Wednesday, December 26, 2012

Profesionales


Estación de paso

Profesionales

Adrián Acosta Silva


“Ambos somos profesionales” afirmó el Secretario Chuayffet cuando le preguntaron sobre las posibles reacciones de la Maestra Elba Esther Gordillo respecto a la iniciativa de reforma anunciada por el titular del ejecutivo al poder legislativo (Milenio, 12/12, 2012). La respuesta, lacónica y ambigua, parece sacada de un manual de la cultura política priista de los años sesenta. La profesionalidad, se entiende, significa que ambos son jugadores con oficio, experiencia y capacidad para tomar acuerdos, o asumirlos, pues entre gitanos no se leen las cartas. No son amateurs con talento, sino políticos profesionales. Cada quien su tarea, cada quien en su casa, cada quien con sus intereses y lealtades. Sin embargo, una semana después, la dirigente del SNTE rompe lanzas verbales y declara estar en contra de una reforma que “atenta contra la dignidad del magisterio” (La Razón, 20/12/2012). Los tambores del conflicto magisterial cierran el año y anuncian el siguiente.

El funcionario y la lideresa sindical muestran sus armas. De un lado, las palabras de un político experimentado, duro, curtido en las filas y la cultura de un partido acostumbrado a negociar y ajustarse al clima del momento. Es el representante de una forma de hacer las cosas de modo que el Presidente y su partido logren tomar la iniciativa y el control de sus proyectos, marcando el territorio, los códigos y las reglas de la negociación política. Del otro, el discurso corporativo, clientelar, de una profesora cuyo origen es destino: formada en las ligas menores del magisterio priista de los años setenta dominado por Carlos Jongitud Barrios, luego delfín de liderazgos priistas surgidos en los años de la gran crisis económica de la década de los ochenta, y finalmente, gran aliada del salinismo para el diseño e instrumentación del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, que “federalizó” ese nivel de la enseñanza educativa, y cimentó el camino al liderazgo caciquil que hoy ejerce sin pudor y sin piedad. Con esas credenciales públicas, ambos actores encabezan el nuevo juego de la temporada, la disputa por la legitimidad en un sector clave de la sociedad, la política y la cultura del país.

Como en toda disputa política hay aquí intereses, prácticas y símbolos importantes. Dirigir la reforma hacia el tema de la evaluación del profesorado para su ingreso, permanencia y promoción supone desmontar el dispositivo maestro del control del SNTE sobre los maestros, aunque no se sabe bien, por ahora, que sucederá con el programa de carrera magisterial que llegó con la reforma de los primeros años noventa. De otro lado, cuando el peñismo, en boca de Chauyffet, anuncia una reforma en el sector, lo hace con el aplauso público de medios y partidos políticos, pero con los reproches privados de la burocracia sindical del magisterio. Plazas, dinero y política, se convierten en las piezas estratégicas que desde Los Pinos y desde el edificio de la calle de Brasil se lanzan al tablero para impulsar una reforma cuyo núcleo básico, académico, pedagógico y educativo, permanece oculto en el fondo del proyecto reformador, opacado por la fiesta anticipada de una reforma que aún no es, y por el escándalo de los tambores de guerra tocados al final del año por la Maestra y sus discípulos, tratando de sumar a nuevos aliados y fuerzas políticas.

El espectáculo de la temporada apenas inicia, con espectadores ansiosos en el graderío, y actores marcando sus posiciones en el campo de juego. La política de la política reformadora está en los vestidores y en los sótanos del gran estadio público, cocinándose a fuego lento, colocando piezas y jugadas en el imaginario político de la coyuntura. Algunos, incluso, con la sonoridad que sólo proporciona el realismo mágico mexicano, anticipan que nada ni nadie parará la “máquina de las reformas” (diputado Beltrones dixit), como si las intenciones gubernamentales bastaran para transformar el discurso en realidades. Pero serán las prácticas y decisiones políticas que se tomen en las próximas semanas, las que configuren la orientación y la fuerza de una iniciativa que puede naufragar en los bloqueos de siempre, con máquinas viejas y maquinistas con ganas pero sin recursos, o activar algunos cambios en la conducción del sector.

Con todo, el saldo duro del diciembre político mexicano es que la educación, esa antigua utopía racionalista, se coloca nuevamente entre las prioridades políticas de la agenda gubernamental, lo cual no es una mala señal para los tiempos que corren. En un territorio sobrecargado de intereses políticos y burocráticos, pero también de grandes demandas y expectativas sociales, la escuela pública se encuentra hoy en el centro de una disputa de perfiles imprecisos, en la cual vuelve a flotar en el aire la impresión de que se lanzan soluciones en busca de problemas, acuerdos en busca de conflictos. Y sólo el tiempo, el “maldito factor tiempo” al que se refería con frecuencia sensata Norbert Lechner para advertir su importancia en el timing político, jugará el papel verdaderamente estratégico de la propuesta reformadora.


Wednesday, December 05, 2012

Oficio de politico


Estación de paso
El oficio de político y el malestar con la política
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 6 de diciembre, 2012.
La política siempre suele causar sensaciones encontradas entre los ciudadanos. El dicho común afirma que, en cosas de política y de religión, las personas nunca se ponen de acuerdo, pues casi siempre terminan en pleitos, discusiones y enconos de distinto grado y magnitud. Si a ello se agrega un contexto social y moral donde la política y los políticos suelen ser vistos como lo peor de los males imaginables, las cosas se ponen un poco más difíciles para quienes vemos a la política no como un mal inevitable o necesario, sino como la única herramienta que existe para tomar decisiones colectivas más o menos razonables.
Por supuesto, la política va ligada al poder. Y ese vínculo está en el fondo de las preocupaciones intelectuales, éticas y morales de los grandes escritores, desde Shakespeare a Miguel de Cervantes. Una mirada a Hamlet o a El Quijote, muestra como los asuntos políticos ocupan una parte central en sus escritos y preocupaciones. En ambos casos, la política y el poder encarnan en individuos específicos, en hombres con motivaciones, limitaciones e intereses diversos, que despliegan sus acciones en contextos determinados, con resultados muy variados, tomando siempre decisiones sin esperar moralejas.
El examen de estos fenómenos del poder y la política vistos a través de sus actores (los políticos profesionales) forma parte de un libro del conocido politólogo español Manuel Alcántara, titulado El oficio de político (Ed. Tecnos, Madrid, 2012), que fue presentado recientemente en la FIL de Guadalajara. El texto tiene, por lo menos, una par de cualidades destacadas. Por un lado, es un libro oportuno, pertinente, útil para tratar de comprender qué es la política y cómo son los políticos, en un tiempo donde, justamente, es notable una extendida sensación de malestar y desconfianza hacia la política y los políticos. Por otro lado, es un texto provocador, inteligente, que combina la erudición politológica con cierta sensibilidad literaria, una combinación poco frecuente cuando se examina el árido campo de la ciencia política, con su variada colección de hechos, datos, procesos y actores. Ambas cualidades, me parece, ofrecen tanto a los lectores especializados como a los no especializados, una mirada distinta a los enfoques tradicionales sobre los temas políticos.
El oficio de político es un libro que aparece en los tiempos del desencanto democrático. Y por ello es importante. Situado más allá del malestar con la política que se ha extendido en muchos países, y que tienen que ver con el déficit de representación política de las sociedades, el texto de Alcántara ofrece un recorrido intelectual sobre la figura de los políticos en el pensamiento clásico y contemporáneo, identificando las diversas dimensiones del “animal político”: desde los factores sociales e institucionales hasta los psicológicos, emocionales y mentales. Nunca como hoy la clase política, los políticos profesionales, se han constituido y consolidado como un grupo amplio pero heterogéneo, con autonomía e identidades propias, que se han dedicado profesionalmente a la política por diversas razones y motivaciones. Las viejas nociones de la política como virtud y fortuna de Maquiavelo, o de la política como “arte y artesanía” del politólogo Giandomenico Majone, desfilan a lo largo de este libro, lo cual no deja de ser una paradoja en tiempos en que la política y los políticos no gozan de una buena reputación.
Uno de los puntos importantes que, me parece, aporta el libro, es el origen y la trayectoria de los políticos, es decir, dónde y cómo deciden participar en la política, y cómo acumulan o desperdician su capital político a lo largo de sus trayectorias vitales. Según los datos que proporciona el texto, la mayor parte de los políticos latinoamericanos se forman en los partidos políticos, seguido de las organizaciones estudiantiles. Es decir, el partido y la organización estudiantil son las fuentes más importantes de socialización política de los individuos que conforman las élites políticas de la región. El análisis de las trayectorias de 18 destacados políticos latinoamericanos, entre los que se incluye al peruano Raúl Haya de la Torre, al brasileño Wilson Ferreira, a la nicaragüense Violeta Barrios, a la colombiana Ingrid Betancourt, o al mexicano Cuauhtémoc Cárdenas, ofrecen una mirada biográfica a los distintos tipos de liderazgo político que configuran las diversas trayectorias políticas en la región.
Por supuesto, como todo buen libro, hay más preguntas que respuestas en torno al oficio del político: ¿Qué determina el comportamiento de los políticos? ¿Las características de los individuos, o las determinaciones del sistema? ¿Tiene algo que ver el origen social de los individuos en sus trayectorias? ¿Persiste una noción roussoniana, en la opinión pública respecto de que las organizaciones corruptas terminan por corromper a individuos naturalmente bondadosos? O, por el contrario, ¿los individuos, como afirmó alguna vez el caudillo argentino Juan Domingo Perón, “son todos buenos, pero controlados son mejores”?. Esas preguntas aguardan aún buenas respuestas. Y en el libro de Alcántara, podemos explorar algunas de ellas, pertinentes para una zona social que no es, ni nunca ha sido, la región más trasparente.

Wednesday, November 21, 2012

Elogio de la psicodelia



Estación de paso
Elogio de la psicodelia
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 22 de noviembre de 2012.

Sin lugar a dudas, 2012 ha sido un buen año para Neil Young. Se celebraron los 40 años de la grabación de su disco seminal (Harvest), publicó un libro de memorias (Waging Heavy Peace, Blue Rider Press 2012), y grabó, con su banda histórica, Crazy Horse, un par de pequeñas obras maestras: Americana (Reprise, 2012), y Psycheledic Pill (Reprise, 2012). Mejor, imposible. Justo al cumplir sus 67 de edad, el gran rockero candiense festeja, a su manera, una trayectoria larga, complicada y brillante.
“Píldora psicodélica”, su obra más reciente y con la que cierra un año memorable, expresa un estado de ánimo a la vez que un balance sobre su propia obra. Es una reivindicación del espíritu hippie que nació alguna vez, en algún tiempo de los años sesenta en el parque Haight-Ashbury de San Francisco, y que, pese a todo, se mantiene como la señal luminosa en un tiempo nublado. Fiel a sus nostalgias, Neil Young recapitula y hace un corte de caja a 5 décadas de distancia, y ofrece, en dos discos, ocho canciones -sí, sólo ocho- que combinan los rasgos básicos de su oficio: el tiempo, el ritmo, y una narrativa coloquial, cruda e imprecisa. Canciones largas y larguísimas, (la más breve dura 4 minutos, y la más extensa, media hora), habitadas por la guitarra lúgubre y la voz triste de Young, ofrecen un mapa de las obsesiones, preocupaciones e interpretaciones sobre el pasado y el presente de un músico habituado a ir contra la corriente, situado casi siempre fuera de las modas y las tendencias de la temporada, un observador sentado cómodamente en el margen y a las sombras del espectáculo de la cultura y la política norteamericanas.
Cada una de las canciones encierra una pequeña postal impresionista. Así, por ejemplo, en el primer cd encontramos solamente cuatro rolas. La primera (“Driftin´Back”, algo así como “A la deriva”) es una especulación sobre aquellas “cosas que se desvanecen con uno y que a veces vuelven como una sombra”, escribe Young. La voz melancólica y los largos requintos que acompañan usualmente sus canciones, reaparecen con la fuerza expresiva, potente, que le imprime el sonido clásico de Crazy Horse, mientras afirma, en algún momento: “Disculpen mi religión/ acostumbro ser un pagano”. Psycheledic Pill, la canción que da título e imagen al disco, es una reflexión sobre la edad y la actitud. “La edad no tiene nada que ver con pasar una buena época” ,escribe Young. “Algunas chicas son más viejas que tú pero aún son chicas, y llevan el espíritu y la antorcha. No hay noche oscura que ellas no puedan iluminar”.
El segundo disco contiene también solamente cuatro canciones. “Retorciendo el camino”, por ejemplo, es una mirada a los años jóvenes de Young, en los días en que, como a muchos otros de su generación, la música les cambió la perspectiva y la vida. Algunas veces, en algún lugar del camino, escribe, “tus amigos te enriquecen con sus propios recuerdos”. Ella siempre baila es un homenaje al espíritu del optimismo, al entusiasmo por la vida, a las ganas de pasarla bien a pesar de todo. “Ella arde, ella tiene el fuego”, canta Young, en referencia a la imagen de una mujer que flota entre el humo, “llenando el aire con su música”.
En suma Psycheledic Pill es parte del testamento y la herencia musical de Neil Young. Es una obra de nostalgia y de rebelión, conservadora y revolucionaria al mismo tiempo, reiterativa e innovadora, dedicada a sus amigos, a sus colegas, a sus mujeres, a los afectos. Expresa la música de la melancolía, al estilo de un viejo rockero que, sin embargo, se niega a vivir en el pasado, a la merced de los demonios y los fantasmas de una época que no podrá volver. En sentido estricto “Pastilla psicodélica” es sobre todo un estado de ánimo, un ejercicio reflexivo deslumbrante, una obra de saudade a ritmo de rock puro como música de fondo, como memoria viva de un pasado interesante, y, quizá, como mapa de ocasión para interpretar un presente inasible.

Wednesday, November 07, 2012

Fin de ciclo


Estación de paso
Fin de ciclo
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 8 de noviembre de 2012.
Como lo ha estado anunciando repetidamente desde hace unos meses, el Presidente Calderón y lo que él representa termina su ciclo en el gobierno de la República. Luego de seis años largos, el calderonismo cede su lugar al naciente y aún difuso “peñismo” priista, mediante los rituales, usos y costumbres de la alternancia en el poder que se han asentado como monedas de uso común en los últimos tres sexenios en nuestro país. Con el calderonismo se van también doce años del panismo –para muchos, la docena trágica-, con un balance todavía impreciso, pero con la certeza de que el PAN es un partido que no entendió nunca cual era su papel en el escenario principal de la cosa pública, y que tampoco pudo construir el “buen gobierno” al que aspiraba desde su fundación en 1939, al que siempre colocó como el leit motiv de su tarea en la oposición leal y, luego, como actor protagónico del nuevo oficialismo político.
Los años del calderonismo y del panismo serán conocidos muy probablemente como los años de la confusión, la incapacidad y el voluntarismo. En términos económicos, los panistas en el poder se subieron sin mayores cuestionamientos al cabús del envejecido tren de las políticas económicas neoliberales construidas por los tres presidentes del priismo que les antecedieron (De la Madrid-Salinas- Zedillo), y se montaron sobre las olas del discurso trendie de la globalización, la apertura comercial, y la desregulación económica. Desde el foxismo, aplaudieron frenéticamente las reformas de mercado de sus antecesores, y se convirtieron en los más férreos defensores de los mercados abiertos, la libre inversión y el enaltecimiento de la economía global. Sin embargo, el estancamiento económico prolongado, el incremento espectacular de la precariedad laboral y de la economía informal, el aumento de la desigualdad social y la persistencia de la pobreza como las bestias negras de la experiencia económica mexicana de los últimos treinta años, permanecen como las herencias de un oficialismo que jamás supo cómo lidiar con la ecuación política de las políticas de crecimiento económico, justicia social y bienestar colectivo.
En términos políticos, su “política de alianzas” (si es que alguna vez la hubo) consistió en una ambigua red de acuerdos cupulares, pragmáticos y de corto plazo con las fuerzas vivas del sindicalismo priista y expriista (el SNTE, por ejemplo), a cambio de apoyos confusos y reformas simbólicas. Bajo el manto protector del calderonismo, se extendieron y consolidaron las redes del sindicalismo de la más pura cepa corporativa y autoritaria, mientras que por otro lado, se combatió sin prisas pero sin pausas las expresiones del sindicalismo rebelde (como el del SME). Sitiado por la oposición política tanto del perredismo como del priismo, el ejecutivo federal nunca pudo articular una coalición política estable y coherente, capaz de sacar adelante las reformas estratégicas planteadas en su propia agenda. En cambio, la imagen de incapacidad e ingenuidad, de voluntarismo combinado con un permanente malhumor presidencial, se impusieron como las señas de identidad de un gobierno maniatado y cercado por una oposición política hábil en el manejo de los bloqueos a las iniciativas del ejecutivo. Las elecciones federales intermedias del 2009 y las presidenciales del 2012, en los cuales se desplomó el voto panista, pasaron la factura ciudadana a la fallida política presidencial.
La última y acaso única salida política que tuvo a su disposición el calderonismo para legitimar su gestión fue el combate al narcotráfico. Colocado en la agenda como un asunto moral y ético responsabilidad del Estado -según la interpretación católica de la ideología panista y el cálculo frío del pragmatismo político-, el Presidente intentó encabezar una “guerra” contra un enemigo supuestamente claro y preciso: las organizaciones criminales, los cárteles del narcotráfico. Como se ha registrado de manera sistemática, esa guerra tuvo efectos incontrolados y perversos: la expansión de las redes del narcotráfico, el incremento espectacular de la violencia y el número de homicidios en muchas ciudades y poblados, el debilitamiento de las autoridades locales y estatales, el fortalecimiento del temor como signo de los tiempos, la sensación de que todo lo sólido se desvanecía en el aire.
En el ocaso de su gestión y de su trayectoria política, Felipe Calderón representa muy bien las paradojas y contradicciones del panismo contemporáneo, fatalmente atrapado por las reglas y condiciones que ayudó a construir en los años de la transición y el cambio político hacia la democracia. Los saldos duros de la gestión del panismo en el poder ya fueron contados, puntualmente, en las elecciones presidenciales de este año. Sin embargo, el acumulado de costos, pérdidas y extravíos para el partido más importante de la derecha política mexicana aún está por hacerse.

Wednesday, October 24, 2012

Blues para corsarios



Estación de paso
El blues de los corsarios
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 25 de octubre, 2012.

Como parte de una larga gira compartida desde hace más de un año, dos bucaneros de buena reputación, Mark Knopfler y Bob Dylan, desembarcaron silenciosamente la semana pasada en el puerto californiano de San Francisco para hacer un par de escalas en el Auditorio Bill Graham, ubicado en el centro cívico de la ciudad. Ahí, justo en el medio de la vieja ciudad de las flores en el pelo, donde Tony Bennett confesó haber dejado su corazón hace unas décadas, y donde el multiculturalismo es, más que un problema, un dato duro, dos de las voces más emblemáticas de ese género polimórfico que es el rock ofrecieron en poco más de tres horas una prueba más de que la virtud y la fortuna suelen acompañar a los infieles.
El Bill Graham es un respetable edificio público construido en 1915, envejecido por el tiempo y los miles de conciertos y espectáculos que han desfilado a lo largo de los años. Con una capacidad para siete mil espectadores, acomodados en las graderías o en el piso, el auditorio es un almacén dotado de buena iluminación y acústica, diseñado con una combinación de detalles provenientes del art decó, la estética de un bodegón industrial, y un clima de cantina de muelle, lo cual lo hace una combinación arquitectónica ecléctica, interesante por impura. Ahí, en ese sitio, justo a las 7:30 de una noche calurosa de jueves, un dulce olor a colitas flotaba en el ambiente entre una multitud donde predominaban las cabezas calvas y las melenas grises, para dar la bienvenida a un solitario Mark Knopfler, blandiendo una guitarra eléctrica entre sus brazos.
“¿Qué traes de nuevo Mark? “Le gritó alguien en tono envenenado a Knopfler desde la oscuridad, a lo que el guitarrista le respondió con agilidad inglesa: “No estoy seguro de traer algo nuevo”. Y para reafirmarlo, abrió el concierto con una larga y espléndida versión de “What it is” (de su disco Sailing to Philadelphia, del año 2000), mientras que su banda, compuesta por dos guitarristas, un violín, una flauta, batería y sintetizador, le acompañaba en los riffs suaves y legendarios del gran guitarrista escocés. El repertorio del exlíder de Dire Straits siguió con otras 10 canciones que fueron del blues químicamente puro –como Hill Farmers Blues, o Song for Sonny Liston- a un par de canciones de su disco más reciente –Privateering (2012)-, que mostraron que el músculo creativo del gran Knopfler sigue en plena forma, configurando un sonido pausado e inconfundible, gobernado por una de las guitarras más exquisitas del gran vecindario rockero de los últimos treinta años.
A las 9 de la noche, los ecos de Jack London, de Robert Louis Stevenson, de Jack Kerouac o los aullidos de Allen Ginsberg resonaban en el auditorio, mientras Dylan tocaba al piano The Things Must Change, acompañado por la potencia sonora de una banda de 4 guitarristas, un tecladista y un baterista. Alternando la guitarra, la harmónica y el piano, Dylan se paseaba por el escenario con el fantasma de su alter ego “Jack Frost”, a veces sonreía, miraba insistentemente hacia sus instrumentos y hacia sus músicos, cambiaba las letras y ritmos de sus canciones, mientras sus cómplices, acostumbrados y contentos, se adaptaban rápidamente a las improvisaciones del patrón. Waiting the River Flow, Tangled in Blue, Chimes of Freedom, Love Sick, desfilaron de entre una lista de 15 canciones, que cerró con ese blues atronador que es Thunder of the Mountain, al que siguió, por supuesto, Like a Rolling Stone.
El espectáculo de los asistentes era la otra parte de la experiencia global. Algunos bailaban alucinantes danzas hippies, practicaban exorcismos y conjuros, lanzaban besos al auditorio, bendecían a Dylan y a su banda, mientras que otros no paraban de corear las inaudibles frases del músico de Minnesota, pronunciadas con la voz cavernosa y sombría de siempre. Más arriba y más al fondo, desde la oscuridad de las graderías y los palcos, las postales del concierto se multiplicaban. Al cierre del espectáculo, mientras las gradas se vaciaban y los asistentes salían, el aire cálido de la bahía recibía a los miles que salían del viejo edificio, entre vasos de cerveza abandonados y el olor vegetal de la mota consumida.
El rock es un género que ha inventado ya sus propias tradiciones y rutinas, sus referentes simbólicos, su parafernalia, sus imágenes y sonidos básicos. Y los conciertos son los rituales paganos donde esas tradiciones reviven, se reinventan en cada nueva canción, en cada nueva interpretación. Knopfler y Dylan son un par de viejos corsarios que representan la capacidad simbólica de un género plástico, la inspiración y oficio para hacer que cada canción suene como si fuera la primera vez, ante los cientos o miles de fieles que seguimos viendo en el rock una pequeña y efímera manifestación de la felicidad.

Thursday, October 11, 2012

Aguas profundas

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Aguas profundas
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 11 de octubre de 2012.

La vida pública mexicana puede ser vista como una mezcla de aguas someras y profundas. Las primeras, como se sabe, son las aguas superficiales, las que se pueden ver a simple vista, aunque su tranquilidad o agitación puedan ser engañosas. Las segundas requieren de un ejercicio comprensivo y visual mayor, y su conocimiento implica de aparatos interpretativos más complicados, que suelen romper con el sentido común. Pero la metáfora no da para más. La sociedad no es un lago o un mar, ni los problemas públicos forman parte de líquido alguno, de corrientes marinas o cosas por el estilo. Sin embargo, la imagen puede ayudar a comprender el perfil de nuestros males públicos y malestares privados.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con los gobiernos municipales. Desde hace tiempo, es nota de primera plana el escándalo por los manejos presupuestarios que hacen los municipios, grandes y pequeños, cuyo endeudamiento o corrupción es motivo de indignación moral para muchos analistas, ciudadanos o gobernantes. Hay también indignación editorial o periodística cotidiana por lo que hacen los titulares de los poderes ejecutivos, nuestros diputados, o los funcionarios del poder judicial, pero vale la pena concentrar la atención en lo que ocurre en la esfera municipal, que suele ser, según se cree, el nivel de gobierno más cercado a los ciudadanos. La imagen que se suele presentar de los gobiernos municipales es que son dispendiosos, desordenados, y corruptos. Muchos medios presentan a los espacios municipales como botín de políticos y funcionarios sin escrúpulos, que negocian derechos y obligaciones todos los días. El fracaso del imperio de la ley suele atribuirse al fracaso de la organización municipal, de los partidos políticos y del funcionariado público.
Esas son aguas someras de nuestra vida pública. Pero si se mira con algún detenimiento y más al fondo, se observará, primero, que la enorme desigualdad de recursos, tamaños, poblaciones y capacidades de los gobiernos municipales en México o en Jalisco, es una característica que inmediatamente hace necesaria la diferenciación entre los 2,445 municipios del país, de los cuales un 10 por ciento, aproximadamente, serían más o menos organizados y con ciertos recursos públicos. No es lo mismo el municipio de Zapopan o Guadalajara que, por ejemplo, el de Guachinango o el de Jilotlán de los Dolores. Las diferencias de salarios entre funcionarios, regidores, presidentes municipales o el salario y preparación de los policías, son abismales entre esos municipios. Además, la experiencia acumulada en la gestión de los recursos, el tamaño de su burocracia, o los límites normativos o prácticos a la acción de los funcionarios, son igualmente contrastantes.
Esas diferencias no son morales o éticas, sino estructurales. Sólo la fe hace posible observar a los municipios como un solo animal, con los mismos rasgos, padecimientos y problemas. Se suele olvidar que los problemas de miles de municipios mexicanos tienen más que ver con la escasez que con la abundancia, en donde los problemas de financiamiento público se asocian también a un perfil de funcionarios y rutinas gubernamentales donde no se lleva un registro ni del predial ni de las escuelas instaladas en el territorio de los municipios, y en donde en cada elección, así gane el mismo partido político, existe una elevadísima rotación del funcionariado municipal, lo que hace que cada tres años la piedra de Sísifo de la administración local vuelva a rodar hacia la base de la montaña.
La cuestión municipal es sólo un ejemplo más o menos cotidiano de cómo la superficie de la cosa pública esconde su verdadera magnitud y profundidad. Atribuir a la voluntad, a la moral política o a la ética cívica la solución de los muchos problemas municipales, significa echar en el cajón de sastre que suele ser la cultura política las explicaciones de los añejos problemas estructurales del municipio mexicano, donde el financiamiento errático y escaso, un funcionariado amateur y no profesional, y prácticas de ensayo y error en la gestión y administración de los recursos financieros, suelen habitar algunas zonas de las aguas profundas de la vida pública municipal.

Wednesday, September 26, 2012

Los ojos de Rushdie





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Los ojos de Rushdie

Adrián Acosta Silva

Señales de humo, Radio U. de G., 27 de septiembre de 2012.

Salman Rushdie es el símbolo viviente de la lucha contra la intolerancia y el fanatismo religioso. Como se sabe, el escritor hindú vive en la semiclandestinidad desde hace 20 años, condenado por algunas de las sectas más radicales del fundamentalismo islámico, que lo enjuiciaron, condenaron y persiguieron a raíz de la publicación de su libro Los Versos satánicos, en 1992. Aunque ahora se le ve más relajado y seguro viviendo en Nueva York, el episodio inaugurado por la quema de sus libros en Teherán, las acusaciones de infidelidad, herejía y blasfemia que pronunciara en ese entonces el Ayatola Jomeini, y la sentencia de muerte al que fue condenado por la teocracia iraní, configuran las estampas de la era del neo-oscurantismo que llegó con el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos.

La lucha no es entre el bien y el mal, como pregonan los cruzados de siempre, sino una discusión, más compleja, sutil y profunda, entre la razón y la fe. Hoy que los vientos de la intolerancia vuelven a sacudir el ánimo público internacional, azuzados por la ultra-derecha norteamericana, el “caso Rushdie” vuelve a recordarnos el origen del mal. Las aguas profundas de la intolerancia se nutren del fundamentalismo, es decir, de la fe ciega de una interpretación dogmática, pretendidamente única, y teórica o políticamente correcta del Corán –como podría serlo de la Biblia, el Talmud, o cualquier otro texto religioso-, y que se presentan como las formas del pensamiento único que de cuando en cuando asaltan la razón en oriente y occidente. Víctima y símbolo de la época, el autor de Los hijos de la medianoche, o de Shalimar el payaso, ha pagado el precio impuesto por una secta cuyas sombras siempre le persiguen.

Vale la pena seguir el rastro de la vida intelectual de Rushdie, para entender cómo, antes y después de los Versos satánicos, sus principios se basan en la tradición moral e intelectual iniciada por Voltaire en Europa, cuya razón es proteger las libertades de expresión y de pensamiento contra la Iglesia, más que contra el Estado.

En julio de 1997, por ejemplo, Rushdie escribió Imagínate que no hay cielo. Carta al ciudadano seis mil millones: “Para mí, la religión, incluso en su forma más sofisticada, infantiliza esencialmente nuestro yo ético, al establecer Árbitros morales infalibles y Tentadores irremediablemente inmorales por encima de nosotros; los padres eternos, buenos y malos, luminosos y oscuros, del reino sobrenatural.”.

Presa de una irrefrenable curiosidad intelectual y vital pocas cosas han quedado a salvo de su mirada crítica. En estos veinte años ha dedicado decenas de textos, ensayos y comentarios breves a muchos asuntos incluyendo, por ejemplo, el rock. Fan confeso de Elvis Presley, de Jerry Lee Lewis, de Lennon, de Frank Zappa, de Tom Waits y de Paul Simon, escribió en mayo de 1999: “El ingenio no es la cualidad que se asocia con más frecuencia a la música de rock y, cuando se escuchan los gruñidos de cromañón de la mayoría de las estrellas de rock, se puede comprender fácilmente por qué. (…) No suscribo las exageradas pretensiones de la escuela de aficionados al rock de que las letras son poesía. Pero sé que me hubiera sentido ridículamente orgulloso si hubiera escrito algo tan bueno.” (Música de rock. Nota para una funda de disco)

Pero Rushdie, hombre sabio y mundano al mismo tiempo, ha elegido vivir sin temor, ejerciendo su irrenunciable libertad de escribir y pensar lo que quiera, a pesar de que sus rutinas incluyen el ser permanentemente custodiado por guardaespaldas. Ahora ha publicado la crónica de esas dos décadas de vivir a salto de mata (Joseph Anton, 2012), entre países y ciudades de ambos lados del Atlántico, condenado a la condición de un nómada que representa la libertad, la persecución y la maldición, la dignidad y la fuga, el deber moral y la vida práctica.

Los ojos de Rushdie reflejan el perfil indomable de una mirada clara, firme, a la vez ingenua y retadora. A sus 65 años, continúa mostrando la seguridad de sus principios, la legitimidad de sus dudas, la incontinencia de sus incertidumbres y curiosidades. Ya habrá tiempo y ganas de hacer el balance del contexto y la época que a Rushdie y a muchos otros les ha tocado vivir, una época en la que la reaparición siniestra de palabras medievales como “herejía” o “blasfemia” se confirmaron como las tropas de asalto de la intolerancia y el neo-oscurantismo que recorren el mundo.


Wednesday, September 12, 2012

Nacionalismos

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Nacionalismos
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 13 de septiembre, 2012.

Es un lugar común, o una certeza incómoda, o una nostalgia falsa, afirmar que el nacionalismo mexicano ya no es lo que era. Desde hace décadas, la fuerza intelectual, política y hasta cultural del nacionalismo se ha venido evaporando sin prisas pero sin pausas. Entre los procesos de reestructuración económica y la transición política, y con la persistencia de la desigualdad bárbara como eje de la sociedad mexicana del siglo XXI, el nacionalismo que conocíamos, o imaginábamos, fue mutando de apariencia, de rostro y de perfiles. Hoy, aquel nacionalismo que se enarboló con la Revolución Mexicana como su ideología y como programa político y popular, ha cedido el paso a un conjunto de expresiones simbólicas que, en nombre de la globalización, de la apertura a los mercados, de la ciudadanización, y el cosmopolitismo, ha terminado por convertirse en un paisaje de fuegos artificiales y sonoridades mariacheras, suertes charras y patriotismos mediáticos.
La celebración del bicentenario de hace dos años dejó en evidencia que ni el gobierno ni las oposiciones políticas ni las fuerzas vivas de la sociedad civil tuvieron nunca claro que debía celebrarse. La Estela de Luz, esa gigantesca, cara y fea obra inaugurada dos años después de que debía hacerse, simboliza muy bien el sentimiento de extravío y pérdida que caracteriza la demolición del viejo edificio del nacionalismo mexicano, ese artefacto que durante mucho tiempo imprimió cierto sentido, algún orden a la geografía de los sentimientos mexicanos. Hoy, sólo queda la colección de clichés y estereotipos de una proto-ideología capturada por los códigos de la estética del marketing, mezclados con una imaginería popular que conserva los rasgos de un nacionalismo ambigüo y contradictorio.
Cultivado pacientemente como un sentimiento que dio sentido de pertenencia, cohesión e identidad a un país que venía fracturado por un siglo de inestabilidad y de pérdidas (el largo siglo XIX), y luego de dos décadas de guerra y violencia civil (1910-1930), el nacionalismo surgió como un artefacto simbólico potente para construir la comunidad imaginada que se esconde detrás y a los lados de todos los nacionalismos del mundo. Vasconcelos fue, como se sabe, quien suministró la base de esa idea transformadora y legitimadora del nuevo orden institucional, con la creación de la SEP y la alucinante pero efectiva noción de la raza cósmica. El PNR, el PRM y finalmente el PRI, el muralismo mexicano, los libros de texto gratuitos, y posteriormente el cine, la radio y la televisión, se encargarían de construir los cimientos de la idea de que México era un país con un pasado luminoso, un presente optimista, y un futuro asegurado, próspero y orgulloso.
Alimentada por dosis variables de xenofobia y malinchismo, la paradoja nacionalista se fortalecía con los fantasmas de amenazas extranjeras, portadoras de ideologías exóticas, y de un constante temor a lo extraño. El yo nacionalista se simbolizó con las figuras de los héroes revolucionarios e independentistas, la historia de bronce, la patria en forma de madre generosa, la música ranchera y, años después, con el tequila, la gastronomía y hasta las artes, simbolizadas hasta el cansancio por el Huapango de Moncayo, la figura de Lucha Reyes, la pintura de Diego Rivera, o las películas y canciones de Pedro Infante.
El Estado mexicano y el régimen nacional-popular generaron y aceitaron con puntualidad sexenal los mecanismos para fortalecer un nacionalismo excluyente, autoritario y reacio a la comparación con otros sistemas políticos y otras culturas. La expansión de lo público –desde la educación hasta la economía y la creación cultural-, significó también el enraizamiento de un nacionalismo estatista, a la vez que un proyecto popular. La cuestión nacional se convirtió en un objeto de debate y deliberación política, un tema de adhesiones y de críticas intelectuales o académicas, un referente para examinar sus relaciones con la economía, la política y la cultura mexicanas.
Hoy, para mal o para bien, queda poco de ese viejo nacionalismo tricolor y sonoro. El viejo Estado nacionalista –nunca demasiado fuerte ni tampoco tan nacional ni coherente como a veces se piensa- cedió el paso a una estatalidad débil, contradictoria y confusa, que lo mismo repite los rituales y las fiestas de siempre, que celebra un extraño y vago cosmopolitismo comercial, económico y cultural. En medio de esa debilidad y confusión, el viejo nacionalismo se ha trastocado en los nacionalismos tribales o clasistas que encontramos todos los días en los diversos territorios y regiones del país, cuyos sonidos e imágenes –ruidosas, tumultuosas, caóticas- sólo confirman que la nuestra es, entre otras cosas, la era del post-nacionalismo.


Thursday, August 30, 2012

Dilemas de la educación superior mexicana


Estación de paso
Los dilemas de la educación superior
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 30 de agosto, 2012.

La educación superior es, como todos los campos de la acción pública y social, una arena conflictiva, un campo de batalla. Por supuesto es una arena que tiene sus particularidades, sus actores, sus complejidades. Ahí se encuentran universidades públicas, el gobierno federal, los gobiernos de los estados, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, las universidades privadas grandes y pequeñas, los empresarios. Y todos ellos tienen una posición en el campo educativo, productos de sus historias y biografías particulares, sus intereses específicos, sus valores y finalidades propias. Esa diversidad se traduce frecuentemente en conflictividades diversas, en tensiones y contradicciones múltiples, en ciclos de acuerdo y de estabilidad a los que suelen seguir tarde o temprano episodios de inestabilidad y conflicto, como lo muestra cualquier acercamiento a la historia contemporánea de las universidades mexicanas.
Hoy, la educación superior es un tema importante no sólo en México sino también en el mundo. Organismos internacionales, gobiernos nacionales, académicos y expertos en los temas del desarrollo, coinciden en señalar que uno de los campos estratégicos de la acción pública es justamente la educación superior. Se trata no solamente de incrementar la cobertura, la calidad o la equidad de este nivel educativo, sino también de re-definir sus orientaciones, establecer prioridades, transformar sus dinámicas internas, para tratar de responder a desafíos tan amplios como son el rezago educativo, la desigualdad social, el crecimiento económico o las nuevas funciones que impone la sociedad de la información y la economía del conocimiento.
En este contexto, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, la ANUIES, publicó en abril pasado un documento importante al respecto. Se trata de una propuesta para reformar las políticas públicas de educación superior que se han seguido en los últimos 25 años, reconociendo sus logros, pero también sus déficits. Como todo documento público es un documento que invita a la reflexión y al debate, un texto no académico y sí político en el sentido estricto del término, es decir, es un texto que trata de incidir en la toma de decisiones públicas para los próximos años, y en particular, para el sexenio que recién comenzará el 1 de diciembre.
“Inclusión con responsabilidad social. Una nueva generación de políticas de educación superior” es el título del documento elaborado por ANUIES. Es un esfuerzo de balance y de propuestas de políticas para los próximos años, cuyo núcleo central es un decálogo de ejes estratégicos que van de un nuevo diseño institucional para la gestión y la coordinación de la educación superior, al reforzamiento de la seguridad en los campus universitarios, pasando por temas como el de la cobertura, la vinculación, la internacionalización, o el financiamiento de la educación superior.
¿Qué tenemos hoy ante nuestros ojos? Estamos ante un conjunto institucional conformado por más de 5,400 establecimientos públicos y privados, en el cual estudian más de 3 millones de jóvenes, atendidos por más de 280 mil profesores. Tenemos tres veces más escuelas superiores que Brasil y casi 100 veces más que Chile, por ejemplo, pero nuestros índices de cobertura son de los más bajos en América Latina: sólo 3 de cada 10 jóvenes en edad de estudiar (es decir, jóvenes de entre 19 y 23 años), están inscritos en alguna modalidad de educación superior. Además, nuestra tasa de eficiencia (es decir, la cantidad de jóvenes que egresan con respecto a los que ingresan) es del 50%, lo que significa que de cada 10 jóvenes que ingresan sólo 5 lo harán 4 o 5 años más tarde. Para colmo, tenemos una de las tasas de rechazo más altas del mundo: sólo 2 o 3 de cada diez lograrán entrar a la institución y carrera de su preferencia.
En estas circunstancias, la paradoja mexicana en educación superior es una auténtica tragedia contemporánea. En la época de bonanza del bono demográfico mexicano (tenemos más jóvenes que cualquier otra época de nuestra historia), la mayor parte de ellos deambulan entre el comercio informal, con empleo precarios, sin posibilidades o interés de continuar estudios superiores, y con pobres expectativas sobre el futuro. Tenemos pocos jóvenes inscritos en la educación superior, que son los sobrevivientes de un sistema altamente selectivo, que castiga las preferencias individuales, y donde, además, las trayectorias estudiantiles suelen ser poco exitosas. Luego de dos décadas de evaluación, de calidad y de financiamiento público condicionado y selectivo, los resultados son muy pobres. Por ello, el documento de ANUIES apunta hacia la necesidad de un cambio en el enfoque de las políticas públicas que permita resolver los dilemas estructurales y coyunturales de la educación terciaria en el país. Ya habrá tiempo de comentarlo en un una próxima ocasión.

Wednesday, August 15, 2012

La autoridad del fracaso

Estación de paso
La autoridad del fracaso
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 16 de agosto, 2012.

Las recién concluidas Olimpiadas de Londres, con la majestuosidad de sus espectáculos, sus récords, el medallero, las grandes y pequeñas hazañas de sus deportistas, las emociones que sólo dan las competencias entre individuos, equipos y países, pueden ser un pretexto adecuado para mirar como la ideología del éxito ha calado hondo en la imaginación y en muchas de las prácticas de las sociedades modernas. Está también el asunto de la política y de los negocios, de la mercantilización salvaje de los deportes y de los deportistas profesionales y amateurs, de la gran fiesta de la publicidad y del capitalismo deportivo. Pero de eso se puede hablar de manera independiente. Lo que aparece como relevante aunque poco apreciado es algo que puede ser visto como el lado oscuro de los juegos: el papel del fracaso.
La ideología del éxito posee, como se sabe, la flexibilidad del mármol. Supone que los individuos, los grupos, las empresas, los países compiten todo el tiempo entre sí, y sólo sobreviven los que son más hábiles, los más capaces, los más preparados, pertinentes u oportunistas. Una amplia oferta de esa ideología puede encontrarse en las estanterías de cualquier Sanborns, en los revisteros de los aeropuertos, o en los stands de cualquier Feria de Libro municipal, nacional o internacional que se visite. Ese sentido de competencia, se supone, está en la base del progreso y la prosperidad, el enriquecimiento, el liderazgo individual o colectivo. La cumbre de esta forma particular del pensamiento único son las competencias deportivas, con toda la parafernalia que las acompaña. Y son los deportistas los que recogen y expresan la presión ubicua del éxito, del triunfo, de obtener reconocimientos y medallas, que luego pueden volverse contratos de exclusividad con marcas de ropa deportiva, la promoción de refrescos o automóviles, el inicio de una carrera como comentarista deportivo en radio, televisión o medios impresos.
Y sin embargo, el éxito suele ser pobre, azaroso, improbable o imposible, justo como sucede en la vida misma, más allá de los estadios y de los mercados. Lo que predomina de manera absoluta es el fracaso, esa fuente legítima de autoridad de la que hablaba Fitzgerald. Y los individuos, los grupos y las sociedades lidian permanente con distintas maneras de sobrellevar el fracaso, de amortiguar sus efectos, de proporcionar esperanzas de que no todo está perdido, que la vida no se juega en un volado, es decir, en un acto fallido, en un fracaso.
Justo ese tema alimenta poderosamente a la literatura, al cine o a la música. El mundo de los perdedores, de los fracasados, es una fuente de inspiración tan potente como una droga. De Bukowski a McCarthy, de Robert Musil a Joseph Roth y de Borges a Rushdie, de Bob Dylan o Bruce Springsteen a Nick Cave, de Buñuel a Polanski o a Woody Allen, el fracaso es el objeto de narrativas inquietantes, divertidas, descarnadas, a veces convulsivas. Justo por estos días, por ejemplo, circula ya el último libro del escritor catalán Enrique Vila-Matas, cuya trama central es justamente la historia de un congreso internacional sobre el fracaso, en la que uno de sus personajes es un documentalista que trabaja en crear una película de la cual solo tiene el título: “Archivo General del Fracaso”. A manera de ensayo, presenta una ponencia que aspira a representar el fracaso total de un escritor y de un individuo: terminar su lectura con un auditorio vacío, donde la indiferencia y el aburrimiento han ahuyentado a los pocos asistentes.
Esta autoridad que sólo proporciona el fracaso ha tratado de ser exorcizada por los sacerdotes de la ideología del éxito. De hecho, suele ser una invocación incómoda y perturbadora para quienes han hecho de la adoración del triunfo y la condena de los perdedores una práctica habitual. Y sin embargo, como muestra la novela Aire de Dylan, de Vila-Matas, el fracaso es una práctica digna, un remedio contra el activismo desmesurado y contra las expectativas imposibles, propio de “indiferentes sin fisuras e ideólogos de la desgana”, como aspira a ser considerado Vilnius, el personaje central de la novela.
Ahora que aún resuenan los ecos olímpicos, con sus pocas victorias y muchísimas derrotas, el fracaso es el invitado incómodo de la fiesta, el demonio en el convento. A la ideología del éxito habría que oponer en estos casos la ideología del fracaso como elogio de los perdedores, de las fallas humanas y del imperio del sentido común. No tiene el glamour de la fama ni de la victoria, ni atrae la atención de los publicistas de ocasión, pero posee, en cambio, el poder de la amargura, del desencanto, que bien pueden disfrutarse en la penumbra de cualquier ventana con una taza de café y un buen libro a la mano, escuchando alguna canción con el requinto lúgubre de Neil Young como música de fondo.

Monday, July 23, 2012

La graduación

La graduación

Adrián Acosta Silva

(Texto publicado en el portal periodístico Educación a debate, 16 de julio de 2012. www.educacionadebate.org)

El lugar lucía abarrotado, en una típica mañana de verano tapatío, una mañana fresca, lluviosa y nublada. La Escuela secundaria pública número uno mixta “Manuel Avila Camacho” era el escenario en el que cientos de jovencitos aguardaban con impaciencia el inicio de la ceremonia de graduación organizada por las autoridades del plantel. Como cada año, este era el día previsto para la entrega de diplomas y reconocimientos a los muchachos y muchachas que terminaban su tercer grado de secundaria, y que se convertía por rutina institucional en el día simbólico y práctico de despedida de la escuela que les había albergado en los últimos tres años.
Mientras los familiares de los graduados se acomodaban donde podían (en los pasillos, las escaleras o en las canchas de basket de la escuela), y los estudiantes eran distribuidos por los profesores en las sillas acumuladas en el centro del patio escolar, la música de Ray Conniff y de Ferrante & Teicher invadían a todo volumen el reciento a través de las bocinas instaladas en varias de las esquinas de los edificios. La escena era magnífica: música de elevador de los años sesenta sonando como ruido de fondo para una masa de estudiantes vestidos con toga y birrete que esperaban con inevitable impaciencia adolescente el inicio del festejo. Melodías de salón para amenizar bodas, restaurantes y reuniones familiares, acompañando la naturaleza inquieta de la bestia adolescente reunida en multitud en esa mañana húmeda en Zapopan.
Como suele ocurrir en estos eventos, el inicio de la ceremonia comenzó tarde. Entre los bostezos de muchos estudiantes, el aburrimiento de sus familiares, con risas y carcajadas por todos lados, maestros, prefectos y directivos intentaban imponer algún tipo de orden a la masa. Gritos destemplados provenientes de gargantas en metamorfosis, cambiando de los tonos infantiles a los sonidos de los adultos, empujones, correteadas, pequeñas disputas por el espacio, por sentarse cerca de los amigos y amigas, formaban parte del paisaje ceremonial con el cual se llenaba el espacio de la secundaria. Poco después, al frente de los escolares, se sentaban uno por uno los integrantes del presidium, mientras que el maestro de ceremonias indicaba a los alumnos, sin mucho éxito, guardar silencio, conservar la cordura, mantener las formas elementales de civilidad y cortesía para con los invitados.
Los acompañantes eran también un espectáculo aparte. Padres de familia, hermanos, abuelos, amigos, asistían al evento con la solemnidad de la ocasión. Hombres con traje y corbata, mujeres con vestidos elegantes, se confundían con papás, mamás o abuelos vestidos humildemente, que llevaban flores o regalos a sus hijos, algunos visiblemente emocionados con la ceremonia, otros aburridos, muchos indiferentes. Para matar el tiempo, algunos recorrían las instalaciones de la escuela de sus hijos, en donde, en el área de bodegas, un par de letreros colocados a la entrada de lo que en algún tiempo fueron seguramente salones escolares, tenían escritos un par de nombres en placas de bronce, que infructuosamente intentaron ser disimuladas con pintura blanca: “Aula Magna Fernando Medina Lúa 1970-1971”, y “Aula Magna Hermenegildo Romo García, 1970-1971”. Dos ex presidentes de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), asesinados en los enfrentamientos que a principios de los años setenta tuvo esa organización con miembros de la Federación de Estudiantes Revolucionarios (la FER). Mientras que niños pequeños jugueteaban en pasillos y las canchas deportivas de la escuela, repentinamente dejaba de escucharse “Love is Blue”, pues el locutor anunciaba el inicio del evento.
La mesa principal estaba integrada por autoridades de la Secretaría de Educación del Estado, por los representantes de la sociedad de padres de familia de la escuela, por el director de la misma, y, por supuesto, por el padrino de la generación 2009-2012. En la presentación de los curriculum de los personajes de ocasión destacaban por su extensión los del funcionario del gobierno estatal y el del padrino de la generación, que eran leídos a todo volumen y grandilocuencia por el maestro de ceremonias. Los asistentes pudieron darse cuenta de que el representante de la Secretaría de Educación no sólo era egresado de la misma secundaria, sino que, además, fue profesor de la misma, abogado durante 20 años de la sección sindical del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), y ahora máximo funcionario de las escuelas secundarias de Jalisco. El padrino de la generación, por su parte, fue presentado también como profesor de esa secundaria, pero sobre todo como miembro del Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, un “compañero comprometido con las causas docentes del profesorado”, y gran amigo del director y del funcionario estatal, con todos los méritos de rigor. Como se sabe, en el extraño mucho educativo mexicano los empleados públicos se transforman sin mucho problema en autoridades, los profesores convertidos en sus propios patrones, los directivos son también los dirigidos, por la magia política dominada por las largas prácticas sindicales del sector. Tras quince minutos de presentación de los invitados, los ánimos estudiantiles parecían abatidos, mientras que los bostezos se expandían silenciosamente por toda la escuela, ante la indiferencia de los invitados principales y del profesor que conducía el evento con el micrófono en la mano.
Abajo, la bestia se veía inquieta pero razonablemente (auto) contenida. Mientras que los birretes bajaban y subían de las cabezas de los estudiantes, muchas togas iban y venían al baño. Los teléfonos celulares estaban pegados a las orejas de muchos, mientras otros más tecleaban frenéticamente SMS quién sabe a dónde. Audífonos colocados discretamente transmitían música a la soledad de las cabezas de los adolescentes, mientras que algunos más intentaban mantener seriamente la atención en las palabras de los que hablaban al público con la solemnidad burocrática acostumbrada.
Durante casi una hora, las autoridades pronunciaron el nombre de varias decenas de niñas y niños ahí presentes, que pasaron a recoger diplomas y reconocimientos sobre una infinidad de concursos, torneos y certámenes en los que habían obtenido primeros, segundos y terceros lugares, los mejores promedios del primero, segundo y tercer año, las menciones especiales por dedicaciones y esfuerzos estudiantiles. Equipos completos de futbol y de voleibol pasaron a recoger sus medallas conmemortivas de torneos estatales y municipales. Uno por uno, las jovencitas y los jovencitos pasaban por su reconocimiento, saludando de mano a cada uno de los 8 integrantes instalados en la mesa del presidium, mientras que los aplausos y gritos de familiares y amigos poco a poco se apagaban al pasar los minutos. A las 11:35 de la mañana (hora y media después de iniciado el evento), las caras de hastío de los adolescentes poblaban con un silencio lúgubre el patio central de la escuela, ante la mirada eufórica y desenfadada de las autoridades.
Luego vinieron los discursos que, como las confesiones, sólo suelen son interesantes para quienes los pronuncian. Así, mientras que algunas profesoras populares entre los estudiantes, los felicitaban por el hecho de terminar sus estudios secundarios, y dos estudiantes del más alto promedio hablaban a nombre de los graduados, agradeciendo a padres, familiares, amigos y autoridades de la escuela su apoyo para conseguir sus metas, el padrino de generación y el funcionario estatal entraban a escena, acaparaban el tiempo y los micrófonos para lanzar sendos mensajes de ocasión para sus ahijados y estudiantes, respectivamente.
El padrino lanzó un largo discurso sobre las bondades de la educación, la importancia del compromiso de los estudiantes con la escuela y con sus padres, el esfuerzo que habían demostrado los adolescentes a lo largo de esos tres años. Mientras que los bostezos se multiplicaban, el profesor y miembro-destacado-del-comité-ejecutivo-nacional-del-sente (como machacaba el conductor del evento), prolongaba su discurso hablando del compromiso social del sindicato, de la entrega y desvelos de los profesores, de los esfuerzos de los directivos de la escuela para sacar adelante a los muchachos. Habló de su reciente viaje al estado de Tabasco, como delegado especial del sindicato en la organización de un foro nacional sobre la calidad de la educación, una “preocupación muy sentida de los maestros y de las maestras mexicanas”, y el único medio para tener “éxito en la vida” según afirmó, mientras se acomodaba la corbata y lanzaba una mirada cómplice al funcionario estatal y al director de la escuela.
Finalmente, llegó el cierre de los discursos al tomar el micrófono el máximo representante de la autoridad educativa de Jalisco. Después de anunciar que dirigiría un mensaje “muy breve” a los asistentes (ya se sabe que luego de esa advertencia lo más seguro es que el de la voz soltará un largo discurso), y de informar que el Secretario de Educación les enviaba una “calurosa felicitación” a los estudiantes de la escuela, el flamante funcionario habló durante casi un cuarto de hora sobre los desafíos que la globalización imponía a los estudiantes zapopanos. “Deben prepararse más que nunca”, les dijo casi en tono de amenaza, “porque ahora ya no compiten entre ustedes mismos, o con otros estudiantes de Guadalajara o de México, sino que también compiten “con estudiantes chinos, hindúes, canadienses, españoles o africanos”, es decir, “con estudiantes de todo el mundo”. Por eso deben tener “mejores competencias, más habilidades, mejores capacidades, para enfrentar los desafíos”. Mientras que muchos estudiantes proseguían con esa forma silenciosa de protesta que son los bostezos y la somnolencia, y otros apenas entendían a que se refería el funcionario con eso de competir con vietnamitas o croatas por quien sabe qué cosas, el funcionario, enredado en su propia retórica, terminaba su discurso solicitando a los para ese entonces ya cansados asistentes un aplauso para los directivos, los profesores y los estudiantes de la escuela.
Dos horas y media después de iniciado el evento, la ceremonia había concluído. Mientras que las mamás y los papás pasaban a recoger las boletas de calificaciones y los certificados de secundaria de sus hijos, las autoridades conversaban y se tomaban fotos entre ellos, posando para la inmortalidad de las tecnologías digitales. Los graduados, por su parte, se dispersaban por el espacio de la escuela, algunos formando pequeños grupos, otros paseando su soledad por los pasillos y las aulas de la escuela. Uno de ellos llevaba en la mano un pequeño rollo de papel amarillo, que abrió con cuidado. Era el regalo que el padrino de la generación obsequió a sus ahijados (“con aprecio”), un pergamino amarrado en un barato pero pretendidamente elegante y fino cordón dorado, con un mensaje titulado Persistiré hasta alcanzar el éxito, que encabezaba un par de párrafos llenos de palabras y frases como “triunfo”, “carácter indomable”, “voluntad férrea”, “superar obstáculos”, “enfrentar desafíos”. La moralidad del éxito a pesar de uno mismo, en palabras de uno de los autores de cabecera del mismísimo padrino: Og Mandino. La fiesta, o el sueño, o la pesadilla, o lo que sea, había terminado, mientras sonaba otra vez una canción de Ray Conniff.

Thursday, July 19, 2012

Sonidos de música impura



Estación de paso
Sonidos de música impura
Señales de humo, Radio U. de G., 19 de julio, 2012.
Adrián Acosta Silva
Ahora que muchos de los héroes sobrevivientes del rock comienzan a pasar la dilatada frontera de sus propios años setenta, quizá sea momento de recordar que todos ellos fueron jóvenes y que, mirados desde algún balcón de los años sesenta, representaban, hace medio siglo, la música del futuro. Hoy, por supuesto, los Rolling Stones, los Beatles, Pink Floyd, Bob Dylan, Deep Purple, The Who, Led Zepelin, Jethro Tull, The Doors o Jefferson Airplane, encarnan ya, con menor o mayor intensidad, la música del pasado, esos sonidos que habitaron la sensibilidad cultural de la segunda mitad del siglo XX, y que forman parte importante de cierta educación sentimental de algunos de nosotros.
Muchas aguas han corrido bajo los generosos puentes creados por estos músicos. Intérpretes de tiempos cambiantes y difíciles, irrumpieron en el clima cultural y político occidental con guitarras, bajos, teclados, baterías y trompetas que acompañaban letras desafiantes, ritmos nuevos, voces que representaban la insatisfacción de muchos jóvenes con el mundo que les tocó vivir. Con más intuición que conocimiento, el rock era para ellos una forma específica de rebeldía, la expresión de cierto malestar con la cultura (Freud dixit), que se organizaba en letras y ritmos de origen bastardo en torno a temas como la sexualidad, la crítica a la violencia y a la política, la defensa por las libertades culturales de las nuevas generaciones, la legitimidad de la estética juvenil, que incluía el disfrute del ocio, la expansión de las puertas de la percepción, la importancia de los paraísos artificiales. Freud, Huxley, Ezra Pound, Baudelaire, Dylan Thomas, Marcuse, Marx, Flaubert, Henry James, forman parte de los autores que una generación hizo suyos, y que sirvieron en muchos casos para producir un lenguaje público novedoso, creativo y desafiante. El otro gran afluente del rock provino de las formas populares de poesía originarios del delta del Mississipi, en el sur profundo norteamericano: el blues de Robert Johnson, de Muddy Waters, de Howlin´ Wolf, de Elmore James, de B.B. King, fue la música de la adolescencia de quienes luego estallarían como los grandes héroes del rock.
Pero aunque muchos de los rockeros eran jóvenes, no todos los jóvenes eran rockeros, una obviedad que se suele olvidar cuando se habla del rock como fenómeno sociocultural. Quienes lo disfrutaban, además, no eran todos los jóvenes, sino jóvenes de segmentos específicos: clase media urbana, hijos de obreros industriales, baby boomers nacidos hacia finales de la segunda guerra mundial. Se trataba de un movimiento nacido en los barrios industriales de Londres, de Manchester o de Liverpool, de los suburbios de Nueva York, San Francisco o Los Angeles, producto de la transición de la música rural a la música urbana que acompañó el cambio social de una época de crisis a una de prosperidad, de crecimiento económico, de democratización política y expansión educativa, que explican la incubación de un nuevo espíritu de época. Para decirlo en breve: en gran medida, las bases culturales que explican el florecimiento del rock son impensables sin hablar de las bases materiales que hicieron posible el surgimiento de nuevas sensibilidades.
Hoy, muchas de las frases que mostraron el carácter irreverente del rock se han vuelto lugares comunes. “Nunca confíes en los mayores de 25 años” se ha convertido justamente en lo contrario: “Nunca confíes en nadie menor a los 25”. La célebre “Amor y paz”, y su expresión con los dedos medio e índice, nacida entre los aromas del incienso y la mota del Flower Power en San Francisco, es usada hasta por los políticos más conservadores e ignorantes, como, por ejemplo, George W. Bush o nuestro inefable Vicente Fox. La parafernalia del rock, de la psicodelia a la protesta política, se ha convertido en material de uso común de la mercadotecnia, la publicidad y el consumismo en forma de refrescos, autos deportivos, ropa, calzado, perfumes, computadoras y teléfonos inteligentes. La metamorfosis del género bajo los códigos de hierro de la sociedad de consumo del capitalismo, no eliminó, sin embargo, el veneno bajo la piel rockera. Tom Waits, Nick Cave, John Meyers, The Strokes, Jack White, Amy Winehouse, Mark Lanegan, forman parte de los músicos que continúan produciendo el sonido y las letras eclécticas provenientes de las aguas profundas del rock.
Cantantes, compositores y músicos de varios géneros rockeros auguraban vida eterna al rock (“El rock nunca morirá”, sentenció con seguridad envidiable a finales de los setenta un entusiasmado Neil Young). Pero si vemos con cierto detenimiento los rostros y figuras de Dylan, de Eric Clapton, de Paul McCartney o de John Mayall tendremos por seguro que el rock no es la fórmula de la juventud eterna. Forever Young es un buen himno de la época, un culto a la juventud como un problema de actitud, más que como un problema cronológico, aunque, bien visto, el mito de la juventud eterna esté asociado más a la figura trágica de Drácula (condenado a vivir eternamente joven) que a la figura crápula de Keith Richards (víctima o sabio de todos los excesos imaginables). De cualquier modo, el legado del rock forma ya parte de los haberes de la cultura occidental, un legado que se diluye y confunde con la música contemporánea, una herencia bastarda, impura, capaz de producir una sonoridad que ha tenido efectos meta-generacionales díficiles de comparar.

Wednesday, July 04, 2012

¿Regreso al futuro?

Estación de paso
¿Regreso al futuro?
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 5 de julio de 2012.

Para muchos, el regreso del PRI a la Presidencia de la República tiene cierto aire de familia con una incómoda sensación de regreso al futuro. Para algunos, incluso, se trata de lidiar con el riesgo de una típica restauración autoritaria. Pero bien visto, el retorno del PRI es un poco más complejo de lo que se puede mirar a primera vista, cuando aún se están contando los votos y llenando las actas electorales. Por sus actores y protagonistas, por el discurso del ganador, por la parafernalia que rodea al vencedor en turno, todo apuntala la impresión de que el triunfo electoral que obtuvo la coalición centroderechista entre el PRI y el Partido Verde sobre la izquierda lópezobradorista y sobre la derecha panista, significa que el partido histórico del siglo XX mexicano vuelve al poder presidencial con tradiciones y novedades, con la carga de prácticas, de rutinas y de mecanismos de gestión política que nunca ha abandonado desde su despedida de Palacio Nacional en julio del año 2000, pero también con un sistema político y una sociedad que, en más de un sentido, ya no es la misma de los años noventa.
Doce años después las cosas han cambiado de manera importante, y las biografías de las personas revelan, en parte, esos cambios. El Presidente electo tenía 34 años cuando el PRI se despidió de Los Pinos y se convirtió en la primera fuerza de oposición política nacional. Seis años después, a sus cuarenta, vio como su partido era lanzado al tercer lugar de los resultados electorales cuando su candidato, Roberto Madrazo, terminó hundiendo al PRI a nivel nacional y en muchas entidades y municipios a índices históricos de baja aceptación política entre los ciudadanos, mientras que la derecha y la izquierda política mantenían una encarnizada lucha por los primeros lugares electorales. Como muchas fuerzas políticas priistas en las escalas estatales y locales, el priismo de Peña Nieto se guareció de los efectos de las derrotas electorales en sus enclaves regionales, ganando elecciones locales y estatales. Su triunfo como Gobernador en el Estado de México en el año 2005, significó resistir, desde el oficialismo local, los sinsabores y penurias de ser parte de la oposición política nacional al oficialismo panista, primero con el foxismo, y luego con el calderonismo. Al igual que el PRD, esa ventaja competitiva le significó construir una cabeza de playa para los procesos electorales que se desarrollarían en 2009 y, ahora, en el 2012, y que le significarían no sólo la supervivencia política, sino también, como atestiguan las cifras electorales correspondientes, el crecimiento notable de su fuerza política nacional.
EPN representa las transformaciones y transfiguraciones de la identidad política priista crecida bajo el abandono de las ideas de la Revolución mexicana, del entierro del discurso del nacionalismo revolucionario, y de la idea misma del Estado como agente de cambio. Nacido en 1966 en Toluca, tenía solo 5 años cuando ocurrió el festival de Avándaro y moría, en París, Jim Morrison; cuando cumplió la mayoría de edad estalló la crisis de la deuda que llevó al país a la década perdida. Siendo un joven estudiante universitario veinteañero se enteró de la fractura en su partido el PRI, que posteriormente conduciría a la rebelión cívica de 1988, cuando el Frente Democrático Nacional, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, estuvo a punto de arrebatar la presidencia a Carlos Salinas de Gortari. Años después, a sus 28, miraría el asesinato del candidato presidencial del PRI en Lomas Taurinas, en Tijuana. Egresado como abogado de las aulas de la Universidad Panamericana (una universidad privada de élite), y con una maestría en administración cursada en el Tec de Monterrey (la joya de la corona del mercado de la educación superior privada), el hoy presidente electo simboliza muy bien cómo una buena parte de la clase política priista decidió cambiar muchos de sus viejos hábitos y preferencias para tratar de adaptarse a redes sociales y políticas diferentes, en un entorno político más competido y hostil al propio priismo.
Los priistas de hoy ya no hablan de nacionalismo sino de cosmopolitismo, elogios al libre comercio y a la globalización. Hoy suelen formarse en universidades privadas y no públicas. Hoy como ayer, se sienten cómodos nadando en las aguas discursivas del populismo, una ideología cuya principal virtud es la ambigüedad, y de la cual suelen beber en sorbos generosos según sea el tiempo, los temas y las circunstancias. Son capaces de presentarse como una fuerza política que algo aprendió de sus años como oposición política nacional, que reconoce que no pueden volver a gobernar a México como lo hizo el PRI en sus años dorados, y que el presente político mexicano es considerablemente más complejo al que enfrentó ese partido en los años largos del desarrollismo de los setenta, al que le siguió la crisis y el ajuste estructural de los ochenta y noventa, y que hoy debe enfrentar los déficits y saldos negros acumulados pacientemente por el panismo en los tiempos del estancamiento fúnebre de la primera docena de años del siglo XXI.
Dicen que la biografía de las personas encarna de cierta forma la biografía de las sociedades. El nuevo presidente refleja de algún modo esas transformaciones, sus circunstancias, sus limitaciones e imposibilidades. Por ello, quizá más que un regreso el futuro –como se titula aquella popular película de Robert Zemeckis, de 1985-, el retorno del PRI a Palacio Nacional es la señal de que los partidos políticos, como las personas, quizá puedan ser capaces de sacar juventud de su pasado (como aconsejaría a los nostálgicos la poesía vernácula del Lic. Jiménez), para intentar legitimarse como la colección de imágenes de un pasado irreconocible y, las más de las veces, impresentable.

Wednesday, June 20, 2012

¿Consolidar la democracia?



Estación de paso
¿Consolidar la democracia?
Señales de Humo, Radio U. de G., 21 de junio, 2012.
Adrián Acosta Silva

Las coyunturas electorales son una buena oportunidad para realizar un balance de los déficits, los logros y las incertidumbres que tenemos como sociedad y como país. Más allá de música sosa de las campañas, de las propuestas, ocurrencias e inspiraciones de los partidos y sus candidatos, los procesos electorales son ventanas adecuadas para tratar de entender lo que piensan o interpretan parte de nuestras elites políticas. En este contexto, mirar más allá, antes y después, de las elecciones federales y estatales de este año, es siempre un ejercicio interesante para confirmar que hay vida más allá de los rituales electorales. Y para mirar con cautela y prudencia esos momentos, es pertinente contar con visiones lo más objetivas o precisas posibles de los problemas que enfrenta nuestro país desde hace varios años, y qué tipo de perspectivas se proyectan hacia un futuro que desde hace tiempo ya no es lo que solía ser. En un momento donde abundan los vendedores de soluciones en busca de problemas, es bueno tener a la mano textos que definan los problemas antes que ofrecer soluciones.
El libro “México 2012. Desafíos de la consolidación democrática”, coordinado por Lorenzo Córdova, Ciro Murayama y Pedro Salazar, es un texto inusual para la temporada que corre. Publicado por la editorial Tirant Lo Blanch este 2012, se desarrollan 19 temas por 25 autores en un formato breve y ágil en torno a los asuntos torales, críticos, del desarrollo nacional. En un contexto electoral donde han sido publicadas ya muchas obras dedicadas a los más diversos públicos y fines, este libro se distingue por ofrecer distintas miradas en torno un objeto central, explícito, de los autores convocados en el libro: los desafíos de la consolidación democrática. Es, por supuesto, un tema general y ambicioso, no exento de cierta ambigüedad, pero que permite ordenar y colocar en perspectiva los problemas de la estructura política y de políticas públicas de la sociedad mexicana. Es un esfuerzo intelectual que aspira a mirar más allá del 1 de julio, desde una ventana que está anclada en un presente problemático, en donde el pesimismo, el escepticismo y los malhumores públicos y privados, suelen cancelar o inhibir cualquier empresa de discusión y debate.
Un rasgo agradecible de la obra es que se trata de reflexiones breves, puntuales, que en un lenguaje claro caracterizan los problemas, los analizan y perfilan agendas para su abordaje. De la educación al medio ambiente, de la seguridad pública y la lucha contra el narcotráfico a la ciencia y la tecnología; de los derechos de la infancia a los problemas del envejecimiento de la población; desde los problemas públicos vistos desde un enfoque de género, hasta los problemas de la discriminación, pasando por la revisión de los problemas del modelo económico, la salud o el laicismo, los temas, problemas y agendas configuran una visión desde la cual la joven democracia mexicana enfrenta numerosos riesgos y oportunidades.
Uno de los supuestos implícitos del texto es que la política y la democracia tienen límites e imposibilidades. Es decir, los indudables y no menores logros democratizadores del régimen político mexicano observados en los últimos años, no aseguran automáticamente que los problemas que habitan la agenda del futuro de corto y mediano plazo del país serán resueltos de manera efectiva. Por el contrario, lo que hemos observado es que el desempeño de la democracia mexicana realmente existente ha sido muy pobre. La acción pública surgida en el contexto de la democratización política suele ser contradictoria, insuficiente e incierta, tanto a nivel federal como a nivel estatal o municipal. No crecemos económicamente, las políticas medioambientales suelen ser poco adecuadas frente a la magnitud de los problemas, la educación sigue siendo una catástrofe silenciosa y ahora escandalosa, nuestras ciudades se han vuelto muestras elocuentes de problemas cotidianos de coordinación y cooperación, derivados de las fallas del mercado o de las fallas del estado. En esas circunstancias, los desafíos de la consolidación democrática tienen que ver con la posibilidad de que la política produzca resultados cooperativos y no necesaria ni exclusivamente efectos conflictivos.
Los temas y problemas que son abordados en el texto apuntan a una verdadera agenda política y de políticas públicas de carácter nacional. Se trata de cuestiones que, de no ser abordadas de manera adecuada y con una perspectiva estratégica sobre el futuro, pueden actuar como bombas de relojería colocadas sobre las bases materiales, económicas y culturales de la democracia mexicana. La revisión del modelo económico que produce los inaceptables niveles de desigualdad y pobreza que caracterizan a nuestro país, el funcionamiento de la escuela pública, las políticas de seguridad pública, de seguridad alimentaria, del Estado laico, la ciencia y la tecnología, los derechos humanos o la reforma penal, son asuntos cruciales del contexto en que funciona la política y la democracia mexicana. Para decirlo de otro modo: la fortaleza y sustentabilidad de la democracia no puede mantenerse mucho tiempo en un entorno permanente de pobreza, desigualdad y deterioro de las condiciones materiales, sociales e institucionales de nuestra vida pública. Ahora que el clima electoral nos abruma con urgencias, palabras e imágenes, no está de más revisar las implicaciones de los problemas estructurales de la democracia mexicana que amenazan su propia supervivencia.

Wednesday, June 06, 2012

No es país para jóvenes



Estación de paso
No es país para jóvenes
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 7 de junio de 2012

Como ha sido reconocido desde varios frentes y posiciones, las manifestaciones que miles de jóvenes han protagonizado recientemente bajo el título “#Yosoy132”, han logrado sacar del sopor y el bostezo a las campañas electorales. De manera ambigua, desordenada y espontánea, esos miles han logrado acaparar la atención y hasta la fascinación de muchos, mientras que para otros siguen siendo una incógnita respetable, y para los de siempre un movimiento que es sospechoso, cosas con las que hay que andarse con cuidado. No hay una reacción unánime de aprobación o de rechazo a un movimiento que se inició como antipriista, antimediático y antipolítico, para transitar hacia una pluralidad inevitable de posiciones, intereses y expectativas.
Quizá hay que mantener una actitud respetuosa y prudente frente a esas movilizaciones, una suerte de “escepticismo democrático” respecto a su significación y alcance. Estas son mis razones:
1. Son una mezcla renovada de ciudadanía y juventud. Estos jóvenes de universidades públicas y privadas están ejerciendo el derecho constitucional a la libre manifestación de las ideas y a la libre asociación. Es decir, forman la mezcla novedosa de un hábito cívico que se ha consolidado desde hace décadas en México, y cuya importancia se ha diluido en la normalidad de muchas rutinas políticas.
2. Son estudiantes universitarios. En la tierra de las desigualdades, estos jóvenes son sólo una parte pequeña de un más amplio contingente de jóvenes mexicanos. Hay que recordar que solo 3 de cada 10 jóvenes llegan a estudiar en las universidades. En otras palabras, estamos en presencia de un sector privilegiado de la juventud del país, de orígenes sociales medio y alto, institucionalmente diverso y socioculturalmente complejo.
3. Expresan un malestar profundo y confuso. Como muchos jóvenes en el pasado, estos muchachos y muchachas protestan porque lo que hay no les gusta. Están inconformes con la política, con los partidos, con los medios de información. Algunos están en contra del neoliberalismo, de la globalización, del desempleo, de la pobreza. Otros están contra la corrupción, contra el IFE, contra la guerra al narcotráfico del calderonismo. Aunque empezaron como una expresión anti-peñista en un acto de la Universidad Iberoamericana, ahora se han extendido sus demandas, sus fobias y exigencias, como suele ocurrir con muchos movimientos sociales.
4. Del movimiento a la organización. Muy rápidamente han pasado de la manifestación a la organización. Están planteando agendas, promoviendo la discusión de ideas, haciendo llamados a la movilización de otros sectores. Como otros estudiantes en otros tiempos y contextos, estos miles de jóvenes deberán pasar la prueba del ácido de toda forma de acción colectiva: transitar de la denuncia a la propuesta, de la movilización a la organización. El largo camino del aprendizaje político democrático se abre frente a ellos, con sus riesgos y oportunidades. “El infierno son los otros”, la clásica frase de Jean Paul Sartre, flota en el ambiente.
5. México no es país para jóvenes. Yeats (el poeta irlandés), lamentaba desde los años treinta del siglo pasado el hecho de que Irlanda, su patria, no era un país para viejos (“Navegando hacia Bizancio”). Pero en México, desde hace tiempo los jóvenes son el sector más olvidado de la política y de las políticas públicas. Forman parte de un contingente de más de 9 millones de jóvenes de entre los 19 y los 24 años de edad, cuya enorme mayoría no tiene acceso a la educación media superior o superior, y cuyas condiciones laborales gravitan entre la precariedad, la informalidad y el desempleo. Ni las políticas educativas ni las políticas laborales, de salud y seguridad social, han sido capaces de implementar acciones que aprovechen esta porción de la población que forma parte del bono demográfico mexicano, ese enorme capital humano que se nos está diluyendo entre las manos.
6. El riesgo de la auto-complacencia. Confieso que suelo caer en un profundo estado de coma cuando algún o alguna joven comienza o termina su discurso haciendo un elogio a los jóvenes. El auto-elogio de los jóvenes a los jóvenes forma parte de viejas prácticas de autocomplacencia, de autopromoción de su condición vital como símbolo de pureza, de verdad, de autoridad moral, de futuro. Algunos dirán que ello forma parte de los excesos de su propia juventud. Sin embargo, como señalaba cautelosamente en su columna el escritor Guillermo Fadanelli, habría que recordar a los jóvenes que el futuro no sólo les pertenece a ellos, sino también ”a los viejos y a los perros” (“Vaqueros de mediodía”, El Universal, 4/06/2012).
Con estos puntos, y con las reservas de ley, me parece que el movimiento de los #Yosoy132 es una manifestación inesperada de las aguas profundas que subyacen a la larga transición política mexicana, la expresión de los déficits de representación política que se han acumulado en el funcionamiento de nuestra joven y claramente insatisfactoria democracia, los gritos de protesta provocados por un régimen de exclusión social y económica que termina por hacer de los jóvenes de hoy individuos con un presente incierto y un futuro imposible. En otras palabras, el movimiento es un reclamo democrático legítimo por el presente y el futuro del país. El sonido, el escenario y los actores huelen a un espíritu generacional que hace tiempo no se paseaba por estos rumbos.


Wednesday, May 23, 2012

"Un tren a la utopía"


Estación de paso
“Un tren a la utopía”
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 24 de mayo de 2012.

Así se titulaba un breve relato del escritor Rafael Pérez Gay, publicado hacia finales de los largos y convulsivos años ochenta del siglo pasado. Escrito entre las cenizas del desencanto y la crisis económica, ese relato nos mostró a muchos no sólo el talento de un escritor afilado e irónico, sino nos recordó como la vida cotidiana, incluyendo la política, también está impregnada en ocasiones de fantasías y deseos que tienen que ver con el viejo hábito de la utopía, ese esfuerzo por encontrar algún sentido de escape a la asfixiante sensación del presente continuo que suele gobernar la vida de las personas y de las sociedades.
Hoy que experimentamos los vaivenes de las campañas electorales, vuelven a renacer los reflejos utópicos y distópicos (es decir, anti-utópicos), en que los humores públicos suelen tener comportamientos contradictorios, y cuyas expresiones van desde el activismo más furioso hasta la apatía más fúnebre. Entre estos extremos, una variedad de comportamientos sociales se extiende por todo el paisaje público, y esa variedad habla bien de la pluralidad y diversidad que caracterizan a la sociedad mexicana del siglo XXI. A estas alturas, ni el pensamiento único, ni el fin de la historia o de las ideologías, han logrado disipar la diversidad irreductible de las sociedades contemporáneas, por más que publicistas profesionales o de ocasión insistan en la existencia de proyectos únicos de continuidad, de diferencia o de cambio en las arenas político-electorales.
Estos son tiempos en que los activistas más rabiosos despotrican contra aquellos que no se mueven ni se entusiasman con sus denuncias y arengas. Y estos, a su vez, no comprenden muy bien que urgencias y ansiedades dominan el ánimo de los activistas. Por supuesto, entre estos conglomerados existe una variedad de ciudadanos que cubren todos los matices de la participación y la no participación política o social, desde aquellos cuyo interés en las cuestiones políticas es poco o nulo, hasta aquellos que están al tanto de los últimos chismes del espectáculo político. Economistas, sociólogos y politólogos de muy diversas escuelas (desde Albert Hirschmann hasta Jon Elster) han analizado esta diversidad y comportamientos con teorías interesantes.
Una dimensión importante de esas formas altamente institucionalizadas de acción colectiva que son los procesos electorales contemporáneos, es el papel que juegan las motivaciones, las ideas y las expectativas en el ordenamiento de las preferencias y percepciones de los ciudadanos respecto del pasado, el presente y el futuro. En realidad, nadie sabe muy bien qué es lo que piensan y creen los ciudadanos respecto de un montón de cosas, entre ellos, de la relación entre los candidatos, los partidos y sus programas y propuestas. Sin embargo, es razonable suponer que existen patrones de comportamiento cívico que corresponden a cierta afinidad electiva con imágenes, programas o carismas de los candidatos y partidos en competencia.
Entre estos patrones es posible advertir algunos mecanismos que parecen explicar las decisiones de los ciudadanos. El rechazo o las fobias hacia ciertos personajes y partidos, o la idea de que es bueno que haya alternancia y cambio en el oficialismo político, o de que hay proyectos y apuestas que corresponden más a los deseos y creencias de las personas, forman parte de los mecanismos en los que el cálculo racional, el hartazgo, o el viejo método del tanteo van dando forma a las decisiones inevitablemente individuales que tomarán los ciudadanos a la hora de votar. Por supuesto, a estas alturas, muchos indecisos quizá ya tomaron la decisión de no votar, o de elegir alguna de las propuestas, o de plano mandar al diablo a los partidos y a los candidatos. Otros más ya han tomado esta decisión desde antes, con argumentos más o menos elaborados.
Sin embargo, la idea de que es posible cambiar el actual estado de cosas, o de que es mejor continuar con el camino emprendido, forman parte del viejo hábito humano de crear o de creer en utopías. Las utopías políticas contemporáneas –vale decir, las que nacen desde la visión de Tomás Moro en su texto clásico, publicado en 1516- juegan ese papel de herramientas para la construcción de una sociedad que no está en otro tiempo sino en otro lugar, y que es una sociedad no perfecta sino realista, no imposible sino probable. Ese viejo hábito forma parte de las aguas profundas de la política, más allá de los partidos, de las campañas y de los jingles electorales, y explica la seducción que ejerce en distintos tiempos y lugares.
Quizá por ello, o contra ello, el viejo tren de la utopía vuelve a aparecer en el horizonte. Un tren empolvado, humeante, un tanto oxidado, pero fascinante para quienes quieren creer que la política es algo más que pura corrupción o cinismo, simulación, desencanto e hipocresía. En cualquier caso, ya sea para mirarlo o para subirse a él, más vale esperarlo sosteniendo a la mano una cerveza fría, indispensable para mirar con otros ojos y ánimo lo que pasa bajo el sol a plomo que aplasta por estos días el clima electoral.

Wednesday, May 09, 2012

La política como espectáculo


Estación de paso
La política como espectáculo
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 10 de mayo, 2012.

La naturaleza de la vida política, si es que hay alguna, consiste en la búsqueda cíclica de acuerdos, en la negociación de los conflictos, en el tratamiento de los asuntos públicos para definirlos como decisiones de problemas y el diseño de soluciones posibles. Este es, diríamos, el núcleo duro de la política antigua y moderna, la que cautivaba la atención de los filósofos griegos o la que suscita los estudios de politólogos contemporáneos. Más allá de eso, hay enormes diferencias entre la manera en que los antiguos lidiaban con la acción política, y las formas en que los modernos enfrentan a la política y sus demonios.
Más de 2 mil años separan la vieja distinción entre las formas buenas y malas de gobierno que identifican los filósofos griegos, y los métodos comparativos para analizar partidos y sistemas de partidos, ciudadanías, problemas de gobernabilidad y satisfacción con el desempeño político de los modernos. La vieja Ágora ateniense, que significaba el espacio público de discusión de los asuntos colectivos, se ha transformado en el circo de varias pistas en que se ha convertido la vida política contemporánea. Esa distancia es la que separa las supuestas o reales formas de democracia directa del pasado remoto, con las formas de las democracias representativas que hoy dominan en todas las sociedades, luego de las tres, cuatro, cinco olas de democratización que han caracterizado la vida política mundial en los últimos cuarenta años, según diría el finado Samuel Huntington, y en las que nunca hay que perder de vista la resaca que les ha acompañado de manera inevitable.
Los políticos contemporáneos y los partidos a los que pertenecen, forman parte de un espectáculo que a fuerza de repetirse termina por volverse frecuentemente inocuo, aburrido o predecible. Si a eso se añade que en los últimos años, la relación entre democracia y bienestar social no parece tener vínculos productivos, la cosa se pone un poco peor. Los políticos saben que son actores de un repertorio limitado, que ejercitan rutinas probadas, que juegan con máscaras y rituales tan viejos como un paisaje de Los Cárpatos. En alguna medida, sus discursos esconden prácticas donde la farsa, el drama o la comedia son géneros de rigor. Levantan la voz por aquí, anuncian compromisos por allá, denuncian cosas por acá, prometen cambios por todos lados. De lo que se trata es de mostrar seguridad, el empleo de retóricas apantallantes, de mostrarse enterados de todos los problemas públicos, y, sobre todo, de que traen en el maletín, en el Ipad o algún smartphone, un amplio repertorio de soluciones en busca de problemas, de recetas a la caza de enfermedades, en donde siempre hay que incluir aceites de serpiente para curar todo tipo de males.
Los candidatos son vendedores de ilusiones. A veces, ilusionistas químicamente puros, que con la ayuda de consejeros y lisonjeros profesionales pueden ofrecer fantasías instantáneas, crear grandes expectativas, procurar apoyos grandes y pequeños, prometer mejoras discretas o espectaculares. Un buen político puede ser capaz de mentir con la frente en alto, ser un maestro de la ambigüedad, pero también capaz de ofrecer verdades en dosis reducidas. En la acumulación de una considerable variedad de máscaras de ocasión y con la confección de discursos todo-terreno, los profesionales de la política suelen transitar de una pista a otra, de un público a otro, siempre bajo la presencia ubicua de la incertidumbre, del riesgo, de pronunciar palabras inapropiadas en el contexto inadecuado, de exhibir debilidades en momentos críticos, de exponerse a las siempre impredecibles combinaciones entre la virtud y la fortuna a las que se refería el viejo Maquiavelo.
Pero la política y los políticos no sólo son parte de la sociedad del espectáculo. También hay, en ocasiones, el loco brillo del diamante que ha atraído la atención de todas las sociedades en todos los tiempos. Ese brillo consiste en que la política puede también ofrecer la posibilidad de articular visiones optimistas sobre el presente y el futuro, de organizar esfuerzos colectivos, de volver inteligible y hasta transformable una realidad común. Sus discursos y actores, sus rituales y gestos, pueden hacer reconocible el hecho de que la política, a veces, se vuelve el arte de lo posible; de que la acción política puede también incluir la honestidad intelectual, la ética de la responsabilidad, y la claridad de ideas entre los recursos que pueden incluirse en el repertorio de la vida política contemporánea. Estas virtudes son flores exóticas y delicadas, como suelen ser las flores en el desierto.
Los debates, escaramuzas verbales y pleitos a secas que hemos visto en las últimas dos semanas muestran cómo lo predecible y lo inocuo pueden llegar combinarse con pequeñas dosis de inteligencia, y la confirmación de que, aunque usted no lo crea, los políticos, a veces pueden tener ideas interesantes. Entre las cenizas francesas del debate Hollande-Sarkozy, que ayudó a definir a ganadores y perdedores este fin de semana, los ecos del ejercicio local del debate entre nuestros aspirantes a gobernador de la semana pasada, o el ejercicio mediático que presenciamos el domingo por la noche entre los aspirantes presidenciales, es posible advertir pálidamente el brillo seductor que la política puede traslucir en la oscuridad. Para los que miramos el espectáculo desde este lado del gran río del escepticismo, la política nos recuerda que es, a pesar de todo, con su brillo ocasional -o su “sombra blanquecina”, diría Procol Harum-, el único instrumento que tenemos para tratar de cambiar las cosas.