Wednesday, December 26, 2012

Profesionales


Estación de paso

Profesionales

Adrián Acosta Silva


“Ambos somos profesionales” afirmó el Secretario Chuayffet cuando le preguntaron sobre las posibles reacciones de la Maestra Elba Esther Gordillo respecto a la iniciativa de reforma anunciada por el titular del ejecutivo al poder legislativo (Milenio, 12/12, 2012). La respuesta, lacónica y ambigua, parece sacada de un manual de la cultura política priista de los años sesenta. La profesionalidad, se entiende, significa que ambos son jugadores con oficio, experiencia y capacidad para tomar acuerdos, o asumirlos, pues entre gitanos no se leen las cartas. No son amateurs con talento, sino políticos profesionales. Cada quien su tarea, cada quien en su casa, cada quien con sus intereses y lealtades. Sin embargo, una semana después, la dirigente del SNTE rompe lanzas verbales y declara estar en contra de una reforma que “atenta contra la dignidad del magisterio” (La Razón, 20/12/2012). Los tambores del conflicto magisterial cierran el año y anuncian el siguiente.

El funcionario y la lideresa sindical muestran sus armas. De un lado, las palabras de un político experimentado, duro, curtido en las filas y la cultura de un partido acostumbrado a negociar y ajustarse al clima del momento. Es el representante de una forma de hacer las cosas de modo que el Presidente y su partido logren tomar la iniciativa y el control de sus proyectos, marcando el territorio, los códigos y las reglas de la negociación política. Del otro, el discurso corporativo, clientelar, de una profesora cuyo origen es destino: formada en las ligas menores del magisterio priista de los años setenta dominado por Carlos Jongitud Barrios, luego delfín de liderazgos priistas surgidos en los años de la gran crisis económica de la década de los ochenta, y finalmente, gran aliada del salinismo para el diseño e instrumentación del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, que “federalizó” ese nivel de la enseñanza educativa, y cimentó el camino al liderazgo caciquil que hoy ejerce sin pudor y sin piedad. Con esas credenciales públicas, ambos actores encabezan el nuevo juego de la temporada, la disputa por la legitimidad en un sector clave de la sociedad, la política y la cultura del país.

Como en toda disputa política hay aquí intereses, prácticas y símbolos importantes. Dirigir la reforma hacia el tema de la evaluación del profesorado para su ingreso, permanencia y promoción supone desmontar el dispositivo maestro del control del SNTE sobre los maestros, aunque no se sabe bien, por ahora, que sucederá con el programa de carrera magisterial que llegó con la reforma de los primeros años noventa. De otro lado, cuando el peñismo, en boca de Chauyffet, anuncia una reforma en el sector, lo hace con el aplauso público de medios y partidos políticos, pero con los reproches privados de la burocracia sindical del magisterio. Plazas, dinero y política, se convierten en las piezas estratégicas que desde Los Pinos y desde el edificio de la calle de Brasil se lanzan al tablero para impulsar una reforma cuyo núcleo básico, académico, pedagógico y educativo, permanece oculto en el fondo del proyecto reformador, opacado por la fiesta anticipada de una reforma que aún no es, y por el escándalo de los tambores de guerra tocados al final del año por la Maestra y sus discípulos, tratando de sumar a nuevos aliados y fuerzas políticas.

El espectáculo de la temporada apenas inicia, con espectadores ansiosos en el graderío, y actores marcando sus posiciones en el campo de juego. La política de la política reformadora está en los vestidores y en los sótanos del gran estadio público, cocinándose a fuego lento, colocando piezas y jugadas en el imaginario político de la coyuntura. Algunos, incluso, con la sonoridad que sólo proporciona el realismo mágico mexicano, anticipan que nada ni nadie parará la “máquina de las reformas” (diputado Beltrones dixit), como si las intenciones gubernamentales bastaran para transformar el discurso en realidades. Pero serán las prácticas y decisiones políticas que se tomen en las próximas semanas, las que configuren la orientación y la fuerza de una iniciativa que puede naufragar en los bloqueos de siempre, con máquinas viejas y maquinistas con ganas pero sin recursos, o activar algunos cambios en la conducción del sector.

Con todo, el saldo duro del diciembre político mexicano es que la educación, esa antigua utopía racionalista, se coloca nuevamente entre las prioridades políticas de la agenda gubernamental, lo cual no es una mala señal para los tiempos que corren. En un territorio sobrecargado de intereses políticos y burocráticos, pero también de grandes demandas y expectativas sociales, la escuela pública se encuentra hoy en el centro de una disputa de perfiles imprecisos, en la cual vuelve a flotar en el aire la impresión de que se lanzan soluciones en busca de problemas, acuerdos en busca de conflictos. Y sólo el tiempo, el “maldito factor tiempo” al que se refería con frecuencia sensata Norbert Lechner para advertir su importancia en el timing político, jugará el papel verdaderamente estratégico de la propuesta reformadora.


Wednesday, December 05, 2012

Oficio de politico


Estación de paso
El oficio de político y el malestar con la política
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 6 de diciembre, 2012.
La política siempre suele causar sensaciones encontradas entre los ciudadanos. El dicho común afirma que, en cosas de política y de religión, las personas nunca se ponen de acuerdo, pues casi siempre terminan en pleitos, discusiones y enconos de distinto grado y magnitud. Si a ello se agrega un contexto social y moral donde la política y los políticos suelen ser vistos como lo peor de los males imaginables, las cosas se ponen un poco más difíciles para quienes vemos a la política no como un mal inevitable o necesario, sino como la única herramienta que existe para tomar decisiones colectivas más o menos razonables.
Por supuesto, la política va ligada al poder. Y ese vínculo está en el fondo de las preocupaciones intelectuales, éticas y morales de los grandes escritores, desde Shakespeare a Miguel de Cervantes. Una mirada a Hamlet o a El Quijote, muestra como los asuntos políticos ocupan una parte central en sus escritos y preocupaciones. En ambos casos, la política y el poder encarnan en individuos específicos, en hombres con motivaciones, limitaciones e intereses diversos, que despliegan sus acciones en contextos determinados, con resultados muy variados, tomando siempre decisiones sin esperar moralejas.
El examen de estos fenómenos del poder y la política vistos a través de sus actores (los políticos profesionales) forma parte de un libro del conocido politólogo español Manuel Alcántara, titulado El oficio de político (Ed. Tecnos, Madrid, 2012), que fue presentado recientemente en la FIL de Guadalajara. El texto tiene, por lo menos, una par de cualidades destacadas. Por un lado, es un libro oportuno, pertinente, útil para tratar de comprender qué es la política y cómo son los políticos, en un tiempo donde, justamente, es notable una extendida sensación de malestar y desconfianza hacia la política y los políticos. Por otro lado, es un texto provocador, inteligente, que combina la erudición politológica con cierta sensibilidad literaria, una combinación poco frecuente cuando se examina el árido campo de la ciencia política, con su variada colección de hechos, datos, procesos y actores. Ambas cualidades, me parece, ofrecen tanto a los lectores especializados como a los no especializados, una mirada distinta a los enfoques tradicionales sobre los temas políticos.
El oficio de político es un libro que aparece en los tiempos del desencanto democrático. Y por ello es importante. Situado más allá del malestar con la política que se ha extendido en muchos países, y que tienen que ver con el déficit de representación política de las sociedades, el texto de Alcántara ofrece un recorrido intelectual sobre la figura de los políticos en el pensamiento clásico y contemporáneo, identificando las diversas dimensiones del “animal político”: desde los factores sociales e institucionales hasta los psicológicos, emocionales y mentales. Nunca como hoy la clase política, los políticos profesionales, se han constituido y consolidado como un grupo amplio pero heterogéneo, con autonomía e identidades propias, que se han dedicado profesionalmente a la política por diversas razones y motivaciones. Las viejas nociones de la política como virtud y fortuna de Maquiavelo, o de la política como “arte y artesanía” del politólogo Giandomenico Majone, desfilan a lo largo de este libro, lo cual no deja de ser una paradoja en tiempos en que la política y los políticos no gozan de una buena reputación.
Uno de los puntos importantes que, me parece, aporta el libro, es el origen y la trayectoria de los políticos, es decir, dónde y cómo deciden participar en la política, y cómo acumulan o desperdician su capital político a lo largo de sus trayectorias vitales. Según los datos que proporciona el texto, la mayor parte de los políticos latinoamericanos se forman en los partidos políticos, seguido de las organizaciones estudiantiles. Es decir, el partido y la organización estudiantil son las fuentes más importantes de socialización política de los individuos que conforman las élites políticas de la región. El análisis de las trayectorias de 18 destacados políticos latinoamericanos, entre los que se incluye al peruano Raúl Haya de la Torre, al brasileño Wilson Ferreira, a la nicaragüense Violeta Barrios, a la colombiana Ingrid Betancourt, o al mexicano Cuauhtémoc Cárdenas, ofrecen una mirada biográfica a los distintos tipos de liderazgo político que configuran las diversas trayectorias políticas en la región.
Por supuesto, como todo buen libro, hay más preguntas que respuestas en torno al oficio del político: ¿Qué determina el comportamiento de los políticos? ¿Las características de los individuos, o las determinaciones del sistema? ¿Tiene algo que ver el origen social de los individuos en sus trayectorias? ¿Persiste una noción roussoniana, en la opinión pública respecto de que las organizaciones corruptas terminan por corromper a individuos naturalmente bondadosos? O, por el contrario, ¿los individuos, como afirmó alguna vez el caudillo argentino Juan Domingo Perón, “son todos buenos, pero controlados son mejores”?. Esas preguntas aguardan aún buenas respuestas. Y en el libro de Alcántara, podemos explorar algunas de ellas, pertinentes para una zona social que no es, ni nunca ha sido, la región más trasparente.