Tuesday, October 25, 2011

Violencia: el loco brillo del diamante


Estación de paso

Violencia: ese loco brillo del diamante

Adrián Acosta Silva

Señales de Humo, Radio U. de G., 27 de octubre de 2011.

La violencia política es una bestia compleja, temible y de algún modo fascinante. Las imágenes de la captura y asesinato de Muammar Gaddafi, el exdictador de Libia, a manos de una turba enardecida, entusiasta y vengativa, o la noticia de la declaratoria del adiós a las armas que anunció, con la solemnidad y parafernalia acostumbrada, el grupo terrorista vasco ETA el mismo día en que circulaban por el mundo las imágenes de un Gaddafi maniatado y ensangrentado, son dos postales del mismo fenómeno, las dos puertas de entrada a la misma casa.

La violencia se alimenta de la idea de que los grandes cambios sociales son procesos acompañados inevitablemente por el derramamiento de sangre. Como señalaba Marx, la violencia es la partera de la historia, el mecanismo que produce transformaciones en la organización de la vida política de las sociedades, el combustible de la acción política revolucionaria. Cuando se mira la historia de las sociedades contemporáneas, se advierte de inmediato que todas están formadas, en grados distintos y variables, de los platos de sangre que se ofrecen a los dioses de la guerra. Revoluciones, levantamientos, protestas, rebeliones, cobran en algún momento facturas más o menos abultadas de muertos, heridos, desaparecidos. Es lo que hacía afirmar al viejo Marx aquello de que la historia siempre camina por el lado malo, siempre en sentido contrario a los deseos de los pacifistas, de los moralistas y de los ingenuos.

ETA forma parte del último ciclo de las expresiones de violencia política que recorrió el mundo antes de Al Qaeda. La guerra separatista que inició contra un franquismo en el ocaso, continuó en el contexto de una España que iniciaba en los años ochenta el largo camino de la democratización y el desarrollo económico. Para los etarras, sin embargo, el enemigo era el mismo. Tanto el franquismo como los gobiernos españoles surgidos luego del Pacto de la Moncloa formaban las dos caras de la misma moneda. Por tanto, su estrategia era la misma: sembrar con bombas y fusiles cualquier tipo de negociación con el enemigo. Cientos de muertes y miles de heridos fueron el precio a pagar por una guerra imposible, elegida por un puñado de encapuchados cómo única ruta suicida. El precio de ETA fue la marginación, el rechazo y el aislamiento local e internacional. Por ello, el anuncio realizado la semana pasada sólo confirma que es, tal vez, el epitafio grabado sobre su propia tumba.

Las imágenes de Gaddafi son más siniestras, como hemos visto en todos lados. Una turba lo arrastra, lo golpea, mientras escupen insultos y maldiciones a la cara del viejo dictador. Ensangrentado, herido, humillado, el viejo guerrero es sometido a la lógica de acero de la jauría, cuyos integrantes, iracundos, entusiasmados por su poder absoluto sobre el dictador, terminan por asesinarlo de un balazo en la cabeza. El acto final del espectáculo es climático: el traslado del cadáver a un refrigerador gigante, que hace las veces de morgue instantánea, en el cual se exhibe el cuerpo de Gaddafi como trofeo de guerra para los rebeldes libios.

Ambos casos, el adiós de ETA y el asesinato de Gaddafi, ilustran el fenómeno de la violencia política como el asidero de delirios y entusiasmos bestiales. Ambos poseen la atracción de los casos extremos. De un lado, el final anti-climático de la trayectoria de 4 décadas de una organización dominada por la lógica de una violencia sin política. Del otro, el sangriento final de un régimen edificado sobre la base de una política de violencia a secas. Las heridas y las herencias de ambos casos dejarán su huella en el presente de sus sociedades, y nada asegura que en el futuro el expediente de la violencia y el camino de las armas sean clausurados. Al final de cuentas, la violencia siempre ejerce una extraña fascinación sobre ciertos individuos, grupos y sociedades, una atracción hipnótica cuyos resortes suelen ser activados por la memoria, los delirios, o por los sueños de la razón. Quizá la violencia sea ese “brillo del loco diamante” al que le cantaba Pink Floyd, cuya reflejo se activaba en la mirada de unos "ojos que eran como negros agujeros en el cielo".

Tuesday, October 11, 2011

Joyería de fantasía


Estación de paso
Joyería de fantasía
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 13 de octubre de 2011.

A la memoria de Pedro Torres Sánchez

Como sabemos desde hace años, mañana inician los “Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011”, según nos recuerda todos los días la publicidad de ocasión. Durante dos largas semanas la ciudad será el escenario de un espectáculo cuyo sentido deportivo es discutible pero cuya parte mercadotécnica y de negocios es clarísima. Luego de 6 años de haberse logrado la sede –eran los tiempos del anterior gobernador panista, el Sr. Ramírez Acuña- y tras un largo y sinuoso camino, los juegos llegaron ya. Más allá de maldiciones, bendiciones o indiferencias, el tema y el proceso que llevaron a este punto valen la pena no tanto por lo que son, sino como la representación de nuestro clima de época.
Como se sabe, los Panamericanos son la versión a escala regional de los Juegos Olímpicos. Pero ambos comparten el mismo perfil básico: son grandes espectáculos, el centro de numerosos negocios que tienen que ver con el anuncio de ropa y artículos deportivos, publicidad de bebidas y alimentos, venta de derechos de transmisión a las grandes empresas televisivas y de comunicación. Son también escaparates para la promoción política de gobernantes y funcionarios en turno, oportunidad para hacer negocios de constructoras y empresas inmobiliarias. Bien visto, lo último que importa en estos juegos son los deportes y los deportistas. El centro de todo estos lo consume el hoyo negro de la mercantilización del “espíritu deportivo”, como suelen denominarle de manera cursi los dueños del negocio (la ODEPA), los cronistas de los medios o nuestros gobernantes en turno.
Algunas áreas del mapa urbano fueron modificadas por las autoridades para remozar calles, pintar fachadas, construir estadios, crear nuevas avenidas, nuevas fuentes, camellones, jardinería de ornato, esculturas por todos lados, grandes anuncios, posters, promocionales radiofónicos y televisivos con sus jingles y spots de ocasión. La estética del marketing gobierna desde hace meses la ciudad, y bajo sus códigos de hierro se ha organizado la lógica del evento. Vender bien la idea, la imagen y los productos de los Panamericanos es, por supuesto, el nombre del juego. Los costos financieros, de tiempo y de desgaste de los ciudadanos de todos los días han sido enormes, pero los beneficios, nos dicen con insistencia monacal nuestro gobernador y su camarilla, serán enormes “para Jalisco”, como suele referirse el Sr. González Márquez a todos nosotros.
El oficialismo panista ha hecho todo para lograr que el evento sea la gran hazaña de su gestión, que permita superar la grisura y los fracasos de un gobierno caracterizado por escándalos, incapacidades y pequeños y grandes desastres políticos desde su inicio. La retórica más bien torpe de su gestión alrededor del tema panamericano ha intentado, sin mucho éxito, despolitizar y des-mercantilizar el acontecimiento, para colocarlo como una oportunidad para el lucimiento “de lo mejor que somos”, como insisten con la banalidad discursiva a la que nos tienen acostumbrados.
El hecho duro es, sin embargo, que los juegos fueron producto de una decisión política y económica, como suelen serlo todo este tipos de eventos. Y las consecuencias de esta decisión son también políticas y económicas. Bajo la retórica alucinante de las bondades intrínsecas del deporte como un asunto neutro, universal y químicamente puro, se esconden las aguas heladas del cálculo egoísta del rendimiento político y de negocios que subyacen en la organización del evento. Realizado con cuantiosos recursos públicos y privados, el espectáculo de la temporada muestra con crudeza el perfil del capitalismo de casino que se ha adueñado desde hace tiempo de la imaginación y las prácticas de políticos y empresarios.
El show se ha montado, y toda la parafernalia imaginable rodea su realización. Pronto se confirmará que sus actores principales no son los deportistas, sino las marcas de ropa, refrescos y teléfonos celulares, los funcionarios de la ODEPA, el gobernador y sus consejeros, las televisoras. Después del diluvio, en un par de semanas, si hay suerte, las cosas volverán a ser más o menos como antes. Y los costos y beneficios simbólicos, políticos y financieros serán distribuidos entre los organizadores, quizá entre algunos deportistas que serán las estrellas fugaces del momento, y que pavimentarán el camino hacia el espectáculo que viene, los juegos olímpicos del 2012 en Londres. Las medallas de oro, de plata o de bronce muy pronto quedarán sepultadas bajo las toneladas de joyería de fantasía que hoy promocionan abierta y alegremente los dueños del espectáculo.