Thursday, December 28, 2017

¿Crecer es mejorar?

Estación de paso

¿Crecer es mejorar?

Adrián Acosta Silva

La educación superior mexicana cierra el año, y el sexenio, en un contexto difícil. En realidad, nada nuevo en estos tiempos mexicanos. Es una rutina nacional, forjada en las eras del priismo y mantenida vigorosamente a lo largo de las últimas tres alternancias (PRI-PAN-PRI), un período de dificultades, incertidumbres, expectativas, ilusiones, maceradas al fuego lento de la experiencia del pasado reciente. Según lo aprendido, todo indica que el quinto año de cada administración sexenal marca simbólica y prácticamente el fin de un ciclo y el nacimiento de otro. El ritual político de cierre de una administración gubernamental y la construcción política de un nuevo gobierno constituye un período de turbulencias que se resolverá en las elecciones presidenciales federales del próximo 1 de julio. Ello no obstante, las señales de período ya están flotando en el ambiente político nacional: balances catastróficos, relatos de esperanza e ilusión nacional, imágenes de ruptura, de renovación y continuidad, métricas de logros y fracasos, buenas intenciones, compromisos, retórica pura y dura.

Los diagnósticos y las propuestas se concentran invariablemente en el desempeño reciente de la educación superior, esfuerzos analíticos e interpretativos acotados por lo que hizo o dejo de hacer el gobierno federal en este campo. Los relatos del oficialismo y sus aliados se enfrentan a los relatos de sus opositores políticos tradicionales o de ocasión. El campo electoral se convierte en una arena pública donde sus protagonistas principales representan los intereses y las pasiones que producen las frutas amargas y dulces de la temporada: apologías, descalificaciones, ocurrencias, prejuicios, creencias.

Como en casi todos los campos de la acción pública, el balance sexenal es de claroscuros. Por el lado del crecimiento del sistema se observa una trayectoria de continuidad de políticas más o menos coherentes en los últimos 30 años. Tenemos hoy más estudiantes, profesores y establecimientos de educación superior tanto públicos como privados respecto a los indicadores que teníamos en 2012. También se incrementó modestamente la tasa bruta de cobertura en la educación terciaria, aunque aún permanecemos por debajo de la media tanto de los países de la OCDE como de muchos países latinoamericanos como Chile, Argentina, Uruguay o Bolivia. En términos de financiamiento público, se fortalece un estancamiento tanto en el gasto por alumno como en proporción del gasto público de educación superior en relación al PIB.

El dato duro es el crecimiento innegable de la oferta y la demanda pública y privada por educación superior. Los indicadores del crecimiento abundan y son más o menos sofisticados. Sin embargo, el dato blando tiene forma de interrogación, de si el crecimiento implica necesariamente mejoría, y cierta sensación déja vù comienza a dominar en el ambiente. Las viejas discusiones de los economistas políticos y la sociología del bienestar sobre las diferencias entre crecimiento y desarrollo reaparecen con especial fuerza e intensidad en el campo de la educación superior: ¿Más significa mejor? ¿El crecimiento del sistema de educación terciaria nacional ha asegurado por sí mismo mejores oportunidades de inclusión y equidad, disminuyendo las brechas históricas de desigualdad en el acceso, el tránsito y el egreso de los estudiantes universitarios? ¿El crecimiento mismo es un indicador de mejora indudable del rendimiento del sistema?

Las evidencias nacionales e internacionales muestran que no hay una relación automática entre crecimiento y mejora, sino que el crecimiento institucional puede estar asociado al desarrollo sistémico solo bajo ciertas condiciones. En educación superior el desarrollo tiene variables y dimensiones más o menos precisas: producción de conocimiento, formación de profesionales, empleabilidad de los egresados, equidad, inclusión, cohesión social. El crecimiento no asegura por sí mismo esos resultados, sino que frecuentemente tiene efectos de consolidación de las asimetrías, las desigualdades y la confirmación de brechas notables en el desempeño de los establecimientos y subsistemas educativos terciarios.

Las campañas electorales son una buena oportunidad para atisbar el futuro educativo nacional. Los mapas de las derechas e izquierdas, sus complicadas mezclas y alianzas compiten por el centro en el marco electoral nacional, y han comenzado a mostrar sus cartas. Hay dudas, imprecisiones, ambigüedades y ausencias en las narrativas de los candidatos y de los partidos que los apoyan, pero ya hay algunas evidencias de sus respectivas propuestas e imaginarios. Becas masivas a estudiantes, fortalecimiento de los sistemas de aseguramiento de la calidad, promesas de mayores recursos financieros a las universidades públicas, mejora de la equidad y la inclusión social de la educación superior, revisión del papel de las ofertas privadas, más apoyos al desarrollo científico y tecnológico nacional, forman parte de los temas, estrategias y agendas que comienzan a perfilar los términos del debate.

Hasta ahora, el candidato de Morena/PES/PT ha marcado algunos puntos clave del futuro de las políticas de la educación superior. Su planteamiento sobre el tema de los “ninis” como causal de los principales problemas del sector, está asociado a un programa nacional de becas dirigido a este sector, algo que se parece en algo al actual PRONABES pero que va más allá. Los otros candidatos apenas se han pronunciado al respecto. En las próximas semanas seguramente conoceremos más sobre que y como están pensando las elites político-electorales los problemas de la educación superior, y como reaccionarán frente a las propuestas que organizaciones como la ANUIES están planteando sobre los asuntos educativos del sector. La relación entre crecimiento y desarrollo puede estar en el centro del debate.





Thursday, December 14, 2017

Métricas y narrativas

Estación de paso

Escepticismo democrático: métricas y narrativas

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 14/12/2017)

La larga y compleja experiencia mexicana de transición hacia la democracia y las distintas dimensiones de sus accidentados procesos de consolidación han sido objeto de diversos estudios, ensayos y reflexiones. Decenas de autores han elaborado textos fundamentales sobre la historia reciente de la vida política mexicana, ofreciendo explicaciones sobre las contradicciones, logros, fracasos, incertidumbres y ambigüedades del proceso en su conjunto. Las métricas de la democracia se han combinado con las narrativas sobre sus efectos y causalidades, una combinación interesante que habita las aguas profundas del debate sobre sus limitaciones y riesgos, sus problemas teóricos y prácticos, sus ángeles, demonios y bestias negras.

Esta preocupación intelectual y política anima de cuando en cuando esfuerzos de balance sobre la magnitud de los déficits y desafíos democráticos mexicanos. Estos balances son generalmente el producto básico de la insatisfacción, hijos del insomnio y la ansiedad, de la sensación del fracaso; producen informes, diagnósticos, reportes que contienen diatribas, datos, crónicas del malestar con la democracia y sus actores, registros puntuales sobre procesos electorales y las instituciones y espacios que reflejan la diversidad y pluralidad de la sociedad mexicana del siglo XXI, apuntes sobre el contexto social, económico y cultural que determina en algún grado la complejidad política nacional.

Uno de los esfuerzos que intentan analizar esa complejidad acaba de ser publicado. Informe sobre la democracia mexicana en una época de expectativas rotas, coordinado por Ricardo Becerra (IETD/Siglo XXI Editores, México, 2017), constituye una obra colectiva que refleja bien el espíritu de la época política mexicana contemporánea, postmoderna, frágil, conflictiva, difícil. El esfuerzo forma parte de una larga tradición intelectual que en su historia reciente puede iniciar con el libro seminal de Pablo González Casanova La democracia en México (1967), El presidencialismo mexicano, de Jorge Carpizo (1975), México: el reclamo democrático (1988), coordinado por Rolando Cordera, Raul Trejo y Enrique Vega, y que llega hasta los textos de Carlos Pereyra (Sobre la democracia, 1990), de Juan Molinar Horcasitas (El tiempo de la legitimidad: elecciones, autoritarismo y democracia en México, 1991), o de La mecánica del cambio político en México (2000), de Ricardo Becerra, José Woldenberg y Pedro Salazar.

El malestar actual con la democracia y sus actores protagónicos (ciudadanos, partidos, congresos, poderes) es el punto de partida de la obra. Es un vago malestar alimentado por varios frentes y causas: el pobre desempeño económico, la violencia y la inseguridad, la desigualdad social, los perfiles de la representación y la cultura política, los entornos mediáticos que han acompañado la construcción de la democracia mexicana, sus éxitos y fracasos. Pero son también las tensiones entre la democracia imaginaria y el orden político práctico, los lenguajes de la transición, las expresiones políticas del feminismo, el ideal federalista, las relaciones entre economía y democracia, los nuevos derechos surgidos en el transcurso de los cambios (derechos humanos, ambientales, información, transparencia), algunos de los puntos claves de libro.

Organizada en siete temas y 11 “interludios” desarrollados por un total de 17 autores, la obra ofrece un panorama amplio de las preocupaciones y perspectivas desarrolladas en su mayoría por los miembros del Instituto de Estudios sobre la Transición Democrática (IETD), una asociación civil constituida desde 1989 como un espacio de reflexión y discusión intelectual sobre los problemas políticos nacionales. Como toda obra colectiva, la calidad y consistencia de los trabajos reunidos es diferente, pero en su conjunto permiten apreciar un buen mapa de los problemas actuales de la democracia mexicana.

La hechura del texto está alimentada por una combinación de “pesimismo metodológico y reformismo histórico”, como señala el coordinador del libro recordando las palabras de Ludolfo Paramio escritas en 1988. Combinando datos, evidencias y estadísticas con reflexiones puntuales, aproximaciones ensayísticas, conjeturas, sospechas e hipótesis, los trabajos reunidos en el Informe constituyen conversaciones a varias voces en distintos tonos e intensidades. Así, las evaluaciones de la democracia mexicana dan cuenta del fenómeno del desencanto político acumulado luego de, por lo menos, veinte años de democracia mexicana (1997-2017), mientras que otros textos analizan las bases materiales de la desigualdad social y del descontento político mexicano, la consistencia y calidad de la representación política, o la relación entre votos, escaños y el fenómeno de los gobiernos divididos. Otros autores reflexionan sobre los imaginarios políticos y su relaciones con la violencia y la ciudadanía, los efectos políticos de la política económica, los vínculos entre medios de comunicación y democracia, las tensiones entre la agenda social, la agenda política y la agenda neoliberal que han coexistido a lo largo de los últimos años en el centro de la acción pública, estatal y societal.

Como señala bien uno de los autores que colaboran en el texto, la transición mexicana no es una sino muchas. Es un conjunto de cambios flojamente acoplados pero asociados a diversas transiciones específicas: una transición económica, una demográfica, una política, otra cultural. Ese proceso multidimensional constituye un formidable desafío intelectual para descifrar el tamaño y calidad de los problemas y desafíos de la democracia mexicana del siglo XXI. Ese reto implica también imaginar salidas, alternativas y soluciones a los problemas de alta y baja intensidad que caracterizan hoy el desempeño de la democracia mexicana realmente existente, que incluye no solamente la identificación de los efectos no deseados y perversos que acompañan la construcción política del proceso, de cara al presente y al futuro del país. Se trata de un esfuerzo analítico y político de organización del escepticismo democrático que forma parte de cualquier intento de comprensión para la acción política, un esfuerzo útil para enfrentar la turbulencia de los tiempos electorales que ya comenzaron a cubrir la imaginación y las prácticas políticas de la temporada.

Después de todo, en un contexto donde predominan las dudas sobre la existencia de una épica de la transición, es necesario revisar, valorar, reflexionar sobre los mapas de un territorio que ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Quizá ello haga posible comprender la causalidad profunda del malestar político mexicano, un malestar a la vez práctico y cotidiano, pero también simbólico e imaginario, donde las pasiones, los intereses y la incertidumbre gobiernan habitualmente el comportamiento de sectores significativos de políticos y ciudadanos, de príncipes y consejeros.

Friday, December 01, 2017

Días de Feria: vanidades, imposturas, soledades



Estación de paso
Ferias: vanidades, imposturas, soledades.
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 30/11/2017)
Como sucede cada año desde hace ya más de tres décadas, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara vuelve a celebrarse entre los pasillos, comedores, auditorios y stands de la Expo-Guadalajara. A pesar del tráfico insufrible, de las largas colas para el ingreso, de las multitudes que todos los días invaden el espacio de la Feria, el evento es más que una exhibición de libros, autores y públicos. Es también una fiesta de la mercadotecnia editorial, un espectáculo, una hoguera de vanidades de escritores más o menos famosos, un momento donde glorias municipales, estrellas nacionales o internacionales de la literatura y la academia se codean con escritores o profesores novatos en búsqueda del santo grial de la fama, la fortuna y la virtud. Libros de cocina, poesía, novela, ciencias sociales; libros de medicina, de contaduría, de derecho; libros infantiles, juveniles, de ciencia ficción, de cómics; novela negra, novela rosa, novela histórica, novelas a secas: clásicos de la literatura, algunas (cada vez menos) enciclopedias, libros de fotografía, de arte, de arquitectura y urbanismo. Todos se amontonan en grandes pilas de papel, coloridas, pirámides y mesas que exhiben millones de libros al público de ocasión.
El espectáculo, como todos, tiene su encanto. Voyeristas librescos y bibliófilos de bajo perfil conviviendo con adolescentes y adultos indiferentes a la lectura pero atentos a los personajes y personajillos que deambulan por la Feria. Niños corriendo jugando entre los stands junto a observadores ensimismados que ojean cuidadosamente las páginas de un nuevo libro. Edecanes guapas atendiendo a individuos despistados, ofreciendo pases para la presentación de algún libro escrito por el autor o autora de la editorial que contrata sus servicios. Funcionarios públicos o universitarios paseando frente a académicos y académicas que buscan libros para sus clases. El olor a papel nuevo, a tinta, a plástico, que se confunde con el olor de las multitudes, de la comida, de las alfombras perfumadas de los stands, del cemento fresco de los pasillos.
Las ferias de libros son no sólo ferias de vanidades sino también de imposturas intelectuales, literarias y académicas. El prefijo “pseudo” acompaña inevitablemente la presentación de muchos libros, conferencias y talleres. Los libros de autoayuda, de superación personal, profecías y horóscopos, instructivos para dibujar mandalas, textos de esoterismo y metafísica, biografías de personajes famosos, de grandes escándalos de la historia, semblanzas y memorias de cantantes y grupos, forman parte de las imágenes dominantes que se amontonan en los miles de metros cuadrados de la Expo-Guadalajara. Títulos como “Las grandes mentiras de…”, “La verdadera historia de…”, “Lo que Usted no sabía de…”, “La única y verdadera historia de…”, “Mitos y leyendas sobre…”, “Los mil” (o cien, o cincuenta) “libros” (discos, películas) “que Usted tiene que” (leer, escuchar, ver) “antes de morir”, dominan en modo imperativo la oferta masiva de publicaciones que uno puede encontrar en esta o cualquier otra feria.
El ritmo frenético de presentaciones de libros se sucede durante los nueve días que dura el espectáculo. Uno tras otro se llenan y vacían los espacios dedicados a las presentaciones, donde el autor o la autora, los comentaristas de rigor, los paneles y coloquios que dan formato a las sesiones, tienen el tiempo medido y contado (y supervisado) por los organizadores. La gestión del tiempo es vital para el desarrollo del evento, un recurso siempre escaso y valioso que determinan los relojes que gobiernan la acción de autores y presentadores.
La curiosidad intelectual, la paciencia lectora, la voluntad de leer, son hábitos extraños, raros en estos y otros tiempos. Sin embargo, es posible identificarlos entre los asistentes en el enorme pero ambiguo territorio de la Feria. Suelen pasar desapercibidos entre el ruido y la furia comercial del entorno que cobija dichas prácticas, pero, sin duda, existen. Como ejercicio de soledad, individual e intransferible, la experiencia lectora constituye la posibilidad de una transformación súbita, una conversión de un “hombre gris” a un “don Quijote”, como escribiera Borges en La trama.
Las ferias como experiencias colectivas nunca eliminan el silencio y la soledad de las lecturas individuales. Siempre recuerdan las fotografías de André Kertész, que registran en sobriedad blanco/negro escenas de lectores y libros en pueblos y ciudades, en casas, en calles, en azoteas y bibliotecas. Una postal iluminadora: un hombre tirado boca abajo, sobre una estrecha banca de madera, leyendo absorto las páginas de un libro, bajo un montón de disfraces de lentejuelas, de payasos, magos y bailarinas, que cuelgan sobre las paredes, suspendidas silenciosamente sobre el hombre y su libro. La fotografía se titula Circus, y está fechada en Nueva York, el 4 de mayo de 1969 (A. Kertész, Leer, Periférica & Errata naturae, España, 2016, p.20). El poder de esa imagen, su contexto, sus protagonistas, sus evocaciones, relatan una historia que bien puede ocurrir dentro y fuera de los recintos atestados, enloquecidos, multitudinarios, de una Feria como la de Guadalajara.