cuerpo y en lo otro, Mondadori, Barcelona, 2013, p.173). El poder principal de los efectos especiales es el de saturar de imágenes ficticias, virtuales o semi-reales, las “puertas de la percepción”, como se llamaba aquel librito de Aldous Huxley que inspiró a Jim Morrison y a Ray Manzarek a formar un grupo a finales de los años sesenta: The Doors.
El traslado de estos efectos especiales a la vida política y social se ha intensificado en los últimos 25 o 30 años, con la revolución tecnológica y el advenimiento de la sociedad de la información y del conocimiento. La vida social moderna es una “acumulación de espectáculos” escribió hace tiempo Guy Debord al calor del mayo francés, en 1968, y la experiencia de lo social se transforma en formas espectaculares de representación de la realidad. En política, las representaciones y los efectos especiales acompañan el espectáculo político, que tiene que ver con slogans y frases de campaña, la promoción de las obras de gobierno, o con el tratamiento de los temas públicos más importantes de la temporada. Es frecuente ver en alguna campaña publicitaria del gobierno que el crimen organizado bajó en un 2.3%, que los incendios forestales se incrementaron en un 4.2%, que el suministro de agua se ha mejorado en un 6.7%. En el reciente referéndum que organizó el gobierno municipal de Tlajomulco, en Jalisco, para refrendar o interrumpir el gobierno de su presidente, se dice que el 90% de los participantes votaron por la continuación de su mandato. Las reformas estructurales que anuncia y promociona el gobierno federal prometen bienestar social, mejoría general, reducción de gastos para los ciudadanos, mejores finanzas públicas, mientras que por otro lado se enfatiza el hecho de que ha disminuido en un 20% el índice de delincuencia asociada al narcotráfico, de que tenemos algunas decenas de muertos menos que hace dos años, que el gobierno le está ganando la batalla al narcotráfico.
Estas cifras y afirmaciones habitan el cielo cotidiano de la vida pública mexicana. Están escondidos bajo el ampuloso y extraño lenguaje de las estadísticas y de los indicadores, una narrativa política hecha de datos más que de ideas, de certezas y convicciones más que de interpretaciones y resultados. Y es una narrativa que también se extiende a los medios y entre algunos sectores de ciudadanos. La impresión es que el manejo de tasas, índices y datos comparativos aseguran la objetividad de la información, la claridad de los dichos, la contundencia de los hechos. Es un lenguaje común, que ha atrapado la atención, los modos y los reflejos de la comunicación política. Es la representación de la realidad del espectáculo político y de las políticas públicas.
La magia de los números y de los porcentajes, que frecuentemente va acompañada de gráficos y tablas comparativas, forma parte de esa política de los efectos especiales. Es decir, es una forma para tratar de explicar la realidad con números. Las frases “lo que dicen los datos duros” o “las cifras no mienten” suelen acompañar estos ejercicios. El resultado es entonces curioso. No se trata de avanzar con cautela en las posibles descripciones y explicaciones sobre fenómenos específicos, o de declarar la ignorancia franca sobre numerosos asuntos públicos, sino de que se sustituyen con una marea de datos, cifras, estadísticas y correlaciones entre variables para explicar lo que sucede “realmente” en la vida pública.
Bien visto, esa tendencia a sustituir la realidad por estadísticas forma parte irremediable de los efectos especiales de la vida pública, de la política y del mercado. Más que analizar la complejidad de las prácticas humanas lo que importa hoy es conocer sus tendencias, su dispersión, su grado de significación estadística. Es la sociedad del espectáculo representada por el imperio de los números. Y ello es la confirmación de que la construcción de efectos especiales se ha convertido no en una cuestión técnica, sino, ante todo en una nueva religión, con sus sacerdotes, sus sacerdotisas, sus rituales y sus fieles. Es lo que pensadores como John Gray han denominado desde hace tiempo como parte de la “misa negra” de la modernidad occidental del siglo XXI.