Tuesday, November 30, 2021

Crónicas de música y política

Crónicas de música y política Adrián Acosta Silva (Nexos, Blog de música, 29/11/2021) A primera vista, quizá no existan dos actividades tan distantes como las del político y la del músico. Casi por (auto) definición, un político es lo opuesto a un músico, y la mayor parte de los músicos se declaran apolíticos. Siendo más oficios que profesiones, ambas actividades miran en direcciones distintas. Una tiene que ver con el poder, con sus relaciones y reglas, con la vida partidista, de grupos y tribus, con aprendizajes rápidos y decepciones lentas, con la gestión de la frustración, con la búsqueda de un puñado de ideales articulados a un par de proyectos más o menos coherentes, concentrados en la negociación rutinaria de intereses, pasiones y conflictos. La otra se asocia a la exploración de sonidos y letras, al ejercicio de la curiosidad, la imaginación y la inspiración necesarias para traducir realidades múltiples en canciones gobernadas por la compleja geografía de los sentimientos, expresadas por manos ágiles, partituras inteligentes y voces más o menos afortunadas. Ninguna universidad ofrece programas de formación de políticos exitosos (aunque hay miles de cursos, cursillos, talleres, conferencias, consultores que se promueven por todos lados al respecto), y tampoco nunguna escuela de música garantiza la formación de cantantes, ejecutores o compositores que alcancen la fama, la fortuna y el éxito en sus trayectorias. La política y la música son guiadas por una mezcla imprecisa de talento y oficio, de fortuna y virtud, aunque en ocasiones la educación ayuda a mejorar esas cualidades. La música preferida del político es el poder, su capacidad de representación y negociación de intereses propios y ajenos. La política del músico es alcanzar influencia en las sensibilidades de otros, su capacidad para trasmitir emociones e imágenes. Una se mide con votos y puestos. La otra, con discos y conciertos. Ambas se unen con el discreto encanto del dinero. Hay políticos a los que les gustaría ser músicos, y músicos a los que les seduce ser políticos. Es díficil identificar conexiones entre ambos mundos que vayan más allá de la cursilería, los elogios mutuos, los clichés y el rosario de los lugares comunes. Y sin embargo, esos enlaces a veces suceden. Tal es el caso de Renegados. Born in the USA (Debate, México, 2021). Un expresidente popular (Barack Obama) y un músico famoso (Bruce Springsteen) se reunieron a conversar durante el verano del 2020 en torno a temas de interés común, dictados por la intución, la experiencia y la incertidumbre ocasionada por la pandemia. Originalmente producido como un podcast, ese ejercicio mezcla los componentes propios de dos amigos que conversan frente a una taza de café un lunes por la mañana o unas cervezas frías algún viernes por la tarde. Es un muestrario de anécdotas, impresiones y recuerdos, un laberinto memorístico marcado por acontecimientos colectivos, historias familiares y trayectorias personales. No se trata solamente de una conversación entre amigos que se admiran mutuamente -alguna vez escribió Paul Auster que una amistad sólida sólo es posible entre dos personas que se admiran-, sino también de la reconstrucción subjetiva, inevitablemente arbitraria y azarosa, sin pretensiones, de una época y un contexto que comparten con algunos o millones de sus respectivos seguidores y detractores. Los orígenes de los dos personajes son muy distintos. Uno nación en Honolulú en 1961, el otro en Nueva Jersey en 1949. Obama tiene hoy 60 años y Springsteen 72. Uno es negro, de una familia biracial; el otro, blanco, de una familia de clase obrera. Uno estudió una licenciatura en la Universidad de Chicago, luego un posgrado en Harvard y fue profesor de leyes en la Universidad de Chicago. El otro, obtuvo el grado de bachelor en la Freedhold High School de Nueva Jersey, abandonó los estudios y a los veinte años de edad se dedicó a tocar con una banda de amigos de su barrio natal (E Street Band). Pero la diferencia de edades y escolaridades no explica el misterio de afinidades electivas comunes, y muchas de ellas se forjaron con los ritmos y sonoridades de la música de fondo que acompaña sus trayectorias vitales. Con Obama en la presidencia, se organizaron una serie de actuaciones en la Casa Blanca dirigidas a reconocer el cáracter multicultural de la sociedad americana: música popular, poesía, música y spoken word, música latina, música clásica, el sonido motown, música country, soul y blues. Por ahí actuaron en 2009 Tony Bennett y Stevie Wonder, Esperanza Spalding y Los Lobos; en 2010 la violoncelista Alisa Weilerstein y la activista Joan Baez, Bob Dylan y Smokey Robinson; en 2011 Kris Kristofferson y Alison Krauss; en 2012, Mick Jagger y Jeff Beck, Diana Krall y Burt Bacharach; en 2014 Mavis Staples y Aretha Franklin, y el propio Springsteen, en 2015. Este, por su parte, montó en 2017 una obra de teatro autobiográfica (Springsteen on Broadway), lanzó en los últimos años un par de discos de buena factura: Western Stars (2019) y Letter to You (2020), y apoyó con entusiasmo la campaña del candidato demócrata Joe Biden a la presidencia. El libro reproduce el tono coloquial de una larga charla entre amigos. Como tal, hay divagaciones y afirmaciones difusas, momentos aburridos, apuntes impresionistas, revelaciones emocionales y convicciones políticas o estéticas. Las 316 páginas del texto navegan con frases de diferentes intensidades y profundidades, que van del testimonio personal a la entrevista mutua. Recuerdos firmes, convicciones poderosas e incertidumbres compartidas imprimen diversas tonalidades a la charla, que en ocasiones sólo son comprensibles o interesantes para sus protagonistas. El humor, los sarcasmos e ironías, las coincidencias, las preocupaciones, los elogios a la lealtad, la responsabilidad y el compromiso social de la política o de la música, configuran las coordenadas morales que gobiernan la conversación entre el político demócrata y el músico de rock. El largo conversatorio entre Obama (BO) y Springsteen (BS) ofrece algunas viñetas interesantes sobre algunos temas. Éstas son algunas de ellas: Sobre la apropiación cultural BO: Todo eso de la apropiación cultural…La verdad es que no soy muy partidario de definir estrictamente quién puede hacer qué. BS: Estoy de acuerdo BO: Creo que todos hemos robado algo BS: Todo el mundo, en todos lados. Música y política BS: Con Born in the USA (1984) fue cuando supimos que era lo que teníamos que hacer, como banda, un poco como unidad social y también como unidad de entretenimiento, y cómo íbamos a fundir esas tres cosas. BO: Ser testigo de ese espíritu me hizo pensar: “Estaría bien que los políticos se comportasen así, como unos tipos que están tocando una buena canción”. Trabajar y bailar BS: Quiero transmitir una alegría salvaje y un hambre voraz por la vida. El sueño americano (otra vez) BO: ¿Qué hacía falta para restaurar la fe en la promesa de Estados Unidos? ¿Cómo contar un nuevo relato sobre el país que nos una, que sea fiel a nuestros ideales más elevados y almismo tiempo muestre con sinceridad los aspectos en que nos hemos quedado cortos? BS: En Estados Unidos, noventa y nueve céntimos no van a llevarte adonde quieres ir. Necesitas el dólar completo, amigo mío. BO: Lo que quiero hacer ahora es contar una historia que se contraponga a la historia que dice que el sueño americano lo define el hecho de acabar en lo más alto de una pirámide que cada día es más empinada o de que cuanta más gente haya debajo de ti, mejor. Las viñetas se acompañan de imágenes, fantasmas y apariciones que habitan los largos intercambios contenidos en el libro. Es posible que sean solo del interés de los seguidores de Obama y del Jefe Springsteen, pero quizá también llame la atención de quienes se interesan en comprender los extraños lazos que unen a las personas a través de los complicados caminos que conectan la cultura y la política. Es un texto de palabras y fotografías, de discursos políticos y canciones de letras de rock. Pero también es una biografía a dos voces, con el sonido de fondo de una música que influyó poderosamente en la educación sentimental de varias generaciones. Tal vez esas marcas culturales explican los estilos políticos y estéticos de los conversadores. Las elegantes y prudentes reacciones de Obama frente a los continuos ataques del trumpismo, forman parte del lado luminoso de la corrección política, orientada por la cortesía y la claridad como armas contra el insulto y el racismo. Por su parte, hace unos meses unos policías locales detuvieron a Springsteen por beber unos tequilas a bordo de su auto en un parque público de Nueva Jersey. Pagó su multa y se disculpó. Las actitudes y los comportamientos del expresidente y del rockero son muestras de que las brújulas morales son la clave de la política democrática y la música popular. Señales de que, a pesar de la turbulencia de los tiempos, representan las raíces profundas de la ética de la responsabilidad en una era de oscuridad y confusión política.

Thursday, November 25, 2021

Libros, escritorios, relojes

Estación de paso Libros, escritorios y relojes de arena Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 25/11/2021) https://suplementocampus.com/libros-escritorios-y-relojes-de-arena/ Los monasterios medievales han sido objeto frecuente de la historia, la ficción y la literatura (El nombre de la rosa, por ejemplo, de Umberto Eco). Sitios donde los límites entre lo espiritual y lo mundano eran difusos, en los monasterios se forjaron prácticas que luego se transmitirían a otros ámbitos de las esferas públicas y privadas de las sociedades europeas, como es el caso de las universidades. La organización de espacios y temporalidades, figuras de autoridad y rutinas, son parte de las herencias monacales a las universidades modernas. Hace unos días, el historiador y periodista catalán Josep Tomàs Cabot publicó en el diario La Vanguardia de Barcelona (11/11/2021) un artículo al respecto (“De la celda al scriptorium: la vida en un monasterio medieval”). El tema es atractivo no sólo para historiadores interesados en el papel de las iglesias, conventos y monasterios en las sociedades medievales europeas, sino también para quienes desde otras disciplinas analizan el papel de esos espacios en las relaciones de poder de las comunidades religiosas en el contexto más amplio de la construcción del orden social medieval entre distintos territorios y poblaciones. Es sabido que durante esa época los monasterios fueron piezas claves del orden político-social. Ligados al dominio de la iglesia católica, eran construcciones generalmente adyacentes a las grandes iglesias de las distintas regiones, en las cuales vivían de manera permanente religiosos que ejercían diversas funciones y realizaban múltiples tareas cotidianas. Los más jóvenes eran estudiantes que aspiraban a convertirse en clérigos y monjes, cuya formación escolástica descansaba en dos procesos: el aprendizaje del trivium (gramática, retórica y dialéctica) y del quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). La organización del espacio y el tiempo era fuertemente regulada. Las celdas eran confinamientos solitarios, dedicados al descanso, la reflexión y el aislamiento individual, mientras que los espacios comunes se utilizaban para celebrar rituales, comer o trabajar. La vida interior descansaba en el principio “Ora et Labora” (Reza y trabaja), una norma interna utilizada desde el siglo IV en monasterios italianos, que significaba que las actividades de los monjes debían conjugar permanentemente la oración con el trabajo. Para ello, los relojes de arena jugaban un papel central en los espacios monacales. El horario de los monasterios se organizaba en 8 partes, denominadas “horas canónicas” comenzando con el amanecer (“Laudes”), prosiguiendo en periodos de tiempo de dos o tres horas cada uno (“prima”, “tercia”, “sexta”, “nona”, “vísperas”) y cerrando con el anochecer (“completas”). Los monasterios eran los más grandes depósitos europeos de libros clásicos entre los siglos VII y XVII. Ahí se resguardaban los textos fundacionales de la iglesia y de la grecia antigua, pero también se copiaban o se traducían del árabe al latín libros extraídos de las grandes bibliotecas de Persia, Egipto o Mesopotamia. Los libros se guardaban en grandes “armarios” (los libros como armas de la fe), y constituían el universo de la época, como se refiere Borges en La Biblioteca de Babel a esos amplios espacios organizados en anaqueles, galerías hexagonales y gabinetes. En esas bibliotecas medievales se encuentra una de las claves del prolongado poder social y político de la iglesia católica. La lectura y la escritura eran habilidades escasas en una sociedad de analfabetos, una característica que incluía tanto a las elites como a los pueblos, y esas habilidades formaban el núcleo del poder simbólico y práctico de los monasterios. El escritorio no era sólo un mueble sino un espacio fundamental de los claustros monacales. Ahí, los monjes leían durante largas horas sus códices y copiaban sus manuscritos. Por ello, los copistas eran altamente valorados en los monasterios. Su lugar de trabajo era el scriptorium, donde se colocaban cálamos (cañas huecas), pinceles, plumas de ave y tintas de diferentes colores. Esas eran sus herramientas básicas, con las cuales elaboraban libros, documentos oficiales y pergaminos solicitados por autoridades eclesiásticas o monárquicas. Requería dedicar mucha atención, tiempo y paciencia a la escritura de textos bíblicos, edictos y proclamas. La recompensa que recibían los copistas era el perdón por sus pecados. “La leyenda indica” -escribe Tomàs Cabot- “que por cada letra realizada se perdonaba un pecado”. Esa labor era minuciosamente supervisada por los monjes superiores, cuidando que las letras estuvieran “inspiradas por el espíritu divino” y no por “el demonio del orgullo”, como apunta Umberto Eco en su libro póstumo La memoria vegetal (Lumen, 2021). La combinación de bibliotecas, escritorios y relojes de arena configuraba los espacios adecuados para las prácticas que los monjes escribanos desarrollaban bajo las reglas de la fe y del trabajo. Esa disciplina fue transmitida a las primeras universidades europeas a partir del siglo XI, cuando las comunidades de estudiantes y profesores que eran las corporaciones o gremios escolares, formaron universidades como la de Bolonia, la primera en denominarse como tal en 1088. Los espacios físicos de las incipientes universidades fueron los monasterios, y las bibliotecas, el scriptorium, la cátedra (asiento elevado ubicado en el púlpito),o el seminarius, que se constituyeron como los símbolos principales del poder, del estudio y el trabajo en pueblos y ciudades europeas. De esas pìezas está hecha parte de la historia de las universidades modernas. Tiempo, libros y escritura conforman los dispositivos que hasta el siglo XVII eran gobernados por la fe, el temor a dios y la búsqueda de la salvación, una forma de racionalidad mística construida bajo el eterno sentimiento de culpa de los consagrados a la difusión de la religión católica en el mundo. La ilustración y el siglo de las luces imprimieron otro sentido a esas prácticas, orientadas ahora por una racionalidad gobernada por la experimentación, el escepticismo y la curiosidad intelectual, desarrolladas en un contexto de creciente autonomía institucional de las universidades. Las aguas profundas de la reflexión y la búsqueda del conocimiento condujeron a nuevos hallazgos y dudas, dirigidas hacia la construcción de pequeñas “islas del saber” situadas entre nuestros grandes “océanos de ignorancia”, como lo describió algun vez Norbert Elias.

Thursday, November 11, 2021

El futuro de la autonomía universitaria

Estación de paso El futuro de la autonomía Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 11/11/2021) https://suplementocampus.com/el-futuro-de-la-autonomia/ La autonomía universitaria es una idea, pero también un conjunto de prácticas que han coexistido permanentemente entre presiones externas y tensiones internas. La idea moderna consiste en que la autonomía es un supuesto básico (un derecho) para que las universidades puedan auto-organizarse y auto-gobernarse para fortalecer las libertades de cátedra e investigación como ejes del sentido institucional de la universidad pública contemporánea. Es autónoma respecto del Estado y del mercado, de las fuerzas que desean someter a la universidad a un proyecto o a un conjunto de intereses o dogmas que se consideran de un orden superior o prioritario. La larga historia de subordinación de las universidades medievales y coloniales bajo el dominio de la iglesia católica está detrás de la idea moderna, liberal, de la autonomía. La autonomía contemporánea descansa en la reflexión solitaria y el debate público, en la organización de dudas y la formulación de ideas más o menos novedosas. Es por eso que el principio maestro de la autonomía universitaria es la autonomía intelectual, el ejercicio del pensamiento libre, la crítica, la experimentación y el escepticismo. En los cubículos, aulas, laboratorios y auditorios, a través de redes y comunidades disciplinarias, coloquios, congresos o seminarios, estudiantes y profesores configuran espacios de diálogo y deliberación que acompañan o preceden innovaciones, cambios o aportaciones a la formación profesional, a la investigación científica o la vinculación institucional. Ese es el largo camino que la autonomía universitaria ha pavimentado lenta y conflictivamente en los últimos cien años. Sin embargo, un nuevo ciclo de tensiones entre el gobierno y la autonomía universitaria parece confirmarse en los últimos años. Desde la presidencia de la república hasta gobiernos estatales, desde el congreso de la unión hasta los partidos políticos, se han estimulado conflictos en torno al significado y los límites de la autonomía universitaria. Como ha ocurrido antes en otros contextos, la idea misma de la autonomía es cuestionada desde diversos frentes y por diferentes actores. En la experiencia mexicana, la resolución jurídica de esa idea quedó plasmada claramente en el texto del artículo tercero constitucional con la reforma de 1978, en la que se definió a la autonomía como un derecho, como una garantía a las universidades públicas tutelada por el Estado. Frente a la turbulencia de la coyuntura, las universidades han comenzado a movilizarse contra los cuestionamientos y descalificaciones del oficialismo y sus aliados. Esta coyuntura marca los perfiles del futuro de la autonomía universitaria. La agenda en construcción tiene que ver con las tensiones permanentes que habitan las relaciones entre las universidades y sus entornos: financiamiento público, libertad académica, compromiso social, responsabilidad pública, auto-gobierno institucional. Esa agenda marca en gran medida los posibles futuros de la universidad pública mexicana. Factores demográficos, políticos, económicos y tecnológicos constituyen las variables de contexto que marcarán la intensidad de los temas de la agenda. Un crecimiento constante de la demanda por educación superior, el mejoramiento relativo de la tasa de cobertura, la multiplicación de ofertas públicas y privadas de educación superior, configuran fuerzas que relocalizarán el papel y la pertinencia de las universidades públicas del país. Un crecimiento económico errático, de bajo desempeño, incrementará las desigualdades sociales y confirmarán el carácter mesocrático de las universidades publicas, sometiendo a un esquema de financiamiento federal crónicamente deficitario a estas organizaciones. Un mayor intervencionismo gubernamental orientado hacia el control del desempeño obligará a las instituciones a desarrollar estrategias de defensa y negociación de sus autonomías. La digitalización y la inteligencia artificial marcarán cambios en los procesos de formación profesional y el desarrollo de las actividades de investigación en las diversas disciplinas y áreas del conocimiento que se cultivan en las universidades, o presionarán hacia la exploración de nuevos campos científicos y profesionales. El escenario futuro de las universidades será una combinación compleja entre la prolongación de tendencias que ya existen y la aparición de nuevos fenómenos que presionarán por un ajuste al significado y las prácticas de la autonomía. El incremento de una lógica neo-utilitarista sobre la universidad dominará las políticas públicas, y se combinará con las exigencias sobre transparencia, rendición de cuentas, compromiso y responsabilidad social de las universidades. La demanda por educación y aprendizajes a lo largo de la vida, obligarán a las universidades a formular esquemas mucho más flexibles y abiertos para incorporar nuevas poblaciones de ciudadanos (de mayor edad y experiencias) a las aulas presenciales y virtuales universitarias. Los modelos de formación dual con empresas públicas y privadas, el desarrollo de patentes y prototipos, la asociación con organizaciones locales, nacionales o internacionales para el desarrollo e instrumentación de proyectos culturales, serán parte de los nuevos esquemas de vinculación con los entornos sociales. En este escenario, el cogobierno universitario se modificará sustancialmente. Los órganos colegiados tradicionales (consejos universitarios, colegios académicos, juntas de gobierno) modificarán su composición y funciones, incorporando actores universitarios y no universitarios. Las decisiones académicas y de gobierno dejarán de ser competencia exclusiva de estudiantes, profesores y directivos, para considerar también las voces de gobiernos, empresarios y liderazgos sociales, políticos y culturales. Un nuevo ciclo de tensiones será procesado bajo nuevas reglas y estructuras del poder universitario. Estos pueden ser los rasgos básicos de un futuro utópico o distópico de la autonomía universitaria. La temporalidad de este imaginario escenario futuro se construye desde ahora y es fruto del pasado reciente, y podría alcanzarse en los próximos diez o veinte años, digamos, hacia el 2030 o el 2040. Como toda visión prospectiva, los escenarios son gobernados por hipótesis surgidas del cálculo y la imaginación, que se alimentan del pesimismo o del optimismo, esos estados de ánimo tan frecuentes cuando se piensa en lo que puede ocurrir en el futuro. No son profecías catastróficas ni pronósticos luminosos. No obstante, pueden ayudar a orientar la reflexión y el debate sobre lo que las comunidades intelectuales y políticas pueden o deben hacer para construir un nuevo significado de la autonomía universitaria para el siglo XXI en entornos dominados desde hace tiempo por la incertidumbre.

Thursday, November 04, 2021

Educación y alcohol

Estación de paso Profesores: palabras, música y alcohol Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 04/11/2021) https://suplementocampus.com/profesores-palabras-musica-y-alcohol/ La escuela -desde la primaria hasta la universidad- es un espacio de experiencias múltiples. Además de sus tradicionales funciones formativas centradas en el desarrollo de conocimientos, aprendizajes y habilidades, también es un espacio de educación sentimental, moral y cultural en un sentido amplio. Las experiencias compartidas, asociadas a los intercambios cotidianos con compañeros, profesores y autoridades de los planteles, proporcionan a los estudiantes códigos de comportamiento útiles para la vida social, desarrollan con el tiempo lazos de confianza y formas de gestionar conflictos y tensiones, les permiten expresar y explorar sus dudas, creencias e incertidumbres, pero también surgen certezas instantáneas y, a veces, se cultivan amistades perdurables. Pero la experiencia escolar suele ser distinta para los diferentes actores que participan cotidianamente en los procesos educativos. Estudiantes, profesores y directivos experimentan de manera diferente las tensiones, las rutinas y los logros esperados o espontáneos de la educación escolarizada. Pero es el profesorado el que constituye el sector que mayor desgaste sufre a lo largo de las pequeñas y grandes historias escolares de cada plantel. Forman la parte constante, fija, de la escuela, distinta a la ronda de las generaciones que entran y salen cada año de los centros escolares. Las complicadas trayectorias vitales que representan un o una profesora, configuran relatos complejos que acompañan la vida cotidiana de las escuelas de todo el mundo. George Steiner escribió algo al respecto. En Lecciones de los maestros (2004), por ejemplo, afirmó que “no puede haber sistema familiar ni social…sin enseñanza y discipulazgo, sin magisterio y aprendizaje consumados”. En el centro de este sistema se encuentran los profesores universitarios, un oficio “extraño y problemático”, por el cual reciben un pago y construyen una vida. “La auténtica enseñanza”- afirma Steiner- “es una vocación”. Más aún: “Es una llamada”. Pero el ejercicio prolongado del oficio suele consumir los recursos vitales, la fuerza de la vocación y la intensidad de la llamada. Si es cierto aquello de que carácter es destino, el oficio de maestro muestra las dificultades que envuelven a lo largo del tiempo la forja del carácter docente. En no pocos casos, las motivaciones, entusiasmos e ilusiones iniciales de la profesión se vuelven con el transcurso de los años en episodios frecuentes de aburrimiento, confusión y decepciones. Las rutinas, los hábitos, las costumbres de la enseñanza oscurecen el brillo de los aprendizajes. Los itinerarios vitales de los individuos (laborales, familiares, sociales), acumulan con el tiempo dilemas y responsabilidades, grandes incertidumbres y pequeñas crisis de identidad, que se amplifican en los contextos escolares con el incremento de las brechas generacionales entre estudiantes y profesores. La información y la formación son ejes básicos del ejercicio magisterial que adquieren pleno sentido cuando se relacionan con la música de las palabras, con prácticas deportivas, conversaciones, lecturas y sonidos que proporcionan el combustible insustituible de los diálogos sobre los misterios del conocimiento entre estudiantes y profesores en las aulas, patios y pasillos escolares. La película Otra Ronda (2020) del director danés Thomas Vinterberg, narra una pequeña historia contemporánea al respecto. Un grupo de profesores cincuentones que trabajan en una escuela preparatoria de Dinamarca padecen los estragos de la rutina escolar y del inexorable envejecimiento. Cultivan una amistad duradera, se reúnen con frecuencia a cenar y a beber, conversan sus impresiones y comparten sus cada vez más largos silencios. Uno es un profesor de historia, otro de música, uno de deportes y otro de psicología. Son individuos solitarios, de ojos cansados: unos son solteros empedernidos o divorciados amargados, otros pasan por un período de crisis en sus matrimonios. Todos han perdido o debilitado el entusiasmo inicial por su profesión docente, y se sienten atrapados por la ausencia de un horizonte vital que imprima algún sentido a lo que hacen todos los días desde hace muchos años en su escuela. Un día descubren que el secreto para experimentar una vida relajada y disfrutable está en el consumo moderado pero frecuente de alcohol. La cifra mágica es el 0.05% en la sangre, considerada en un estudio de psicología leído por uno de los profesores, como parte genética de la naturaleza humana, y que se registra con el nacimiento. Beber pequeñas cantidades de vino, cerveza, whisky o vodka durante todo el día y hasta antes de las 8 de la noche, se convierte en su nueva rutina e invoca los ángeles del optimismo, la lucidez y el buen humor en sus vidas profesionales y personales. Los resultados son asombrosos. Motivados y alegres, los profesores buscan ejemplos de esas rutinas: Schubert y Tchaikovsky en la música clásica, Roosevelt y Winston Churchill en la historia política, Hemingway y Dylan Thomas en la literatura, son citados como ejemplos de grandes bebedores habituales creativos y deslumbrantes. En contraste, figuras como Hitler o Stalin se citan como personajes abstemios o francamente anti-alcohólicos, siniestros y obsesivos, cuyas trayectorias marcaron estelas de destrucción y muerte para las sociedades del siglo XX. Por supuesto, hay cierta mitología que penetra la imaginación y las prácticas de los profesores. Ello se refleja en una suerte de épica alcohólica, que devuelve el entusiasmo a sus prácticas docentes y que se refleja en el aprecio de sus alumnos y los padres de familia. La parte obscura de esa épica, sin embargo, aparece cuando deciden romper del límites del consumo diario y sobrepasar el 0.1% del alcohol en la sangre, invocando los demonios del alcoholismo, el escándalo público y las fracturas personales. La bestia insaciable que es el alcoholismo devora entonces las fronteras de la ética del deber, un animal feroz que gobierna sus impulsos vitales, por lo que el experimento rápidamente tiene consecuencias directas en la escuela, en su oficio docente y en sus vidas privadas. Uno de los profesores, devastado por la combinación del alcohol y la fatiga existencial, decide suicidarse, pero los otros aprecian las bondades que la bebida, con todo y sus excesos, trajo a sus vidas. Frente a los hechos, la experiencia alcohólica de los maestros se contrasta con la ética de la abstinencia, y el resultado es un examen sin concesiones que une el ejercicio del oficio público con las vidas privadas de los participantes. La cinta no es una apología del alcoholismo ni tampoco un relato que pretenda conducir a moralejas aleccionadoras o moralinas simplonas. Después de todo, es una ficción cinematógrafica que abreva de la novela moderna, la tragedia clásica y la dramaturgia. Pero se trata del cuidadoso retrato, debidamente dramatizado, de las soledades, frustraciones y desencantos del oficio docente. La imagen apostolar del maestro, con su elevado sentido de misión y responsabilidad ética, moral y profesional, contrastado con el óxido de la rutina y la canción del hastío, con el proceso del envejecimiento inevitable y las complejidades existenciales acumuladas según los calendarios y relojes que gobiernan la vida escolar y las trayectorias vitales de los profesores. Es una mirada profunda, aderezada con algunos granos de sal, a los vacíos e incertidumbres de una profesión poco comprendida, que se suele volver invisible frente a las altas expectativas sociales depositadas rutinariamente en la educación, luces y sombras de un oficio que se desarrolla entre ánimos templados por la concentración intelectual, las distracciones y los destellos de los aprendizajes, el vocerío permanente de la vitalidad estudiantil, y la grisácea burocratización de la vida escolar. Salud.