Monday, December 19, 2016

El milagro del azar

Estación de paso

El oscuro milagro del azar

Adrián Acosta Silva

El editor de libros (Genius por su título original en inglés) es una película recién estrenada en España sobre el mundo de los escritores y de quienes les publican (Reino Unido/EU, 2016). Pero no es sólo eso. Se trata de una exploración más profunda e inquietante sobre la creatividad literaria y la vitalidad intelectual, sobre el interés y la pasión por las palabras y los libros, sobre los inicios de la industria editorial moderna, pero es también una inmersión cinematográfica deslumbrante en torno a las relaciones entre las duras exigencias editoriales y la ética de la honestidad y del compromiso, de la coherencia y de la verdad.

La cinta gira alrededor de las relaciones entre un editor de libros (Max Perkins, interpretado por Colin Firth) y de un escritor célebre fallecido de manera prematura y sorprendente (Thomas Wolfe). Situada en el contexto de Nueva York al final de los años 20 y los primeros de 30´s, el director de la película (Michael Grandage) centra el enfoque en el nacimiento de una industria en un período de penurias económicas, incertidumbre y desesperación social. El jazz, el humo y el alcohol, las calles y los bares, teatros y veladas literarias, la crisis económica y su ejército de desempleados, sirven de marco a la vida de un editor profesional con buen oficio y olfato para detectar escritores prometedores. Perkins, quien antes de conocer a Wolfe ya había apoyado el lanzamiento de escritores de la época como F.S. Fitzgerald, Ernest Hemingway y posteriormente a autores como John Steinbeck, es un hombre decidido a comprometer el futuro de su empresa editorial (Scribners and Sons) con la promoción de buenos escritores y libros.

A finales de 1929 se acerca a su oficina un joven impulsivo e irreverente, locuaz y envolvente (Thomas Wolfe, interpretado estupendamente por Jude Law), que le entrega un enorme manuscrito de cientos de páginas para su revisión. Como ya lo han rechazado en otras editoriales, Wolfe no se hace muchas ilusiones y se muestra escéptico y bromista sobre la posible respuesta de Perkins. Sin embargo, este, luego de leer el texto, queda impactado por la prosa deslumbrante y el estilo de Wolfe. Eso explica la edición del primero de los dos libros que publicó en vida el gran escritor norteamericano: Look Homeward, Angel, (“El ángel que nos mira”), publicada originalmente en 1929. El otro sería editado y publicado en 1935, tres años antes de su muerte: Of Time and the River (“Del tiempo y el río”).

La historia de esa relación entre un escritor y su editor marca el ritmo de la cinta. Se trata de un ejercicio de admiración mutua, donde los límites editoriales y los impulsos creativos son fuerzas en tensión. Inundado por una fuerza literaria descomunal, Wolfe escribe todo el tiempo, en cualquier parte, a cualquier hora. Miles de páginas se acumulan en su casa y escritorio, escritas a mano, garabatos y tachones incluídos. La mirada experta de Perkins identifica repeticiones, excesos, divagaciones innecesarias, ideas no resueltas, personajes prescindibles en las primeras novelas de Wolfe. Al mismo tiempo, éste sumerge a su editor en sus aficiones y sus relaciones personales, como una manera de comprender el ritmo vital de su existencia, de sus lecturas y de sus obras. Ahí, el jazz, el alcohol y los burdeles de negros neoyorkinos, la relación tortuosa con su amante (interpretada sobriamente por Nicole Kidman), marcan el territorio existencial de un escritor consumido por la creatividad, los excesos y la pasión literaria.

Por ahí desfilan las vidas de un Fitzgerald sumido en una crisis de creatividad, agobiado por las deudas financieras y por la enfermedad psiquiátrica de su esposa, Zelda. También aparece por ahí Hemingway, en plena fuerza física y soberbia intelectual, mirando con escepticismo a las nuevas promesas de la novela como Wolfe. En ese ambiente irrepetible, la historia de las relaciones entre el escritor y el editor conduce al callejón sin salida del desencuentro y la ruptura. La fama, el dinero, los egos descontrolados y las envidias que suelen caracterizar el mundo de los escritores, la búsqueda de la gloria y del reconocimiento, la crítica despiadada de obras y personajes, la desmesura como rebeldía frente a los límites, las exigencias de productividad de la industria editorial, marcarán el tono de los problemas que enfrían y luego disuelven la amistad y el trabajo entre editor y escritor.

La prematura muerte de Wolfe a los 37 años de edad, debida a una tuberculosis miliar, marca el fin de una historia y de una época irrepetibles en términos culturales. La industria editorial crecerá y se diversificará como nunca antes y nuevas generaciones de escritores, de novelistas y poetas, llegarán a renovar las estanterías y librerías en todo el mundo. El mercado editorial había nacido y con él la despiadada competencia entre editores y escritores por conquistar nuevos lectores. Pero El editor de libros esconde un par de secretos que, bien buscados, trascienden la época, el contexto y los personajes de ocasión. Uno de ellos es la convicción de que un buen editor “debe, siempre, ser anónimo”, como le confiesa Perkins al joven escritor en algún momento de la cinta. El otro gran secreto es un misterio: la inspiración solo puede ser, como la vida misma, el fruto del “oscuro milagro del azar”, como escribe Wolfe en El ángel que nos mira.

El Born, Barcelona, diciembre de 2016


Thursday, December 15, 2016

Estupidez

Estación de paso
El poder de la estupidez
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 15/12/2016)

El señor T. se mueve bajo un halo de decorosa estupidez;
una estupidez minuciosa, de meticulísima pompa.
Leonardo Sciascia, “El señor T. protege al pueblo” (1947)

La estupidez, junto con la inteligencia, es uno de los grandes temas de las sociedades antiguas y contemporáneas. El punto de partida de muchas de las discusiones sobre el asunto tiene que ver con el hecho de que en todas las épocas y en todas las sociedades hay estúpidos, al igual que hay listos y tontos, oportunistas e ingenuos. Su distribución no respeta raza ni nacionalidad, posición social o género. Ambos conjuntos se superponen, coexisten y traspasan continuamente sus fronteras. El problema es definir qué es la estupidez, y construir esa definición constituye un desafío formidable para el sentido común, pero también para la psicología, la filosofía o para las ciencias sociales en general. Dostoievsky, que algo sabía de la naturaleza humana, en algún momento escribió: “El hombre es estúpido, fenomenalmente estúpido”.
Algunos pensadores se han arriesgado a pensar seriamente en el tema, con el riesgo de provocar risas, enojo o ira, según sea quien los escuche o los lea. Johann Eduard Erdmann (1805-1892), por ejemplo, un estudiante alemán discípulo de Hegel, lanzó el dardo envenenado sobre el tema de la estupidez humana en pleno siglo XIX, con el auge del racionalismo y las herencias del siglo de las luces en Europa. En una época en la que en nombre de la razón se intentaba borrar todo vestigio de los impulsos y emociones irracionales de la vida social, Erdmann recordó que la estupidez es una de las características esenciales de la vida en sociedad, el recordatorio incómodo de la imperfección humana, las limitaciones infranqueables del cálculo y el comportamiento racional. En 1866, en Berlín, recordaba frente a un grupo de filósofos que los griegos inventaron para el estúpido la expresión “idiota”, que significa el aislamiento del individuo de su núcleo social, el ensimismamiento, la reflexión del individuo en un mundo cerrado que no sobrepasa nunca las fronteras de su propio pensamiento. Por ello, Erdmann proponía definir a la estupidez como “el estado mental en que el individuo se considera a sí mismo y la relación consigo mismo como único criterio de la verdad y el valor; o dicho más brevemente: en que lo juzga todo sólo a partir de sí mismo” (Sobre la estupidez, ABADA Ediciones, 2007, Madrid, p.92)
Robert Musil, casi 70 años después, en 1937, en Viena, retomaba con brío reflexivo el gran tema de la estupidez que había iniciado antes el filósofo Erdmann. A diferencia de éste, Musil confesaba no conocer ninguna teoría sólida sobre la estupidez, y se declaraba incompetente para definirla con precisión. Cuestionaba los acercamientos que intentan considerarla sinónimo de la incapacidad, de la falta de inteligencia, de tontería, de ineficiencia. Pero reflexionaba con agudeza sobre el tema, al distinguir dos tipos de estupidez, muy distintos entre sí: “una estupidez franca y sencilla” y otra estupidez elaborada, “más elevada y con pretensiones”. La primera tiene expresiones que se acercan a lo artístico, cierta candidez e ingenuidad que suelen ser alojadas en distintas formas poéticas; la segunda es, por el contrario, una malformación, una formación mal realizada, que se expresa en inconstancia y malos resultados. En cualquiera de los dos tipos, decía Musil, la estupidez puede ser un arte, sea por la vía de la ignorancia ingenua, sea por la vía del cálculo fallido. Si ser estúpido es hablar sobre lo que no se sabe, con la seguridad de quien se asume como sabio, la única salida contra la estupidez es la modestia, señalaba el autor de El hombre sin atributos.
La ubicuidad de la estupidez humana llevó a un gran historiador económico italiano, Carlo M. Cipolla, a escribir en 1988 un pequeño tratado titulado justamente Las leyes fundamentales de la estupidez humana (Crítica, Barcelona, 2013). Ahí, su autor describió lo que considera las 5 leyes principales de la estupidez. La primera de ellas es que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo; la segunda es que “la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”; la tercera es la denominada por Cipolla como la Ley de oro: “una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. La cuarta es que “las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas no estúpidas...” Finalmente, la quinta ley de Cipolla sobre el tema es que “la persona estúpida es la persona más peligrosa que existe.”
Musil, Erdmann y Cipolla confirman que la estupidez es una bestia ingobernable, un animal ubicuo, propio de todos los tiempos y climas intelectuales, sociales y políticos. Sea en forma de especulaciones, de reflexiones o de leyes, la descripción del fenómeno se ajusta a lo que los antiguos y los modernos asocian a la condición humana. Eso mismo que describía con crueldad maligna hace muchos años un agnóstico célebre, Frank Zappa: “Algunos científicos afirman que el hidrógeno, por ser tan abundante, es el componente básico del universo. No estoy de acuerdo, pues hay más estupidez que hidrógeno, y es aquella el componente básico del universo.” Ahora que presenciamos el resurgimiento de tendencias que promueven la censura de obras clásicas como Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, o Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, “por herir la sensibilidad” de un niño del condado de Virgina, o cuando se instala la política de la “posverdad” como eje del discurso dominante de los nuevos populismos de izquierda o de derecha, no queda más remedio que confirmar las palabras sabias de Ambrose Bierce: “la estupidez nunca yerra y jamás descansa”.

Thursday, December 01, 2016

Racionalidad, populismo y legitimidad

Estación de paso

Racionalidad, populismo y legitimidad

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 01/12/2016)

Las implicaciones de la elección de Donald Trump para la educación superior afectan no solamente a las universidades estadounidenses sino también a muchas otras instituciones de todas partes del mundo, incluyendo por supuesto a las universidades públicas mexicanas. “Hacer grande a América”, su lema de campaña, significa entre otras cosas “empequeñecer” al mundo no americano. Pero aún antes y durante su campaña electoral, el ahora presidente electo de los EU ha mostrado sus credenciales en el tema, que son hasta ahora una desordenada colección de prejuicios arraigados, ignorancia pura y cálculos pedestres de rentabilidad económica, cuya expresión empírica más grotesca es “Trump University”, su fallida incursión en el campo de la educación terciaria. Sin embargo, quizá conviene enumerar algunos de los rasgos que caracterizan los distintos escenarios que el nuevo gobierno norteamericano y la coalición derechista que encabeza puede enfrentar en los próximos años.

1. El gobierno federal es un actor débil en la educación superior norteamericana. Históricamente, la educación superior en los EU descansa en una lógica local e institucional bastante autónoma y peculiar. Sus formas de organización y coordinación son diversas y complejas, pues mecanismos de mercado y de compromiso local aseguran una baja influencia del Departamento de Educación del Gobierno Federal o de los gobiernos estatales en su operación y funcionamiento regular. La complicada red de universidades privadas de elite (“Ivy League”), universidades públicas estatales, institutos y community colleges, conforman un territorio difícil de controlar por un actor central.

2. Es en el campo de la ciencia y la tecnología donde los fondos federales pueden jugar un papel importante en algunas áreas y disciplinas. Sin embargo, su reducción o re-direccionamiento implican una delicada y espesa red de gestión y aprobación que involucra a diversas agencias gubernamentales, patrocinios privados y políticas locales o institucionales que resultan de difícil regulación y acceso por parte del gobierno federal. Será interesante observar si el bronco estilo gerencial-empresarial del gobierno de Trump, basado en un esquema elemental de amenazas, incentivos y recompensas, puede alterar la distribución de fondos para áreas críticas como la investigación aeroespacial, la biogenética, el cambio climático o la astrofísica.

3. La intensa movilidad internacional de profesores y estudiantes es uno de los rasgos históricos de las universidades norteamericanas. Hombres y mujeres de todo el mundo académico estudian o investigan en los diversos campus universitarios de aquel país, y muchos profesores, investigadores y estudiantes de posgrado y pregrado realizan estancias más o menos prolongadas en universidades asiáticas o europeas, y, en menor escala, en las universidades latinoamericanas o africanas. Esa movilidad permite la formación de redes en torno a proyectos o experiencias que nutren la vitalidad académica en muchas disciplinas y áreas de conocimiento en las propias instituciones educativas norteamericanas. Hasta el momento, no se ve claro que tiene pensado hacer (o no hacer) el gobierno trumpista al respecto.

4. Para el caso mexicano, la vecindad académica con los EU es un factor que ha estimulado proyectos conjuntos entre universidades de ambos lados de la frontera desde mediados del siglo XX. Intercambios, proyectos, seminarios, congresos, asociaciones, redes, flujos de información, son acciones cotidianas y regulares desde hace muchos años, y buena parte de las políticas y acciones de no pocas universidades públicas y privadas mexicanas tienen que ver con el fortalecimiento de esa dinámica de intercambios académicos. ¿Puede cambiar un nuevo gobierno federal esa dinámica? ¿Hasta dónde? Las universidades de la costa este y oeste, o de entidades con fuerte presencia latina como Nuevo México o como Illinois, (justamente las que se ubican en territorios que no votaron por Trump), y que tradicionalmente han hecho de esas rutinas un estilo académico, ¿cómo reaccionarán frente a un eventual nuevo paquete de restricciones del gobierno federal?

5. La mezcla entre neopopulismo y “post-verdad” parece estar en la base de la explicación de las nuevas crisis de las democracias occidentales, incluida por supuesto la del vecino del norte. El imperio de las creencias y de la fe, el escepticismo con los partidos, las instituciones y las clases políticas tradicionales, la creciente desconfianza hacia las explicaciones racionales, científicas, en amplios sectores de la ciudadanía, sin olvidar el papel no menor de la estupidez en la construcción de las preferencias sociales, constituyen los rasgos centrales del poder político de personajes como Trump. Esa ola de anti-intelectualismo y de oscurantismo del nuevo populismo norteamericano afecta de manera directa la legitimidad de las instituciones universitarias y lo que ellas representan.

6. Hasta ahora, ni el gobierno federal mexicano (CONACYT, SEP), ni las universidades públicas o privadas mexicanas o sus organismos representativos (ANUIES, FIMPES), ni los representantes políticos mexicanos (Cámaras de Diputados o de Senadores), se han manifestado con claridad y cohesión política en torno a las implicaciones, riesgos y amenazas del nuevo gobierno norteamericano para nuestros estudiantes, profesores e instituciones. Aunque se entiende que la cautela y la prudencia se impongan como criterios de (in)acción en los próximos dos meses (antes de la toma de posesión del Sr. Trump como Presidente), intentando calibrar el impacto de las políticas (u ocurrencias) del empresario neoyorkino especializado en hoteles y casinos, no parece adecuado que ni las universidades ni el gobierno mexicano asuman un papel pasivo frente a los humores proteccionistas, xenófobos y racistas que destila el discurso del nuevo gobierno norteamericano, humores que se encargó de sembrar con esmero el candidato republicano a lo largo del último año.

En cualquier escenario razonablemente imaginable, el nuevo gobierno de los Estados Unidos representa un cambio en las reglas del juego político y de políticas en la educación superior que supone un desafío estratégico para el gobierno y las universidades mexicanas. En esas circunstancias, parece indispensable un posicionamiento institucional claro, coordinado, que permita a las universidades mexicanas gestionar sus intereses en un marco común. De otra forma, las amenazas y bravuconadas del Presidente electo pueden tener un efecto corrosivo en las relaciones entre las universidades de ambos lados de la frontera.