Friday, February 19, 2016

El morenismo y la educación superior


Estación de paso
El morenismo y la educación superior
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 18/02/2016)
De manera casi imperceptible, silenciosa, con la fuerza que sólo proporciona la rutina, la aparición de nuevas instituciones públicas y privadas se ha adueñado del paisaje de la educación superior mexicana en los últimos cuarenta años. Desde hace un buen tiempo, las universidades públicas federales o estatales y las universidades privadas de élite dejaron de ser, por distintas razones y circunstancias, las únicas opciones de estudio para un número creciente de jóvenes. Por aquí y por allá, uno encuentra nuevas escuelas, instituciones o establecimientos en diversas regiones de la geografía nacional, de diferente tamaño y consistencia educativa. Según los datos disponibles, en los últimos 35 años se han creado cada año un promedio de 55 establecimientos públicos y privados de nivel superior en el país, en distintas regiones y entidades federativas. De esos 55, 41 son establecimientos privados y sólo 14 públicos. En otras palabras, cada mes, en promedio, se inaugura 1 nuevo establecimiento educativo público por casi 4 privados.
En este contexto de expansión bajamente regulada, la inauguración de una nueva oferta escolar no es una novedad. Pero según la información que apareció en el diario La Jornada en su edición del 7 de febrero pasado, se registra la creación de una “escuela normal intercultural bilingüe” en la ciudad de Valladolid, en Yucatán, misma que es la “primera de ocho financiadas por dirigentes, legisladores y funcionarios electos del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).” Uno puede encontrar que se abre el “Campus Las Varas” de una tal Universidad del Pacífico en ese pequeño poblado costero de Nayarit, o la creación de un nuevo módulo de alguna extensión universitaria pública en Sonora o en Tabasco, o un instituto o universidad tecnológica en Coahuila o en Oaxaca, y el hecho no parece ser atractivo en sí mismo, no suscita atención de los medios. Ello no obstante, la nota distintiva del acontecimiento que da cuenta el diario de marras es que se presenta la nueva escuela como una opción académicamente novedosa, socialmente legítima y políticamente atractiva.
Lo relevante del hecho es que se anuncia como parte de un proyecto más amplio y ambicioso, impulsado por MORENA y en especial, por su dirigente Andrés Manuel López Obrador, de abrir nuevas opciones a los jóvenes de distintas entidades y regiones del país. Se ha anunciado que próximamente abrirán sus puertas otros 7 planteles: 1 en Campeche, 1 en Tabasco, y 5 más en otras tantas delegaciones del Distrito Federal. ¿Qué significa el acontecimiento? ¿Cuáles son sus implicaciones? ¿En qué se diferencian esas escuelas de lo que ocurre desde hace tiempo en este sector, poblado crecientemente de establecimientos públicos y privados de muy diverso tipo? ¿Es una novedad, o la confirmación de una tendencia hacia la privatización de la educación terciaria? ¿O es simplemente un capricho lopezobradorista más para legitimar la naturaleza clientelar y populista de su liderazgo?
Para colocar en contexto y perspectiva el nuevo proyecto educativo del morenismo hay que mirar la experiencia de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el proyecto de educación superior más ambicioso de su caudillo y líder. Creada en 2001, cuando AMLO era Jefe de Gobierno del DF, la UACM (antes la UCM, pues no era autónoma) ha sido objeto de fuertes críticas de distintos sectores, incluyendo de la propia izquierda. Las razones de las críticas tienen que ver con su alto costo financiero, su bajísima eficiencia terminal, la continua politización de su vida institucional, o su sistemática oposición a participar en las políticas educativas federales (a las que se descalifica como “neoliberales”). A contraparte, muchos de sus fundadores y directivos actuales ofrecen gratuidad, ingreso por sorteo, formación socialmente comprometida, innovación académica. Hoy, según la información de su página web, la UACM tiene una matrícula de 15 mil estudiantes, que toman clases en 5 planteles, organizados en tres colegios temáticos (Humanidades y Ciencias Sociales, Ciencias y Humanidades, y Ciencia y Tecnología), que ofrecen en conjunto 19 licenciaturas y 2 posgrados.
La UACM tiene una frágil estructura financiera y un sistema de gobierno que privilegia la gobernabilidad sobre la gobernanza institucional. Coexisten ahí grupos y liderazgos académicos legítimos, reconocidos, que impulsan la construcción de una vida escolar centrada en la docencia, la investigación y la difusión cultural, con grupos y liderazgos corporativos o de activistas anarquistas, que han colocado sus intereses ideológicos o de grupo por encima de los intereses académicos de la institución.
Esa experiencia marca el antecedente del nuevo proyecto lopezobradorista en educación superior. Un conjunto de escuelas financiadas a través de un fideicomiso alimentado por el salario de dirigentes y diputados de MORENA, y de funcionarios públicos afines a esta organización. Es decir, son escuelas de carácter privado, no público, que, como cualquiera otra, son financiadas e impulsadas con el dinero y los recursos de un grupo de privados, así sean legisladores o funcionarios públicos. Pero las dudas persisten: ¿por qué no hacerlo a través de la UACM? ¿por qué no unir sus esfuerzos como parte de un solo proyecto institucional? ¿Porqué no extensiones, campus o planteles uacemitas en otras delegaciones del DF o fuera de él? Al parecer, los pleitos políticos internos del morenismo con el perredismo, combinados con el sempiterno liderazgo autoritario de López Obrador, forman parte del contexto político en el cual se crean las nuevas escuelas-morena, cuyo presente y futuro está marcado desde ya por numerosas dudas sobre su consistencia académica, su viabilidad institucional y su función política y social.

Wednesday, February 17, 2016

El diablo, según Pessoa


El diablo, según Pessoa

Adrián Acosta Silva

(Publicado en Nexos, versión digital, 17/02/2016)

Dios es una explicación banal para los misterios morales
Philiph Roth

Ahora que se respira el aroma a incienso y mirra que deja la visita papal a nuestro país, con todo y sus rituales mediáticos de adoración y espectáculo masivo, quizá sea oportuno voltear a ver a una de las figuras predilectas en que descansa el soborno a la felicidad y el cielo que ofrece el catolicismo a sus creyentes. Es una figura referida reiteradamente en su visita por el propio Papa para explicar todos los males del mundo: el diablo.

El diablo es una figura fascinante, entre otras cosas, por su “oscuridad visible”, como la definió el escritor portugués Fernando Pessoa. Como se sabe, el demonio es la representación del mal, de la incertidumbre, de la contradicción, pero también de la risa y la ironía. En la cultura judeocristiana, es el negativo absoluto, el creador de todas las desgracias y los errores humanos, el artista consumado del engaño y la traición, la fuerza que gobierna el escepticismo de la fe, el ángel caído que habita el fuego eterno del infierno. Como lo que no tiene nombre no existe, Demonio, Lucifer, Satán, Mefistófeles, Belcebú, son los nombres que se han dado al pobre, viejo y siempre maltratado diablo, y no pocos escritores clásicos y contemporáneos han utilizado su figura para convertirlo en un objeto literario, un pretexto para la imaginación, un desafío para repensar las contradicciones y los abismos de las creencias religiosas contemporáneas.

Mark Twain escribió un libro, publicado de manera póstuma, con el diablo como relator de las cosas humanas, titulado Los escritos irreverentes; Daniel Defoe (el autor de las Aventuras de Robinson Crusoe) escribió su magnífica Historia del Diablo para indagar y especular sobre su biografía; Ambrose Bierce escribió su clásico Diccionario del Diablo para ofrecer a los mortales un prontuario de definiciones básicas de las cosas desde la perspectiva del príncipe de la tinieblas; por supuesto, Dante Alighieri y su Divina Comedia, Shakespeare y su Macbeth, y Goethe y su Fausto, son las referencias obligadas en torno al mal y sus múltiples representaciones e influencias sobre el comportamiento y las pasiones humanas; ya entrado el siglo XX, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy publicaron su brillante Libro del cielo y del infierno, en el cual desfilan los dioses y los diablos de las distintas religiones.

Fernando Pessoa, el poeta y ensayista lusitano, también escribió uno de sus primeros relatos justamente sobre la figura del diablo, en un pequeño texto titulado La hora del diablo (publicado en español en 2003 por la editorial española Acantilado), del cual extraigo algunas de las frases y reflexiones que tienen lugar entre una mujer y el diablo, el cual habla siempre en primera persona:

-“La música, la luz de luna y los sueños son mis armas mágicas…Solamente los sueños son siempre lo que son. Es el lado de nosotros en el que nacemos y en el que siempre somos naturales y nuestros.

“-Shakespeare, a quién inspiré muchas veces, me hizo justicia: dijo que yo era un caballero.

-“Existo desde el principio del mundo y desde entonces, soy un ironista.

-“Corrompo, es cierto, porque hago imaginar.

-“Nunca tuve infancia, ni adolescencia, ni por tanto, llegué nunca a la edad viril. Soy el negativo absoluto, la encarnación de la nada.

-“Soy el olvido de todos los deberes, la incertidumbre de todas las intenciones.

-“Soy poeta por naturaleza, porque soy la verdad que habla mediante el engaño, y toda mi vida, al final, es un sistema especial de moral, velado con alegorías e ilustrado con símbolos.

-“Corrompo, pero ilumino.

-“Usted lo vuelve todo al revés”, le comenta la dama del relato de Pessoa. A lo que el diablo responde:

-“Es mi deber, señora. No soy, como dice Goethe, el espíritu que niega, sino el espíritu que contradice.

-“Soy el eterno Diferente, el eterno Aplazado, lo Superfluo del Abismo (…) Mi presencia en este universo es la de alguien que no ha sido invitado.

-”…la verdad es que no existo; ni yo ni nada. Todo este universo, y el resto de universos, con sus diversos creadores y sus diversos Satanes (más o menos perfectos e instruidos) son vacíos dentro del vacío, nadas que giran, como satélites, en la órbita inútil de ninguna cosa.

-“Me han insultado y calumniado desde el principio del mundo…Las iglesias me abominan. Los creyentes tiemblan al oír mi nombre. Pero, quieran o no, tengo un papel en el mundo(…) Soy el dios de la imaginación, perdido porque no creo (…) Soy el espíritu que crea sin crear, cuya voz es humo, y cuya alma es un error. (…) Mi luz flota sobre todo cuanto es fútil o ha terminado, fuego fatuo, márgenes de río, pantanos y sombras.

-“Como la noche es mi reino, el sueño es mi dominio. Lo que no tiene peso ni medida, eso es mío.”

Este perfil autobiográfico del diablo abre las compuertas de la imaginación poética y literaria. Son las claves interpretativas del papel del demonio en la vida mundana, la figura que ocupa el territorio fronterizo entre la realidad y los sueños. Satán como el gran provocador, el que desafía la solemnidad de dios y de los santos, el que provoca exorcismos de papas y curas y escandaliza a las monjas, el que alimenta los miedos por las pasiones, las contradicciones y las sinrazones humanas. En otras palabras, el diablo como el verdadero artífice del mundo, el combustible intelectual y moral de la razón moderna.


Monday, February 08, 2016

Un gobierno activista

Estación de paso
Un gobierno activista
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 4 de febrero, 2016)
Al iniciar la segunda parte de su sexenio, el gobierno del PRI en Jalisco está empeñado en recobrar simpatías, reconstruir alianzas y votos potenciales entre los ciudadanos, luego de su clara derrota electoral en las elecciones del año pasado, donde, como se sabe, perdió la zona metropolitana y la mayoría del congreso a manos del Partido Movimiento Ciudadano. Con la mira puesta en el 2018, el gobernador ha encaminado sus esfuerzos políticos a cambiar la imagen de cierto entusiasmo ineficaz que lo caracterizó en la primera mitad de su administración. Hoy parece lanzarse hacia un cambio de piel: la construcción de una imagen de gobierno activista, promotor y defensor de causas que hasta hace poco tiempo eran el capital simbólico de diversos sectores de la oposición política y de no pocas ONGs de la localidad.
El caso de Los Colomos es ilustrativo al respecto. La iniciativa de tramitar un amparo colectivo para proteger el bosque es un tanto curiosa. Resulta sorprendente que un gobierno estatal democráticamente electo, que posee la legitimidad política y los instrumentos jurídicos para velar por los intereses comunes de los jaliscienses en temas como los ambientales, se asuma como débil para defender los intereses públicos, y decide comportarse como una Organización No Gubernamental para promover la defensa cívica de un parque público. Más extraño resulta aún que el gobernador, el secretario general de gobierno y varios titulares de secretarías estatales estuvieran varios días recolectando firmas para proteger el mencionado bosque. ¿Oportunismo político? ¿Incapacidad institucional? ¿Confusión de medios y fines? ¿Cruzada democratizadora? ¿Ocurrencia de ocasión del Gobernador o de sus consejeros?
La frontera entre gobierno y sociedad es la misma que divide a los gobernantes y a los gobernados. En su visión más ortodoxa, el gobernar sin prestar atención a las demandas y reclamos ciudadanos conduce a los desfiladeros del autoritarismo, pero en sus versiones más heterodoxas conducen rápidamente a las aguas lodosas del populismo y de la demagogia. El llamado a la defensa colectiva de Los Colomos se sitúa en los terrenos accidentados de la confusión política, en los que los funcionarios asumen el papel de activistas, promotores de una causa que consideran noble, justa, acaso obvia.
Pero como se sabe, la consulta es un ejercicio de participación cívica que suele tener resultados predecibles. ¿Quién no va a estar de acuerdo en defender un bosque urbano? La sombra de la sospecha moral y cívica, de mala conciencia, se cierne sobre los que no estén de acuerdo en firmar la iniciativa. Los calificativos de anti-ambientalista, depredador, inmoral, cómplice de la destrucción, flotan en el imaginario de aquellos que tienen reservas frente a la consulta/cruzada defensora de los Colomos que ha convocado el mismísimo gobernador Sandoval. Pero las dudas persisten: ¿cómo fue posible que en el pasado reciente de la ciudad se autorizara la propiedad y posible construcción en un área urbana protegida? ¿Por qué no se toma la misma medida en otras áreas de crecimiento urbano caótico, gobernada por los intereses de especuladores y capitalistas inmobiliarios en otras zonas metropolitanas de la ciudad? En otras palabras, ¿qué políticas metropolitanas existen para que una acción específica –la defensa del bosque- se convierta sorpresivamente en el centro de la atención mediática y política de la coyuntura?.
He aquí un buen caso para la sociología de la acción pública, un caso para explorar las determinaciones sociales e institucionales que intervienen en los comportamientos gubernamentales que tratan de resolver problemas colectivos definidos políticamente como significativos para una sociedad. En el paisaje de la coyuntura local se pueden identificar algunas de esas determinaciones: la presión de otros actores políticos, en especial, de la oposición política que hoy gobierna la mayor parte de los municipios metropolitanos (aglutinados en el alfarismo y en el Partido Movimiento Ciudadano), pero también ciertas franjas de la opinión pública, las redes sociales, los conflictos con inmobiliarias y constructoras, opiniones de los ciudadanos que usan cotidianamente el bosque, más los imperativos categóricos que se desprenden de esas nuevas religiones en que se han convertido el ambientalismo y el social-civilismo, religiones que hoy parecen gobernar la acción y el cálculo político del ejecutivo jalisciense.

El miedo al Estado



Estación de paso

El miedo al Estado

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 4 de febrero, 2016.)

Hace poco más de una docena de años, después de cumplirse los 60 años del fallecimiento de José Stalin, el escritor británico Martin Amis publicó un inquietante libro al respecto. Koba el temible. La risa y los veinte millones (Anagrama, España, 2004), es un libro acerca del stalinismo en la hoy desaparecida Unión Soviética, pero es sobre todo una exploración en torno a la relaciones entre la tiranía y la libertad, la razón y la muerte, entre las emociones y las ilusiones. Es también una reflexión sobre uno de los soles negros del comunismo soviético, el verdadero mundo alternativo que muchos conocimos a través de los medios, de las discusiones políticas o de la imaginación propagandística prosoviética de los años de la guerra fría. Pero es tal vez, más que nada, un libro que tiene un propósito explícitamente político y moral: es un reclamo a los intelectuales occidentales de izquierdas del siglo XX por la indulgencia, tolerancia y ceguera con la cual trataron al régimen soviético y a uno de sus principales artífices, Joseph Stalin.

La revolución de octubre de 1917, la rusa, como se sabe, fue parte de un proyecto de transformación concebido a partir de la interpretación que Lenin hizo de los textos de Marx y Engels, difundidos en la segunda mitad del siglo XIX en Europa. Los bolcheviques se constituyeron como la potente fuerza organizada que mediante la persuasión y la violencia, el terror y la fuerza, demolió el régimen zarista y edificó el Estado soviético. No se sabía con exactitud, sin embargo, el alto precio que la población rusa pagó por esta estampida dirigida contra los zaristas, los intelectuales (a los que Lenin se refería como “la mierda de la nación”) y, sobre todo, contra los campesinos, el 90 por ciento de la población de todas las regiones que luego se agruparían en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Un aforismo negro de Stalin sintetizaba bien la concepción que alimentaba la utopía bolchevique: “la muerte de un hombre es un hecho trágico, pero la muerte de un millón es simple estadística”. En el período del “gran terror” (1917-1953, del encumbramiento de Lenin a la muerte de Stalin), murieron veinte millones de personas bajo ésta lógica implacable.

Amis reconstruye el estalinismo desde la óptica que historiadores, cronistas y escritores célebres hicieron sobre el período. Pero también hay un poderoso componente personal: su padre fue un creyente sólido del comunismo soviético, un defensor convencido de que las noticias del terror soviético eran puras patrañas del imperialismo occidental, que luego, hacia el final de su vida, se convertiría al conservadurismo y anticomunismo más recalcitrante. Estos dos componentes, el “objetivo” y el “subjetivo” (para utilizar una formulilla tradicional), se entrelazan para darle fuerza argumentativa a las 291 páginas del libro, y para imprimir una enorme carga emotiva y descriptiva a la narrativa de Amis.

Otro aforismo negro de Stalin (“la muerte soluciona todos los problemas. No hay hombre, no hay problema”), revela también el núcleo duro del pensamiento soviético de la época. Demostraba su absoluto desprecio por la vida humana, pues el Proyecto (cuyas claves de entendimiento sólo conocían Stalin y sus acólitos) siempre justificaba la muerte y el terror de los demás. La colectivización forzada significó por ejemplo la destrucción (literal, no metafórica) del campesinado ruso, ucraniano o georgiano, lo que llevó a la peor hambruna ocurrida en tiempos de paz en la historia humana. Contra las resistencias y las protestas se aplicó el aforismo stalinista sin remordimientos, sin miramientos y con precisión mecánica.

Pero es quizá la dimensión del terror interiorizado la más temible de las herencias de Stalin, y en particular, el terror al Estado. Cualquiera podría ser objeto de prisión o muerte frente a lo sospecha simple de su infidelidad al Estado soviético. Por la acción de la checa (la policía secreta soviética, que luego se convertiría en la KGB), o de los vecinos, los condiscípulos, los maestros, o por algún camarada del partido, cualquier persona en cualquier lugar y circunstancias, podría ser acusada de conspiración, traición o debilidad burguesa. Las detenciones podrían ocurrir en cualquier momento y ser trasladado al Gulag, pero ocurrían con mayor frecuencia al anochecer, y entre los ciudadanos soviéticos se desarrolló una especial asociación entre el miedo y la noche, que procreó toda una generación de ciudadanos insomnes. Escribe Amis: “hace falta un poderoso esfuerzo de imaginación para tener una idea de lo que es un miedo que para millones de personas resulta invencible…ese miedo escrito en letras rojas en el cielo plomizo de Moscú, el miedo sobrecogedor al Estado”.

La experiencia del comunismo soviético y en particular, de la tiranía de Stalin, es una lección todavía por aprender, en un esfuerzo por dar la vuelta de página a la historia política moderna. Es un ejemplo espléndido por terrible de uno de los aforismos más conocidos del propio Marx: “la historia siempre se repite dos veces. La primera como tragedia, la segunda como farsa”. El fracaso comunista soviético, y de sus padres fundadores y acólitos locales y foráneos de antes y de ahora, quizá debería curar cualquier posibilidad de repetir el experimento. Pero es sólo, por supuesto, una hipótesis heroica. La muerte como posibilidad de purificación y edificación de una sociedad buena, justa, y feliz, como lo pretendió Stalin, es una ficción que raya en locura. Al final de cuentas, el terror stalinista fue, a la vez, una tragedia y una farsa, una ilusión y una pesadilla. A 73 años de la muerte de Stalin, el miedo al Estado es uno de los combustibles que alimentan la imaginación, las teorías y las prácticas del orden político contemporáneo.