Thursday, January 19, 2017

Bauman: la experiencia líquida

Estación de paso

Bauman: la experiencia líquida

Adrián Acosta Silva

(Campus, 19/01/2017)

La semana pasada Roberto Rodríguez y Humberto Muñoz publicaron oportunamente en Campus sendos textos en torno a la trayectoria y obra del recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017). Se trata del último de los intelectuales crecidos y madurados en el contexto político, económico y cultural del siglo XX, esa generación que experimentó en carne propia los horrores de las guerras, el ascenso y caída de los totalitarismos, la construcción de los grandes estados sociales europeos y de los relatos exitosos sobre el bienestar, la justicia y la igualdad; pero es también el último de los grandes teóricos postmarxistas que atestiguaron la crisis de legitimación del capitalismo, el desgaste de las democracias liberales y representativas de los años setenta y ochenta, el ascenso del paradigma neoliberal como modelo dominante de gestión de las crisis económicas, y las secuelas de la globalización del capitalismo de casino que gobierna las economías y las sociedades nacionales desde los años noventa y las primera década del siglo XXI.

El concepto clave de la monumental obra de Bauman, con el que intenta explicar y actualizar la sensación de que “todo lo sólido se disuelve en el aire” (que enunciaran originalmente en el Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels a mediados del siglo XIX), es el de la “modernidad líquida”. Se trata de esa vaga experiencia surgida entre los escombros de la crisis del Estado de bienestar, la reorganización radical del mundo del trabajo, el ascenso imparable de la globalización, las crisis de gobernabilidad de las democracias, y la aparición de nuevos actores, intereses y orientaciones en el escenario mundial. Y con todo ello, la complicada mezcla de contradicciones, tensiones e incertidumbres sobre el presente y el futuro social del capitalismo y de las civilizaciones. El nuevo actor, el que más le interesó a Bauman en los últimos años de su vida y de sus obras, es el del “precariado”, ese enorme contingente de perdedores netos de la globalización, pero que es un “actor” sumido en el anonimato, sin voz y sin peso político específico, poco representado por sí mismo y difícilmente representable por otros, y entre cuyas filas destacan los miles de migrantes que desde África, Asia o Latinoamérica emprenden rutas suicidas hacia Europa o hacia los Estados Unidos, pero también aquellos que parecen condenados a sobrevivir por tiempo indefinido entre los pantanos del desempleo, el subempleo y los bajos salarios en las propias sociedades locales.

Extraños llamando a la puerta (Paidós, 2016) es la última de las obras escritas por Bauman y que trata justamente del tema migratorio y sus efectos en Europa y en el capitalismo occidental. En una entrevista publicada un día antes de su fallecimiento (La Vanguardia, Barcelona, 9/01/2017), el sociólogo afincado desde 1972 en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, delineaba en grandes trazos dos problemas “compatibles y no excluyentes” que parecen dominar las crisis globales: la precarización y la migración. El desvanecimiento de las certezas vitales y económicas, el debilitamiento dramático del sentido mismo del largo plazo de la vida de millones de individuos tanto de las sociedades pobres como de los estratos sociales de ingresos bajos y medios, en virtud de las nuevas formas de regulación laboral, la pérdida de las redes de cohesión de los espacios públicos, la ruptura de las formas institucionales que proporcionaban seguridad, sentido de pertenencia e identidad, han incrementado la desigualdad, los comportamientos anómicos, el individualismo y el consumismo más feroz.

Contra las corrientes dominantes de la época, Bauman alertaba que las redes sociales son una forma de despolitización, la expresión más ruidosa y espectacular de la desigualdad y la pérdida de sentido de comunidad. Ello explica en parte el surgimiento de los nuevos populismos de derecha e izquierda, el ascenso de personajes como Donald Trump, “el candidato perfecto de la era viral”, en un mundo gobernado no por razones y argumentos sino por “emociones fuera de control, compartiendo lo que viene del inconsciente, odio, miedo a los otros, ira”. Su discurso es “exactamente lo que la gran mayoría del precariado y las antiguas clases trabajadoras querían oír, habiendo sido ignoradas durante muchos años, traicionadas, desposeídas y frustradas por un partido en el poder tras otro”.

Las crisis políticas occidentales son expresiones desorganizadas de la erosión acelerada de la confianza en la representación y en los liderazgos tradicionales. “Ahora ocurre el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino incapaces. El matrimonio entre poder y política en manos del estado nación ha terminado” (El País, 10/01/2017). En ese contexto, trenes y barcazas, vallas y muros, el regreso de los discursos del odio, hambre y desolación son las imágenes que pueblan extensas zonas del paisaje europeo y mundial. La desarticulación vertical y horizontal de los individuos y de sus grupos de referencia parecen explicar la confusión, la desesperación y la ausencia de oportunidades para los cerca de 200 millones de individuos que se trasladan en condiciones inhumanas de un lugar a otro, sea por causa de las guerras, del cambio climático o de la pobreza ancestral. Pero es también la sensación de amenaza y de miedo de muchos ciudadanos de perder su seguridad, sus valores y condiciones de bienestar lo que explica la reacción de bloquear la entrada a esos millones de personas que tocan cada vez más las puertas de sus casas. En esa vida líquida, las personas navegan a la deriva “en busca de un ancla”, afirma Bauman en su último libro, y ello parece explicar el retorno de los hombres o las mujeres “fuertes” en la arena política, por encima de partidos, ideologías o programas. Ese es el turbulento paisaje en el cual la muerte alcanzó al gran pensador polaco a sus 91 años, mientras dormía plácidamente en su casa de Leeds, junto al río Aire, en West Yorkshire, Inglaterra.