Thursday, December 14, 2023

PISA 2022: Los aprendizajes como problema público

Diario de incertidumbres PISA 2022: los aprendizajes como problema público Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 14/12/2023) https://suplementocampus.com/pisa-2022-los-aprendizajes-como-problema-publicos/ La reacción del presidente López Obrador y de la SEP al darse a conocer el informe de resultados de las pruebas PISA 2022 para México confirman lo que ya se sabe desde hace tiempo. Frente a las noticias que no son favorables al gobierno, las reacciones de descalificación instantánea de las evaluaciones educativas, de su sentido, datos y organizadores, son las acostumbradas en la casa presidencial. “¡Neoliberales!” es el término que usa con obsesión enfermiza el presidente para referirse a todo lo que le incomoda. Y los resultados para México en las pruebas de matemáticas, ciencias y lectura aplicadas el año pasado a una muestra de jóvenes de 15 y 16 años, le vininieron como “anillo al dedo” (por usar otra de sus frases preferidas) para volver a relucir la oxidada jerga antineoliberal a la que nos tiene habituados desde el principio de su gobierno. Más allá del espectáculo de ocasión, se encuentra el hecho de que la pandemia 2020-2022 tuvo efectos negativos en la gran mayoría de los países considerados en el estudio de la OCDE. Por supuesto, a unos les fue menos mal que a otros, pero las brechas preexistentes de desigualdad se ampliaron. Si a México y a otros países no les había ido bien en ejercicios anteriores, en este 2022 les fue peor. Eso significa un “efecto mateo” clásico: los que tienen menos, obtendrán menos, y a los que ya obtenían buenos resultados (Singapur, Japón, Finlandia) les fue mejor (o menos peor). Pero ni las interpretaciones dramáticas ni las descalificaciones automáticas de los resultados ayudan a comprender la complejidad causal del fenómeno. En el campo de la filosofía política, un pensador clásico (Michael Oakeshott) distinguía entre “la política de la fe” y “la política del escepticismo” para referirse a los que sólo creen en sus convicciones y a los que prefieren siempre ponerlas a prueba. En el campo de las políticas públicas, surgió también desde hace tiempo cierto debate entre las políticas basadas en creencias y las políticas basadas en evidencias. El asunto tiene su origen en la capacidad explicativa y resolutiva de las políticas respecto de los problemas sociales que son objetos de la acción pública. Configurada por las intervenciones gubernamentales y civiles orientadas por el interés para resolver asuntos sociales que se consideran críticos, urgentes o relevantes, la acción pública requiere de una combinación adecuada de conocimiento, información, voluntad política y capacidades institucionales para la construcción de alternativas de políticas con umbrales mínimos de eficacia, eficiencia e impacto sobre los problemas seleccionados. Una larga historia de políticas muestra la importancia de diseñar e instrumentar racionalmente las acciones públicas. Una parte importante de esa historia tiene que ver con los sistemas de creencias que están detrás de muchas experiencias políticas y de políticas, entre las cuales se han documentado relatos de fracasos e insuficiencias de distinta magnitud. La causa principal de esas fallas se atribuye a que las creencias sin evidencias se vuelven ilusiones, golpes de fe, voluntarismo puro y duro, que llevan a tomar medidas inadecuadas, inconsistentes, con efectos no deseados o perversos en la resolución de los problemas públicos. En contraste, otras experiencias muestran que la definición precisa de los problemas requiere de evidencias sólidas (estudios, evaluaciones, diagnósticos, datos) que permitan a quienes toman las decisiones elegir rutas de acción con mejores posibilidades de éxito en la resolución de los problemas. Para el caso educativo, colocar a los aprendizajes como problema público implica tomar decisiones sustentadas en evaluaciones y evidencias, no en creencias ni descalificaciones instantáneas. La reacción presidencial y de las autoridades de la SEP son una expresión más de la mezcla de creencias ideológicas e incontinencia verbal que gobierna los cuerpos y espíritus de palacio nacional y del edificio de la calle de Brasil. El cálculo constante que gobierna la retórica oficialista es que las métricas que no son favorables al oficialismo son inventos o conjuras neoliberales, mientras que las que auto-produce el propio gobierno (cuando las hace), son legítimas, verdaderas y objetivas. El presidente, en cada mañanera, recita puntualmente en tono litúrgico el catecismo de la cuarta transformación acompañado del sermón de ocasión, como el presentado el miércoles 6 de diciembre, un día después de conocido el informe de PISA y sus lamentables resultados para México. Pero el problema no es la actitud o las descalificaciones del oficialismo político. El problema son las implicaciones de fondo de los resultados que muestra el ejercicio comparativo de PISA para México. Frente a la no-política pública centrada en la evaluación de los aprendizajes de los estudiantes sino en las premisas ideológicas del oficialismo en turno, los resultados de las evaluaciones internacionales significan un retroceso que llevará años recuperar. Si la muestra es representativa, eso significa que los déficits de aprendizajes acumulados de manera transgeneracional marcarán el futuro de esos jóvenes en el acceso a oportunidades vitales, educativas y laborales. Como cualquier otra política pública, la política educativa no es un asunto de fe ni de creencias o nobles intenciones. Se trata de un ejercicio racional de revisión crítica de las evidencias y el conocimiento disponibles, no de grandiosos proyectos humanistas cuyas dimensiones son, como la idea de dios mismo, difusas, inabarcables e inmedibles. Después de todo, las políticas son intervenciones públicas deliberadas que suponen una mezcla de incentivos, restricciones y narrativas capaces de incidir eficazmente en la resolución de los problemas del sector. Pero lo que ahora tenemos es una tosca mezcla de zanahorias, garrotes y sermones matutinos basados en las ilusiones que viajan en el tranvía sexenal de la línea 4TN, una invención política concebida para ganar fieles, adeptos y votos, pero no para reconocer la complejidad y la urgencia de actuar públicamente sobre el complejo problema de los aprendizajes. Es una mala manera de cerrar otro año difícil para la educación mexicana.

Thursday, November 30, 2023

21 años

Diario de incertidumbres 21 años Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 30/11/2023) https://suplementocampus.com/21-anos/ Mil veintitres números, mil veintitres semanas cumplidas puntualmente todos los jueves durante 21 años, es el hecho que muestra la sólida perseverancia de Campus Milenio. En un entorno frecuentemente hostil a la crítica, poblado de recelos y desinterés que muchos actores de la vida pública tienen hacia la educación superior, la idea de crear un suplemento especializado en los temas de la educación terciaria en México y en el mundo lanzada originalmente a comienzos del siglo XXI por Jorge Medina Viedas, fue vista inicialmente como un proyecto inviable, una apuesta arriesgada, una voz en el desierto. No obstante, más de dos décadas después, Campus es un proyecto periodístico independiente, que registra buena parte de los temas, voces, actores y hechos que ocurren dentro y en los alrededores de las instituciones de educación superior. Esta trayectoria esta marcada por tensiones, restricciones e incertidumbres de diversa naturaleza, complejidad y profundidad. A lo largo de cuatro administraciones sexenales, dominadas por diversos oficialismos políticos, Campus apostó a la diversidad y pluralidad del pensamiento crítico, pero también al reconocimiento de las propuestas, acciones y proyectos que han formulado las universidades e instituciones públicas y privadas, o los organismos gubernamentales, civiles y privados relacionados con la educación superior. Temas como la calidad, la innovación, la ciencia y la tecnología, la dimensión subnacional de la educación terciaria, la cultura, los conflictos educativos, los perfiles de actores estratégicos, la vinculación con el entorno, lo que ocurre en otros países y contextos nacionales, han sido objetos permanentes de atención del semanario. Esta vocación por estar atentos a “la música de lo que pasa” (como denominó el poeta David Huerta a ese sensación de alerta sobre el presente), explica el esfuerzo que cada semana despliega Campus en sus páginas impresas y virtuales. Es un espacio que reúne la opinión y el reportaje, las noticias y los acontecimientos que marcan el día a día de un territorio poblado por casi 5 mil establecimientos de educación superior, donde estudian poco más de 5 millones de estudiantes y trabajan casi 450 mil profesores e investigadores. Como todo campo de acción pública, la educación superior reúne tradiciones e innovaciones de muy distinto calibre, conserva rutinas y rituales que garantizan continuidad y estabilidad, pero también enfrenta nuevos dilemas y desafíos en un contexto donde el futuro es un escenario de incertidumbres acumuladas. Justo por esa complejidad contextual, Campus es un espacio de análisis que contribuye a mirar las cosas desde muy diversos puntos de vista. Si el presente siempre está poblado de futuros, el registro de sus señales, evidencias y tensiones son factores clave para pensar en escenarios deseables y posibles para la educación superior mexicana del siglo XXI, en el contexto de un ciclo de transformaciones globales que exigen ajustes, adaptaciones y cambios en los sistemas de educación superior. Justo por ello, la existencia de un medio que ayude a comprender los problemas y desafíos de una nueva agenda global, nacional y local es una apuesta intelectual, académica y periodística fundamental para imaginar horizontes futuros actuando en el contexto de presentes complejos. Desde esa perspectiva, los 21 años de Campus representan no sólo las huellas del camino andado, el recuento de logros, brechas y déficits acumulados. Representan también la voluntad de construcción de mejores futuros para la educación superior mexicana.

Thursday, November 23, 2023

Funcionarios universitarios

Diario de incertidumbres ¿Quiénes son los funcionarios universitarios? Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 23/11/2023) https://suplementocampus.com/quienes-son-los-funcionarios-universitarios/ Alguien tiene que velar; eso es así. Alguien tiene que estar ahí. Franz Kafka, De noche Los momentos de cambio en las rectorías universitarias son episodios interesantes porque revelan las complicadas lógicas políticas e institucionales que articulan los intereses de comunidades particularmente complejas. En el reciente caso de la UNAM, por ejemplo, esta afirmación vuelve a tomar relevancia porque el nuevo rector llegará a sus oficinas de la torre de Ciudad Universitaria no sólo con un nuevo proyecto institucional que combinará “continuidad con cambios sin estridencias”, como anunció a los medios cuando se supo de su designación, sino también porque integrará a su equipo de colaboradores cercanos a la administración universitaria, aunque seguramente también ratificará a otros que se han desempeñado en administraciones anteriores, e invitará a algunos más para que asuman cargos importantes en la gestión de los asuntos universitarios. Estos movimientos son esperados y, para muchos, necesarios. Sin embargo, el tema de fondo es el peso que tiene el funcionariado universitario en la conducción de la vida institucional. Aunque los directivos y administradores de la universidad son figuras relevantes de la gestión rutinaria de múltiples asuntos cotidianos, su configuración como actores estratégicos del gobierno, la gobernanza y la gobernabilidad de las universidades ha sido poco estudiado. Como expresiones legítimas de autoridad institucional, sus perfiles, motivaciones, trayectorias previas y posteriores, sus funciones formales e informales, o “manifiestas y latentes”, han sido generalmente poco examinadas por los estudiosos de la historia o la sociología de las universidades. Hay un conjunto de preguntas que aguardan por respuestas. ¿Quiénes son los funcionarios universitarios? ¿Cuántos son? ¿Porqué y cómo llegaron ahí? ¿Cuál es su influencia práctica en la vida institucional? ¿Cuáles son las motivaciones e incentivos para ser funcionarios? ¿Cómo se distinguen los directivos académicos de los estrictamente administrativos? ¿Se puede hablar de burocracias académicas y burocracias sin adjetivos?. Estas cuestiones ayudarían a comprender la complejidad de un actor clave de la vida universitaria que, sin embargo, es, paradójicamente, un actor reconocido pero a la vez desconocido. El asunto importa porque los directivos son acompañados por un funcionariado universitario más o menos extenso que implementa proyectos y decisiones institucionales. Sin embargo, los rectores, directivos y funcionarios no actúan solos. Como se sabe, una de las características históricas del gobierno universitario es su carácter colegiado. El cogobierno, o el gobierno compartido, es el rasgo central de la vida universitaria, el que proporciona estabilidad, equilibrio y legitimidad a las universidades públicas. Figuras unipersonales de autoridad como rectores, directores de escuelas, facultades, institutos, unidades o programas académicos, funcionarios universitarios de la administración central o de las administraciones desconcentradas o descentralizadas, coexisten siempre con órganos colegiados jurisdiccionales, en las que se toman decisiones, se resuelven conflictos, se dirimen diferencias y se toman acuerdos de manera rutinaria. Estudiantes, profesores, investigadores y directivos participan de los órganos colegiados y ayudan a definir y resolver agendas pobladas de temas académicos, administrativos, escolares, presupuestales, políticos y, cada vez de manera más frecuente, éticos. En estos contextos, la figura del funcionariado adquiere relevancia. Son burocracias crecientemente especializadas que tienen una lógica de actuación delimitada por normas y circunstancias, por reglas escritas y no escritas, por la gestión de recursos, las prioridades del momento, por el tiempo y los calendarios. Las habilidades directivas universitarias no se suelen aprender en los cursos de “alta dirección ejecutiva” o de “gerencia pública profesional”, sino que se aprenden con base a la experiencia, cierto sentido común, intuición, capacidad, oportunidades o restricciones institucionales. Al ser parte de las estructuras de autoridad, el funcionariado universitario juega un rol central en la gestión de los servicios y de los recursos de apoyo a la vida académica. Los “mandos medios y superiores” -como se suele denominar al funcionariado de primer nivel en el argot administrativo-, son actores clave de las rutinas de la universidad, y por ello resultan figuras destacadas en la comprensión no sólo de quiénes administran sino de cómo se gobiernan las universidades públicas. Después de todo, la autonomía universitaria significa no solamente el respeto a las libertades de cátedra y de investigación, sino también el auto-gobierno de las universidades. Esa es la dimensión estrictamente política de la autonomía. Desde esta perspectiva, el funcionariado universitario forma parte de las redes organizadas del poder institucional que se construyen a lo largo de las trayectorias académicas o administrativas de los diversos liderazgos universitarios, donde los méritos académicos o intelectuales, la confianza política, el prestigio académico, la reputación personal o el desempeño institucional, son componentes importantes en la designación de los nombramientos de los puestos administrativos. Un rector o rectora nunca llega solo a ejercer sus funciones. Le acompañan hombres y mujeres que se incorporarán a su administración y le permitirán proponer y justificar decisiones a los órganos colegiados universitarios. El proceso de nombramiento de puestos y personas adquiere entonces una relevancia práctica destacada pero generalmente poco visible para las comunidades universitarias. Es por ello que resulta importante conocer no sólo los procedimientos o los mecanismos de designación del funcionariado universitario, sino también los itinerarios laborales de quienes son nombrados en los puestos, más allá de los curriculum vitae o de las biografías personales. ¿Qué sabemos? En realldad, muy poco. Se estima que los mandos medios y superiores de las universidades públicas representan entre el 10 y el 15 por ciento del personal administrativo total de las universidades. Que aunque no hay formalmente una suerte de “servicio universitario de carrera”, de manera informal pero real existen funcionarios que ocupan distintos puestos a lo largo de varios años. Asimismo, sabemos que los directivos académicos suelen tener también un puesto como profesor o investigador de la universidad, y que existen motivaciones salariales, políticas o morales para aceptar la designación de puestos. Sin embargo, estos son apenas los puntos de partida para estudios a fondo sobre la sociología del funcionariado de las universidades públicas en México.

Wednesday, November 22, 2023

Botargas

Botargas: lo que ves es lo que hay. Adrián Acosta Silva De un tiempo para acá la política se ha convertido en un concurso de botargas. El ahora candidato a la gubernatura de Jalisco por el partido Movimiento Ciudadano, el entusiasta Pablo Lemus (virtual expresidente municipal de Guadalajara), ha estrenado su botarga correspondiente como acompañante de temporada. Se suma a lo que hicieron los asesores y consejeros del propio presidente López Obrador desde hace años con la promoción de su imagen con máscaras, muñecos, caricaturas y botargas que circulan por todo el país. También lo hace la precandidata del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez, así como Claudia Sheinbaum por Morena, y muchos otros candidatos a puestos de elección popular. Al parecer, todos se han mimetizado de la estrategia del Dr. Simi para promocionar sus establecimientos farmaceúticos, del Pollo Pepe para vender sus alimentos, o de los personajes disfrazados que animan los partidos de futbol o de beisbol en los estadios desde hace décadas. La palabra “botarga” tiene un origen antiguo pero impreciso. Según algunas fuentes, se utilizó por primera vez en los teatros europeos de la era medieval, para la representación de personajes rídiculos de comedias, farsas y sátiras, donde actores vestidos con disfraces de colores extravagantes hacían el papel de bufones. La función de las botargas era el escarnio de los personajes en escena, que utilizaban la torpeza deliberada, la burla y el sacrasmo como instrumentos de dramatización de situaciones que acentuaran el sentido del humor de los espectáculos teatrales de la época. Pero fue hasta mediados del siglo XX cuando el uso de esos disfraces se convirtió en un recurso publicitario común para empresas, escuelas, negocios y programas infantiles de televisión, algo que ocurrió primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo. ¿Qué explica el fenómeno en el campo político? No tengo la menor idea, pero sospecho que tiene la pretensión de aspirar a una estrategia (si es que se le puede llamar así), para promocionar la imagen del o la candidata tratando de hacerles parecer simpáticos, agradables, populares a los ojos de las multitudes. Son formas burdas de infantilización de la política y los procesos electorales, orientadas a presentar una imagen de cercanía y de confianza de los políticos profesionales y de los partidos que representan con los ciudadanos, como si la política fuera una fiesta, un concurso de popularidad que gana no el que tiene mejores argumentos o ideas sino la botarga más colorida y chistosa. De alguna manera, la botarga es un disfraz, una forma de disimular o de ocultar los rostros verdaderos de la política, muchos de los cuales no suelen ser agradables y menos apacibles. Si bien es cierto que la política suele ser o parecer a veces un baile de disfraces, una mascarada organizada, un concurso de payasos, ventrílocuos y prestidigitadores, en realidad es el espacio de la negociación racional de conflictos, la arena pública de contrastes y opciones, de votos y casillas, esporádicamente hasta de ideas, ideologías y programas. El problema no son por supuesto, las botargas, los peluches o los disfraces. El problema es que detrás de esas apariencias de alegría simulada, de sonrisas ficticias, acompañadas invariablemente con música festiva de simplicidad instantánea gobernada por los ritmos de la temporada, no se esconda nada. Son los ropajes deformados de cascarones vacíos, hechuras de retóricas repetitivas, ocurrencias y promesas hechas al vapor, dirigidas al consumo instantáneo en las giras, los mitines y las apariciones de las y los candidatos en plazas públicas, medios y redes. Las botargas son el reflejo fiel de la política mexicana en la era de la dictadura de las imágenes, los desencantos y las ilusiones. Son parte de la política del espectáculo, la caricaturización de los candidatos y de los partidos políticos, sin trucos, metáforas ni mensajes ocultos, y cuyo punto estelar serán las elecciones del próximo año. Es la proliferación de las botargas como la representación visual de los intereses, las creencias y los cálculos políticos de los protagonistas de la temporada. La expresión de una subcultura del consumo electoral que significa la mercadización de las imágenes políticas y de sus actores principales, que inundan los espacios públicos reales y virtuales de los productos del momento. Es la temporada de botargas. Lo que ves es lo que hay.

Thursday, November 09, 2023

Acapulco: la reconstrucción educativa

Diario de incertidumbres Acapulco: el largo camino de la reconstrucción educativa Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 9/11/2023) https://suplementocampus.com/acapulco-el-largo-camino-de-la-reconstruccion-educativa/ Entre las múltiples destrucciones que el devastador huracán Otis dejó en Acapulco y los municipios aledaños se encuentra el sector educativo. A dos semanas de ocurrido, y según un reporte de Unicef, se estima que casi 200 mil estudiantes de todos los niveles educativos de la región suspendieron clases y actividades en cientos de escuelas y, a diferencia de la pandemia, ni plataformas virtuales ni dispositivos digitales serán suficientes para enfrentar la nueva crisis educativa que se avecina en aquel estado sureño del país. El problema se agudiza cuando se analiza el estado de la educación en esa entidad, que históricamente encuentra en los niveles más bajos del país en prácticamente todos los rubros: tasas de cobertura, eficiencia terminal, escolaridad promedio de la población, aprendizajes efectivos, acceso a la educación media y superior. En un contexto de pobreza extendida y precariedad laboral, Acapulco es el símbolo de la desigualdad que caracteriza a Guerrero y al país. Como otros grandes centros turísticos del país (Cancún, Puerto Vallarta, Los Cabos), el turismo de alto consumo internacional y nacional coexiste con una población empobrecida, sobreviviendo permanentemente entre la precariedad y la falta de oportunidades educativas y laborales. El impacto del huracán ha vuelto a colocar en perspectiva las dimensiones económicas, sociales y políticas de una población que se ha adaptado a una economía basada principalmente en el turismo, donde consumidores de alta gama mantienen un mercado de círculos excluyentes, privados, configurando una periferia que genera sus propias lógicas de adaptación y supervivencia en los márgenes del gran turismo dominado por yates, restaurantes y bares sofisticados, regularmente clasificados entre los mejores del mundo, departamentos y residencias de lujo, hoteles gran turismo y hoteles boutique de consumo exclusivo. En ese contexto, configurado lentamente desde hace décadas a través de distintos oficialismos políticos, el sistema educativo acapulqueño experimenta los impactos dramáticos de la devastación de decenas de escuelas, desactivando instantáneamente los circuitos de la formación básica y profesional. Frente al enorme desafío que implica la urgente reconstrucción de infraestructuras y procesos productivos (que se estima durará por lo menos dos años), es posible afirmar que la educación sufrirá un recrudecimiento de sus problemas crónicos, y con ello se incrementarán las brechas de desigualdad en relación a otras regiones del país. La magnitud y complejidad de la reconstrucción contiene múltiples dimensiones. Pero todas ellas tienen que ver con la elaboración y gestión de políticas públicas que implican inteligencia, capacidad, eficacia y pertinencia gubernamental y social. La experiencia de la gestión de la crisis pandémica del gobierno federal fue duramente criticada por sus yerros, insuficiencias e ineficiencias. La gestión de las implicaciones del desastre en Acapulco corre el riesgo de padecer de las mismas características. En el caso de la educación, la SEP y las autoridades educativas federales, estatales y muncipales tienen una enorme responsabilidad para reconstruir en el menor tiempo y en las mejores condiciones posibles el sistema educativo en Acapulco y las regiones más afectadas por los efectos destructivos de Otis. Ese es el gran desafío de corto plazo no solo para el gobierno nacional o el estatal, sino para el Estado mexicano en su conjunto. Pero el otro componente de la gestión de la crisis educativa es no sólo el desafío reconstructivo de aulas, escuelas y rutinas académicas, sino también la oportunidad de la re-hechura sistémica de la educación guerrerense, de sus estructuras, actores, procesos y relaciones. Como lo muestran las experiencias de guerras, desastres naturales y conflictos políticos en muchas regiones del mundo, el histórico rezago educativo guerrerense puede comenzar a revertirse como consecuencia de la devastación si se logran intervenciones públicas con una visión de mediano y largo plazo. Las urgencias y las prisas gubernamentales, acosadas por los calendarios y relojes de la coyuntura política, pueden estropear la gran oportunidad de rehacer un sistema educativo local que ha sido abandonado a su suerte desde hace décadas. Desde esa perspectiva, la acción gubernamental está condenada al fracaso si sólo se piensa en términos de la militarización de la gestión del desastre, que por su propia naturaleza es un recurso excepcional, coyuntural y de corta duración. La acción pública organizada, donde gobiernos, empresas y sociedad interactúan para enfrentar lo urgente pero colocando la atención en el futuro, puede dar mejores resultados que el aislamiento gubernamental. Claramente, hay prioridades: electrificación, comunicaciones, hospitales, agua, abastecimiento de víveres, reactivación del empleo, son la agenda inmediata del desastre. Pero la educación también ocupa un lugar central en las políticas de gestión multidimensional de la crisis. La realización de un diagnóstico puntual de las carencias, restricciones y oportunidades de la educación en la escala regional afectada por el huracán, puede ser el mecanismo de disparo que la política educativa necesita para revisar a fondo las causas y condiciones que explican la crónica pobreza educativa guerrerense. Es decir, se trata no sólo de “levantar Acapulco” -como señala la frase presidencial como emblema de sus estrategias reconstructivas-, a través de la electrificación y la reparación de los baños, ventiladores, puertas y ventanas de las escuelas, sino de reformar el proceso educativo y del papel de sus actores principales. Es un enorme esfuerzo público por revisar los problemas estratégicos de la docencia y los aprendizajes escolares para diseñar otra forma de gestionar un mejor futuro para la educación en Guerrero.

Saturday, November 04, 2023

Mi generación

Mi generación Adrián Acosta Silva https://www.milenio.com/cultura/laberinto/mi-generacion-la-sociologia-como-lente-interpretativa Cada uno levanta su bandera o estandarte de signos detenidos, de levaduras amargas. Comen recuerdos y olvidos, unánimes comensales. David Huerta, Fantasmas Es un asunto complicado hablar de una generación. Existe la manía de etiquetar a las generaciones como si fueran un conjunto de individuos social, política o culturalmente homogéneos, unidos por sus años o territorios de nacimiento, por las circunstancias en las que crecen y se desarrollan, por las creencias que comparten, o porque experimentan simultáneamente acontecimientos que marcaron simbólica o dramáticamente la memoria colectiva en un tiempo y circunstancias específicas. Por eso se habla de la “generación del 27”, la “generación del medio siglo”, la “generación del 68”, la generación “X” o la “Z”, la generación de la crisis, la de la pandemia, la generación de Woodstock o la de Avándaro, los baby-boomers, los milenials, los centenials, la generación digital, la generación de cristal, la generación perdida. El problema con las etiquetas generacionales es que sirven para simplificar, clasificar o calificar grupos, pero no para describir y explicar itinerarios y trayectorias vitales múltiples, contradictorias y complejas. En realidad, cuando decimos “generación” hablamos de un conjunto heterógeneo de individualidades que más o menos comparten un tiempo y un contexto específico, en el transcurso del cual establecen lazos afectivos, emocionales, intelectuales y, en ocasiones, también políticos. De esas maderas están hechas todas las generaciones de todos los tiempos. Reúnen un conjunto difuso de tradiciones, de creencias, de imágenes, de ilusiones y convicciones que alimentan y dan forma a prácticas sociales, éticas y, en un sentido amplio, culturales, representadas por hombres y mujeres con nombre y apellido, que cultivan preferencias y gestionan las incertidumbres, los dilemas morales, sus emociones y crisis como pueden, creen o desean. Mi generación es, como todas, una de ésas. Y me refiero a “mi generación” en el sentido que The Who (el gran grupo de rock inglés de finales de los sesenta y los setenta), le diera en una de sus rolas más célebres, titulada justamente My Generation. Un reclamo rabioso, voluntarista, un tanto ingenuo, un llamado de atención, un grito de identidad de un grupo de jóvenes insatisfechos, confundidos y apasionados, pero absolutamente convencidos de que las cosas podían y debían cambiar. Los que nos reunimos hoy aquí sólo nos representamos a nosotros mismos, a nadie más. Somos la hechura de un tiempo de cielos plomizos bajo los cuales se fraguaron algunos cambios interesantes, violentos y esperanzadores ocurridos entre 1978 y 1983, cuando ingresamos y egresamos de la carrera de sociología en la Universidad de Guadalajara. Son los años situados a las puertas de la década perdida de los años ochenta, de los ajustes económicos neoliberales basados en lo que posteriormente se denominaría como el “Consenso de Washington”, y los inicios de la llamada transición democrática; de la expansión de los movimientos sociales y de la imaginación política; de la crítica a la moralidad pública y la denuncia contra la desigualdad social, la pobreza y la discriminación; de los señalamientos a la corrupción y el autoritarismo del régimen posrevolucionario mexicano. El oficio del sociólogo aquí y ahora se forjó en ese ambiente gobernado por espíritus múltiples, los fantasmas de pasados recientes y las sombras de futuros inciertos. Entre los jardines, pasillos y salones de la entonces Facultad de Filosofía y Letras -incluyendo por supuesto al célebre “Pinos Bar” y las caguamas frías que comprábamos cada jueves o viernes en la tienda de Don Cuco-, mi generación se nutrió generosamente del combustible del aburrimiento y la insatisfacción, de la crítica contra el estado de cosas, de la búsqueda ansiosa y a veces desesperada o confusa de soluciones políticas a través de los caminos largos de la reforma, o las vías rápidas de la revolución. Quizá por esas circunstancias, el marxismo dominó nuestra formación sociológica. Pero habría que precisar: los marxismos y los postmarxismos. Marx, Engels, Gramsci, Lenin, Lucaks, historiadores como Thompson o Hobsbawn, formaron parte de los autores que leímos y discutimos junto con las teorías sociológicas clásicas de Durkheim, Rousseau o Weber, de filósofos como Ernest Cassirer o Adam Schaff, de Manuel Castells y la sociología urbana, de los textos de Pablo González Casanova, Octavio Rodríguez Araujo o de Arnaldo Córdova, de Carlos Pereyra, de la influencia de la revolución cubana y sus mitologías, del asesinato de Salvador Allende y de los ecos violentos y justicieros de las luchas de los grupos guerrilleros mexicanos de la primera mitad de los años setenta, cuyos orígenes se fraguaron en el barrio de San Andrés, o en las luchas armadas entre la FER y la FEG. Las sombras largas de los marxismos explican el nombre que acordamos para denominar a nuestra generación (Centenario Carlos Marx), e invitar como padrino y orador en la ceremonia de la graduación en el Paraninfo “Enrique Díaz de León” de la U. de G. a Don Adolfo Sánchez Vázquez. Nuestros profesores ya fallecidos como Pedro Quevedo, Andrés Orrego Matte, Jesús Pérez Castellanos, César López Cuadras, Mabel Padlog, o Flaviano Castañeda, o los que afortunadamente nos acompañan como Tomás Herrera, Fabián González, Jaime Tamayo, Patricia Arias, o Francisco Contreras, son una parte indispensable de nuestra formación política, intelectual y sentimental. Ángel, Rosa, Jorge, Elisa, Mario, Gloria Angélica, Yolanda, Ana María, Chuy, Rodrigo, Ramón, Rosario, Felipe, Margarita, Lupita, Rogelio, Armando, son los compañeros de esos años de experiencias y aprendizajes ocurridos dentro y fuera de las aulas. También ya contamos a nuestros muertos, desde hace muchos años: Rafa y Gonzalo. Esta es la primera vez que nos reunimos en cuarenta años, aunque muchos de nosotros nos hemos saludado en reuniones académicas y ambientes cantinescos a lo largo de estas cuatro décadas. Algunos desarrollamos nuestro oficio en ambientes universitarios, decidimos estudiar posgrados, dar clases, dirigir tesis, desarrollar proyectos y participar en grupos de investigación o discusión en diversos temas. Otros combinamos la vida académica con la vida política y pública, tratando de establecer conexiones entre el mundo escrito y el mundo no escrito de nuestros entornos locales y nacional. Algunos incursionaron en las mezclas duras de las actividades académicas con el ejercicio de la gestión propia del funcionariado universitario o gubernamental, o mediante el ejercicio de consultorías, estudios y proyectos para organizaciones públicas, sociales y privadas. Otros desarrollaron el oficio de modo diferente. En las comunidades, en el activismo social, en el impulso de la educación y el ejercicio de la profesión docente. Algunos establecieron sus actividades en el mundo de los negocios privados, uno más se fue al otro lado para experimentar, quemando sus naves laborales previas, en el viejo oficio del wet-back, y construir en otro lugar, lejos de aquí, su vida, su trabajo y su familia. A pesar de esta diversidad de trayectorias, sospecho que la sociología ha sido una lente interpretativa constante de nuestros itinerarios vitales, más allá de oficios, ocupaciones y afinidades electivas. No porque nos fuera útil en el sentido más instrumental del término, sino porque la sociología permite mirar las cosas de modo distinto, con sus múltiples focos de atención, sus excesos interpretativos, limitaciones metodológicas y virtudes comprensivas. Hoy, en los años en que las violencias homicidas, las desapariciones forzadas y las desigualdades sociales se han endurecido, donde las promesas no cumplidas de la democracia se amontonan por todos lados, y donde las ineficacias gubernamentales se combinan con una creciente conflictividad y polarización política, las nuevas generaciones de sociólogos enfrentan desafíos interpretativos, preocupaciones privadas y acciones públicas de un nuevo tamaño, dimensión y complejidad. De muchas maneras, estudiar la sociología supone la curiosidad y el entusiasmo por examinar y discutir una y otra vez los nuevos y viejos problemas sociales. Es tratar de comprender las relaciones entre las estructuras, los procesos y los actores de la vida social en múltiples campos de la acción organizada. Estudiar sociología es un estado de ánimo, ese ánimo generacional como al que se refirieron los Who en My Generation, de 1965. Un estado permanente de insatisfacción, de rebeldía, de confusión e incertidumbre, gritado cara a cara, acompañado del deslumbrante sonido del requinto eléctrico de Pete Townshend, la voz deliberadamente tartamuda de Roger Daltrey, la potente batería de Keith Moon, y el bajo furioso de John Entwistle. Es claro que se trata sólo una canción del rock clásico que, sin embargo, se convertiría en el emblema sonoro de una generación imaginaria que marcó simbólicamente una época de confusión, claroscuros e incertidumbres. Tal vez por ello, Bob Dylan incluye esa canción como una de las que configuran su Filosofía de la canción moderna (Anagrama, 2022, Barcelona), y que, ante las dramáticas escenas de guerra que hoy sacuden nuevamente al mundo en Ucrania y en la Franja de Gaza, y las violencias criminales que padecemos desde hace años en Guadalajara y en el país, recuerdan y revitalizan de algún modo las aguas profundas de aquel reclamo sesentero. Como escribió el Doctor Dylan: “No quieres ser viejo y decrépito, no gracias. Estiro la pata antes de que pase. Mortificado, observas un mundo que no tiene remedio”. Amén.

Thursday, October 26, 2023

Problemas, dilemas y anatemas (2)

Diario de incertidumbres Ciencia y tecnología: problemas, dilemas y anatemas (2) Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 26/10/2023) https://suplementocampus.com/ciencia-y-tecnologia-problemas-dilemas-y-anatemas-ii/ Los tres “paquetes” de cuestiones señaladas en la colaboración anterior, extraídas de la experiencia mexicana de los últimos veinte años en el campo de las políticas de ciencia y tecnología, apuntan hacia vaios dilemas relacionados directamente con los posibles escenarios futuros del sector: ¿Cuál puede ser el mejor futuro del Conhacyt, del Sni, de los programas de posgrado, de las universidades y los centros públicos de investigación, de los fondos públicos para los proyectos científicos? ¿Cómo legitimar el origen y desempeño de las autoridades públicas en el sector?¿Es factible pensar en crear una secretaría federal de educación superior, ciencia y tecnología? ¿Es mejor reformar, otra vez, la estructura y funciones del Consejo Nacional, pero dotándolo de mayor autonomía y asegurando un financiamiento estable y creciente, bajo el ropaje de (otra vez) una nueva legislación federal? ¿Es posible pensar en una Academia Nacional o Federal de Ciencia como organismo público no gubernamental, descentralizado y autónomo?. Estas ideas y propuestas han sido formuladas por distintas voces desde hace tiempo, y algunas han sido incluidas como temas de conversaciones privadas, debates públicos y acciones institucionales en ciertos momentos del pasado reciente. No obstante, la valoración cuidadosa de esas ideas y experiencias exige un clima político reflexivo y propositivo que por ahora no tenemos. Experimentamos desde hace tiempo los ominosos efectos de la era de fanatismos en México y en todo el mundo. Uno es el fanatismo neoliberal, otro es el fanatismo populista, y de cada uno han emergido fundamentalismos irreconciliables que han sembrado el campo de anatemas. Son formas enfrentadas de pensamiento único que han dominado en distintos períodos las orientaciones políticas de las políticas públicas. Hoy como ayer, el mercado o el estado se ven recíprocamente como conjuntos de problemas o como promesas de soluciones, como fatalidades o como oportunidades, en los cuales la lógica de la ciencia (sus prácticas, actores, sus procesos formativos e investigativos) depende, en parte, de las orientaciones de políticas. Bajo el clima tóxico de las polarizaciones ideológicas y los pleitos presentes y futuros por el poder representativo de la temporada, la política como ejercicio de racionalización erosiona sus potencialidades transformadoras. La premisa de cualquier ejercicio de imaginación supone la creación de condiciones favorables al diálogo informado, abierto a los acuerdos que conduzcan a un nuevo esquema de políticas públicas y no sólo gubernamentales sobre la ciencia, la tecnología y la educación superior. Quizá sea preciso reconocer que cualquier tipo de futuro de la ciencia y la tecnología en México significa no el (re) diseño de alguna utopía más o menos organizada para el sector, sino una representación de cómo se pueden relacionar de otro modo las cosas, no cómo serán (una profecía), o cómo deben ser ésas relaciones (una visión normativa). Bajo esta premisa, la creación de una nueva agencia gubernamental, organismo público autónomo, o secretaría federal que coordine las redes subnacionales e institucionales vinculadas al ejercicio de actividades científicas o tecnológicas, o iniciativas de una nueva legislación federal o de reglamentaciones específicas, no resuelve por sí misma el problema de las relaciones entre los distintos componentes de una política nacional de largo plazo para el sector. Las experiencias subnacionales en México muestran las limitaciones de crear agencias, secretarías y organismos que no han logrado articular consistentemente esas relaciones. En sexenios pasados, el gobierno de la Ciudad de México creó la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación, o el Gobierno de Jalisco, echó a andar la Secretaría de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. En ambos casos, los resultados han sido difusos. A nivel internacional, las experiencias acumuladas a lo largo del siglo XXI sobre organización del sector muestran una gran diversidad de modos de articulación de las actividades de ciencia, tecnología e innovación. No obstante, existen dos principios básicos comunes: la presencia del gobierno federal o nacional como actor estratégico pero no exclusivo de las políticas, y el carácter transversal de las políticas científicas, que unen a la CyT principalmente con la política educativa y con la política económica. Ministerios gubernamentales, agencias públicas, programas estratégicos o especiales, institutos, organismos mixtos público-social-privado, configuran los espacios que diseñan e instrumentan acciones, incentivos y evaluaciones de las relaciones entre ciencia, tecnología, innovación y desarrollo. Pensar en esa forma de relacionar de otro modo las cosas, de cómo se pueden representar adecuadamente los vínculos entre la formación de investigadores, la expansión de los posgrados, el reconocimiento, apoyo e incentivos para los investigadores, los proyectos y los campos disciplinarios, el fortalecimiento de los centros públicos de investigación, el presupuesto público y los financiamientos privados, el impulso a la carrera científica, las artes y las humanidades, es una tarea política e intelectual extraordinariamente compleja. Pero ese es el gran desafío que enfrentan las comunidades científicas y los gobiernos por venir. La “estética de la realidad” que representan las políticas de CyT son necesariamente limitadas porque generalmente asumen que los individuos o las instituciones se comportan o deben comportarse de acuerdo a sus programas, incentivos y disposiciones. La observación y la experiencia acumulada a lo largo de los últimos años a nivel nacional e internacional muestra la compleja mixtura de contextos institucionales, umbrales de libertades académicas, perfiles disciplinarios, prácticas, actores y limitaciones que subyacen en el subsuelo académico profundo de las actividades cientifico-tecnológicas, y que se derivan, salvo excepciones, de tradiciones y estilos muy diferentes, dificilmente clasificables en programas y políticas. Reconocer esa complejidad como parte de las limitaciones de las políticas públicas es uno de los principios básicos de pensar de forma diferente el tipo de futuros que se pueden imaginar para el sector.

Thursday, October 12, 2023

Problemas, dilemas y anatemas

Diario de incertidumbres Ciencia y tecnología: problemas, dilemas y anatemas Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 12/10/2023) https://suplementocampus.com/ciencia-y-tecnologia-problemas-dilemas-y-anatemas/ En el campo de las políticas de ciencia y tecnología en México, el período comprendido entre 2002 y 2023 se caracteriza por la transición entre dos grandes legislaciones y dos modelos de políticas, surgidos de contextos distintos de transformaciones políticas. Uno se derivó del primer período de la alternancia electoral, con el desplazamiento del PRI y la llegada del PAN, que sentó las bases de la descentralización y la incorporación de actores gubernamentales y no gubernamentales en la agenda, gestión e implementación de políticas para el sector. El otro, por la alternancia de MORENA, que descalificó el período previo por su orientación “neoliberal” (“privatizadora”) y emprendió un proyecto de cambio afín a la idea de la “cuarta transformación nacional”. Una tuvo el poderoso impulso de la democratización y consolidación de políticas de apertura y expansión de la ciencia y la tecnología, incorporando a actores públicos no estatales en el mapa de las políticas públicas. La otra significó un abrupto, polémico y confuso cambio en la reglas del juego construidas durante casi tres sexenios, derivada de un proyecto claramente gobiernista que sujeta las políticas de CT a prioridades enmarcadas en una “agenda de estado” para el sector, que actúa a nombre de un nuevo “actor” (el pueblo, la comunidad), excluyendo a actores no gubernamentales en el diseño, gestión e implementación de las políticas sexenales. Durante esas dos décadas el perfil y los alcances de la agencia estatal para el sector fueron cambiando. Tanto el viejo Conacyt como el nuevo Conahcyt enfrentaron problemas de burocratización creciente de su operación, al mismo tiempo que padecieron problemas de un financiamiento público insuficiente y errático. Bajo la ley de 2002 crecieron de manera importante el SNI y las becas para estudios de posgrado, se establecieron fideicomismos para el apoyo a la investigación, se impulsaron fondos institucionales y mixtos para el desarrollo de proyectos. A partir del gobierno obradorista, reformas constitucionales, legales y reglamentarias se abrieron paso entre polémicas y polarizaciones para imponer un modelo de gestión gubernamental centralizado, jerárquico, de arriba hacia abajo, donde se eliminaron fideicomisos, órganos de consulta, y se establecieron nuevos criterios para asignación de fondos basados en prioridades y decisiones gubernamentales. La ley del 2023 sintetiza los supuestos,la orientación y la arquitectura de las políticas actuales. Desde el punto de vista de la relación entre las ideas y los intereses, en las políticas de CyT a lo largo de este largo período han coexistido una par de posiciones opuestas y aparentemente contradictorias. Una tiene que ver con el mercado, la otra con el estado. La primera incorpora argumentos como el pluralismo, la ideología de la nueva gestión pública, y el impulso a la participación de sectores no gubernamentales en el financiamiento de las actividades científicas y tecnológicas, bajo el supuesto (empírico) de que el estado no puede hacerlo todo. La segunda posición parte de la premisa (ideológica) de que el gobierno federal tiene la capacidad técnica, financiera y política para impulsar el sector más allá de las limitaciones del pasado o del contexto, asume la austeridad como horizonte moral de la acción pública, y desconfía del mercado como espacio de apoyos y colaboraciones para el sector. Esta tensión entre las visiones estadocéntricas y mercadocéntricas es la que habita el corazón secreto de las políticas cientificas y tecnológicas de los últimos veinte años. A lo largo del período, la secretaría de Hacienda se consolidó como el gran decisor de la política científica. Es el actor discreto, no protagónico, pero siempre estratégico de las actividades de ciencia, tecnología y educación superior. Como representante técnico de las decisiones del ejecutivo en todos los campos de la acción pública, Hacienda juega un papel central, legal y legítimo, como traductor y operador de los fondos públicos anuales que propone el ejecutivo y dispone el legislativo. Los cabildeos y los ajustes de los programas y proyectos del Conacyt/Conahcyt forman parte de los juegos intergubernamentales de antes, de ahora y muy probablemente del futuro. En el ocaso del gobierno obradorista, y a la luz de la experiencia acumulada en los últimos veinte años en el sector, quizá es el momento de pensar (otra vez) en el futuro de la ciencia y la tecnología en México. Han comenzado a soplar de manera anticipada los vientos político-electorales sexenales, y el clima de la temporada colocará seguramente diferentes diagnósticos, ideas, comprormisos y ocurrencias en el escenario público. Llegará también el momento del balance, de la evaluación política de las políticas, de las llamadas de atención sobre los problemas estructurales y coyunturales, de los desafíos del presente, de los riesgos por venir y de las oportunidades perdidas. En ese contexto, quizá sea el momento para imaginar el futuro del sector y de las actividades de ciencia y tecnología, a partir de tres paquetes de preguntas básicas: ¿Qué tipo de orientaciones, de políticas y de gobernanza favorecen el desarrollo sostenible de la ciencia y la tecnología en México? ¿El dilema de más estado o de más mercado es realmente el centro del debate ideológico y de las decisiones políticas y de políticas en el sector, frente a un escenario de enormes desafíos e incertidumbres nacionales e internacionales? ¿Es suficiente una nueva legislación para enfrentar esos desafíos? ¿Cómo mejorar la capacidad, eficiencia y eficacia de una agencia/oficina/organismo público o estatal para el sector, a la luz de sus crónicos problemas de insuficiencia presupuestal, burocratización creciente e ineficiencia institucional para incidir en la comprensión y solución de los problemas heredados y emergentes del campo científico-tecnológico mexicano? ¿Es posible gestionar los problemas del sector con comunidades científicas y tecnológicas fracturadas, con problemas para la renovación generacional de poblaciones altamente calificadas y diversificadas en el campo, cuestionando la autonomía y libertad de esas comunidades y sus instituciones de pertenencia para explorar y discutir conocimientos e innovaciones en todas las disciplinas y áreas científico-técnicas? Estas cuestiones conducen a explorar las experiencias nacionales e internacionales del pasado reciente para pensar en los posibles escenarios futuros del sector. De eso trataremos en la próxima entrega.

Thursday, September 28, 2023

Polímatas en tiempos del ChatGPT

Diario de incertidumbres Polímatas en tiempos del ChatGPT Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 28/09/2023) https://suplementocampus.com/polimatas-en-tiempos-del-chatgpt/ ¿Qué tienen en común George Steiner, Susan Sontag, Alfonso Reyes, Walter Benjamin, la princesa inglesa Isabel (1618-1680), o el fraile catalán Ramón Llull (1232-1316)? ¿Es posible encontrar algún lazo intelectual que una el perfil y trayectorias de Leonardo da Vinci con Jorge Luis Borges, de Vladimir Nabokov con Albert Hirschman, o de Amartya Sen con Umberto Eco? Aunque distintos en el tiempo y los contextos que les tocó vivir, estas figuras representan trayectorias intelectuales unidas por un rasgo distintivo común: su capacidad para explorar muy distintas ramas del saber, para negarse a la hiperespecialización y combinar distintos acercamientos disciplinarios a la explicación de múltiples fenómenos sociales o naturales. Su vocación enciclopédica, anclada en una curiosidad voraz y en la erudición, es el factor que une sus obras y trayectorias. Estas figuras representan al polímata, definido como “alguien que se interesa por muchas materias y aprende sobre ellas”. Y constituyen el objeto de estudio del sociólogo e historiador cultural Peter Burke, quien durante veinte años se dedicó a examinar cuidadosamente las trayectorias de cerca de 500 de esas figuras para tratar de entender cómo lograron desarrollar el “arte de las combinaciones” en contextos donde la especialización ganaba y sigue ganando terreno en todas las ciencias y las humanidades. El resultado de ese estudio fue publicado en español el año pasado por Burke en su libro El polímata. Una historia cultural desde Leonardo da Vinci hasta Susan Sontag (Alianza Editorial, Madrid, 2022). El punto de partida de su monumental estudio es el hecho de que a lo largo de la historia cultural de la humanidad han existido personajes que se distinguen por su capacidad para combinar distintos saberes y habilidades. Esas figuras representan la rebelión contra la unidimensionalidad de los saberes convencionales sobre las cosas y los procesos de la naturaleza o de la sociedad, lo que los conduce a ensayar distintas aproximaciones al entendimiento de las relaciones de causalidad de los fenómenos, pero también a identificar con claridad lo que no sabemos. A partir de este punto, Burke reconstruye esas historias a partir de una periodización que va de los antiguos chinos, egipcios, griegos, romanos y pensadores islámicos a la edad media, del renacentismo a la ilustración y el siglo de las luces, de la era del surgimiento de las disciplinas en las universidades a la era de la interdisciplinariedad y la revolución digital. El autor previene desde el principio de su libro sobre el hecho que también existe una suerte de “mitología del polímata”, que incluye prácticas de charlatanería a lo largo del tiempo. Aquí se incluyen falsos polímatas, entre los que se encuentran los vendedores de pócimas milagrosas (aceite de serpiente, por ejemplo), estafadores, magos, ilusionistas o merolicos de mercados y circos de todos los tiempos, impostores químicamente puros que afirman tener los conocimientos necesarios para curar enfermedades, construir artefactos que producen nuevos conocimientos científicos, o que revolucionan instantáneamente las formas de hacer las cosas. El contraste entre los “polímatas auténticos” y los “falsos polímatas” forma parte de las hechuras del fascinante estudio de Burke. Los polímatas son una reacción a la cultura de la especialización. Representan el esfuerzo por traspasar las fronteras disciplinarias como mecanismo intelectual para comprender mejor la complejidad de las cosas. Muchos de los grandes polímatas de la historia combinaron saberes matemáticos, económicos o politológicos con la poesía, la música o la pintura. Karl Marx se inspiraba en autores clásicos de la literatura alemana o inglesa del siglo XVI y XVII para explicar su teoría sobre las relaciones entre capital y trabajo. Nabokov combinaba la literatura con la entomología. Raymond Aron mezclaba la filosofía con la política, la sociología y la historia. Wilhelm von Humboldt se movía entre las aguas de la filosofía, la medicina, las lenguas, la historia y la política. En Jorge Luis Borges coexistieron la poesía y la literatura con la historia, la física y las matemáticas. Estos polímatas mantuvieron relaciones difíciles con las escuelas y universidades en sus distintas épocas. Reacios a las rigideces disciplinarias, entraban y salian de las universidades, cambiaban de escuelas, departamentos y colegas, abandonaban cursos para ofrecer otros, viajaban, se relacionaban con otras comunidades intelectuales. La imagen del polímata como un ser solitario y aislado es una imagen falsa, afirma Burke. Tres son los casos emblemáticos de esos itinerarios intelectuales en el siglo XX. Uno es el de Herbert Fleure, que pasó de ser jefe del departamento de zoología de una prestigiosa universidad escocesa para dedicarse a la goegrafía y a la antropología. Michael Polanyi, en la Universidad de Manchester, intercambió una cátedra de química por otra de estudios sociales. Y en la Universidad de California en Los Ángeles, Jared Diamond, antiguo catedrático de fisiología, se trasladó al departamento de geografía. En la era digital, el ocaso de los polímatas es una posibilidad. Presionados por la hiperespecialización asociada a la acumulación de títulos y grados, los pensadores libres son una especie amenazada, sugiere Burke. Y sin embargo, en un arranque de optimismo, el propio Burke sugiere que quizá en la era de los algoritmos, las aplicaciones, del ChatGPT y la inteligencia artificial, surjan nuevos polímatas digitales, hombres o mujeres que cultivan la hibridación intelectual, la curiosidad con la erudición, traspasando fronteras institucionales y disciplinarias con el uso de nuevas herramientas. Gente que quizás comparte el sentido provocador de una de las frases que utiliza como epígrafe de su libro el gran sociólogo inglés, de la autoría de un ex ingeniero que luego se dedicó a la ciencia ficción, Robert Heinlein: “La especialización es para los insectos”.

Thursday, September 14, 2023

Un escándalo silencioso

Diario de incertidumbres Un escándalo silencioso: la evaluación de los posgrados Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 14/09/2023) https://suplementocampus.com/un-escandalo-silencioso-la-evaluacion-de-los-posgrados/ La información dada a conocer por el Conahcyt hace unas semanas respecto de la evaluación de los programas de posgrado del país tiene el perfil de un oximorón: es un escándalo silencioso. De los 2 933 programas evaluados (que incluyen los niveles de especialidad, maestría y doctorado), un 33.5% (983) resultaron “no elegibles”, es decir, no reconocidos por el nuevo Sistema Nacional de Posgrados (SNP) del Consejo. Esto significa, entre otras cosas, que los estudiantes que eligieron cursar algún programa de posgrado no serán apoyados con la beca de manutención correspondiente, que tradicionalmente les asignaba el Conahcyt para cursar sus estudios durante 1, 2 o 4 años. El impacto de esta decisión es muy significativo, pues no sólo afecta a los programas de las instituciones de educación superior privadas sino también a las públicas. Aunque la información que aparece en la página del SNP es muy limitada, es posible identificar que los impactos más importantes ocurrieron en el nivel de las especialidades (87.3% fueron consideradas “no elegibles”), en la maestría (36.8%) y, en menor medida, en el doctorado (13.1%). En la página no es posible identificar cuántos de los programas no elegibles son nuevos (es decir, es la primera vez que solicitaban su registro en el SNP), y cuántas son renovaciones de programas que ya existían desde hace años en el antiguo Padrón Nacional de Posgrados (PNP). ¿Qué se sabe? Que bajo la nueva Ley General de Humanidades, Ciencia y Tecnología, el Consejo determinó fijar los criterios generales de evaluación de los programas en tres grandes categorías. La primera fue su relación con las prioridades nacionales, que fueron determinadas por la Junta de Gobierno del Consejo. La segunda fue la clasificación de los programas de acuerdo a su orientación (investigación/profesionalización, público/privado), realizada por la SEP. La tercera, si los programas cobraban o no matrículas a sus estudiantes, y en qué monto. En cualquier caso, el impacto nacional, regional e institucional es relevante, como lo han mostrado en las páginas de Campus Sylvie Didou, Alejandro Canales y Miguel Casillas. En la Universidad de Guadalajara, por ejemplo, que durante muchos años lideró el número de posgrados registrados en el PNP entre las universidades públicas estatales, el impacto significa que el 28% de sus programas (60 de 215) no lograron ser elegidos bajo los nuevos criterios y lineamientos expedidos por la Junta de Gobierno del Conahcyt, publicados apenas el 26 de julio pasado, es decir, una semana antes de que el Consejo diera a conocer los resultados de las solicitudes de evaluación. Aquí también, como a nivel nacional, resultaron no elegibles 8 de 11 especialidades (muchas de ellas médicas), 46 de 142 en el nivel de maestría, y 6 de 62 en el nivel del doctorado. Tampoco hay información disponible respecto de las áreas de conocimiento y disciplinas que más resultaron afectadas con la evaluación no diagnóstica, ni formativa sino punitiva realizada por el Consejo a través de sus comisiones dictaminadoras. No obstante, parece claro que los posgrados relacionados con la gestión, los negocios, el emprendurismo o la administración de organizaciones resultaron los más afectados con las decisiones evaluadoras. Eso supone que fueron considerados posgrados “no elegibles” por estar dirigidos a fortalecer al mercado y no al estado. También queda flotando en el aire la sensación de que el tercio de las solicitudes rechazadas (aunque el eufemismo sea “no elegidas”) obedece a razones presupuestales, algo que desde hace tiempo se ha mencionado como una de las razones que explican los resultados de las evaluaciones del Conahcyt. Como sea, el proceso evaluador significa un duro golpe a miles de estudiantes que habían decidido cursar una maestría o un doctorado bajo el supuesto de que recibirían una beca. Ante la eliminación de los programas, muchos alumnos se dieron de baja inmediatamente. Algunos se movilizaron y protestaron en las delegaciones del Conahcyt, o en las instalaciones de los campus universitarios. Pero el golpe está dado, y a pesar de las solicitudes de reconsideración realizadas por las autoridades, el Consejo decidió, en una proporción significativa, reiterar la categoría de “no elegibles”, sin mayores explicaciones a los responsables de los programas afectados. En estas circunstancias, la política científica del gobierno obradorista es una hechura de objetivos ambiguos, señales cruzadas e implementaciones defectuosas. La narrativa de la gratuidad se enfrenta al hecho de recortes brutales en los apoyos hacia los jóvenes (y algunos no tanto) que deciden, por muy diversos motivos y circunstancias, apostar al posgrado como una forma de supervivencia en tiempos donde los empleos son escasos, o para contribuir a la solución de problemas del desarrollo mexicano de hoy y del futuro. Es difícil entender como una política científica nacional supuestamente anti-neoliberal le cierra la puerta a poblaciones e instituciones públicas que han logrado avances importantes en la diversificación de las opciones profesionales y de investigación del posgrado mexicano. El problema central no es, por supuesto, el de evaluar o no los programas. De hecho, esa es una práctica regular desde los inicios del padrón de posgrados reconocidos por el Consejo. El problema consiste en el tipo de evaluación que se diseña y se ejecuta, sin considerar la historia de cada programa, el contexto y los resultados de cada uno de ellos. Si antes del 2019, la épica de los indicadores gobernaba las evaluaciones de los programas, hoy la épica de la austeridad y el compromiso con las prioridades gubernamentales dominan la evaluación federal. Son tiempos duros para el posgrado nacional.

Thursday, August 31, 2023

Universidad: ideas, intereses y política

Diario de incertidumbres Universidad: ideas, intereses y política Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 31/08/2023) https://suplementocampus.com/universidad-ideas-intereses-y-politica/ El inicio del proceso de selección de un nuevo rector en la UNAM despierta una ola de inquietudes, preocupaciones y reflexiones muy diversas entre los actores políticos intra y extrauniversitarios. Estas reacciones están estrechamente ligadas a los intereses, los cálculos y las creencias de los actores, detrás de las cuales coexisten ideas vagas, contradictorias o claras sobre el papel y orientaciones de la universidad en la sociedad contemporánea. Esa dimensión -las ideas sobre la universidad- está en el centro de los proyectos y propuestas de quienes participan por la rectoría universitaria, aunque muchas veces sean ideas difusas, encapsuladas en retóricas espesas y frecuentemente inconexas. El asunto no es nuevo. Un largo debate ha acompañado la formación de las ideas sobre la universidad como institución sociocultural. Es un debate de intensidades y perfiles diversos, representados por actores distintos en diferentes momentos. El origen de la discusión tiene que ver con la fundación de las primeras universidades europeas durante la época medieval (Bolonia, París, Salamanca, Coimbra), pero se alargó durante las grandes transformaciones económicas y sociopolíticas de la era de la ilustración y el siglo de las luces, la formación de los estados nacionales y las retóricas nacionalistas y modernizadoras del siglo XIX, y arribó al siglo XX con las grandes transformaciones gobernadas por los espíritus del capitalismo posindustrial, la guerra fría, el neoliberalismo, la globalización y la internacionalización. La historia intelectual de la universidad tiene que ver con imaginarios y representaciones, prácticas y contextos, actores, intereses y conflictos. En México, las universidades coloniales se constituyeron inicialmente como parte de un proyecto mayor: la evangelización de los indios, pero también como un espacio de representación de los intereses de la iglesia, de la corona, de las élites locales. Como espacios intelectuales, las universidades albergaron a lo largo del tiempo uno de los símbolos mayores, emblemáticos, de su poder institucional: los libros. Intérpretes y divulgadores, traductores, escribanos y maestros, discípulos y funcionarios, fueron los actores que utilizaron los libros como instrumentos de legitimidad y poder, el conocimiento como moneda de confianza pública y política de su autoridad e influencia en las sociedades coloniales, en el proceso de independencia y en la problemática construcción del estado nacional. El poder del conocimiento se mantuvo en el centro de la legitimidad política, social y cultural de las universidades a lo largo del convulsionado siglo XIX, aunque la revolución académica impulsada por la idea de la libertad de investigación y aprendizajes que fue formulada por Wilhem von Humboldt a comienzos de ese siglo en la universidad de Berlín, transformó la orientación y estructuras de las universidades europeas y americanas de las primeras décadas del siglo XX. La idea de la universidad de investigación se abrió paso como alternativa a la universidad especializante, profesional, que predominó durante la larga transición entre las universidades medievales y las universidades modernas, y la orientación investigativa se constituyó como el centro de una transformación académica ligada al desarrollo de funciones económicas más allá de las fronteras de los campus universitarios. En México, el debate sobre las ideas y las representaciones de la universidad tiene también una larga historia política e intelectual, sobre todo a partir de 1910, cuando el presidente Porfirio Díaz, asesorado por el grupo de los científicos, decidió la reapertura de la Universidad Nacional de México. Desde ese momento, fue posible identificar a las relaciones entre la universidad y el estado como una de las claves interpretativas de la formación de las ideas, creencias y representaciones sobre la universidad. La historia de la autonomía universitaria como derecho y compromiso, la auto-organización académica y el cogobierno como garantías autonómicas, el financiamiento público como obligación estatal, el proceso de expansión y masificación universitaria, las exigencias de rendición de cuentas basadas en la evaluación de la calidad y el financiamiento público diferenciado, condicionado y competitivo, la aparición de los rankings y las métricas internacionales de prestigio y reputación de las universidades, configuran las diferentes épocas de las representaciones sobre la universidad. Las ideas que hoy predominan en el ambiente universitario son difusas y corresponden a diferentes circunstancias, que hacen díficil ensayar una clasificación más o menos completa de sus enunciados y significaciones contemporáneas. Algunas tienen que ver con la universidad innovadora; otras, con la universidad de investigación. Algunas más con la universidad democrática; otras con la universidad humanista. Alguien habla de la universidad inteligente (smart university), embebido del lenguaje de la inteligencia artificial, los algoritmos y la era digital. Persisten por ahí los restos de viejas retóricas universitarias: la universidad de los profesores, la universidad de los estudiantes. Habría que agregar el de la universidad de las tradiciones, las rutinas y los hábitos intelectuales. Cada una de ellas se coloca en el centro o en los márgenes de realidades universitarias dominadas por las políticas de la austeridad, la sobrecarga de exigencias, las restricciones presupuestales, la politización de los procesos académicos, la desconfianza gubernamental, el escepticismo de las élites de ayer y de hoy. En los hechos, las ideas sobre la universidad son heterogéneas entre las mismas comunidades universitarias, y dependen de la experiencia, posición, intereses y expectativas de sus diferentes actores. La elección de un rector es siempre un proceso de decisiones políticas complejo y delicado. Y una de las dimensiones de esa complejidad procesal es justamente el de la formulación de una idea más o menos clara sobre la universidad de hoy y del futuro. En un clima político gobernado por las retóricas de la descalificación, el insulto y la provocación, el papel de las ideas parece haberse vuelto obsoleto, inapropiado e inútil. La universidad es el sitio apropiado para reclamar el protagonismo de las ideas en la construcción institucional y en el debate público sobre la educación superior. Después de todo, quizá sea necesaria recordar aquella vieja metáfora weberiana sobre la relación entre la ideas y los intereses, donde las primeras funcionan como “guardagujas” que guían el “pesado tren de los intereses”. En el caso de la UNAM, ese tren ya está en marcha.

Wednesday, August 30, 2023

La decisión de Alfaro

La decisión de Alfaro, o los dilemas de la inteligencia política Adrián Acosta Silva (Nexos, “blog de la redacción, 30/08/2023) https://redaccion.nexos.com.mx/la-decision-de-alfaro-o-los-dilemas-de-la-inteligencia-politica/?_gl=1*1cjwffe*_ga*MTk5NTU5MTY5OS4xNjg4NTE5NjY0*_ga_M343X0P3QV*MTY5MzQxMTE1NC40My4wLjE2OTM0MTExNTQuNjAuMC4w ¿Cómo definir la inteligencia política? ¿Cuáles son sus características, sus atributos, propiedades? ¿Es pura intuición, oportunismo, cálculo, reflexividad? ¿Todo depende de la adaptación al contexto, de las reglas al uso, de las instituciones, del azar? Una larga historia se despliega ante nuestros ojos cuando se revisa la trayectoria de figuras emblemáticas de la esfera política, desde los líderes antiguos hasta los contemporáneos. Figuras contrastantes como Espartaco, Cristo, Cleopatra, Alejandro Magno, Napoleón, Hitler, Mussolini, Lenin, Roosevelt, Fidel Castro, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas, Charles de Gaulle, Margaret Thatcher, en diferentes contextos y circunstancias, desfilan entre las decenas de representantes de liderazgos caudillescos, monárquicos, autoritarios, dictatoriales, totalitarios, democráticos, carismáticos, burocráticos, revolucionarios, conservadores o híbridos, cuyos talentos y capacidades conjugaron siempre “la fortuna y la virtud”, como aconsejaba Maquiavelo en El Príncipe, o las “artes del mandar y del obedecer”, como registraba Hobbes en su estudio sobre Los Annales, de Tácito. Esos liderazgos, sin excepción, están asociados a contextos específicos y al generalmente pequeño grupo de asesores, consejeros y mentores que acompañan al líder o a la lideresa. Herméticos, esos grupos funcionan como élites, camarillas, mafias o tribus, que comparten ciertos principios ideológicos o códigos de honor, y organizan la acción política del líder mediante cabildeos constantes con simpatizantes y opositores, ensayando jugadas, rounds de sombra, calculando riesgos e identificando oportunidades. Un líder nunca se mueve solo, siempre conserva a su lado asesores y amigos para pensar sus acciones, asumiendo el hecho de que, en la política, como en el futbol, siempre se puede perder, empatar o ganar. Pero de lo que se trata es de cuidar el bien mayor de un político: su reputación. De eso depende que los efectos de sus declaraciones, titubeos o acciones no produzcan daños permanentes, irreversibles o catastróficos en la confianza de ciudadanos, seguidores y aliados. El inner circle de los políticos es un escudo protector de la imagen, las palabras y las acciones de su líder. Está compuesto de personas de lealtades probadas, pero también de oportunistas, disidentes, críticos y traidores potenciales a la autoridad del jefe o de la jefa. Un político profesional siempre acumula capital simbólico y práctico a través de la conquista de puestos, posiciones y espacios de autoridad, que son instrumentos que le permiten distribuir recursos de representación a simpatizantes y seguidores, pero también sembrar esperanzas entre otros políticos o aspirantes a serlo. Eso asegura la construcción de un “orden de lealtades”, la base sólida de todo tipo de legitimidad política, como afirmaba Weber. El anuncio del 23 de agosto pasado de la decisión del gobernador de Jalisco Enrique Alfaro de romper relaciones con la dirigencia nacional del partido Movimiento Ciudadano -en especial con su líder, Dante Delgado-, es otro momento de inflexión en su ya prolongada trayectoria política. Curtido en las lides políticas locales de Jalisco desde sus años de juventud como político priista, Alfaro pasó de ser un político local destacado en la primera década del siglo XXI -una típica gloria municipal-, a una figura de cierta relevancia nacional, justamente como figura emblemática de MC -junto con Samuel García en Nuevo León-, y como contrapeso efectivo al gobierno obradorista desde 2018. A lo largo de esa veloz trayectoria, el carácter impulsivo del político en ciernes que era Alfaro en los comienzos de su carrera, se atemperó relativamente con la necesidad de conciliación de un político madurado al calor de sus enfrentamientos públicos constantes con rivales y adversarios. Después de todo, si la política es el arte de la gestión del conflicto a través de la construcción de acuerdos, Alfaro y sus seguidores -eso que se denomina coloquialmente como “alfarismo”-, aprendieron rápidamente a seleccionar a sus aliados y a dosificar sus pleitos, pero también a cultivar cuidadosamente a sus adversarios. ¿Se puede considerar inteligente esa decisión? Sin duda, no fue un acto intempestivo, impulsivo, realizado en un momento de ofuscación o de frustración de los intereses del gobernador y de su corriente política, aunque no se puede descartar completamente ese hecho dado el conocido carácter explosivo del gobernador jalisciense. Su trayectoria política a lo largo de las últimas dos décadas muestra que lo suyo es la inestabilidad, el tránsito y la ruptura, alimentada por el combustible de la ambición, el protagonismo y el pragmatismo. Del PRI al PRD, de acercamientos con el PAN y luego como líder de MC en Jalisco, Alfaro representa una forma de hacer política basada en una mezcla extraña de convicciones (“yo soy un político libre”) y oportunismo, de cálculos estimados y riesgos probados (“nos quieren someter”), de lealtades exigidas (desplegados de apoyo, declaraciones de seguidores y simpatizantes), y de búsqueda de nuevos espacios de acción política. El estilo personal de gobernar mostrado en la última década -desde sus tiempos como presidente municipal de Tlajomulco o de Guadalajara hasta su ejercicio como gobernador actual de Jalisco-, muestra un patrón de comportamiento político que mezcla en dosis imprecisas autoritarismo y conciliación, capacidad persuasiva y manotazos en la mesa, declaraciones estruendosas y silencios meditados, liderazgo burocrático y poder despótico. Bien visto, son las mezclas duras de un político acostumbrado a bailar al ritmo de las presiones, las exigencias y los riesgos del oficio. Es el rasgo inconfundible de la naturaleza de la bestia. La decisión rupturista de Alfaro con MC para explorar posibilidades de alianzas con el Frente Amplio por México es la confirmación de ese patrón de comportamiento. Y, como en otras ocasiones, no es una decisión tomada en la soledad y el aislamiento de Casa Jalisco. Seguramente le acompañan en esa decisión asesores y consejeros, su equipo político de siempre, sus amigos y compañeros de viejas y nuevas batallas. Hay que recordar que en política el príncipe nunca se mueve solo, que se ubica en el centro de una élite política específica, que alimenta el sentido y horizonte grupuscular de sus ilusiones e intereses. El problema de toda decisión de ruptura es siempre el de las posibles implicaciones y de los efectos deliberados, no deseados e inciertos que produce en el corto y en el mediano plazo. Una jugada que supone el riesgo de que las cosas no salgan como quiere el decisor, pero que tiene sentido si las cosas del contexto se concilian con el abanico de los posibles escenarios imaginados por los decisores. En cualquier caso, los vientos salvajes preelectorales dominan el espíritu de la época, y, en este contexto nacional, gobernado por las urgencias y las incertidumbres, los actores políticos están cocinando o tomando decisiones para formar frentes, impulsar nuevas coaliciones, caminar por las mismas rutas del pasado reciente, o pensar en abrir otras. Las decisiones políticas siempre se toman en encrucijadas difíciles, estimando riesgos y oportunidades, ganancias y pérdidas, con umbrales imprecisos de certezas y muchas incertidumbres sobre sus posibles efectos en otros actores del espectáculo político (el dilema del prisionero en vivo y a todo color). En un contexto local donde la oposición dominada por Morena contrasta con las horas bajas del PAN, la fragmentación del PRI, la práctica inexistencia del PRD, y la emergencia simbólica de dos pequeños partidos políticos locales desde las elecciones intermedias del 2021 (“Futuro” y “Hagamos”), la fuerza del alfarismo sin MC como vehículo partidista enfrenta retos no menores para conservar su predominio estatal ejercido desde 2018. El oficio político de Alfaro, sus hechuras emocionales y racionales, está a prueba. Sus capacidades persuasivas, su liderazgo, su pasado político, su desempeño como gobernante, su retórica agresiva y frecuentemente bravucona, son las monedas que ha puesto en el centro del tablero del juego de la temporada. Es una decisión que desafía el grado de compromiso de sus seguidores y simpatizantes, y que puede acumular temores, expectativas y esperanzas entre nuevos políticos y viejos adversarios. Con todo, la decisión anuncia tiempos interesantes para la vida política jalisciense y quizá nacional, en la que el alfarismo ocupa un lugar destacado como oficialismo gobernante y como expresión de una extraña forma de hacer política en tiempos difíciles.

Tuesday, August 22, 2023

Sangre

Sangre Adrián Acosta Silva (Nexos, “Blog de la redacción”, 22/08/2023) El secuestro, desaparición y asesinato de cinco jóvenes en Lagos de Moreno, en Jalisco, es la fotografía, una más, que forma parte del largometraje protagonizado por varios actores y espectadores de los tiempos malditos mexicanos de los últimos años. No hay metáforas suficientes ni métricas adecuadas para apreciar la magnitud del desastre. Las cifras oficiales no explican mucho y menos consuelan: 6,549 personas desaparecidas y no localizadas en Jalisco registradas entre 2018 y 2023, casi 12 mil homicidios ocurridos en esos mismos años, cientos de heridos, multitud de casos sin denunciar. Cada asesinato cometido, cada desaparición no resuelta, cada caso no denunciado, ensanchan los bordes de un inmenso hoyo negro que arrastra emociones, vidas de amigos y familiares, un vacío social que debilita relaciones, destruye confianzas, alimenta venganzas, acumula odios y resentimientos. Son las estampas cotidianas de la sociología de la violencia mexicana de las últimas dos décadas Lo único que queda en el ambiente luego de los acontecimientos es el dolor y la sangre. La sangre derramada, esparcida, embarrada sobre el suelo, las paredes, la ropa, revuelta entre el polvo y las piedras de territorios infértiles. Manchas, charcos, gotas, rastros de sangre que colorean los mapas de la violencia homicida que se ha construido azarosamente entre balas, cuchillos, hachas y machetes en rancherías, pueblos, barrios y colonias de ciudades del todo el país. Desapariciones, asesinatos, extorsiones y secuestros cometidos diariamente en poblaciones indefensas, temerosas e inseguras, delitos concentrados entre gente vulnerable por la edad, las circunstancias, la necesidad o la ingenuidad. El color rojo oscuro de la sangre fresca, el color pálido, ocre, de la sangre seca. Ese líquido espeso que nutre el tejido vivo, que se vuelve inútil entre cadáveres abandonados y mutilados. El olor ácido, incómodo, inconfundible de una sustancia hecha de agua, sales, hierro, proteínas y potasio, plasma amarillento que es el sedimento del líquido vital, un río feroz de cinco litros que corre velozmente por capilares, venas y arterias, por todos los órganos de la anatomía humana, un caudal gobernado por los latidos de corazones hambrientos, desolados, relojes precisos de la existencia humana. Ese río de sangre extraviada de sus cuerpos, expulsado violentamente de sus cauces naturales por puños, balazos, palos y piedras, cuerpos torturados y desmembrados, quemados, enterrados, exhibidos grotescamente, colgados de puentes y postes. Bandas y tribus asesinas, depredadoras, crueles y sádicas, que se disputan territorios; pandillas de psiocópatas diurnos y ejércitos de la noche que patrullan calles, pueblos y ciudades en la búsqueda imparable de víctimas asustadas para que se conviertan con el tiempo en victimarios sin escrúpulos. Objeto precioso de escritores y poetas, material de metáforas y oximorones, símbolo de muertes y de vidas, de pasiones incendiarias, de inmolaciones brutales. La sangre derramada de García Lorca (Buscaba su hermoso cuerpo/y encontró su sangre abierta), la sangre, sudor y lágrimas del sacrificio al que convocaba Churchill enmedio de los bombardeos nazis, la fuente de sangre de Baudelaire (Me parece a veces que mi sangre corre a oleadas), la sangre devota de López Velarde, la malasangre de Rimbaud (¿Entre qué sangre caminar?). Material de ceremoniales antiguos, oro rojo de guerras y ejércitos, color de banderas y uniformes, letras escarlatas de canciones patrióticas. Tinta sangre del corazón de las canciones románticas de Julio Jaramillo, referencia de alguna vieja canción de amor de Bob Dylan -It´s Alright Ma, (I´m Only Bleeding)-, metáfora trivial de coctelería de cantina (Bloody Mary), símbolo inequívoco de heroísmos, matanzas, traiciones y asesinatos. La sangre como protagonista y registro de las miles de historias individuales y sociales que se acumulan todos los días en todos lados desde hace mucho tiempo. Los cinco jóvenes desaparecidos y asesinados en Lagos de Moreno son una nota más de nuestros espantos y asombros cotidianos. El símbolo cruel del horror, la angustia indescriptible, la desesperación de amigos y familiares de las víctimas, frente a la mirada pasmada de autoridades rebasadas por la violencia y la inseguridad de todos los días. El dolor, las lágrimas y el miedo como brújulas emocionales de los comportamientos sociales propios de nuestros indescifrables tiempos malditos. Son las visiones del abismo. “Vuestras ideas son terribles y vuestros corazones medrosos. Vuestra piedad, vuestra crueldad son absurdas, desprovistas de calma, por no decir irresistibles. Y al final os da miedo la sangre, cada vez más. La sangre y el tiempo”. Estas palabras de Paul Valèry aparecen como uno de los epígrafes que el recientemente fallecido escritor Cormac McCarthy colocó al inicio de Meridiano de sangre, acaso una de sus mejores novelas (1985). Es un largo relato de crueldades y matanzas ocurridas en la frontera entre México y los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, cometidas por gente sin escrúpulos que gobierna un orden cuyos códigos son la pistola y el cuchillo, la amenaza y la violencia, en que los asesinatos se cometen a nombre de “un ingobernable dios excéntrico raptado de una raza de degenerados”. Esas prácticas han reaparecido con fuerza inaudita en los últimos años en toda la geografía del México contemporáneo a manos de individuos y grupos a los que no intimida ni el ejército, ni la guardia nacional, ni los policías estatales o municipales. Tampoco les atemorizan los castigos divinos ni sus infiernos, ni las cárceles ni la muerte. Representan la mancha extensa de la anomia social que se ha expandido entre los cálculos y riesgos de los negocios del narcotráfico, el secuestro y la extorsión, donde la leva de jóvenes, mujeres y adultos es la política criminal que nutre sus filas, para mantener y acrecentar su poder e influencia entre los caminos de tierra, pavimento y concreto hidraúlico que unen los mapas de territorios y poblaciones. El relato oficial de que se trata de pleitos entre criminales se ha vaciado de significado. Estamos frente a algo mucho más complejo y profundo de lo que indican las métricas de la violencia mexicana. El crimen se ha normalizado, naturalizado, internalizado, penetrado lentamente entre los huecos, grietas y entresijos económicos, culturales y políticos de la sociedad mexicana de los últimos años. Una sombra ominosa que deja un largo reguero de sangre, cádaveres y desapariciones, con personas que se aferran a la fe como única forma de tratar de comprender el horror y la desgracia. Veladoras y cirios, rezos e imploraciones, marchas e invocaciones desesperadas al cielo para tratar de entender lo que no tiene sentido, explicación ni justificación. Es la reaparición de las lamentaciones y reclamos del Job bíblico en los pueblos y ciudades de Los Altos de Jalisco en el siglo XXI.

Thursday, August 17, 2023

Rezago educativo

Diario de incertidumbres Rezago educativo: la norma y el hecho Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 17/08/2023) https://suplementocampus.com/rezago-educativo-la-norma-y-el-hecho/ Uno de los lastres de plomo del desarrollo mexicano tiene que ver con la persistencia del rezago educativo que caracteriza a millones de mexicanos. El rezago se define como un componente de las carencias sociales que padecen muchos sectores de la población, por lo cual se le suele identificar como un factor que incide en la explicación general sobre la pobreza en sus diferentes niveles y dimensiones. En términos conceptuales, el rezago educativo es una situación que existe “cuando no se garantiza la escolarización de los individuos en las edades típicas para asistir a los niveles educativos obligatorios vigentes”, según lo define el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval). “Niveles obligatorios vigentes” significa el mínimo normativo que marca el artículo tercero constitucional, que desde 2012 incorporó a la educación media superior como parte de los mínimos educativos obligatorios que el Estado debe garantizar a su población. Esto significa que para los nacidos a partir de ese año, la preparatoria o algunos de sus equivalentes debe ser el mínimo educativo básico de su formación escolar, lo que podrá medirse con claridad hacia el año 2030, cuando los jóvenes de esa generación y posteriores hayan cumplido los 18 años de edad. Los que no lo tengan los doce años obligatorios de escolaridad que marca la constitución, serán parte de los millones de mexicanos que forman parte de ese universo estadístico y social llamado rezago educativo. Según el informe sobre medición de la pobreza publicado la semana pasada por el Coneval, la tasa de rezago educativo se incrementó ligeramente entre los años 2016 y 2022, al pasar del 18.5 al 19.4% de la población total. Esta disminución obedece, probablemente, a la crisis pandémica experimentada entre 2020 y 2022, en la cual se presentaron altos índices de no inscripción y abandono escolar. Esto significa que pasamos de 22.3 millones de personas a 25.1 millones en situación de rezago en estos seis años, o sea que hoy 1 de cada 5 mexicanos se caracteriza por un déficit de escolarización que los coloca en desventaja relativa frente a la mayoría. Es la expresión estadística de la pobreza educativa que nos acompaña desde hace décadas, pero que esconde millones de trayectorias vitales que construyen estrategias muy diversas para sobrevivir en una economía y una sociedad marcada por la desigualdad, la exclusión y la falta de oportunidades laborales estables y bien remuneradas para los individuos con bajas escolaridades. El informe 2023 contiene datos interesantes al respecto. Según sus estimaciones, la población de 16 años o más nacidas entre 1982 y 1997 sin secundaria completa es del 16.6%. La población de 22 años o más nacida a partir de 1998 sin educación media superior asciende al 36.7%. Mientras que la población de 16 años o más nacidas antes de 1982 sin primaria completa representa el 23.7% del total correspondiente. En un contexto donde la población de 15 años y más tienen un promedio general de escolaridad de 9.7 años (según datos del censo 2020), se endurece la brecha entre lo que marca la norma y lo que muestran los hechos. Si se observa el ritmo de crecimiento de la escolaridad observado en los últimos cuarenta años, sabemos que se aumenta en 1 grado escolar cada década, lo que implica que los 12 años de escolaridad obligatoria que marca hoy la norma constitucional, se alcanzarán, si todo va más o menos bien, hacia el año de 2040. ¿Qué se ha hecho al respecto? Desde finales de los años setenta, el rezago fue considerado como un problema de política pública, y se crearon programas e instituciones dedicadas a combatirlo. Ello explica la creación de organismos como el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA) en 1981, una instancia federal diseñada justamente para abatir el rezago focalizando a la población con déficits de escolarización obligatoria de 15 años o más. A más de cuatro décadas de su origen, la combinación de la paulatina universalización de la educación básica (primaria y secundaria), junto con el trabajo del INEA, permitió disminuir significativamente el índice del rezago del 87.1% en 1970, al 66.2% en 1980, al 51.8% en el 2000, al 41% en 2010, y al 19.4% en el 2022. Es, sin duda, un logro importante de la combinación positiva de la política social y la política educativa, pero es aún insuficiente para más de 25 millones de personas. El rezago educativo forma parte de las herencias del pasado reciente pero también de los desafíos de cualquier futuro posible. Definido como carencia, significa la disminución de las oportunidades laborales y vitales de los individuos para activar procesos de movilidad social y la mejora de sus condiciones de vida. La tesis de que a una mayor escolaridad corresponde la obtención de mejores empleos, está lógicamente asociada al hecho de que a una mayor vulnerabilidad educativa (déficit de escolarización), corresponde una mayor vulnerabilidad laboral (precarización del empleo). En estas circunstancias, el rezago permanece como un hecho social que contradice la norma constitucional. Y son los jóvenes ubicados en la franja de los 18 a los 29 años los que padecen en buena medida los efectos del rezago en sus trayectorias vitales y en sus perspectivas de futuro. Son los habitantes locales de nuestra peculiar forma de “modernidad líquida”, a la que se refería el sociólogo Zygmunt Bauman. Esta situación explica la dramática observación que Bauman hizo en 2013 respecto de los jóvenes europeos de comienzos del siglo XXI: “Esta es la primera generación de posguerra que se enfrenta a la perspectiva de una movilidad descendente…Y nada los ha preparado para la llegada de un nuevo mundo duro, inhóspito y poco acogedor, en el que las recalificaciones van a la baja, los méritos conseguidos se devalúan y las puertas se cierran. Nada los ha preparado para los trabajos volátiles y el desempleo persistente, la transitoriedad de las perspectivas y la perdurabilidad de los fracasos”.

Thursday, August 03, 2023

Oppenheimer: ciencia y poder

Diario de incertidumbres Oppenheimer: una historia de ciencia y poder Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 03/08/2023) https://suplementocampus.com/oppenheimer-una-historia-de-ciencia-y-poder/ Todo ha cambiado, cambió por completo; una belleza terrible ha nacido W.B. Yeats, Pascua 1916 Las relaciones entre el mundo académico y la vida política en tiempos de guerra o de paz siempre han sido díficiles. Pero la imagen de la ciencia como una actividad apacible, alejada de los conflictos mundanos y las presiones propias de las decisiones políticas, suele desvanecerse en contextos bélicos donde el conocimiento se vuelve parte del arsenal de guerra de gobiernos y militares. Una larga historia registra los dilemas éticos y políticos que enfrentan los científicos cuando sus hallazgos y descubrimientos se usan o se pueden utilizar como instrumentos de guerrra. Oppenheimer, la película dirigida por Christopher Nolan (2023), es un retrato dramático sobre el complejo de relaciones entre la academia, la política y la milicia. Situada en el contexto de la segunda guerra mundial, la cinta narra la historia del “Proyecto Manhattan” desarrollado entre 1942 y 1947, codirigido por el general Leslie Groves y el físico teórico Robert Oppenheimer al frente de un grupo compacto de científicos norteamericanos y europeos, que culminó con la invención de la bomba atómica y su aplicación militar en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1946. Científicos, políticos y militares protagonizan una historia de conflictos y dilemas, de confusión moral, incertidumbre política y racionalidades enfrentadas. Es una colección de estampas que transcurre entre los pasillos y aulas de universidades e institutos de investigación de Princeton y de Berkeley, del Caltech, de Leiden, Cambridge y Gotinga, en las cuales los humos y estallidos de la guerra mundial se filtran entre los altos muros y jardines verdísimos de los campus universitarios. La atmósfera de la vida académica cambia veloz y dramáticamente en un entorno de preocupaciones vitales marcado por decisiones díficiles. Oppenheimer y muchos de sus colegas (químicos, ingenieros, físicos, matemáticos) toman posiciones políticas y se involucran en acciones a favor de los republicanos españoles y en contra del nazismo, pero también luchan por la formación de un sindicato de académicos cercano políticamente a la formación del partido comunista de los Estados Unidos. Esa historia marca el ritmo de la larga película de Nolan, en la cual desfilan personajes como Albert Einstein y Niels Bohr, los presidentes Truman y Roosevelt, almirantes inescrupulosos como Strauss y generales pura sangre castrense como Groves. Al centro de todos ellos se sitúa la vida de cientifico de Oppenheimer, un personaje complejo que se involucra no sólo en sus indagaciones de física teórica sino también en el activismo político, mientras comparte con sus colegas y estudiantes sus descubrimientos, conjeturas e hipótesis sobre la física cuántica. Entre aulas, laboratorios y oficinas militares, la vida del científico es sacudida por la violencia de la guerra y las presiones políticas, los chantajes emocionales y las dudas racionales. El caudaloso río de los acontecimientos coyunturales arrastra a los protagonistas hacia las aguas lodosas de la incertidumbre sobre los posibles desenlaces de la segunda guerra mundial. Los Álamos, en Nuevo México, es el epicentro del proyecto, un pueblo ficticio, el sitio de pruebas y laboratorio militar del proyecto Manhattan. En ese lugar se condensan las relaciones entre espionaje y libertad académica, entre el poder del dinero y el poder de la ciencia, entre la eficiencia militar y el rigor científico. Acosados por las urgencias del tiempo político gobernado por los relojes y calendarios de la guerra, el grupo de científicos trabaja a marchas forzadas para satisfacer los intereses bélicos de los aliados, mientras que las sombras de la guerra fría y del macartismo estadounidense se ciernen sobre la complicada vida de Oppenheimer y su equipo, afectando irreparablemente sus existencias públicas y privadas. Egoísmos, rencores, luchas por reputación y prestigio entre los científicos, hogueras de vanidades entre políticos y militares, intrigas políticas, pequeñas mezquindades, ingenuidad y convicción, son parte de las razones y las pasiones que emergen a lo largo de los lenguajes del poder que encubren intereses que tienen el peso del plomo. A casi ocho décadas de esos acontecimientos, es posible advertir las huellas que dejó esa historia en las relaciones entre las universidades, los gobiernos y los militares. Son huelllas encapsuladas entre el oropel de los homenajes, rituales y ceremonias universitarias y los cálculos de los presupuestos públicos y privados, entre las urgencias del tiempo político y las necesidades del tiempo académico. Pero también quedan en el fondo de esas aguas revueltas las estelas profundas de tensiones persistentes entre las libertades académicas y las prioridades de gobiernos y empresas, donde la ciencia se puede convertir en un arma, una pasión intelectual, o una mercancía. Oppenheimer es por supuesto una película que admite múltiples lecturas. Y una de ellas es la lectura política de las complejas relaciones entre la ciencia, el poder y la guerra. Desde esa perspectiva, la cinta de Nolan representa las tensiones que habitan las zonas grises de los espacios que conectan las libertades de investigación con los intereses gubernamentales, los dilemas entre el político y el científico, la dinámica de lógicas difusas encarnadas por actores concretos que habitan campos de acción y estilos de vida distintos y distantes. Es una historia sin moralina ni sermones de ningún tipo. Un relato cinematográfico del poder social de la ciencia y sus aplicaciones, de consecuencias deliberadas y efectos perversos, protagonizada por fantasmas, racionalidades y comportamientos gobernados por una lógica política metálica, propia de tiempos malditos, donde “nubes hambrientas pesan sobre las profundidades”, como escribió William Blake en El matrimonio del cielo y el infierno.

Thursday, July 06, 2023

Nueva ruralidad

Diario de incertidumbres Nueva ruralidad y educación superior Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 06/07/2023) https://suplementocampus.com/nueva-ruralidad-y-educacion-superior/ Desde hace tiempo, economistas, sociólogos y antropólogos latinoamericanos debaten en torno a la existencia de nuevas estructuras y formas rurales en las sociedades contemporáneas de la región. Los procesos de globalización y reestructuración productiva, la acelerada urbanización de las poblaciones, los flujos migratorios regionales e internacionales, o las nuevas señales que las políticas públicas y los mercados ocupacionales emiten para la reorganización de las relaciones entre lo rural y lo urbano, son algunos de los factores que explican la emergencia de lo que se denomina como las “nuevas ruralidades” latinoamericanas. El concepto de “nueva ruralidad” es definido a partir de cuatro componentes: la existencia de un sistema territorial complejo, la diversificación productiva, la diversificación funcional, y la percepción de lo rural como un ámbito de acción que genera nuevas oportunidades individuales y colectivas. Desde esta perspectiva conceptual y analítica, el Consejo Económico para América Latina (CEPAL) ha impulsado en los últimos años diversos estudios sobrte el tema, y el más reciente de ellos es el libro Las brechas estructurales de bienestar y la nueva ruralidad en México (CEPAL, 2023, Santiago de Chile), de la autoría de Carlos Barba, académico de la Universidad de Guadalajara. Frente a la imagen de colapso de las sociedades rurales como efecto de las políticas de liberalización económica y comercial, la persistencia empírica de formas y prácticas de reorganización de la vida rural registran un fenómeno mucho más profundo y complejo de lo que se imagina. La tradicional dicotomía entre lo rural como sinónimo de lo campesino/tradicional, y lo urbano como sinónimo de lo moderno/industrial, es desde hace tiempo insuficiente para explicar la capacidad de supervivencia de las prácticas rurales. Dicho de otro modo, la asociación de figuras como rancheros, campesinos, ganaderos y agricultores como los actores principales de la vida rural, y de los ciudadanos (obreros industriales, empresarios, funcionarios públicos) como figuras dominantes de la vida urbana, es una falsa dicotomía. Las nuevas ruralidades no existen fuera de los grandes centros urbanos y metropolitanos: han penetrado a éstos. En las medianas y grandes ciudades latinoamericanas, las ruralidades coexisten en forma de barrios, enclaves productivos, tianguis, espacios que reproducen la fuerza de viejas tradiciones y prácticas rurales en el corazón de las grandes urbes latinoamericanas, pero también en las grandes ciudades y espacios semiurbanos de California, Illinois, Florida, Nebraska o Nueva York. Esa persistencia es a la vez la expresión de una fuerza de transformación y adaptación a nuevas estructuras organizativas en distintos territorios, formas productivas y procesos identitarios en los cuales lo rural asume nuevos roles, actores y funciones. ¿Cómo ha responido la educación superior a estas nuevas ruralidades?. Históricamente, la figura de institutos y universidades especializadas en la producción agrícola y ganadera fueron la respuesta del sistema educativo terciario a las necesidades del mundo rural mexicano. Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, la Escuela Nacional de Agricultura (1854) -hoy Universidad Autónoma de Chapingo (1923)-, la Antonio Narro de Coahuila (1923), o la Escuela de Agricultura Hermanos Escobar en Ciudad Juárez (1906), fueron ofertas públicas dirigidas a la formación de profesionistas en campos como la veterinaria, la pesquería, la agricultura y la ganadería, que se desarrollaban por fuera de los grandes centros urbanos. Ingenieros agrónomos, forestales y pesqueros, veterinarios zootecnistas, extensionistas, fueron las figuras profesionales que dominaron las respuestas institucionales para el desarrollo de las actividades productivas relacionadas con el mundo rural del siglo XX. En las universidades públicas federales y estatales, carreras similares también fueron incorporadas a la estructuras de formación profesional y de posgrado, y muchas de ellas (Sonora, Sinaloa, Guadalajara, Puebla, Guerrero, Zacatecas), impulsaron centros de investigación y laboratorios en conjunto com empresas privadas y agencias gubernamentales del sector, para desarrollar proyectos, innovaciones, estudios dirigidos a mejorar la productividad y competitividad de las actividades del sector primario de la economía. Por su parte, las escuelas normales rurales también se sumaron desde los años cuarenta del siglo pasado a la estrategia de alfabetización y educación de los niños de las comunidades alejadas de los grandes centros poblacionales. Sin embargo, desde los años setenta del siglo pasado se comenzó a experimentar un pronunciado declive de las matrículas de las carreras tradicionalmente asociadas al sector rural. Nuevas reformas y orientaciones profesionales se incorporaron en la educación superior (colegios, centros e institutos tecnológicos agropecuarios, hoy agrupados en el Tecnológico Nacional de México), para tratar de atender el fenómeno de las nuevas ruralidades, a través de la diversificación de las opciones formativas de ciclo corto (CONALEP, CEBATIS, CBETAS), como espacios de formación técnica más que universitaria. Estos esfuerzos han sido contribuciones valiosas y relevantes al sector, experiencias que vale la pena apreciar en el contexto actual. Ello no obstante, las nuevas ruralidades forman parte de la modernidad mexicana del siglo XXI. Son expresiones de las brechas de desigualdad y de bienestar que cruzan el campo y la ciudad, a sus actores, estructuras y procesos. Aunque pescadores, leñadores, ganaderos y agricultores siguen formando una parte de la población no urbana, nuevos oficios y actividades se han instalado en el corazón de las grandes ciudades. Bosques y parques urbanos, cuestiones socioambientales, techos verdes, huertos domésticos, artesanos que trabajan con recursos naturales (ceramistas, carpinteros, ebanistas), cultivadores de berries y de flores, forman circuitos de producción, distribución y consumo que se han “urbanizado” de manera silenciosa pero persistente desde hace décadas. ¿Qué opciones formativas ofrecen las instituciones de educación superior a estas poblaciones? ¿Cómo se articulan oficios y profesiones de la nueva ruralidad en los circuitos de la economía formal e informal? ¿Qué tipo de modelos formativos son necesarios para atender a estas poblaciones arraigadas entre las culturas rurales y urbanas? ¿Quiénes ingresan a las carreras técnicas y universitarias de este sector? ¿Qué tipo de trayectorias laborales caracterizan a los egresados de las profesiones agropecuarias? Estas cuestiones forman el núcleo de desafíos que reclaman examinar otra vez las relaciones entre la educación superior y la nueva ruralidad mexicana.