Monday, October 08, 2007

Cartas del irlandñes errante. Nexos 358

Van Morrison: cartas del irlandés errante

Adrián Acosta Silva

El León de Belfast es todo un icono del rock contemporáneo. Instalado desde hace muchos años en la categoría de clásico a pesar de sus propias y documentadas reservas, Morrison articuló sobre todo desde su Astral Weeks (1968) un estilo que lo diferenció claramente de otros clásicos de su generación y posteriores. Alimentado generosamente por el blues y el jazz, el funk y las baladas románticas, el Dr. Spin del rock angloparlante marcó su territorio, sus influencias y sus rutas sonoras, situadas en el eclecticismo musical más deslumbrante y descarado. Hombre del renacimiento, ha visitado ávidamente los territorios de la literatura, el cine y la poesía, se sumergió por algún tiempo en el misticismo religioso, creyó como pocos en los secretos de la “cienciología” (la que abandonó casi de inmediato), ha manifestado en más de una ocasión sus fobias contra la política, pero también ha sido generoso y solidario con sus compañeros de profesión, con sus compatriotas irlandeses, con sus amigos ingleses y norteamericanos. Inspirado por el cine e inspirador del mismo, Van the Man ha influido de manera significativa en la estética del rock y de varios de sus afluentes, logrando construir disco a disco una obra perdurable y entrañable, hermosa, profunda y sólida. At the Movies, y The Best of Van Morrison. Volume 3 , ambos editados por su casa editora (Exile Records), en este 2007, reúnen parte de la trayectoria de casi cuatro décadas del autor de clásicos rockanroleros como Brown Eyed Girl, Gloria, Wild Night, o Moondance.

At the Movies es un disco que registra la mutua influencia entre Morrison y el cine, sus inspiraciones recíprocas, sus guiños y encuentros. Es una historia en que directores de cine como Martin Scorsese o Wim Wenders, han encontrado el sonido exacto para el desarrollo de sus trabajos cinematográficos. Como dijo alguna vez el propio Wenders: “No conozco ningún otro tipo de música que sea más lúcida o que se pueda sentir, escuchar, ver, tocar o experimentar de una forma más intensa que la de Van Morrison. No se trata de instantes, sino de extensos períodos de experiencia que transmiten la sensación de lo que podrían ser las películas: una forma de percepción que ya no se estrella a ciegas con los significados y las definiciones, sino que cae en poder de los sentidos y va creciendo hasta que algo se vuelve completamente indescriptible” (Citado por Eduardo Jorda en Van Morrison, Cátedra, 1990, Madrid). Y el soundtracking de sus imágenes representa siempre un elemento central para imprimir fuerza y sentido a una escena, a una historia, o a un argumento. 19 piezas componen el disco, desde las más conocidas como Caravan, Real, Real Gone o Bright Side of the Road, hasta un dúo con Roger Waters, interpretando Comfortably Numb, una de las rolas maestras de Pink Floyd.

El Volumen III de The Best of…-que fue antecedido en 1990 por el Vol. I y en 1993 por el II-, reúne canciones de los 11 discos grabados en el período 1993-2005, un período, digamos, de madurez y reafirmación del estilo deslumbrante del músico irlandés. En este volumen se concentran 31 canciones distribuidas en 2 discos en que se encuentran colaboraciones con Tom Jones, con John Lee Hooker, Georgie Fame, The Chieftans, Ray Charles o con B.B. King. Combinando presentaciones de estudio con sesiones en vivo, jam-sessions y recitales solitarios, el disco es una remembranza en varios tonos de canciones como Gloria, Centerpiece, The Healing Game, Tupelo Honey, Crazy Love o Early in the Morning. Si es cierto aquello de que sus canciones son como cartas dirigidas a sus amigos lejanos, que cuentan historias cotidianas con el tono de pequeñas hazañas de los hombres y mujeres comunes, aquí suenan como relatos reposados, nostálgicos, invocados a ritmo de godspell, blues y jazz. El indescifrable sonido Morrison se muestra aquí a plenitud, con la experiencia, exactitud y perfección que sólo sus 62 años proporcionan al gran trashumante irlandés.

Cuando hace algunos meses, Edmundo Armenta, buen amigo sonorense, me regaló en Hermosillo un cd en formato mp3 conteniendo toda la obra de Morrison desde 1968 hasta el 2003 (525 canciones en total), me pareció un arrebato de locura pasional, una muestra de fanatismo casi religioso, un acto de desesperación. He aquí la obra de un místico, dije. Hoy, luego de oírlo pacientemente durante varias semanas, y después de escuchar con fervor futbolero los dos discos que aquí se comentan, he llegado a la conclusión de que la música de Morrison es la prueba fehaciente de que Dios existe, y que se alimenta de las acciones de los infieles, los pecadores y los bastardos. El que no lo crea, que escuche, por piedad, al gran Morrison, acompañado por la lluvia bajo el cielo plomizo mexicano, bien resguardado con un Buchanan´s en las rocas, un Tesoro de Don Felipe (reposado, por supuesto), o una simple, breve y humilde cerveza absolutamente helada. El efecto será, probablemente, el de escuchar el “desarticulado discurso del corazón” del que hablaba hace algunos años el veterano músico irlandés. Salud.

Roberto Miranda, Público, 6 octubre 07

Estación de paso

Roberto Miranda Guerrero


Para Ángeles y Priscilla

El sábado pasado falleció Roberto Miranda Guerrero. Profesor-investigador de tiempo completo del CUCEA de la Universidad de Guadalajara, economista y doctor en ciencias sociales por el CIESAS-Occidente, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Roberto tuvo una muerte prematura y fulminante (acababa de cumplir 44 años). Un ataque al corazón segó su vida.

Para quienes le conocimos, Roberto fue un amigo y colega afectuoso, un académico responsable, un profesor muy querido por sus alumnos, y un investigador brillante, puntilloso, crítico. Su humor ácido, su sarcasmo ilustrado, casi siempre eran acompañados por unas carcajadas legendarias en el CUCEA , que se podían escuchar en varios kilómetros a la redonda. Su seriedad académica era también la de un hombre inteligente, es decir, una seriedad acompañada por el humor, la ironía y la risa franca. Muchos nos beneficiamos de sus comentarios, de sus opiniones, de sus reservas y preocupaciones, aunque también, como toda amistad que se respete, nos unían nuestras diferencias, que discutíamos cotidianamente frente a una taza de café, o algún viernes por la tarde con la compañía de unas cervezas heladas en El Campesino, una conocida sala de seminarios disfrazada de cantina.

Roberto produjo intensamente en los últimos años. Experto en historia y pensamiento económico, dedicó los últimos años sus energías a estudiar la educación superior, a los jóvenes, al profesorado y a la cultura de los universitarios. Publicó tres libros como autor, una docena de capítulos de libros colectivos, coordinó varios más, escribió muchos artículos y ensayos en revistas especializadas. Impartió clases en posgrado y pregrado en toda la Universidad, y participó en innumerables eventos académicos, dirigió y fue lector de muchas tesis, siempre animó a los estudiantes a leer, a ser más exigentes consigo mismos. Fue un hombre público (consejero académico en el CUCEA y consejero distrital del IFE) y un académico brillante, y los mejores años de su vida estaban por venir. Lector voraz, transitaba por la curva de máxima productividad académica, que también fue acompañada de una gran madurez intelectual y vital. Muchos proyectos individuales y colectivos quedaron inconclusos, pero las luces que encendió el buen Roberto animarán durante un buen trecho las labores académicas del CUCEA y de la universidad.

La muerte lo sorprendió, nos sorprendió, luego de jugar un partido de fútbol, una de sus grandes aficiones y pasiones vitales. Su generosidad y cordialidad se quedan con nosotros, y su recuerdo, sus afectos, su presencia, con Ángeles y Priscilla. Ante los trances que nos tocó sobre la muerte de amigos y conocidos, nos gustaba recordar una frase de Antonio Machado sobre el amor, que aplicábamos también ante la muerte: tiene explicación, lo que no tiene es remedio. Y siempre recordamos el epígrafe que aparece en Por quién doblan las campanas, de Hemingway, justo donde escribió el poeta inglés John Donne: nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti. Las campanas no tañen por nuestro querido Roberto. Las campanas doblan por nosotros. Por todos nosotros.

Wednesday, September 26, 2007

La era de la confusión. Público, 22-09-07

Estación de paso

La era de la confusión

Adrián Acosta Silva

La política es, ha sido siempre, un asunto de iniciados. Todos participamos de ella, ya sea por sus efectos, ya sea por sus omisiones, casi siempre porque en el fondo se esperan demasiadas cosas de ella. Pero pocos se dedican profesionalmente a la política. La “clase política” es una minoría consistente, que participa directamente en las decisiones, en la elaboración de proyectos, en el debate público, en arreglos privados o en negociaciones secretas. La política es quizá por ello una actividad aburrida, incomprensible y críptica, pero que resulta una droga dura para muchos, un afrodisíaco para otros, una infamia para la mayoría. Bajo su apariencia más bien sombría, la política puede en ocasiones ser un arte, en otras una artesanía local y exótica, casi siempre una hechura extraña moldeada a base de intereses, deseos y ambiciones, cocida bajo el fuego lento de la incertidumbre. La geometría o la filosofía política no sirven demasiado para explicar comportamientos, conflictos y confusiones entre partidos, camarillas y tribus políticas. No explican porqué en un mismo partido, coalición o secta coexistan posiciones opuestas sobre los mismo temas, o porqué algunos practican alegremente el viejo deporte de los alianzas inconfesables, las afinidades electivas abiertas, o los bloqueos francos a iniciativas de sus propios correligionarios, compañeros de ruta o amigos ocasionales.

La imagen del político mexicano contemporáneo es por ello una imagen desteñida, grisácea, en ocasiones francamente oscura. La obsesión transicional mexicana llevó bajo el brazo la ilusión, o la certeza, de que la política sería en adelante democrática y por consiguiente más responsable, más buena, una mejor política que la de los años largos y siniestros del autoritarismo mexicano. Y por ello los políticos profesionales, partidistas, que surgieron de procesos electorales más competidos y equitativos que antaño, se presentan a sí mismos como mejores políticos que los de la era predemocrática mexicana: una ilusión a modo

Pero la otra imagen dominante de la temporada es la que presenta a la franja no-partidaria de la sociedad mexicana como la verdadera salvación, la auténtica alternativa a la “dictadura de los partidos”, a la partidocracia, al “despotismo ilustrado” que ejerce la clase política mexicana. Es la vieja ilusión de la sociedad civil buena, impoluta y virtuosa, donde lo mismo caben ONG´s, grupos revolucionarios, grupos de presión, curas y sacerdotes, o empresarios y opinadores de medios masivos de comunicación que, invocando a la santa figura de la ciudadanización, ahora claman por la libertad de expresión (que en sus términos significa más precisamente libertad de contratación publicitaria). De eso está hecho nuestro tiempo: de ilusiones y confusiones, de monedas falsas y morralla demagógica, bajo la apariencia engañosa de que lo que está en juego es La Democracia, la verdadera, genuina y única forma de gobierno que puede hacernos felices a (casi) todos. Ese juego de espejos domina el presente político mexicano, sin que nadie, o casi nadie, repare en que cualquier forma de organización de intereses es la forma embrionaria de un partido político, aunque nadie se digne llamarle con ese nombre. Prejuicios nominalistas, qué le vamos a hacer.

Tuesday, September 11, 2007

Gobernabilidad democrática en México

Gobernabilidad democrática: las palabras y las cosas (Nexos 357, 09-2007)

Adrián Acosta Silva


Desde hace tiempo, el fantasma de la gobernabilidad democrática recorre las calles, oficinas y pasillos de la política mexicana y latinoamericana. Más allá de las añejas confusiones, delicadezas o precisiones conceptuales propias del término de “gobernabilidad” (que con frecuencia alude a problemas de la estabilidad y eficacia política, de gobierno, gobernación o gobernanza de las sociedades contemporáneas), lo cierto es que hasta ahora hemos alcanzado una democracia de baja densidad e intensidad, esencialmente improductiva y con dificultades para construir capacidades institucionales que traduzcan una forma deseable de gobierno en patrones crecientes de bienestar colectivo y de disminución de la desigualdad social. El malestar o la insatisfacción con la democracia es un hecho comprobado en América Latina: encuestas, estudios de opinión, entrevistas, manifestaciones varias, documentan esa sensación de frustración que recorre desde hace tiempo a la región. Como en otros tiempos y con otros actores y humores, ese malestar tiene cierto aire de familia con la legendaria desconfianza de los ciudadanos hacia la política y los políticos, con las reservas morales del tratamiento con el gobierno y con las instituciones, y con el imaginario que las propias elites gobernantes poseen en relación sus gobernados. La gobernabilidad democrática revive, a tono con el clima del siglo XXI, esos viejos fantasmas decimonónicos nacionales.

El Banco Mundial, como antes lo han hecho otros organismos internacionales como el BID (2006) o el PNUD (2004) , ha colocado la atención en este tema, y ha publicado recientemente Gobernabilidad democrática en México: más allá de la captura del Estado y la polarización social (BM, México, 2007, 119 págs.). Es un texto que intenta descifrar las razones que explican cómo la fragilidad de las democracias de la región se traduce en baja eficacia institucional y un mantenido escepticismo social en torno a sus potencialidades benefactoras. El argumento central del texto es que “México está en la posición adecuada para comenzar su segunda transición hacia una gobernabilidad democrática efectiva” (las cursivas son mías). Bajo esta perspectiva, el reporte se centra por un lado en el diagnóstico que sustenta el argumento y, por el otro, la formulación de propuestas para avanzar en la construcción de una gobernabilidad democrática. Examinaremos brevemente los rasgos principales del libro, con la certeza de que es un documento que vale la pena discutir y debatir.

El diagnóstico

El punto de partida del documento es el reconocimiento de los avances en la transición a la democracia que se han observado en México desde hace tres décadas. El incremento en la competitividad electoral, la creación de un sistema de partidos, el funcionamiento de una institución electoral confiable (pese a los cuestionamientos del año pasado), significan pasos importante en la construcción de la democracia mexicana. Ello no obstante, se señala también que estos avances han producido efectos muy débiles en la calidad de las políticas públicas dirigidas a elevar el bienestar colectivo y fortalecer la confianza en la autoridad pública. Cuatro son los elementos que, me parece, sustentan el diagnóstico.

1. La colonización del Estado.
2. La debilidad estatal para suministrar bienes públicos.
3. La escasa rendición de cuentas electoral en la política mexicana
4. La percepción de desigualdad que genera polarización social.

1. La colonización del Estado. Una buena parte del texto se dedica a enfatizar cómo los grupos de presión y de interés (sindicales y empresariales, principalmente), han capturado zonas más o menos extensas de las políticas públicas, beneficiando con ello sus intereses particulares por sobre los de los ciudadanos comunes, no organizados ni interesados en promover intereses específicos ni en la movilización. Esto fue producto del esquema de dominio posrevolucionario en la que el corporativismo y el autoritarismo fueron de la mano. “El arreglo político resultante” –se afirma en el texto- “llevó a que un número reducido de grupos privilegiados, como las empresas nacionales que se beneficiaban de la protección y los subsidios del estado y los grupos obreros corporativistas que operaban como control monopólico sobre los sectores obreros, extraían rentas del estado a cambio de apoyo y lealtad al sistema” (p.9).
2. Debilidad estatal y bienes públicos. Esta colonización del estado tiene efectos directos e indirectos en la capacidad estatal para producir y distribuir bienes públicos. Al favorecer los intereses de los grupos empresariales o burocracias sindicales que cabildean con el ejecutivo o con los legisladores a escala federal o estatal, los recursos públicos que contemplan las políticas públicas, tienden a favorecer tendencias monopólicas o corporativistas, en detrimento de las pequeñas y medianas empresas, productores del campo o el sectores no organizados ni corporativos del sistema de representación política del régimen.
3. Rendición de cuentas electoral. En el reporte se apunta como un problema de la democracia mexicana la ausencia de estructuras e incentivos en la rendición de cuentas por parte de los políticos y de sus organizaciones. En específico, se sugiere que existe cierta relación entre la prohibición de reelección inmediata de puestos de elección popular (en particular de los congresistas) con la debilidad en la rendición de cuentas de su desempeño político. En un contexto de incremento en la competencia electoral, esa restricción se ha convertido en un obstáculo para que los representantes populares se comprometan con un desempeño efectivo y responsable que garantice la posibilidad de su reelección inmediata. En otras palabras, no existen incentivos institucionales para que los políticos mejoren su rendimiento ante los electores.
4. Desigualdad económica y polarización social. “La alta concentración de la riqueza y el poder en una reducida elite económica contribuyen a crear una percepción de desigualdad entre los segmentos menos privilegiados de la sociedad” (p.59). En este pasaje (que corresponde al capítulo 3 del libro), se encuentra un análisis interesante en el cual se identifica al patrón de concentración de riqueza y la producción de multimillonarios en México, que se debe más a “conexiones políticas y acceso privilegiado a los mercados” y no por “la innovación y el esfuerzo competitivo que se asocian con el crecimiento”. La conclusión es demoledora pero definitivamente clásica: “la concentración de la riqueza obstaculiza la competitividad y el crecimiento en la economía” (56-57).

Estos elementos ofrecen una perspectiva donde se supone que la ausencia o debilidad de incentivos para producir reformas y transformaciones institucionales que vinculen la política con la economía y la sociedad, explican el tamaño de los desafíos que se deben enfrentar para superar las fallas de una economía que no distribuye, un Estado que no regula, y un régimen político que no se consolida. En otras palabras, la clásica y vieja tensión entre capitalismo y democracia, reactivada en términos de un entorno de rezagos, contradicciones e incapacidades del México del siglo XXI.

Las propuestas

Si la perspectiva del diagnóstico es una mezcla entre enfoques de rational choice y neoinstitucionalismo político, lo que se desprende es un conjunto de propuestas generales que permitan teóricamente fortalecer capacidades institucionales a través de incentivos a la acción y al compromiso de los actores con la efectividad de las políticas públicas. Para ello se proponen medidas como las siguientes:

-Eliminar los límites de reelección para los representantes electos. El razonamiento es que esa restricción impide un mayor compromiso de los representantes políticos para un mejor desempeño frente a los ciudadanos, particularmente en el caso de los diputados y senadores. Por ello se afirma que “la eliminación de la regla actual que prohíbe la reelección inmediata de legisladores traería consigo otros beneficios, como una mayor probabilidad de profesionalización legislativa” (p. 99).

-No emprender macroreformas político-electorales. Frente a la tentación de avanzar hacia una reforma general del sistema político electoral mexicano, el reporte aconseja prudencia, y sugiere no emprender nuevas reformas al sistema electoral en este momento, enfatizando mantener la fórmula mixta de representación. Tampoco aparece como importante la propuesta de creación de figuras como primer ministro, pues se afirma que dicho tipo de reformas “no tendrían impactos significativos en las relaciones entre electores y políticas” (101).

-Fortalecer instituciones reguladoras y avanzar en la reforma fiscal para combatir la pobreza y la polarización. Para “moderar el impacto político de la pobreza y la polarización”, en el texto se propone fortalecer las instituciones públicas independientes, desde el Poder Judicial hasta el servicio civil de carrera o instancias reguladores como el IFE, el Tribunal Electoral Federal, y el Banco central. Además, sugiere establecer políticas de compensación fiscal para las regiones más pobres de l país, ajustes al federalismo fiscal, y “vigilancia de la sociedad civil en el ámbito del cumplimiento de las promesas particularistas hechas por los políticos” (107).

Las preguntas

1. ¿Que significa exactamente una “segunda transición hacia una gobernabilidad democrática efectiva”? Nunca es contundente ni explícita la afirmación que sustenta el argumento central del texto y eso puede llevar a la especulación y a problemas de interpretación a los lectores. Se puede suponer que los autores del reporte se refieren al hecho de que tener una democracia no significa gobernar democráticamente, como insistieron desde la izquierda varias voces a finales del siglo pasado. Pero también se puede especular que detrás de la idea de la “segunda transición” existe cierta noción de “cosmopolitismo democrático” que recomienda aprender a conducir con eficacia, estabilidad y legitimidad la nave democrática, para resolver los problemas de desigualdad social crónica, ineficiencia económica y baja competitividad el entorno socioeconómico de la política democrática.

El problema es que, más allá de la debilidad de una visión teleológica (secuencial o episódica) de una trayectoria que implica la concepción “generacional” del cambio político mexicano, lo que se observa es la ausencia de un balance puntual de lo que ha significado la transición mexicana en por lo menos dos aspectos: a) la pérdida de las capacidades políticas y cohesivas del estado mexicano, y b) la fragilidad del patrón de estructuración y representación política de los ciudadanos bajo el sistema de partidos. En estas dos cuestiones descansa, quizá, la explicación de las tensiones que hoy atraviesan la relación entre economía y política en la democracia mexicana realmente existente.

2. En términos estrictamente políticos, la propuesta es avanzar hacia una modificación ligera de los procedimientos electorales y en la reiteración de un tema antiguo y complejo: la reforma fiscal y hacendaria. Ambos procedimientos, desde la perspectiva del reporte, apuntan hacia un modelo político dirigido a fortalecer la confianza de los ciudadanos en las autoridades y en la política y en las políticas públicas. La eliminación de la restricción de la reelección inmediata de los diputados y senadores de la república, una propuesta que desde hace tiempo ronda en las cabezas y corazones de varios analistas y políticos nacionales como una de las primeras medidas para profesionalizar el quehacer político de los partidos, es retomada como una de las medidas factibles e indispensables para incrementar el desempeño de los políticos electos. Sin embargo, el riesgo mayor es que en un contexto de desigualdad socioeconómica y política en la representación y organización política de las regiones y de las localidades, esa medida pudiera reforzar no solamente cacicazgos y prácticas prebendarias locales, que se cobijan desde hace tiempo en los diversos formatos partidistas, sino que también podría adquirir carta de naturaleza un neo-clientelismo partidista tendencialmente depredador de las propias instituciones democráticas.

3. Bien visto, como se apuntó más arriba, lo que ofrece este texto es una re-visitación a los viejos problemas de relación entre el capitalismo y la democracia en las sociedades latinoamericanas. La lógica de un capitalismo excluyente en términos de producción y distribución de la riqueza, y de un régimen político –la democracia- que intenta normar y hacer efectivas sus capacidades de regulación de las tensiones que generan las economías de mercado, está en el fondo de los problemas de “nueva generación” de la vida política de la región. Con todo, el enfoque en torno a la efectividad de las políticas públicas y las reformas necesarias para garantizar legitimidad, estabilidad y eficacia de la democracia mexicana, abre de nueva cuenta la discusión en torno a los límites de la política y de la democracia en los contextos locales y nacionales. En ese contexto, el libro
organiza las propuestas, digamos, conservadoras, que dominan el clima ideológico de nuestras elites desde hace tiempo.

4. Desde mi punto de vista, en el reporte se encuentra intocado el tema mismo de la representación y la intermediación política en el nuevo contexto mexicano, que es quizá el tema mayor del cambio político mexicano. Al considerar al corporativismo sindical y empresarial como uno de los lastres mayores del viejo régimen, y al ofrecer a cambio la imagen de la ciudadanía como moneda de cambio de la nueva democracia mexicana, lo que tenemos es una visión idealizada donde un sistema de bienestar provee de servicios a sus clientes a través de eficientes paquetes de políticas públicas. No hay una discusión seria del problema del estado y de las mediaciones políticas que no solamente sirven para proveer servicios y bienes públicos, sino también para estructurar un orden político que asegure cohesión y estabilidad a la vida social. Frente a la colonización del estado y la polarización social, la universalización del bienestar social es el desafío mayor. Y esa universalización sólo puede ser posible en la medida en que el estado sea capaz de regular la economía y la política desde una perspectiva institucional y nacional, asumiendo la complejidad que esa perspectiva tiene hoy en el contexto internacional.

Los imperdonables

Estación de paso (Público-Milenio, 8/09/07)

Los imperdonables


Adrián Acosta Silva

Montreal, Canadá. A la distancia, lo que se puede observar en México es que mientras que la discusión para las reformas electoral y fiscal está en la recta final, los partidos y los congresistas han colocado nuevamente sobre el territorio siempre movedizo de la realidad los límites de hierro de la política. Aunque sean harinas de diferentes costales, los dos temas mayores de la temporada mantienen vínculos reales o imaginarios difíciles de separar. Y ambos muestran con la grisura habitual el hecho de que la política posee, en ocasiones, la flexibilidad del mármol.

El asunto de la reforma electoral se ha concentrado como era de esperarse en el tema de los consejeros electorales, y rápidamente se condensa en una disyuntiva dicotómica, emocionante y taquillera: se quedan o se van. Empujada por el PRD desde hace un año, la propuesta de la remoción de los consejeros generales del IFE ha estado teñida de un ánimo vengativo inocultable, en el que esos funcionarios aparecen como los imperdonables del drama electoral del ano pasado, a la luz de los errores e insuficiencias que en el 2006 propiciaron o cometieron el propio Consejo General y su Presidente. EL PRI, por su parte, ha aceptado avanzar en la reestructuración de la normatividad electoral y propuesto la remoción escalonada de los consejeros, mientras que el PAN acepta esta última opción pero una vez que concluya el período en que fueron designados los consejeros es decir, a partir del 2010.

En cualquier caso, los vientos no son favorables para el Consejo General del IFE, y el escenario es ominoso para sus integrantes y también para la institucionalidad electoral que hemos construido con paciencia y eficiencia a lo largo de los últimos años. Y aquí se juegan dos opciones mayores, como ya se sabe. Una es la remoción individual o en paquete de los consejeros, mediante una vía “suave” (la reforma al IFE) o una “dura” (mediante juicio político). La otra es la renuncia voluntaria de sus integrantes, en un acto de responsabilidad, digamos, republicana. Una implicaría potencialmente la violación a la legalidad electoral y constitucional, y quizá tendría efectos ominosos en el futuro electoral, a pesar de las promesas y cálculos de una democracia mejor, mas barata y eficiente. La otra, el reconocimiento de que realistamente no es posible jugar el papel del árbitro cuando uno de los jugadores le escupe a la cara todos los días en (casi) todo escenario. Cualquiera de las dos opciones debilita la confianza en el proceso electoral, en los árbitros, y acumula o confirma déficits de credibilidad por el lado de los jugadores, es decir, de los partidos políticos. En esas condiciones, la salida es por cualquier lado, mala y pobre, por lo menos en el corto plazo. Y, ya se sabe, la política -como la vida conyugal, el box o el futbol- siempre se juega en el corto plazo.

Thursday, August 23, 2007

Calvino en bicicleta

Estación de paso

Calvino en bicicleta

Adrián Acosta Silva

La imagen del gran escritor italiano es justamente esa: montado en una bicicleta, mirando hacia la lente, con los pies en el aire y las manos firmemente asidas al manubrio. Es la portada de una colección de escritos suyos publicados o pronunciados en distintos medios y lugares entre 1952 y 1985, reunidos en Mundo escrito y no escrito (Siruela, 2006). La escritura precisa del autor de Las ciudades invisibles, estimula la atención por los detalles y las cosas cotidianas, la reflexión sobre los problemas del escritor y el mundo que le rodea, la tensión esencial entre literatura y realidad, sus vínculos discretos, sus conflictos, sus misterios e imposibilidades.

Pero la lectura de los textos calvinistas representa también la oportunidad para colocar bajo resguardo un par de viejas certezas y colocar la mirada en la perspectiva que sugiere el autor: referir al “mundo no escrito” escribiéndolo, justamente. Es decir, reconocer que la descripción, ese viejo y olvidado arte, es el principio de todas las cosas que unen al lenguaje con el conocimiento y, probablemente, con la acción. Esta perspectiva desafía, entre otras cosas, aquella onceava tesis sobre Feuerbach que escribió Marx, y que algunos aprendimos a recitar de memoria para no olvidar nuestra misión en el mundo político visto desde la izquierda: “Hasta ahora, los filósofos se han dedicado a interpretar al mundo; de lo que se trata es de transformarlo”. Describir e interpretar antes que transformar: ese es el desafío calvinista.

Calvino posa su mirada sobre figuras, imágenes, libros y autores. La materia prima de sus escritos la constituye la interpretación de sensaciones, fantasmas, frustraciones y deseos. En “Los buenos propósitos”, por ejemplo, la figura de El Buen Lector describe la fantasía acerca del momento en que un hombre decide tomar unas vacaciones para leer aquellos libros que ha acumulado en su biblioteca personal y que desea leer, pero al que el azar le arrebata la posibilidad de dedicarse solamente a la lectura. Eso lo hace formular el propósito firme de que en las próximas vacaciones ahora sí lo podrá hacer. Ese es, justamente, el Buen Lector: el que busca y aspira a la lectura, aunque nunca logra cumplir sus propósitos.

El buen lector que fue Calvino puso también la atención sobre las discusiones y hallazgos científicos. Al reseñar y comentar la obra “Perturbar al universo” del científico inglés Freeman Dyson, el escritor italiano transmite su asombro y emoción por el razonamiento lógico de un científico que se inicia y termina con una moralidad consistente con la reflexión científica. Y se maravilla al encontrar una cita que Dyson atribuye a Einstein: “Se puede afirmar que el eterno misterio del mundo es su comprensibilidad”

Mundo escrito y no escrito es un inventario pero también una hoja de ruta. Son las notas de un autor cuya curiosidad y lucidez gobiernan sus percepciones, sensaciones y reflexiones. Frente al vértigo de los tiempos que corren, es bueno recordar a Calvino, ese italiano que recorrió el siglo XX montado en una bicicleta.

En defensa propia (Nexos, 356)

En defensa propia

Adrián Acosta Silva


Las tormentas del verano humedecieron el perfil firmemente barroco de nuestra agitada vida pública. Asuntos como la iniciativa de reforma fiscal presentada por el ejecutivo y sus variadas reacciones políticas, las encrucijadas y desafíos del PRD, el adiós a Tony Blair como Primer Ministro de la Gran Bretaña, y los recordatorios de fuego de que el Ejército Popular Revolucionario aún vive por ahí, habitan parte de la agenda plástica de nuestra vida pública en tiempos nublados. Variadas lógicas, cálculos y razonamientos de los actores políticos se entrecruzan en el campo generalmente fangoso de nuestras arenas públicas, intentando dictar y conducir la agenda, o tratando de bloquear iniciativas y razonamientos. Entre la confusa marea de los problemas de coyuntura, es posible observar la fuerza de viejas estructuras ideológicas, la persistencia de prejuicios enmohecidos, y el triunfo de pragmatismos al mayoreo. Todo, bajo la luz mortecina de las incertidumbres que habitan el mapa político nacional, de fronteras borrosas y dúctiles, y cuyos actores representan fielmente el día a día de la política nacional.


La propuesta fiscal

El 20 de junio, el Secretario de Hacienda entregó a la Cámara de Diputados la propuesta de reforma fiscal que tendrán que discutir, analizar y modificar o aprobar los legisladores en estos meses. Como suele ocurrir en este campo de la acción pública, se trata de una propuesta inevitablemente polémica, producto de las restricciones de la coyuntura y de la estructura política nacional, pero también por ser una iniciativa demasiado modesta para ser considerada como una reforma hacendaria, pero demasiado grande para ser considerada una miscelánea fiscal, digamos, tradicional. Se trata de una propuesta que descansa en cuatro grandes pilares, según lo explicó el Secretario Carstens: a) mejorar sustancialmente el ejercicio del gasto público y la rendición de cuentas; b) establecer las bases de un nuevo federalismo fiscal; c) combatir la evasión y la elusión fiscal; y, d) fortalecer la recaudación de impuestos tributarios (La Jornada, 21 de junio de 2007). El propósito de la reforma es “abatir privilegios” y que “las empresas que no contribuyen lo hagan”.

Las reacciones no se hicieron esperar. Desde el PRD de AMLO sonaron los tambores de guerra para condenar la propuesta y rechazarla sin discutirla (“Cero negociación” afirmó en tono de orden el tabasqueño en el mitin del Zócalo del 1 de julio), mientras que otros sectores del mismo partido ofrecieron analizarla y discutirla (como señaló Amalia García en “La reforma fiscal necesaria”, El Universal, 5/07/07). Desde el sector empresarial una misma vieja canción sonó en los medios (“es una amenaza contra la productividad y el empleo”), y entre analistas y asesores se extendió una sombra de insatisfacción por el tamaño y orientación de las propuestas.

Como apuntó Héctor Aguilar Camín en Milenio (“Astucias recaudatorias”, 26/06/07), existen dos novedades importantes en la propuesta: el impuesto alternativo mínimo (a través del CETU, Contribución Empresarial de Tasa Única), y la iniciativa de gravar los depósitos bancarios de dinero en efectivo mayores a 20 mil pesos. Uno está dirigido hacia lograr una mayor recaudación entre empresas como las agroalimentarias o el transporte, mientras que el segundo puede interpretarse como “un impuesto a la informalidad”. Estas novedades, de serlo, pueden tener implicaciones importantes para incrementar la tributación entre quienes tradicionalmente pagan menos de lo que deben (los elusivos), y entre quienes jamás declaran su ingresos y menos pagan sus impuestos (los evasores). Más allá del contenido específico de la propuesta, el éxito o el fracaso de la negociación de esta reforma marcara sin duda el rumbo del sexenio calderonista en uno de los aspectos cruciales de la economía y la política mexicana. Los diputados tienen la palabra.

Paradojas perredistas

El 1 de julio el PRD, el FAP y la Convención Democrática Nacional revivieron la mítica derrota del López Obrador con una marcha y mitin en el Zócalo, mientras que en tres entidades de la república (Chihuahua, Durango y Zacatecas) se efectuaban elecciones locales. El cuadro de ese domingo es sintomático de lo que ocurre a esa franja de la izquierda mexicana realmente existente. Mientras que miles de seguidores de AMLO se reunían en el Zócalo para celebrar un recuerdo, un ritual y un compromiso, en los tres estados en donde se efectuaban las elecciones ocurría un desplome electoral del PRD y sus aliados en las elecciones locales. En Chihuahua, dominada por un gobernador priista, ese partido ganaba 49 de 69 alcaldías y retenía la mayoría del Congreso local, mientras que el PRD no lograba ganar una sola diputación de mayoría relativa; en Durango el priismo arrasaba en elecciones municipales y diputaciones locales, mientras que el PRD se confirmaba como una fuerza marginal: no ganó un solo distrito y sólo logró un triunfo municipal. Zacatecas mostró la factura mayor al PRD: perdió 14 municipios conquistados hace tres años (incluyendo la capital del estado y Fresnillo) y pierde también la mayoría del Congreso local (tiene 3 distritos menos en comparación con el 2004) (Milenio, 5 de julio, 2007).

Los acontecimientos de ese primer domingo de julio mostraron con crudeza y sin eufemismos la gran paradoja perredista. Por un lado, una intensa movilización en su principal bastión político-electoral para reafirmar su presencia nacional y para exigir su lugar en el escenario político. Por el otro, el partido pierde elecciones locales importantes, justo cuando requiere confirmar su proyecto zocaloense con votos y posiciones en todo el país. La reducción del poder de convocatoria del obradorismo parece confirmar lo que varias encuestas señalan en distintos tonos: la pérdida significativa de las simpatías electorales que cosechó AMLO hace un año, y la debilidad organizativa y política del PRD en los espacios locales. Para una izquierda que quiere recuperar el proyecto y el aire popular que la llevó casi al triunfo aquel 2 de julio, estas son señales preocupantes de cara no solamente a lo ocurrido en las tres entidades, sino en la perspectiva de las elecciones federales del 2009, en las que se renovará el congreso.


Blair: el diciembre del decano

Diez años después de asumir la oficina de Downing Street, Tony Blair, el carismático líder laborista deja el puesto, la batuta, los logros económicos y los déficits políticos a su colega Gordon Brown. Una década después de haberse instalado en medio de la fiesta y jolgorio en la silla principal de Primer Ministro, Blair termina políticamente desgastado por el tema de la guerra de Irak, pero deja fortalecido al laborismo como fuerza política dominante en la vieja Albión. La fuerza de una idea –la tercera vía- que sirvió de palanca y combustible para su triunfo electoral y para su despegue internacional, comenzó a extinguirse cuando decidió unirse a Bush y a Aznar para invadir Irak. Las consecuencias terribles para su país con los atentados terroristas en el metro londinense, la creciente oposición internacional y local para mantenerse unido a Bush en Bagdad, mostraron el tamaño de las implicaciones políticas de una decisión cuyas razones nunca quedaron claramente establecidas. En algún momento se despejarán las dudas en torno a esas razones, pero, ya se sabe, “nada es demasiado raro para ser verdad”, como sentenció uno de los personajes de la novela de Below.

El dueño de la sonrisa eterna, capaz de gastar bromas en la punta de un cuchillo, el protector de un crecimiento económico extraordinario, el amigo de Keith Richards y admirador confeso de Van Morrison, cruzó la verja del viejo edifico de Westminster de la mano de su esposa con rumbo a Israel, con la frente en alto, mientras una muchedumbre le reclamaba y le aplaudía al mismo tiempo. Detrás deja un legado de claroscuros, difíciles de interpretar y calibrar, pero que significaron el triunfo sobre el neoliberalismo que revolucionó los cimientos del Welfare State en los años ochenta, bien representado por el viejo tatcherismo. Habrá tiempo y contexto para valorar con justeza el papel de Blair en la política británica, europea y mundial, pero es posible apuntar que bajo su figura la izquierda occidental confirmó las dificultades para configurarse una identidad en un mundo donde, como fue apuntado por Marx y Engels hace siglo y medio, “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Crecimiento económico, mercados regulados, prosperidad y bienestar social, pero también fuerza política, capacidad institucional para producir progreso y estabilidad, son parte de los logros innegables del laborismo británico de la era de Blair. Incapacidad para descifrar la ecuación del nuevo terrorismo, resistencia a la plena integración europea, dificultades para diferenciarse y desmarcarse del amigo americano, son parte de su déficit. La izquierda democrática europea y mundial habrá de aprender bien y pronto de las lecciones de un político y su circunstancia, si es que desea no repetir la historia como comedia o, peor, como farsa.

Bombas, terror y cirugía

“Acciones quirúrgicas de hostigamiento” llamó la comandancia general del EPR a las explosiones provocadas en los ductos de PEMEX en Guanajuato y Querétaro ocurridas el 5 y el 10 de julio. “Ejército”, “milicias populares”, que luchan contra el “gobierno ilegítimo” de las “oligarquías”, forman parte de un lenguaje bastante conocido entre la izquierda revolucionaria desde los años sesenta y setenta, y que reaparecieron espectacularmente desde la insurrección neozapatista de 1994 y con el resurgimiento público del Ejército Popular Revolucionario unos años después. La atención mediática y política es el objetivo de estas acciones, más que sus efectividad y potencialidad para conseguir la satisfacción de sus demandas (presentar con vida a dos de sus compañeros), pero lo que vale la pena registrar es el hecho mismo de la existencia de un grupúsculo radical, anclado en los años sesenta, aislado políticamente de la izquierda y de las sociedades y comunidades locales a las que dice proteger o representar.

Una mezcla de paranoia, morbo y espectáculo se adueñó de los titulares de varios medios periodísticos y electrónicos el 11 de julio. A ocho columnas anunciaron el acontecimiento y pusieron micrófonos y cámaras al Presidente, a los comandantes del ejército, al secretario de gobernación, a los dirigentes de partidos. Algunos columnistas recordaron calificativos del pasado (como la de “grotesca pantomima” con que se refirió el exsecretario Chuayfett al EPR, como señaló Ciro Gómez Leyva en Milenio ese mismo día), mientras que en las oficinas de inteligencia del gobierno federal se activaron las alertas rojas disponibles para este tipo de eventos. La izquierda agrupada en el FAP reaccionó condenando los ataques pero al mismo tiempo criticando “el abandono de las instalaciones de PEMEX”. La defensa de las instituciones democráticas, la condena a la violencia, el castigo a los culpables, se adueñaron del discurso oficial de coyuntura. Pero hubo quienes defendieron y justificaron también como “efectos de la guerra sucia” las acciones del grupo armado (Carlos Montemayor, La Jornada, 11/07/07). Estas reacciones dibujan el mapa de las reacciones que configuran también la manera en que se concibe el perfil y las acciones del EPR.

Pero más allá del hecho y las reacciones sorprende lo esencial: que siga existiendo ese grupo y que sea capaz de detonar explosivos en las venas que transportan el combustible del país. Aprisionado en un discurso circular, obsesivo y autocomplaciente, el EPR está condenado a seguir siendo una secta delirante y obsesiva. Pero que el estado mexicano sea incapaz de desactivar e inmovilizar a un grupo criminal, muestra también la fragilidad y los límites de “la fuerza del estado”, como suelen llamar la elite gubernamental a los poderes estatales. Al igual que sucede con el narcotráfico o con los secuestradores, el Estado es incapaz de actuar para dar seguridades esenciales a los ciudadanos y a sí mismo. Bajo el argumento que el mercado y la democracia resolverían todo en algún momento, reaparece de manera estelar el reconocimiento de que el estado importa, y mucho, para enfrentar los desafíos de las tribus, oligarquías, terroristas y delincuentes que han tomado por asalto varias franjas de la vida pública desde hace tiempo, con o sin cirugías.

La balada del santo y el bebedor

La balada del santo y el bebedor

Adrián Acosta Silva


A la memoria de Manuel Martínez Peláez,
maph histórico y rockero sólido

Como se sabe, buena parte de la educación sentimental de varias de las generaciones de la segunda mitad del siglo pasado ha sido marcada por el rock, sus sonidos y figuras. Desde las canciones que forman el anecdotario de las biografías personales hasta los rituales de adoración que lo colocan como un estilo de vida, el rock no solo puede ser considerado con todo merecimiento como parte importante de la “poesía popular del siglo XX” como señaló alguna vez Allen Gingsberg, sino también como una forma de expresión que ha ordenado o acompañado simbólicamente algunas de las ansiedades y angustias de individuos y sociedades en procesos de cambio.

Pero el rock, como todo en la vida, es también un territorio cruzado por paradojas, tensiones y contradicciones. Tras la amplia y luminosa fachada de la potente industria que se ha edificado bajo el cielo protector de sus actores, espectadores e intermediarios, existen trayectorias y biografías que señalan pasiones e intereses muy diversos. El glamour y la fama propias del espectáculo opacan con frecuencia esa diversidad, cuya riqueza radica no solamente en la variedad de sensibilidades, estilos y voces que la habitan y trascienden, sino también porque constituyen el reflejo de una complejidad estilística y estética que se rebela a los estándares y a la uniformidad propia de los intereses comerciales y mercadotécnicos que impone la industria. Un par de obras recientes, de orígenes, contextos y perspectivas diferentes, sirven, quizá, para ejemplificar lo anterior.

En la agonía de 2006 salieron a la luz pública un par de discos que recogen dos trayectorias paralelas pero contrastantes de la música contemporánea, y que registran rutas distintas de interpretar pasajes e impresiones de la vida contemporánea. An Other Cup, de Yusuf Islam , y Orphans, de Tom Waits, constituyen dos relatos sonoros inconfundiblemente modernos, producto de un par de biografías largas y respetables. Son historias de dos músicos que se acompañan pero nunca se tocan. Dos estados de ánimo, dos formas de lidiar con los demonios públicos y privados, dos estéticas para expresar los tiempos (pos) modernos. El primero es la reaparición estelar del viejo Cat Stevens, un músico de los años setenta que hipnotizó con su guitarra y sus letras a varias generaciones de seguidores. El otro, es la continuación de la larga y sinuosa carrera de Waits, un disco triple dividido en Brawlers, Bawlers & Bastards, esos fantasmas que habitan el universo simbólico del inclasificable autor, cantante y actor de discos memorables como Blood Money (2004), o de cintas como Bajo la Ley, de Jim Jarmusch (1986).

Sólo un año de diferencia marcan los nacimientos de ambos cantantes. Stephen Dimitri Georgiou nació 1948 en Londres, hijo de madre sueca y padre griego. Waits nació un año después, en 1949, pero en California, “en la parte trasera de un taxi, en el aparcamiento del Murphy Hospital, en Pomona”, como suele precisar el mismo Waits. Uno experimentó, desde finales de los años setenta, en la cúspide de su carrera y fama, su conversión al islamismo, para predicar las enseñanzas del Corán desde una mezquita ubicada al sur de Londres. Otro, formado sentimentalmente alrededor de las experiencias y figuras de la generación beat, se adentró en las profundidades de la vida urbana y sus laberintos y callejones, para relatar pequeñas historias desde congales sombríos sobre mujeres, alcohol y pianos borrachos.

Campos verdes, arena dorada

¿Qué explicación hay para que un hombre decida quemar los barcos de su pasado para iniciar una nueva vida? ¿Qué poderosos motivos puede haber para que alguien abandone creencias, hábitos, expectativas y certezas, para cambiarlas por otras radicalmente diferentes? ¿Como mudar de vida y de creencias sin devastadoras consecuencias psicológicas, prácticas o simbólicas? Nadie sabe muy bien que provoca estos comportamientos, pero suelen presentarse con alguna frecuencia entre quienes gozan de alguna forma de fama o prestigio público. Algunos se suicidan, otros deciden cambiar drásticamente sus hábitos, varios se sumen en los sótanos de la depresión y el olvido, y sus abismos y desfiladeros pueden llevar a los hombres a la desesperación, como relató el recientemente fallecido William Styron en su espléndido Esa visible oscuridad.

Cat Stevens es un caso de esos, un tanto extremos y extraños. Agobiado, o hastiado, por el éxito y la fama, y tentado por la pasión religiosa que le ofreció la lectura del Corán durante unas semanas de estar postrado en cama víctima de la tuberculosis, el autor de Peace Train y Hard Headed Woman decidió, a finales de los años setenta, quemar sus barcos personales y musicales para iniciar la búsqueda de la luz y la verdad. Tres décadas después, ofrece a sus fieles (que con todo y sus transformaciones tiene y conserva), An Other Cup, una obra de 11 piezas de orfebrería musical, donde la legendaria destreza guitarrera y pianística de su autor se mezcla con la fe que hoy domina sus creencias. Midday (Avoid City Alter Dark) es la carta de presentación del disco, una canción que pone sobre la mesa la perspectiva de Yusuf Islam, gobernada por las preferencias en torno a niños que juegan en la lluvia y expresa su temor a las tinieblas urbanas. Grabado en Londres, Los Angeles, Estambul y Johannesburgo, participan algunos de sus músicos de los años setenta (Allun Davis, por ejemplo), junto a figuras contemporáneas como Youssou N´Dour (quien, por cierto, también es musulmán).

La reinvención de un par de canciones de sus tiempos de pop-star enlazan el pasado y el presente del exGato: Heaven/Where True Loves Goes (que corresponde a una canción de 1973, Foreigner Suite), y I Think I See the Light (incluida en el magnífico Mona Bone Jakon, de 1970). Además incluye una muy buena versión de Don´t Let Me Be Misundestood, una rola que hiciera famosa Eric Burdon a finales de los años sesenta, y que simboliza una suerte de explicación y corte de caja de Yusuf hacia sus seguidores y detractores. Fiel seguidor de las enseñanzas de Mahoma, adorador de Alá, y músico espléndido, Yusuf Islam representa una vertiente del rock que se rebeló a su modo a la modernidad consumista y a la dictadura del espectáculo para regresar, treinta años después, a un mundo que es al mismo tiempo igual y diferente. Cuando el año pasado el gobierno de Bush le negó la entrada a los E.U y lo regresó de Nueva York a Londres por extraños motivos políticos y de seguridad nacional, Yusuf Islam, con una sonrisa en los labios, declaró discretamente a los medios que no entendía el rechazo. An Other Cup es, quizá, parte de la respuesta que ofrece a quienes hoy le rechazan.

Diálogos de congal

“Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido”, afirmó alguna vez Joseph Roth en alusión a un dibujo sobre sí mismo, y es una frase que retrataría muy bien a Tom Waits, el músico, el personaje y la persona. El cantante de voz gutural, acompañado de una acústica distorsionada y sonidos de guitarras viejas, dedicó un tiempo para volver sobre sus pasos y reunir 54 canciones distribuidas en tres discos, para ofrecer una espléndida obra habitada por sus nostalgias y alucines privados.

Huérfanos representa una selección, varias decisiones y tres estados de ánimo. Habitado por los fantasmas del sábado por la noche, lleno de frases envenenadas por la ironía y las paradojas de afectos imaginarios o reales, y con un estilo que está a salto de caballo entre Bob Dylan, Joe Cocker y Roy Orbison, el álbum es un muestrario del talento intacto del californiano. Con la voz aguardentosa y el sonido rasposo del piano, el sax y la guitarra, Waits, el crápula que muchos desearíamos ser o haber sido, nos ofrece un muestrario de las canciones que se quedaron en los archivos y en las grabaciones durante los últimos treinta años. Brawlers (“Bravucones”), con LowDown, Walk Away o Road To Peace como estrellas en la frente, es un inventario de calamidades y desvaríos, con optimismos desbordados y pesimismos documentados. “El diablo baila en los bolsillos vacíos”, dice en Lucinda, mientras que en Walk Away el buen Waits se confiesa: “Dejé mi biblia a un lado del camino/ grabé mis iniciales en un viejo árbol muerto/ Voy a irme pero regresaré cuando/ sea el tiempo de desaparecer y comenzar de nuevo”.

Bawlers (“Gritones”) reúne canciones que van de Widow´s Grove hasta una extraña versión de la popular Young at Heart. “¿El Diablo hizo el mundo/ Cuando Dios estaba durmiendo?, se pregunta en Little Drop of Poison, mientras que en Down There By The Train sentencia, desde la solidez de la sombras: “Puedes escuchar el silbato, puedes escuchar la campana/ desde los salones del cielo hasta las puertas del infierno/ y ahí habrá una habitación para el abandonado/ si llegas a tiempo podrás lavar todos tus pecados y tus crímenes”. El personaje que ha construido pacientemente Waits a lo largo de su carrera, exhibe en estas piezas varios de sus rasgos básicos: un lenguaje demoledor, música habitada por clarinetes, sax y guitarras espectrales, ambientes sórdidos, coherencia estética.

Bastards incluye finalmente algunos diálogos de congal, digamos, pequeñas conversaciones y monólogos de Waits con comensales de ocasión y con fans imaginarios, realizados a la sombra bienhechora de un Jack Daniel´s en las rocas, con el sonido lúgubre de un piano que ha conocido mejores tiempos. Con la colaboración constante de su musa y esposa, Kathleen Brennan, la interpretación de textos de Kerouac (Home I´ll Never Be y su clásico On the Road), y de Bukowski (Nirvana), Waits se desenvuelve con soltura en su medio natural: los tragos, la música y los amigos. Con el riesgo de los estereotipos que rodean al personaje de los sábados por la noche que ha construido Waits a lo largo de tres décadas, esta obra revela al músico Tom Waits realmente existente, desbordado, envolvente, provocador.

La música del cielo y el infierno

Es un hecho: Orphans y An Other Cup nunca estarán en las listas del Billboard ni competirán por ningún Grammy. El sonido de la música contemporánea está dominado abrumadoramente por otros estilos, voces y ritmos. Sin embargo, ambas obras representan muy bien la extraña metamorfosis de las voces del pasado, la persistencia que coloca en el presente la sensibilidad de quienes han forjado sus trayectorias desde hace más de treinta años, y que ahora observan los acontecimientos desde el privilegio del crepúsculo. A pesar de los estereotipos, los lugares comunes y las simplificaciones implícitas en torno a las trayectorias de Stevens y de Waits, los discos nos muestran más bien que los oficios de predicador y de notario son los que desarrollan hoy ambos músicos, uno mirando al cielo, otro mirando al suelo. En cualquier caso, esas miradas ofrecen dos fórmulas interpretativas del espíritu de nuestros tiempos.

Wednesday, June 06, 2007

JC Chávez Blues

Estación de paso

JC Chávez Blues

Adrián Acosta Silva


JC Chávez, la película de Diego Luna, cuenta una historia pero sobre todo documenta un fenómeno mediático y boxístico, protagonizado por el sonorense que dominó por más de una década el ánimo nacional, millones de angustias personales reconcentradas en un puñado de fugaces minutos, y las arenas del boxeo nacional e internacional. Sí, como escribió en alguna ocasión Alfonso Reyes, el pasado inmediato es el enemigo, la cinta de Luna nos muestra un pasado rebelde estructurado en parte por la trayectoria de un fajador y estilista, narrada por él mismo, pero donde intervienen sus promotores, sus apoderados, su hijo, un expresidente (Salinas), periodistas, amigos de la infancia, su madre, sus vecinos y conocidos. Utilizando adecuadamente el recurso de la contextualización, el director nos coloca en las aguas turbulentas del pasado inmediato, poniendo en primer plano alguno de los eventos que rodearon las trepidantes peleas de Chávez contra el Azabache Martínez, Meldrick Taylor, Macho Camacho, Oscar de la Hoya: las elecciones de 1988, la crisis económica de 1994-1995, el narcotráfico, los pleitos políticos entre Salinas y Zedillo, la música de Bronco, el asesinato de Colosio. El resultado es un relato tallado a mano, cuidadosamente, respetuosamente, sobre la vida de un hombre que edificó sus logros y fracasos con los puños por delante, en las extenuantes sesiones de boxeo y entrenamientos, con las contradicciones y tensiones de una vida abrumada por la fama, la fortuna y las ambiciones propias y ajenas.

La película/documental está montada desde la perspectiva de un fan incondicional del boxeador como lo es Luna, cuya infancia y adolescencia seguramente las vivió teniendo como punto luminoso la figura de Chávez, sus peleas, sus escándalos, sus fracasos. Chávez el boxeador se superpone a la imagen de Chávez, el personaje, el padre de familia, el bato que se va de juerga antes de la pelea, o que se derrumba y llora cuando pierde su pelea de despedida, por cansancio, por la fractura de su puño izquierdo, por no haber entrenado suficientemente bien, por el reconocimiento de que está acabado, de que ya no puede más. El acento sinaloense de Chávez es el centro de la banda sonora de la película, la forma en que el dueño de uno de los ganchos de izquierda más letales de la historia del boxeo matiza, reflexiona, puntualiza hechos y acontecimientos que explican el auge y el derrumbe de su carrera profesional y de su vida personal.

La sangre, el sudor y las lágrimas del boxeador se mezclan con la risa y el buen humor del ciudadano y el personaje, con sus preocupaciones, ansiedades y miedos. Esa es una de las virtudes innegables de la película de Luna: presentar la trayectoria de Chávez sin moralina ni intérpretes, sino como lo que es, una historia de varias voces, matices, inflexiones. La historia de Chávez como parte de una historia colectiva, narrada en el ánimo de describir y comprender, no de enjuiciar ni calificar. En un tiempo sin héroes, recordar y revivir a JC es un ejercicio de memoria, de reconocimiento y homenaje sobre un pasado inmediato que aplasta la sensación de un presente continuo.

JC Chávez Blues

Estación de paso

JC Chávez Blues

Adrián Acosta Silva


JC Chávez, la película de Diego Luna, cuenta una historia pero sobre todo documenta un fenómeno mediático y boxístico, protagonizado por el sonorense que dominó por más de una década el ánimo nacional, millones de angustias personales reconcentradas en un puñado de fugaces minutos, y las arenas del boxeo nacional e internacional. Sí, como escribió en alguna ocasión Alfonso Reyes, el pasado inmediato es el enemigo, la cinta de Luna nos muestra un pasado rebelde estructurado en parte por la trayectoria de un fajador y estilista, narrada por él mismo, pero donde intervienen sus promotores, sus apoderados, su hijo, un expresidente (Salinas), periodistas, amigos de la infancia, su madre, sus vecinos y conocidos. Utilizando adecuadamente el recurso de la contextualización, el director nos coloca en las aguas turbulentas del pasado inmediato, poniendo en primer plano alguno de los eventos que rodearon las trepidantes peleas de Chávez contra el Azabache Martínez, Meldrick Taylor, Macho Camacho, Oscar de la Hoya: las elecciones de 1988, la crisis económica de 1994-1995, el narcotráfico, los pleitos políticos entre Salinas y Zedillo, la música de Bronco, el asesinato de Colosio. El resultado es un relato tallado a mano, cuidadosamente, respetuosamente, sobre la vida de un hombre que edificó sus logros y fracasos con los puños por delante, en las extenuantes sesiones de boxeo y entrenamientos, con las contradicciones y tensiones de una vida abrumada por la fama, la fortuna y las ambiciones propias y ajenas.

La película/documental está montada desde la perspectiva de un fan incondicional del boxeador como lo es Luna, cuya infancia y adolescencia seguramente las vivió teniendo como punto luminoso la figura de Chávez, sus peleas, sus escándalos, sus fracasos. Chávez el boxeador se superpone a la imagen de Chávez, el personaje, el padre de familia, el bato que se va de juerga antes de la pelea, o que se derrumba y llora cuando pierde su pelea de despedida, por cansancio, por la fractura de su puño izquierdo, por no haber entrenado suficientemente bien, por el reconocimiento de que está acabado, de que ya no puede más. El acento sinaloense de Chávez es el centro de la banda sonora de la película, la forma en que el dueño de uno de los ganchos de izquierda más letales de la historia del boxeo matiza, reflexiona, puntualiza hechos y acontecimientos que explican el auge y el derrumbe de su carrera profesional y de su vida personal.

La sangre, el sudor y las lágrimas del boxeador se mezclan con la risa y el buen humor del ciudadano y el personaje, con sus preocupaciones, ansiedades y miedos. Esa es una de las virtudes innegables de la película de Luna: presentar la trayectoria de Chávez sin moralina ni intérpretes, sino como lo que es, una historia de varias voces, matices, inflexiones. La historia de Chávez como parte de una historia colectiva, narrada en el ánimo de describir y comprender, no de enjuiciar ni calificar. En un tiempo sin héroes, recordar y revivir a JC es un ejercicio de memoria, de reconocimiento y homenaje sobre un pasado inmediato que aplasta la sensación de un presente continuo.

Monday, June 04, 2007

Wednesday, May 23, 2007

El Estado educador

Estación de paso

El Estado educador

Adrián Acosta Silva

El pasado 15 de mayo, en ocasión del día del maestro, el presidente Calderón revivió a un cadáver exquisito: la reforma educativa. Con la presencia de funcionarios, líderes sindicales y de la señora Gordillo, el Presidente convocó a transformar la educación para elevar su calidad, su cobertura, su eficiencia, sus logros. El discurso, el público y los actores importan: es la apuesta presidencial para cambiar el sistema educativo con la coalición formada con el SNTE y su lideresa, con gobernadores de su partido y funcionarios federales y locales. Con todo, y frente a la demoledora fuerza de los hechos, las políticas de reforma educativa que insinúa el acto, los actores y la retórica presidencial, sólo parece confirmar o avivar el escepticismo que priva en varios círculos y humores de la educación pública mexicana.

Quizá lo que resulta más sorprendente es la distancia que media entre las preocupaciones de las elites dirigentes, la burocracia sindical y la clase política, y las percepciones que tienen muchos ciudadanos de los problemas educativos nacionales y locales. Así, mientras que para los primeros la escuela pública mexicana está a punto del colapso institucional y social, y por lo tanto hay que salvarla mediante una gran reforma educativa, para muchos ciudadanos los problemas educativos no son significativos en la perspectiva de otros problemas públicos como la inseguridad pública, el desempleo, la pobreza o la corrupción. Qué motiva esta percepción social de la escala de los problemas públicos es un desafío interpretativo y analítico, pero lo que vale la pena destacar es que la educación no es considerada por muchos como un problema de primer orden en la agenda, digamos, social.

Sin embargo, hay razones suficientes para pensar y documentar los problemas de la escuela pública mexicana. Y uno de ellos es el que se refiere a la gestión del sistema, donde el SNTE o la CNTE son parte de la solución pero también parte del problema. Al colonizar con sus intereses y sus estructuras de representación la operación cotidiana del sistema, estos actores son juez y parte de los cambios y continuidades, de los problemas y de sus soluciones. Al igual que otros campos de la acción pública, la educación es un territorio minado por la burocracia sindical y por la burocracia pública, federal y local. La autonomía el Estado en el campo educativo es muy débil, por lo que cualquier decisión de política educativa reformadora requiere de reconstruir el tejido de las relaciones políticas que mueven al sistema, pero también de fortalecer el marco institucional de la educación pública misma. La inexistencia de esa autonomía explica, ente otras cosas, la fuerza del sindicato en las contrataciones de profesores, en el nombramiento de directores de escuela, de supervisores e inspectores de zona, funcionarios medios y superiores de la administración local y federal, figuras centrales en el sistema nervioso de la educación pública mexicana. Cualquier intento de reforma o evaluación sistemática de la escuela pública tiene que remover esas figuras para devolver o reconstruir al Estado su capacidad rectora y de gestión en la vida escolar.