Thursday, March 31, 2022

Capitalismo académico

Estación de paso ¿Capitalismo académico en América Latina? Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 31/03/2022) https://suplementocampus.com/capitalismo-academico-en-america-latina/ El concepto de “capitalismo académico” (CA) es el corazón de una teoría orientada a ofrecer una explicación sobre los comportamientos institucionales de las universidades contemporáneas en el marco de la globalización, la internacionalización y la economía basada en el conocimiento. El origen de esa teoría fue la caracterización de esos procesos como fuerzas de transformación productiva y sociocultural de los entornos políticos y de políticas de las universidades contemporáneas. Aunque tiene antecedentes históricos importantes en el campo de la organización y gestión de la educación universitaria (los trabajos de Veblen, de Weber o Clark, por ejemplo), los autores nortamericanos Sheila Slaughter y Larry L. Leslie publicaron en 1997 un libro que abriría un debate académico importante sobre el contenido y los alcances del concepto (Academic Capitalism. Politics, Policies and the Entrepreneurial University, The Johns Hopkins University Press). En síntesis, el debate se concentró en tres puntos clave: a) la consistencia de una teoría cuyas ideas centrales y capacidades explicativas se basan en la experiencia de algunas universidades de investigación de cuatro países desarrollados (Estados Unidos, Canadá, Australia y Reino Unido); b) la influencia de los sistemas de mercado o cuasimercado en la lógica del trabajo académico y la productividad universitaria; y, c) la capacidad de este enfoque para explicar los comportamientos universitarios en otros contextos nacionales, en especial de los países periféricos, no desarrollados o de economías emergentes, como es el caso de las universidades de América Latina, Africa o Asia. Para repasar los términos de ese debate en el contexto de la experiencia latinoamericana, tres expertos de la región (José Joaquiín Brunner, Jamil Salmi y Julio Labraña) convocaron a un grupo importante de colegas para analizar los perfiles, limitaciones y alcances de la teoría del CA en el subcontinente. El resultado de este esfuerzo es el libro “Enfoques de sociología y economía política de la educación superior: aproximaciones al capitalismo académico en América Latina” (Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2021). En este texto, Brunner, Salmi y Labraña reunieron los textos de 11 académicos de distintos países de la región (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México, Uruguay) para examinar desde distintas perspectivas experiencias nacionales el impacto de la teoría del CA en el entendimiento de los problemas de la educación superior en la región. (https://www.youtube.com/watch?v=j6wToxR9hoI&t=615s) El contenido del libro permite identificar varios temas y dimensiones en el uso de esta teoría, aplicada para los casos latinoamericanos. Pero también incluye el señalamiento de las limitaciones o imposibilidades del enfoque para comprender las relaciones entre los problemas o procesos identificados y los factores o mecanismos causales que los producen.Una de las tesis centrales del libro de Slaughter y Leslie en torno a la transformación del modelo de la universidad moderna caracterizada por la combinación de docencia e investigación hacia el modelo de “universidad emprendedora” basada en la competencia por el mercado de los prestigios y recursos financieros, orientados por el ascenso de indicadores de calidad determinados por distintos rankings internacionales, tiene dificultades explicativas en el caso de las universidades latonoamericanas. Como señalan algunos de los autores, la gran diversidad y heterogeneidad de la educación superior en los distintos países de la región, configuran condiciones y comportamientos institucionales muy distintos a los países que fueron considerados por Slaughter y Leslie parta formular la teoría del CA. Esa diversidad se caracteriza por el enorme peso que sigue teniendo la formación profesional sobre las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico. Otro factor a considerar es el tipo de gobierno y gobernanza que se ha desarrollado en los últimos años en la región, donde las tradiciones de la autonomía académica e intelectual van acompañadas de esquemas de gobiernos colegiados entre estudiantes, directivos y profesores, y que se han mezclado de manera peculiar con la influencia de esquemas de gestión y conducción institucional basados en los postulados de la Nueva Gerencia Pública, una teoría también de origen anglosajón. A pesar de estas limitaciones contextuales, la TCA ofrece algunas pistas interpretativas para analizar los comportamientos institucionales universitarios, como las relaciones entre gobernanza y desempeño, la influencia de las políticas públicas nacionales o subnacionales en el ejercicio de la docencia o de la investigación, la vinculación de las universidades con el Estado o con el mercado, o el impacto de las métricas de la productividad y de la “dictadura de los rankings” en la planeación del desarrollo institucional universitario. Las relaciones entre los sectores públicos y privados, el perfil de las oligarquías académicas y del profesorado universitario de tiempo parcial, la coexistencia entre las lógicas de la formación profesional y la lógica de la investigación, la discusión del CA como expresión del neoliberalismo económico en la educación terciaria, los problemas de los financiamientos públicos y privados a la investigación universitaria, los procesos de los regímenes de aprendizajes en el sector, la diferenciación de distintos tipos, alcances o influencias de regímenes de capitalismo académico, configuran un complejo mapa de tensiones y relaciones que permiten la construcción de una agenda de investigación y de acción sobre las universidades latinoamericanas del siglo XXI. Esa es la mayor contribución de libro, que ofrece no sólo un riguroso ejercicio de balance intelectual (y no solo académico) del pasado reciente de la educación superior de nuestra región, sino que permite también identificar algunas pistas sobre el futuro de las universidades en la era de plomo de la postpandemia y la nueva crisis económica del período 2020-2022, donde las ilusiones de la innovación y productividad del emprendurismo universitario se estrellan frente al muro macizo de las restricciones, procesos y realidades de las universidades latinoamericanas realmente existentes. Aquí, como sugiere Jamil Salmi en el libro, experiencias, conocimiento e imaginación juegan un papel central como recursos intelectuales en la construcción de un futuro promisorio para la educación superior latinoamericana.

Thursday, March 17, 2022

Autonomía versus heteronomía

Estación de paso Autonomía versus heteronomía Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 17/03/2022) https://suplementocampus.com/autonomia-versus-heteronomia/ La autonomía universitaria vive desde hace años tiempos difíciles. No es algo inusual en la historia de las relaciones de las universidades con sus entornos políticos o de políticas públicas, pero el áspero lenguaje de hechos recientes muestra tendencias preocupantes que se endurecen rápidamente. El argumento que puede explorarse es que la conflictividad de las relaciones entre el gobierno federal y algunos gobiernos estatales con las universidades públicas, se puede explicar por la tensión creciente entre el régimen de autonomía constitucional construido a lo largo del siglo XX y el régimen de heteronomía política que despunta en el imaginario y las acciones del gobierno de la cuarta transformación nacional. La autonomía significa tres cosas básicas: autogobierno institucional (autonomía política), libertad académica y de investigación (autonomía intelectual), y apoyo presupuestal suficiente para las universidades y centros de investigación de carácter público (autonomía administrativa y financiera). En contraste, la heteronomía significa la subordinación o dependencia de estas instituciones a fuerzas externas, sean del estado o del mercado. El régimen de autonomía construido a lo largo del siglo XX fue el resultado de varios conflictos en distintos momentos en diversas instituciones, y llegó a su resolución jurídica en 1980, cuando la autonomía fue elevada a rango constitucional en la fracción séptima del tercero constitucional. Esa historia permite caracterizar a las universidades como instituciones públicas autónomas estatales pero no gubernamentales. Este régimen autonómico ha experimentado tensiones de carácter financiero, político y organizativo desde los años ochenta. Las políticas de modernización de la educación superior basadas en la evaluación de la calidad y el financiamento público condicionado, diferencial y competitivo instrumentadas desde los años noventa hasta las dos primeras décadas del siglo XXI, incentivaron comportamientos insitucionales heterónomos entre las universidades públicas. Ello no obstante, los componentes básicos de la autonomía se mantuvieron como parte del arreglo institucional expresado en la constitución federal y en las prácticas académicas, de gobierno y presupuestario de la propias universidades. El actual gobierno calificó esas tensiones como parte del “acoso presupuestal” derivado de las “políticas neoliberales” de gobiernos anteriores, y se comprometió a otorgar un “apoyo sin precedentes” a esas instituciones. Hoy, desde hace tres años, el tratamiento presupuestal y el acoso político a las universidades y centros de investigación muestra una clara contradicción gubernamental tanto a nivel federal como a nivel estatal. Los casos recientes de la UNAM (2020), o las universidades estatales de Aguascalientes (2019), Nayarit (2020) o Guadalajara (2021), son emblemáticos de esas contradicciones entre intenciones y acciones. Esa contradicción se acompaña por la veloz acumulación de improvisaciones, ocurrencias e imposiciones gubernamentales. En sólo tres años, la prisa por mostrar el avance y logros de la “cuarta transformación” en la educación superior explica el activismo del funcionariado y el oficialismo dominante. Las políticas de austeridad y la gestión de la crisis sanitaria y económica han funcionado como “anillo al dedo” (según la célebre frase presidencial) para un acoso presupuestal a las universidades y centros de investigación igual o peor al que el gobierno obradorista denunció como producto de la “política neoliberal”. La negociación de los recursos públicos se subordina a la decisión de un ejecutivo omnipresente apoyado por una mayoría parlamentaria que actúa como correa de transmisión de las prioridades presidenciales. El resultado es un torneo de descalificaciones, sarcasmos e insultos que se repiten un día sí y otro también en el campo de la educación superior, alentados con vigor desde las oficinas y patios del Palacio Nacional, o desde las curules o redes sociales de los congresistas alineados con el oficialismo político. En estas circunstancias, es necesario defender no sólo el derecho a la autonomía universitaria, sino reconocer el hecho de que la autonomía universitaria no opera en el vacío social. Es una autonomía vinculada con la sociedad, que implica beneficios tanto para las universidades como para las poblaciones y territorios donde actúan las propias universidades y centros de investigación. La formación de profesionales y técnicos, el desarrollo de la investigación básica y aplicada, el impulso a las innovaciones organizacionales y tecnológicas, son prácticas que se han desarrollado bajo el régimen de autonomía constitucional, y que han beneficiado el desarrollo social, político y cultural nacional. Un montón de evidencias demuestran esa afirmación, acumuladas en la historia reciente y la vida cotidiana de las universidades federales y estatales. Ese es el régimen que hay que fortalecer, más allá de proyectos sexenales anclados a fantasías políticas de pretensiones históricas, gobernado por actores empeñados en construir un régimen de heteronomía política para la educación superior. Debajo de la superficie de estas aguas revueltas, la autonomía universitaria experimenta las tensiones de una época díficil, que anticipan tiempos complicados no sólo para la imagen o la vida cotidiana de las universidades públicas, sino también por la prolongación de las restricciones presupuestales y el escepticismo del transformacionismo político respecto de sus prácticas académicas, su importancia social, o sus formas de auto-organización. No se vislumbra un horizonte diferente en los próximos años. Frente a este panorama, es complicado alimentar esperanzas de cambios en la política y las políticas dirigidas a este sector. A estas alturas del sexenio, es muy claro que la 4T del obradorismo está más hecha de ideología que de hechos, y en esa ideología las universidades públicas son vistas más como obstáculos incómodos para los actos de fe y lealtad que exije el oficialismo. que como las instituciones autónomas y críticas que son las universidades.

Thursday, March 03, 2022

Putin: la formación de un autócrata

Estación de paso Putin: la formación de un autócrata Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 03/03/2022) Ahora que el Presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin decidió soltar los perros de la guerra en Ucrania y caen bombas sobre Kiev, el mundo mira con asombro el inicio de un conflicto que ya se sabe como inicia pero no como terminará. El costo humano, económico y político de la guerra será alto, y los monstruos de la razón serán otra vez la fuente de las más sombrías de nuestras pesadillas. Luego de la pandemia y la crisis económica, el escenario de guerra era lo único que faltaba para hacer de estos años un tiempo gobernado por fuerzas destructivas que anticipan futuros negros. Los señores de la guerra son los personajes centrales del nuevo drama que sacude a Europa oriental, pero cuyos riesgos y efectos serán otra vez globales. Y de entre las elites militares y políticas involucradas destaca sin duda la figura de Vladimir Putin. Su formación como funcionario, como político y como agente policiaco se explica no sólo por sus virtudes y capacidades individuales, sino también por el contexto en el cual desarrolló sus creencias, astucia e inteligencia política. Ese mismo contexto explica la transformación de un burócrata eficiente y un espía obsesivo en un político calculador, sin escrúpulos para combinar nacionalismo, popularidad y represión en dosis adecuadas para incrementar su poder en una sociedad ilusionada por las promesas de prosperidad y grandeza que el partido político de Putin (“Rusia Unida”) ha garantizado a los ciudadanos de la ex Unión Soviética. Con 69 años de edad, la trayectoria de Putin es parte de la historia contemporánea de Rusia. Se formó como abogado en la Universidad Estatal de Leningrado entre 1970 y 1975, años en que ser litigante significaba ejercer como un burocráta más del Estado. Para mejorar su posibilidades de ascenso en los puestos estatales, ingresó a la Academia de Espionaje de la KGB, donde estudió entre 1975-1985, obteniendo el grado de “Mayor de Justicia”. Durante ese período trabajó como agente del estado investigando, persiguiendo y encarcelando enemigos del régimen. Eran los años sombríos del “miedo al Estado”, como los denominó el escritor Martin Amis en su libro Koba, el temible, un espléndido retrato del estalinismo y el postestalinismo en la URSS. Luego de la caída del muro de Berlín, trabajó brevemente (1990) como ayudante del rector de su Universidad (Leningrado), y comenzó una veloz carrera política a la sombra de Boris Yeltsin, el primer presidente de Rusia luego de la disolución de la URSS. Cultivando alianzas y y relaciones con diversos grupos, Putin fue nombrado como presidente interino en 1998, y un año después electo como presidente de la Federación Rusa, cargo que ejerció entre 1999 y 2008. Luego de ejercer como primer ministro entre 2009 y 2011, en 2012 vuelve a ser nombrado presidente, cargo en que se mantiene hasta ahora, gracias a una reforma constitucional impulsada vigorosamente en 2010 por él mismo y su partido, que amplió el período de gobierno de 4 a 6 años. Esa reforma permite la reelección indefinida en el cargo. La popularidad de Putin dentro y fuera de Rusia se refuerza con una retórica nacionalista, el impulso a la formación de una oligarquía de nuevos ricos rusos, y el control político sobre sus opositores. Es un modelo de liderazgo político que hipnotiza a empresarios y políticos, como lo vimos en el caso de Donald Trump. El político nacido en 1952 en el seno de una familia humilde en San Petesburgo, explota la nostalgia y las esperanzas de millones de ciudadanos, a los que vende una imagen de fuerza, determinación y orgullo nacionalista. En ese sentido, el abogado y el burócrata, el profesional del espionaje y el político astuto, la disciplina militar y el poder de las armas, forman parte de la formación de las convicciones, las creencias y los cálculos de un personaje central en el drama de la guerra que se desarrolla hoy en Kiev, Odessa, Chernobyl y las costas del Mar Negro. Putin como individuo es un personaje siniestro y fascinante como protagonista central del drama ruso/ucraniano. Pero es también importante por lo que representa: el ejercicio despótico de un poder sin contrapesos que es capaz de llevar al mundo a una guerra de dimensiones incalculables. Encarna la legitimación de una forma de empleo del poder cuyos límites son la ambición política y las aguas heladas del cálculo egoísta, actuando en nombre de una nación y de un pueblo, en este caso el eslavo. Es una imagen y una retórica que hemos visto demasiadas veces a lo largo de la historia. La figura de jefe supremo de las fuerzas armadas rusas asemeja el perfil de otros líderes crecidos en la lógica autocrática del poder. Concentrar decisiones, subordinar bajo su control a fuerzas políticas y militares, utilizando un lenguaje impositivo y monofónico. Es la acción de un liderazgo ejecutivo que domina las palabras, los hechos y la música de la guerra. Coresponde a la descripción que el escritor Philip Roth hizo de las creencias política y morales de un presidente ficticio, confesadas ante un tribunal imaginario: “Estoy convencido de que es esencial que el Demonio no sólo marque el compás, sino también que dirija el baile. El Demonio ha de estar a la altura de sus palabras” (Nuestra pandilla, 2008). La diferencia con la novela de Roth sobre Richard Nixon es que Putin no es la encarnación del diablo o la maldad humana, sino la personificación de una época gobernada por la confusión, el pragmatismo y el relativismo político.