Wednesday, June 20, 2012

¿Consolidar la democracia?



Estación de paso
¿Consolidar la democracia?
Señales de Humo, Radio U. de G., 21 de junio, 2012.
Adrián Acosta Silva

Las coyunturas electorales son una buena oportunidad para realizar un balance de los déficits, los logros y las incertidumbres que tenemos como sociedad y como país. Más allá de música sosa de las campañas, de las propuestas, ocurrencias e inspiraciones de los partidos y sus candidatos, los procesos electorales son ventanas adecuadas para tratar de entender lo que piensan o interpretan parte de nuestras elites políticas. En este contexto, mirar más allá, antes y después, de las elecciones federales y estatales de este año, es siempre un ejercicio interesante para confirmar que hay vida más allá de los rituales electorales. Y para mirar con cautela y prudencia esos momentos, es pertinente contar con visiones lo más objetivas o precisas posibles de los problemas que enfrenta nuestro país desde hace varios años, y qué tipo de perspectivas se proyectan hacia un futuro que desde hace tiempo ya no es lo que solía ser. En un momento donde abundan los vendedores de soluciones en busca de problemas, es bueno tener a la mano textos que definan los problemas antes que ofrecer soluciones.
El libro “México 2012. Desafíos de la consolidación democrática”, coordinado por Lorenzo Córdova, Ciro Murayama y Pedro Salazar, es un texto inusual para la temporada que corre. Publicado por la editorial Tirant Lo Blanch este 2012, se desarrollan 19 temas por 25 autores en un formato breve y ágil en torno a los asuntos torales, críticos, del desarrollo nacional. En un contexto electoral donde han sido publicadas ya muchas obras dedicadas a los más diversos públicos y fines, este libro se distingue por ofrecer distintas miradas en torno un objeto central, explícito, de los autores convocados en el libro: los desafíos de la consolidación democrática. Es, por supuesto, un tema general y ambicioso, no exento de cierta ambigüedad, pero que permite ordenar y colocar en perspectiva los problemas de la estructura política y de políticas públicas de la sociedad mexicana. Es un esfuerzo intelectual que aspira a mirar más allá del 1 de julio, desde una ventana que está anclada en un presente problemático, en donde el pesimismo, el escepticismo y los malhumores públicos y privados, suelen cancelar o inhibir cualquier empresa de discusión y debate.
Un rasgo agradecible de la obra es que se trata de reflexiones breves, puntuales, que en un lenguaje claro caracterizan los problemas, los analizan y perfilan agendas para su abordaje. De la educación al medio ambiente, de la seguridad pública y la lucha contra el narcotráfico a la ciencia y la tecnología; de los derechos de la infancia a los problemas del envejecimiento de la población; desde los problemas públicos vistos desde un enfoque de género, hasta los problemas de la discriminación, pasando por la revisión de los problemas del modelo económico, la salud o el laicismo, los temas, problemas y agendas configuran una visión desde la cual la joven democracia mexicana enfrenta numerosos riesgos y oportunidades.
Uno de los supuestos implícitos del texto es que la política y la democracia tienen límites e imposibilidades. Es decir, los indudables y no menores logros democratizadores del régimen político mexicano observados en los últimos años, no aseguran automáticamente que los problemas que habitan la agenda del futuro de corto y mediano plazo del país serán resueltos de manera efectiva. Por el contrario, lo que hemos observado es que el desempeño de la democracia mexicana realmente existente ha sido muy pobre. La acción pública surgida en el contexto de la democratización política suele ser contradictoria, insuficiente e incierta, tanto a nivel federal como a nivel estatal o municipal. No crecemos económicamente, las políticas medioambientales suelen ser poco adecuadas frente a la magnitud de los problemas, la educación sigue siendo una catástrofe silenciosa y ahora escandalosa, nuestras ciudades se han vuelto muestras elocuentes de problemas cotidianos de coordinación y cooperación, derivados de las fallas del mercado o de las fallas del estado. En esas circunstancias, los desafíos de la consolidación democrática tienen que ver con la posibilidad de que la política produzca resultados cooperativos y no necesaria ni exclusivamente efectos conflictivos.
Los temas y problemas que son abordados en el texto apuntan a una verdadera agenda política y de políticas públicas de carácter nacional. Se trata de cuestiones que, de no ser abordadas de manera adecuada y con una perspectiva estratégica sobre el futuro, pueden actuar como bombas de relojería colocadas sobre las bases materiales, económicas y culturales de la democracia mexicana. La revisión del modelo económico que produce los inaceptables niveles de desigualdad y pobreza que caracterizan a nuestro país, el funcionamiento de la escuela pública, las políticas de seguridad pública, de seguridad alimentaria, del Estado laico, la ciencia y la tecnología, los derechos humanos o la reforma penal, son asuntos cruciales del contexto en que funciona la política y la democracia mexicana. Para decirlo de otro modo: la fortaleza y sustentabilidad de la democracia no puede mantenerse mucho tiempo en un entorno permanente de pobreza, desigualdad y deterioro de las condiciones materiales, sociales e institucionales de nuestra vida pública. Ahora que el clima electoral nos abruma con urgencias, palabras e imágenes, no está de más revisar las implicaciones de los problemas estructurales de la democracia mexicana que amenazan su propia supervivencia.

Wednesday, June 06, 2012

No es país para jóvenes



Estación de paso
No es país para jóvenes
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 7 de junio de 2012

Como ha sido reconocido desde varios frentes y posiciones, las manifestaciones que miles de jóvenes han protagonizado recientemente bajo el título “#Yosoy132”, han logrado sacar del sopor y el bostezo a las campañas electorales. De manera ambigua, desordenada y espontánea, esos miles han logrado acaparar la atención y hasta la fascinación de muchos, mientras que para otros siguen siendo una incógnita respetable, y para los de siempre un movimiento que es sospechoso, cosas con las que hay que andarse con cuidado. No hay una reacción unánime de aprobación o de rechazo a un movimiento que se inició como antipriista, antimediático y antipolítico, para transitar hacia una pluralidad inevitable de posiciones, intereses y expectativas.
Quizá hay que mantener una actitud respetuosa y prudente frente a esas movilizaciones, una suerte de “escepticismo democrático” respecto a su significación y alcance. Estas son mis razones:
1. Son una mezcla renovada de ciudadanía y juventud. Estos jóvenes de universidades públicas y privadas están ejerciendo el derecho constitucional a la libre manifestación de las ideas y a la libre asociación. Es decir, forman la mezcla novedosa de un hábito cívico que se ha consolidado desde hace décadas en México, y cuya importancia se ha diluido en la normalidad de muchas rutinas políticas.
2. Son estudiantes universitarios. En la tierra de las desigualdades, estos jóvenes son sólo una parte pequeña de un más amplio contingente de jóvenes mexicanos. Hay que recordar que solo 3 de cada 10 jóvenes llegan a estudiar en las universidades. En otras palabras, estamos en presencia de un sector privilegiado de la juventud del país, de orígenes sociales medio y alto, institucionalmente diverso y socioculturalmente complejo.
3. Expresan un malestar profundo y confuso. Como muchos jóvenes en el pasado, estos muchachos y muchachas protestan porque lo que hay no les gusta. Están inconformes con la política, con los partidos, con los medios de información. Algunos están en contra del neoliberalismo, de la globalización, del desempleo, de la pobreza. Otros están contra la corrupción, contra el IFE, contra la guerra al narcotráfico del calderonismo. Aunque empezaron como una expresión anti-peñista en un acto de la Universidad Iberoamericana, ahora se han extendido sus demandas, sus fobias y exigencias, como suele ocurrir con muchos movimientos sociales.
4. Del movimiento a la organización. Muy rápidamente han pasado de la manifestación a la organización. Están planteando agendas, promoviendo la discusión de ideas, haciendo llamados a la movilización de otros sectores. Como otros estudiantes en otros tiempos y contextos, estos miles de jóvenes deberán pasar la prueba del ácido de toda forma de acción colectiva: transitar de la denuncia a la propuesta, de la movilización a la organización. El largo camino del aprendizaje político democrático se abre frente a ellos, con sus riesgos y oportunidades. “El infierno son los otros”, la clásica frase de Jean Paul Sartre, flota en el ambiente.
5. México no es país para jóvenes. Yeats (el poeta irlandés), lamentaba desde los años treinta del siglo pasado el hecho de que Irlanda, su patria, no era un país para viejos (“Navegando hacia Bizancio”). Pero en México, desde hace tiempo los jóvenes son el sector más olvidado de la política y de las políticas públicas. Forman parte de un contingente de más de 9 millones de jóvenes de entre los 19 y los 24 años de edad, cuya enorme mayoría no tiene acceso a la educación media superior o superior, y cuyas condiciones laborales gravitan entre la precariedad, la informalidad y el desempleo. Ni las políticas educativas ni las políticas laborales, de salud y seguridad social, han sido capaces de implementar acciones que aprovechen esta porción de la población que forma parte del bono demográfico mexicano, ese enorme capital humano que se nos está diluyendo entre las manos.
6. El riesgo de la auto-complacencia. Confieso que suelo caer en un profundo estado de coma cuando algún o alguna joven comienza o termina su discurso haciendo un elogio a los jóvenes. El auto-elogio de los jóvenes a los jóvenes forma parte de viejas prácticas de autocomplacencia, de autopromoción de su condición vital como símbolo de pureza, de verdad, de autoridad moral, de futuro. Algunos dirán que ello forma parte de los excesos de su propia juventud. Sin embargo, como señalaba cautelosamente en su columna el escritor Guillermo Fadanelli, habría que recordar a los jóvenes que el futuro no sólo les pertenece a ellos, sino también ”a los viejos y a los perros” (“Vaqueros de mediodía”, El Universal, 4/06/2012).
Con estos puntos, y con las reservas de ley, me parece que el movimiento de los #Yosoy132 es una manifestación inesperada de las aguas profundas que subyacen a la larga transición política mexicana, la expresión de los déficits de representación política que se han acumulado en el funcionamiento de nuestra joven y claramente insatisfactoria democracia, los gritos de protesta provocados por un régimen de exclusión social y económica que termina por hacer de los jóvenes de hoy individuos con un presente incierto y un futuro imposible. En otras palabras, el movimiento es un reclamo democrático legítimo por el presente y el futuro del país. El sonido, el escenario y los actores huelen a un espíritu generacional que hace tiempo no se paseaba por estos rumbos.