Monday, October 08, 2007

Cartas del irlandñes errante. Nexos 358

Van Morrison: cartas del irlandés errante

Adrián Acosta Silva

El León de Belfast es todo un icono del rock contemporáneo. Instalado desde hace muchos años en la categoría de clásico a pesar de sus propias y documentadas reservas, Morrison articuló sobre todo desde su Astral Weeks (1968) un estilo que lo diferenció claramente de otros clásicos de su generación y posteriores. Alimentado generosamente por el blues y el jazz, el funk y las baladas románticas, el Dr. Spin del rock angloparlante marcó su territorio, sus influencias y sus rutas sonoras, situadas en el eclecticismo musical más deslumbrante y descarado. Hombre del renacimiento, ha visitado ávidamente los territorios de la literatura, el cine y la poesía, se sumergió por algún tiempo en el misticismo religioso, creyó como pocos en los secretos de la “cienciología” (la que abandonó casi de inmediato), ha manifestado en más de una ocasión sus fobias contra la política, pero también ha sido generoso y solidario con sus compañeros de profesión, con sus compatriotas irlandeses, con sus amigos ingleses y norteamericanos. Inspirado por el cine e inspirador del mismo, Van the Man ha influido de manera significativa en la estética del rock y de varios de sus afluentes, logrando construir disco a disco una obra perdurable y entrañable, hermosa, profunda y sólida. At the Movies, y The Best of Van Morrison. Volume 3 , ambos editados por su casa editora (Exile Records), en este 2007, reúnen parte de la trayectoria de casi cuatro décadas del autor de clásicos rockanroleros como Brown Eyed Girl, Gloria, Wild Night, o Moondance.

At the Movies es un disco que registra la mutua influencia entre Morrison y el cine, sus inspiraciones recíprocas, sus guiños y encuentros. Es una historia en que directores de cine como Martin Scorsese o Wim Wenders, han encontrado el sonido exacto para el desarrollo de sus trabajos cinematográficos. Como dijo alguna vez el propio Wenders: “No conozco ningún otro tipo de música que sea más lúcida o que se pueda sentir, escuchar, ver, tocar o experimentar de una forma más intensa que la de Van Morrison. No se trata de instantes, sino de extensos períodos de experiencia que transmiten la sensación de lo que podrían ser las películas: una forma de percepción que ya no se estrella a ciegas con los significados y las definiciones, sino que cae en poder de los sentidos y va creciendo hasta que algo se vuelve completamente indescriptible” (Citado por Eduardo Jorda en Van Morrison, Cátedra, 1990, Madrid). Y el soundtracking de sus imágenes representa siempre un elemento central para imprimir fuerza y sentido a una escena, a una historia, o a un argumento. 19 piezas componen el disco, desde las más conocidas como Caravan, Real, Real Gone o Bright Side of the Road, hasta un dúo con Roger Waters, interpretando Comfortably Numb, una de las rolas maestras de Pink Floyd.

El Volumen III de The Best of…-que fue antecedido en 1990 por el Vol. I y en 1993 por el II-, reúne canciones de los 11 discos grabados en el período 1993-2005, un período, digamos, de madurez y reafirmación del estilo deslumbrante del músico irlandés. En este volumen se concentran 31 canciones distribuidas en 2 discos en que se encuentran colaboraciones con Tom Jones, con John Lee Hooker, Georgie Fame, The Chieftans, Ray Charles o con B.B. King. Combinando presentaciones de estudio con sesiones en vivo, jam-sessions y recitales solitarios, el disco es una remembranza en varios tonos de canciones como Gloria, Centerpiece, The Healing Game, Tupelo Honey, Crazy Love o Early in the Morning. Si es cierto aquello de que sus canciones son como cartas dirigidas a sus amigos lejanos, que cuentan historias cotidianas con el tono de pequeñas hazañas de los hombres y mujeres comunes, aquí suenan como relatos reposados, nostálgicos, invocados a ritmo de godspell, blues y jazz. El indescifrable sonido Morrison se muestra aquí a plenitud, con la experiencia, exactitud y perfección que sólo sus 62 años proporcionan al gran trashumante irlandés.

Cuando hace algunos meses, Edmundo Armenta, buen amigo sonorense, me regaló en Hermosillo un cd en formato mp3 conteniendo toda la obra de Morrison desde 1968 hasta el 2003 (525 canciones en total), me pareció un arrebato de locura pasional, una muestra de fanatismo casi religioso, un acto de desesperación. He aquí la obra de un místico, dije. Hoy, luego de oírlo pacientemente durante varias semanas, y después de escuchar con fervor futbolero los dos discos que aquí se comentan, he llegado a la conclusión de que la música de Morrison es la prueba fehaciente de que Dios existe, y que se alimenta de las acciones de los infieles, los pecadores y los bastardos. El que no lo crea, que escuche, por piedad, al gran Morrison, acompañado por la lluvia bajo el cielo plomizo mexicano, bien resguardado con un Buchanan´s en las rocas, un Tesoro de Don Felipe (reposado, por supuesto), o una simple, breve y humilde cerveza absolutamente helada. El efecto será, probablemente, el de escuchar el “desarticulado discurso del corazón” del que hablaba hace algunos años el veterano músico irlandés. Salud.

Roberto Miranda, Público, 6 octubre 07

Estación de paso

Roberto Miranda Guerrero


Para Ángeles y Priscilla

El sábado pasado falleció Roberto Miranda Guerrero. Profesor-investigador de tiempo completo del CUCEA de la Universidad de Guadalajara, economista y doctor en ciencias sociales por el CIESAS-Occidente, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Roberto tuvo una muerte prematura y fulminante (acababa de cumplir 44 años). Un ataque al corazón segó su vida.

Para quienes le conocimos, Roberto fue un amigo y colega afectuoso, un académico responsable, un profesor muy querido por sus alumnos, y un investigador brillante, puntilloso, crítico. Su humor ácido, su sarcasmo ilustrado, casi siempre eran acompañados por unas carcajadas legendarias en el CUCEA , que se podían escuchar en varios kilómetros a la redonda. Su seriedad académica era también la de un hombre inteligente, es decir, una seriedad acompañada por el humor, la ironía y la risa franca. Muchos nos beneficiamos de sus comentarios, de sus opiniones, de sus reservas y preocupaciones, aunque también, como toda amistad que se respete, nos unían nuestras diferencias, que discutíamos cotidianamente frente a una taza de café, o algún viernes por la tarde con la compañía de unas cervezas heladas en El Campesino, una conocida sala de seminarios disfrazada de cantina.

Roberto produjo intensamente en los últimos años. Experto en historia y pensamiento económico, dedicó los últimos años sus energías a estudiar la educación superior, a los jóvenes, al profesorado y a la cultura de los universitarios. Publicó tres libros como autor, una docena de capítulos de libros colectivos, coordinó varios más, escribió muchos artículos y ensayos en revistas especializadas. Impartió clases en posgrado y pregrado en toda la Universidad, y participó en innumerables eventos académicos, dirigió y fue lector de muchas tesis, siempre animó a los estudiantes a leer, a ser más exigentes consigo mismos. Fue un hombre público (consejero académico en el CUCEA y consejero distrital del IFE) y un académico brillante, y los mejores años de su vida estaban por venir. Lector voraz, transitaba por la curva de máxima productividad académica, que también fue acompañada de una gran madurez intelectual y vital. Muchos proyectos individuales y colectivos quedaron inconclusos, pero las luces que encendió el buen Roberto animarán durante un buen trecho las labores académicas del CUCEA y de la universidad.

La muerte lo sorprendió, nos sorprendió, luego de jugar un partido de fútbol, una de sus grandes aficiones y pasiones vitales. Su generosidad y cordialidad se quedan con nosotros, y su recuerdo, sus afectos, su presencia, con Ángeles y Priscilla. Ante los trances que nos tocó sobre la muerte de amigos y conocidos, nos gustaba recordar una frase de Antonio Machado sobre el amor, que aplicábamos también ante la muerte: tiene explicación, lo que no tiene es remedio. Y siempre recordamos el epígrafe que aparece en Por quién doblan las campanas, de Hemingway, justo donde escribió el poeta inglés John Donne: nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti. Las campanas no tañen por nuestro querido Roberto. Las campanas doblan por nosotros. Por todos nosotros.