Wednesday, December 23, 2015

Los Lobos: una base pesada de blues




Los Lobos: una base pesada de blues

Adrián Acosta Silva

Gates of Gold (429 Records, 2015) es el más reciente disco lanzado por Los Lobos, el grupo de rock nacido en 1974 en el lado este de la ciudad de Los Ángeles. Como ocurre regularmente desde hace más de 40 años, David Hidalgo, Louie Pérez, César Rosas, Conrad Lozano y Steve Berlin, los integrantes de la banda, se metieron al estudio para producir un nuevo disco, el número 19 de su ya respetable trayectoria musical. El resultado es una obra que confirma la base pesada del blues que está en las raíces del estilo bastardo, ecléctico y deslumbrante de una agrupación que combina largos riffs de guitarra con el sonido letárgico del sax, la alegría de la jarana con la cadencia del acordeón y el bajo sexto.

Luego de lanzar a principios del año pasado un disco en vivo grabado en Nueva York, Los Lobos se pusieron a trabajar en una nueva colección de rolas que revelaran (otra vez) el alma irremediablemente blusera de sus integrantes. El resultado son 11 nuevas canciones que tocan las esquinas sentimentales de un grupo crecido en las aguas sonoras de Muddy Waters y de B.B. King, de Buddy Holly y de Ritchie Valens, de los sones huastecos, de la cumbia y del bolero ranchero, de las canciones de Álvaro Carrillo y de José Alfredo Jiménez.

Gates of Gold es la sólida confirmación de una voz y un estilo. Es también una ruta de exploración, una reiteración y una novedad. Es la búsqueda de una sonoridad que expresa las incertidumbres vitales de siempre, pero que también recoge las certezas de que las cosas tienen algún sentido, a través de las aguas revueltas y a la vez apacibles de la vida vista desde algún barrio mexicoamericano de esa ciudad múltiple que es Los Ángeles. Es tratar de mirar que hay más allá de la metafísica de unas puertas de oro, los “misterios no contados” que se encuentran detrás de las sombras extendidas de colinas imaginarias.

Pero el nuevo disco de Los Lobos conserva también el inocultable tono kitsch que acompaña su larga trayectoria. “Poquito para aquí” y “La tumba será el final”, representan el lado lúdico y relajado de los auténticos california dreamers de los años setenta y ochenta, canciones que invitan al baile y al relax romanticón, a la sensación de que la vida bien vale un poco de cumbia bailada con un par de cervezas heladas.

Pero es la cultura del blues el centro ordenador del nuevo disco de Los Lobos. Un potente sonido de fondo que acompaña relatos sobre caminos interminables, corazones pequeños y enamoradizos perdidos en algún rincón del mundo, soles deslumbrantes que iluminan esplendores y miserias humanas, el sol como símbolo del fuego y del agua que baña las múltiples caras de la existencia de todos los días. Así, al sonido apagado y melancólico de un relato intimista (There I Go), le sigue el sonido rockero vigoroso y potente de rolas como Too Small Heart, y, antes, un par de artesanías talladas en las viejas maderas del blues clásico, tal y como aparecen en Made to Break Your Heart o en Mis-Treater Boogie Blues.

Para los músicos, tal vez como para los escritores o para los poetas, la necesidad de inventarse una identidad es casi un recurso existencial, el descubrimiento de alguna fórmula simbólica que imprima algún sentido de pertenencia, de coherencia y perspectiva a lo que se hace con regularidad y trabajo duro. Los Lobos, luego de cuatro largas décadas, han logrado inventarse una identidad persistente, una identidad que se ha alejado de “las ridiculeces de la fama y la fortuna”, como las denominaba el poeta Robert Walser, para acercarse al silencio creativo de la imaginación inspiradora. Quizá ahora, en las sombras bienhechoras de algunas casas del este angelino, Los Lobos han encontrado en el blues el verdadero elíxir de la eterna soledad.

Thursday, December 10, 2015

Educación superior: el diablo y los detalles

Estación de paso
El diablo y los detalles
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus-Milenio, 10/12/2015)

Lo que no tiene peso ni medida, eso es mío
Fernando Pessoa, La hora del diablo.
A tres años del inicio del gobierno del Presidente Peña Nieto, la educación superior mexicana se encuentra en una situación complicada, una mezcla de incertidumbre y estancamiento combinada con los pesimismos, los escepticismos y los optimismos de siempre. Juegan también su papel las ilusiones, los imaginarios y las creencias asociadas a la hechura y a la instrumentación de las políticas dirigidas hacia esa complicada zona, a las que habría que agregar la grisura propia de las rutinas y prácticas que ocurren en las aulas y las oficinas universitarias todos los días. Un recuento rápido de hechos e ideas, de relatos cualitativos y resultados cuantitativos, se amontona desordenadamente en el campo universitario mexicano, aguardando ser examinados con rigor y paciencia para ofrecer un balance más o menos puntual de lo que hemos experimentado en estos primeros 1095 días y sus correspondientes noches.
En la dimensión del tamaño del sistema, la tendencia expansiva es clara. Hoy tenemos más instituciones, estudiantes y profesores que nunca. Poco a poco, nos acercamos a alcanzar la meta de una cobertura bruta del 40% hacia el 2018 (según datos del tercer informe presidencial, ya llegamos al 34.1%), justo como lo comprometió la administración peñanietista hace tres años. Pero el problema es que, como siempre, el diablo está en los detalles. La relevancia del indicador opaca el análisis de la calidad, la consistencia y la composición de las ofertas públicas y privadas, universitarias y no universitarias, presenciales y virtuales que nos llevarán a la cifra mágica presidencial. Ello no obstante, desde el punto de vista del oficialismo estamos en la ruta correcta para llegar a la meta definida por el propio gobierno. La pregunta de cualquier abogado del diablo es: ¿para qué? ¿el incremento de la cobertura asegura la equidad en el acceso? ¿que 4 de cada 10 jóvenes ingresen a alguna modalidad de la educación superior coloca a sus egresados en la ruta de la empleabilidad profesional, la productividad y el desarrollo?
En la dimensión política y de las políticas, los acuerdos para el impulso hacia una “nueva generación de políticas” que propuso la ANUIES en 2012, centradas en los temas de inclusión y equidad, parecen haberse disuelto en aras del cumplimiento de los indicadores de crecimiento fijados en el Programa Sectorial de Educación 2013-2018. No pocos estudios clásicos y contemporáneos han mostrado que un incremento en la cobertura no necesariamente lleva consigo una disminución de las brechas de inequidad y desigualdad en el campo de la educación superior. En esas circunstancias, la expansión flojamente regulada del sistema trae consigo el riesgo de los efectos no deseados o francamente perversos de un crecimiento anárquico y polimórfico en términos de equidad e inclusión social.
En el campo de la calidad, la multiplicación de las agencias y de los instrumentos de la evaluación de la educación superior que hemos observado desde hace más de dos décadas no ha logrado articular una visión clara de la mejoría del sistema o de las instituciones de educación superior. Lo que se puede observar con mayor nitidez es una tendencia hacia la burocratización de la evaluación que no necesariamente está ligada a un mejor desempeño del sistema y de las IES. A pesar de ello, ya comienza en circular en los escritorios, las computadoras y los pasillos de los príncipes, los burócratas y los gerentes de la educación superior la propuesta de crear un “sistema nacional de evaluación de la educación superior”, que suena a algo parecido a la fase superior de la “república de los indicadores”, la “ciber-burocratización” de la evaluación de la calidad de la educación terciaria en nuestro país.
En términos del financiamiento, la maldición del stop-and-go se mantiene y consolida. Un incremento esperanzador de los recursos públicos a la educación superior en los primeros dos años (2013 y 2014), mostraron un estancamiento en el 2015, que podrá alargarse en el 2016, según el presupuesto de egresos que discute la Cámara de Diputados. En esas circunstancias, las aguas heladas del cortoplacismo de la política económica se consolidan en el campo educativo superior. Parafraseando al viejo Keynes, si seguimos por esa ruta en el corto plazo todos estaremos muertos.
En términos de la gestión política de las políticas, la estructura presupuestal mantiene la división mostrada desde hace ya muchos años entre los recursos ordinarios y extraordinarios a las universidades públicas. La disminución de 18 bolsas extraordinarias de financiamiento que se implementaron en el sexenio calderonista, se redujeron a 4 grandes fondos en la presente administración, pero la lógica formal de las asignaciones continúa siendo la misma: recursos adicionales según compromisos e indicadores institucionales de desempeño. Pero el imperio de los cabildeos informales de los presupuestos universitarios también impone su huella en la gestión política de los recursos: rectores, gobernadores, diputados, consultores, cabilderos, funcionarios de la SEP y de Hacienda, son los actores principales de las prácticas que impone el realismo político al campo de la educación superior mexicana.
A la mitad del río sexenal, el panorama de la educación superior mexicana luce complicado y contradictorio. Temas de gestión y políticas como el de las jubilaciones y pensiones del profesorado, la sustentabilidad financiera de las universidades públicas, la renovación de la planta académica, la inclusión y la equidad en el acceso de estudiantes de orígenes y contextos sociales muy distintos, la consistencia académica de programas e instituciones públicas y privadas, la internacionalización educativa, o las formas de inserción profesional de los egresados, se han colocado en el centro de cualquier futuro imaginable. Ahí, en la malignidad de los detalles de esa agenda y sus decisiones posibles, se encuentra escondido el siempre calumniado e insultado diablo.