Thursday, January 21, 2021

Aguas lodosas

Estación de paso Las aguas lodosas de la crisis Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 21/01/2021) https://suplementocampus.com/las-aguas-lodosas-de-la-crisis/ Mientras los contagios y las defunciones por la pandemia del COVID-19 se multiplican en forma exponencial por todo el mundo, los gobiernos nacionales y locales parecen dar palos de ciego, rebasados por tres factores clave: a) la velocidad de la expansión del virus y sus mutaciones, b) la insuficiencia o ineficacia de las acciones gubernamentales, y, c) la inevitable diversidad y complejidad de los comportamientos sociales. La aparición de movimientos sociales como reacciones frente a la crisis (“negacionistas”), la proliferación de múltiples protestas por la parálisis económica, el resurgimiento de nuevas formas de oscurantismo (las teorías conspirativas), asociadas a una potente oleada de expresiones anti-científicas ligadas con el resurgimiento o endurecimiento de creencias gobernadas por la metafísica y la fe, y las manifestaciones de rebelión contra el confinamiento social (celebración de conciertos, fiestas y reuniones clandestinas), configuran el complicado escenario de la acción de los gobiernos frente al tamaño y profundidad de las dimensiones económicas, políticas y sociales de la más importante crisis sanitaria mundial del siglo XXI. Los gobiernos se han convertido indudablemente en los actores centrales en la gestión de la crisis. Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, la ONU, el la OCDE, el Banco Mundial, han activado desde finales del 2019 mútiples alertas, emitido recomendaciones, ofrecen información y evidencias, llamados desesperados a la acción coordinada de gobiernos y sociedades. Los científicos, las universidades, las empresas farmaceúticas, han realizado enormes esfuerzos por descubrir antídotos y vacunas eficaces contra el virus, mientras que instituciones públicas, gobiernos y empresas tratan de coordinar esfuerzos para la distribución y aplicación masiva de los antivirales. En este escenario catastrófico dominado por la incertidumbre, la urgencia y la ansiedad, las causas, los efectos y las implicaciones sociales de la pandemia se han convertido en objeto de debate, de estudio y reflexión entre las diversas disciplinas y campos del conocimiento que se cultivan en las universidades y centros de investigación. Mientras los gobiernos trabajan para encontrar una salida económica, política y socialmente efectiva a la crisis, que minimice sus costos globales y disminuya los riesgos de una recesión prolongada, economistas, sociólogos, filósofos, antropólogos, demográfos, politólogos, médicos infectólogos, epidemiólogos, matemáticos, químicos, ingenieros, desarrollan ideas, teorías, modelos y experimentos que ayuden a comprender y resolver los desafíos y misterios de la pandemia. Como en otras situaciones similiares provocadas por enfermedades catastróficas en el pasado remoto o reciente (la peste negra, la poliomelitis, la viruela, la influenza) los científicos y los humanistas enfrentan desafíos cognitivos, técnicos e intelectuales formidables para enfrentar, con las herramientas propias de la racionalidad científica, las mejores formas de entendimiento y acción práctica contra los efectos devastadores de un virus mortal. La (re) acción del gobierno enfrenta un desafío especialmente relevante en la comprensión de los comportamientos sociales derivados de la gestión de la crisis. Las políticas de confinamiento social que limitan las interacciones presenciales, los llamados a usar cubrebocas, lavarse continuamente las manos y practicar el distanciamiento entre las personas, no tienen los efectos esperados por las autoridades. Funcionarios y médicos culpan frecuentemente a los ciudadanos por no acatar las medidas de “disciplina social” emitidas para combatir la pandemia, mientras que muchos ciudadanos son escépticos frente a los riesgos advertidos, o culpan a los gobiernos y a las autoridades sanitarias por su ineficacia para actuar con claridad y coherencia frente a la crisis. Estas posiciones contradictorias son alimentadas por las bestias negras de la desconfianza y la incredulidad, cuyo origen es antiguo pero que reaparecen con claridad en momentos de incertidumbres corrosivas como la que estamos experimentando. Por supuesto, no es fácil descifrar la lógica de estos comportamientos contradictorios, que producen tensiones y conflictos, contagios, enfermedades y muertes. Los límites del gobierno se combinan con los límites sociales, configurando “zonas muertas” de interacción entre gobierno y sociedad. Estas limitaciones siempre están presentes, pero su fuerza se puede apreciar con claridad en momentos de gestión de las crisis en contextos políticos y sociales tan diferentes como los gobiernos y poblaciones de Londres, Moscú o París, Nueva York o Buenos Aires, la Ciudad de México, Seúl, o Bangkok. ¿Cuáles son las variables clave para entender el perfil de los límites de la gubernamentalidad y de los procesos de socialización en momentos de crisis? ¿Cómo articular comportamientos sociales cooperativos frente a políticas públicas de emergencia? Quizá esas son las cuestiones que vale la pena explorar en el campo de las ciencias sociales para tratar de entender lo que está ocurriendo y, con suerte, encontrar posibles contribuciones en el terreno del diseño e instrumentación de políticas públicas apropiadas para contextos de crisis. En las próximas colaboraciones trataremos de explorar la complicada colección de hipótesis, respuestas y hallazgos que habitan el debate científico clásico y contemporáneo alrededor de las cuestiones planteadas.

Thursday, January 07, 2021

Mejora continua en escuelas vacías

Estación de paso Mejora continua en escuelas vacías Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 07/01/2021) La Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (“Mejoredu”) publicó el pasado 14 de diciembre el documento “La mejora continua de la educación. Principios, marco de referencia y ejes de la educación”. Según las palabras introductorias del texto, aquí se formulan las “ideas centrales y conceptualizaciones” para “dar contenido a los fundamentos legales” de los que nace la mencionada Comisión, creada como se sabe en octubre del 2019. A través de 97 páginas, la intención central del documento es la construcción de un “verdadero enfoque humanista de la educación”. La Comisión fue diseñada con una gran cantidad de atribuciones y propósitos: realizar estudios, investigaciones y evaluaciones diagnósticas e integrales del sistema educativo nacional (SEN); determinar indicadores de mejora; emitir lineamientos relacionados con el desarrollo del magisterio, el desempeño escolar y resultados de aprendizaje; generar y difundir información que contribuya a la mejora del SEN. Según el texto de su creación, los principios de “independencia, transparencia, rendición de cuentas, objetividad, pertinencia, diversidad e inclusión” son los que rigen su actuación como organismo público. La sobrecarga de facultades y principios a organismos públicos como Mejoredu no es algo novedoso: forma parte de las ilusiones de una época en que todo se resuelve con palabras y enunciados retóricos. Las atribuciones y principios de su creación esperaban ser traducidas e instrumentadas luego del nombramiento de su Junta Directiva, y ese es, justamente, el sentido del texto que publicó Mejoredu el mes pasado, un esfuerzo importante por formular una perspectiva clara sobre la gestión y coordinación del sistema educativo nacional, luego de la desaparición del anterior Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE), como producto de los trabajos de demolición de la reforma educativa del sexenio anterior. Primero, los deslindes ideológicos relacionados con el pasado reciente: “en Mejoredu nos deslindamos de la mirada que reduce las prácticas educativas a la fabricación de un producto de calidad y que mira la actuación de quienes participan en ella sólo bajo una racionalidad instrumental, orientada por criterios técnicos de la maximización del interés individual” (p.12). En segundo lugar, la propuesta de mejora continua se define como un “proceso progresivo, gradual, sistemático, diferenciado, contextualizado y participativo” (p.16). Más adelante, se propone un “horizonte de mejora” basado en dos “pilares”: “a) una buena educación con justicia social”, y ”b) una educación al alcance de todas y todos”. Pero, ¿qué significa una buena educación?. El documento la define como una educación “significativa, integral, digna, participativa y libre, relevante y trascendente, y eficaz”. El lenguaje de la pedagogía crítica se cuela a lo largo del texto, a través de referencias a Paulo Freire y sus relatos sobre la educación como práctica de la libertad, las críticas a la “educación bancaria” (la escolarización como el simple producto de la acumulación de información), o mediante las referencias a las trampas del “curriculum oculto” que Henry Giroux y otros colocaron en los años ochenta en el centro de sus críticas a la estandarización de las escuelas y sistemas educativos del capitalismo contemporáneo. El documento rescata de manera extraña el uso de una palabra que se puso en boga durante los primeros años noventa del siglo pasado, y que acompañaba con frecuencia los conceptos de evaluación y calidad. Se trata del concepto de la “excelencia” que se colocó en el texto de la reforma al artículo tercero constitucional en mayo del 2019, como parte de la construcción de la “Nueva Escuela Mexicana”. Excelencia, según el documento de Mejoredu, significa el “mejoramiento integral constante que promueve el máximo logro de aprendizaje de los educandos, para el desarrollo de su pensamiento crítico y el fortalecimiento de los lazos entre escuela y comunidad, considerando las capacidades, circunstancias, necesidades, estilos y ritmos de aprendizaje de los educandos”. La excelencia implica entonces “a) un proceso, b) una meta o resultado central, c) dos finalidades principales (desarrollo de pensamiento crítico y fortalecimiento de lazos entre escuela y comunidad), y d) un principio atenuante de la meta y sus finalidades a partir de la desigualdad y diversidad que existe entre los NNAJ” (una sigla que Mejoredu agrega al críptico lenguaje de las políticas educativas del gobierno, que significa “Niños, Niñas, Adolescentes y Jóvenes”) (p. 53). El tono relativista, relacional, contextualizado, por supuesto, crítico, domina a lo largo del documento. Se descalifican o se minimizan palabras como evaluación y calidad para sustituirlas o matizarlas por “evaluación diagnóstica” y “excelencia”, como si el timbre de las palabras sustituyera la claridad conceptual de las cosas a las que se hace referencia. Ello no obstante, el documento en su conjunto compromete la acción de Mejoredu en la instrumentación de la nueva reforma educativa que el lopezobradorismo se ha empeñado en impulsar en lo que resta del sexenio. La cuestión central es si las capacidades, atribuciones y principios del organismo serán suficientes para enfrentar la ola de “desmejoramiento” educativo que enfrenta el país desde antes del 2018, en un escenario poblado de escuelas vacías y clases virtuales, y que se ha recrudecido dramáticamente con la crisis sanitaria y económica que enfrentamos desde hace casi un año.